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2017.07.18: Laura Rozenberg: Conversaciones con Manuel Sadosky - 4. Un matemático en París

4. Un matemático en París

Laura Rozenberg. —Su alejamiento del PC prácticamente coincide con una invitación a Francia para desarrollar allí trabajos de investigación en el campo de la matemática aplicada. Usted fue el ganador de una de las mil becas que el gobierno francés otorgó a destacados jóvenes extranjeros ni bien terminó la guerra. Tal como me contó en otras oportunidades, eso le permitió mantenerse con su mujer un año entero en París. La pregunta que se impone es: ¿por qué una nación en ruinas como la Francia de la posguerra impulsa semejante plan de apoyo que más parece pensado para tiempos de prosperidad? ¿Qué explicación le encuentra?

Manuel Sadosky. —Yo creo que hay que verlo de este modo: De Gaulle se
Charles de Gaulle (1890-1970)
propuso recuperar a Francia, y esto significaba lisa y llanamente recuperar cuanto antes el liderazgo intelectual, artístico y científico. Es obvio que sabía lo que estaba haciendo. Dio apoyo a la ciencia pero no descuidó los demás flancos: fijese que se ocupó muy bien de que París volviera a ser el centro mundial de la moda…

—Esa es una opinión muy favorable para De Gaulle. Pero en su época fue muy cuestionado, en particular, por los estudiantes progresistas.

—Por supuesto, nadie niega que era un conservador y que lo respaldaban las fuerzas de derecha. De Gaulle era un gobernador clásico. Pero un gobernante que hizo una revolución. Incorporó a su equipo a gente como André Malraux y le dio carta libre. Creo que un gobernante que dialoga con hombres de pensamiento merece respeto y es muy deseable para una nación. De todos modos, las becas eran bastante precarias y justo es reconocer que nuestros familiares nos ayudaban enviándonos muchas cosas, incluso alimentos… Además, Corita, nuestra hija, ya tenía seis años. El primer grado lo hizo en una escuela francesa y después continuó en el Colegio Francés de Roma cuando pasamos a Italia.

—En su caso, la beca representó además la posibilidad de tomarse un respiro y empezar una nueva etapa.

—Así es. Realmente fue una suerte. La beca nos hizo muy bien a Cora y a mí, porque pudimos retomar las cuestiones de estudio superior y, a la vez, ampliar nuestra cultura viviendo en un país con una tradición mucho más antigua que la nuestra.

—Al llegar a Francia, usted había terminado su tesis de doctorado en matemática aplicada. Esta es la línea que continuará, con Alexander Ostrowski, en el Instituto Poincaré y, más adelante, en el Instituto de Cálculo de Roma, bajo la dirección de Mauro Picote. ¿Podría definir brevemente el campo que abarca esta rama de la matemática?

—¡Oh, sí! Es simplemente el campo que se ocupa de resolver problemas numéricos a través del cálculo. O sea que no es algo abstracto, como los teoremas.

—¿Está ligada a la vida diaria?

—No necesariamente. Depende cómo se la mire. Muchas teorías clásicas, que no se utilizaban por las dificultades que presentaban sus cálculos, pudieron actualizarse a medida que la física o la ingeniería lo demandaban. Hay que recordar que fue una época muy fértil y que se produjeron innovaciones decisivas en la tecnología contemporánea.

—¿Cuál fue el tema de su tesis?
 
Julio Rey Pastor (1888-1962)
—Integración numérica de ecuaciones diferenciales. La hice bajo la dirección de Esteban Terradas, un colega catalán de Julio Rey Pastor que estuvo dos años en la Argentina.

—¿Usted fue alumno de Rey Pastor?

—Sí.

—¿Cómo lo recuerda?

—Llegó a la Argentina en 1918, invitado por la Asociación Cultural Española, que dirigía por aquellos tiempos el doctor Avelino Gutiérrez. Sus exposiciones fueron muy comentadas aquí, y eso dio lugar a que le ofrecieran una cátedra en la Facultad de Ciencias Exactas y él aceptó venir.

Esa asociación cultural era la misma que, en su momento, trajo a figuras como Ortega y Gasset y a Menéndez Pidal, y los resultados fueron muy positivos. De cada encuentro surgía una posibilidad concreta para el país. Algo que ahora no sucede tan a menudo… Lo que hizo Menéndez Pidal fue recomendar la creación de un instituto de filología, que felizmente se fundó a instancias de Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña y Ángel Rosemblat.

—¿Cómo eran las clases de Rey Pastor?

—¡Ah! Él era un profesor asombroso. Había estado en centros muy importantes. Después de terminar sus estudios en España se especializó en Alemania. Era una persona con una preparación excepcional, de gran cultura científica, conocía diversos campos de la matemática y de la historia de la ciencia. Además, era muy amigo de sus discípulos, a veces salíamos a conversar. Tuvo un alumno, José Babini, que había tomado notas del curso de 1918 y con ellas se pudieron editar más adelante textos más modernos que los tradicionales.

Me acuerdo del día en que estalló la Guerra Civil Española: salíamos de la facultad y oímos que los canillitas anunciaban la noticia. Él se quedó muy mal, además, porque en España estaban sus familiares y sus amigos.

Al terminar la guerra civil se empeñó en ayudar a los científicos, como Luis Santaló, Enrique Corominas y Manuel Balanzat. Por otro lado, fueron arribando otros matemáticos, como Beppo Levi, Alessandro Terracini y Aldo Mieli, que escapaban de las leyes raciales de Italia. Todos ellos eran investigadores de prestigio.

—¿Qué posibilidades concretas tuvieron aquí?

Aldo Mieli (1879-1950)
—Las cosas estaban muy difíciles. Ellos pudieron venir gracias al esfuerzo de unas pocas personas, como el rector Cortés Pla, de la Universidad del Litoral. Pero a los gobernantes de turno les importaba poco su situación y la de la ciencia en el país. Estamos hablando de personas que hubiesen podido formar escuelas importantísimas. Aldo Mieli dejó en Buenos Aires, al morir, la mayor biblioteca universitaria de la historia de las ciencias con que cuenta el país hoy en día.

—En estos establecimientos, ¿tenían los matemáticos algunas posibilidades de hacer investigación?

—Escasísimas. No había sueldos de investigador ni existía la dedicación exclusiva en la facultad, que hubiese significado un respiro para aquellos que pretendían ser docentes y a la vez dedicar un tiempo a las tareas científicas. Por supuesto, hablamos de cuando aún no existía el CONICET. En un momento, mientras yo era ayudante, hicieron una encuesta preguntando si nuestros cargos universitarios “colmaban nuestras aspiraciones para la investigación”. La nota daba risa. Yo, para mantenerme, tenía que dar clases particulares, ocuparme de esa cátedra y de otra más en Ingeniería de las Telecomunicaciones.

—Casi como los profesores de hoy en día…

—El momento era distinto. La guerra, la influencia de la guerra en el país, el clima cerrado en las universidades. En aquella encuesta recuerdo que puntualicé tres temas: los nombramientos precarios, los sueldos impagos y la falta de actualización en las bibliotecas. Con todo, había algunas personas, discípulas de Rey Pastor, que se las ingeniaban para hacer investigaciones matemáticas.

—¿Por ejemplo?

Alberto González Domínguez
(1904-1982)
—Uno de ellos era Alberto González Domínguez. Trabajaba de traductor en el Ministerio de la Marina, sabía además de inglés y francés, el alemán y el ruso, y en sus “ratos libres” se dedicaba a la investigación. También había gente en Tucumán, y en la Universidad del Litoral estaba Beppo Levi. La llegada casual del físico Guido Beck, en 1942, cambió totalmente el panorama en el campo de la física. Al poco tiempo de su arribo lo contrató Enrique Gaviola, que dirigía el Observatorio Astronómico de Córdoba. En seguida aparecieron alumnos de todas partes. Se llamaban Balseiro, Alsina Fuertes, Bunge… Es cierto que no éramos muchos, pero lo que hay que destacar, más
José Antonio Balseiro
(1919-1962)
allá de las dificultades, es que esta gente, al formar esos núcleos, mantenía viva una tradición.

—Pero en la Argentina no había tradición de investigación en matemática.

—Claro que sí. Una sola persona o un pequeño grupo ya es una tradición. Es como una pequeña llama, un pequeño foco y hay, desde luego, una diferencia muy grande entre la falta de fuego y una llama pequeña. Cuando se estudia la historia de las ideas, ese pequeño grupito de Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez cobra una importancia formidable. Después hubo un apagón, durante el gobierno de Rosas, porque se cerró la universidad y se cerró la escuela anexa, pero luego el espíritu se vuelve a reavivar cuando llega Sarmiento, con Avellaneda como Ministro de Educación y Gutiérrez en el rectorado. Es un grupo pequeño, pero el estímulo es importante.

Cuando nosotros no podíamos incorporarnos al estudio o al trabajo en la universidad, porque teníamos previamente que afiliarnos al peronismo, igual nos reuníamos afuera. Ese era el objetivo del grupo que formamos con Westerkamp, con Bunge. Tomábamos un tema y lo discutíamos con toda intensidad.
Federico Westerkamp (1918-2014)
Mario Bunge (1919)

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