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2017.07.08: Laura Rozenberg: Conversaciones con Manuel Sadosky- 1. De eso no se habla (parte 1 de 3)

1. De eso no se habla (parte 1 de 3)

Laura Rozenberg. —Doctor Manuel Sadosky, estamos en 1993 y dentro de unos meses usted cumplirá ochenta años. Desde que se recibió de matemático ha pasado más de medio siglo. Y tres décadas desde la creación del Instituto de Cálculo. Cuando mira hacia atrás, ¿cuál es su primer motivo de satisfacción?

Manuel Sadosky. —En primer lugar, haber tenido suerte. Soy de origen humilde, nací frente a una escuela, escribí libros. La ciencia me salvó la vida al nacer y amé a una mujer durante cincuenta años. Soy muy feliz. Eso le pasa a muy poca gente.

—Tiene usted razón. Aunque a veces la suerte consiste en darse cuenta de lo que uno tiene, y usted lo ha hecho. Pero además, ha recorrido una vida dedicada a la docencia, fue maestro de escuela, profesor universitario, Vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, primer Director del Instituto de Cálculo y, años más tarde, Secretario de Ciencia y Técnica de la Nación. En el ínterin vivió exclusiones y exilios tan dolorosos como absurdos. Así como reconoce haber tenido suerte, ¿qué lamenta?


"La única amargura es que después de
tanto tiempo sigo sin entender lo que
yo llamo el gran misterio argentino."
—No lamento nada, de verdad. A lo sumo me da un poco de fastidio saber que converso como a los cincuenta años pero camino como un viejo… La única amargura es que después de tanto tiempo sigo sin entender lo que yo llamo el gran misterio argentino.

—¿El gran misterio?

—Así es, el gran misterio y el gran milagro, porque en la Argentina hubo un milagro, que tuvo como ejes la inmigración y la educación pública. La educación tiene una ventaja: tiene un legado, cosa que con la economía no sucede ya que siempre fue dependiente. La argamasa del país fue la educación y la inmigración. Millones de personas vinieron de todas partes y sus hijos son de lo más criollo que se pueda imaginar. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, son maestros de la lengua. Alberto Gerchunoff… Todo fue muy inmediato y ese poder de asimilación tuvo lugar gracias al sistema educacional, que se expresa en la ley de enseñanza común, obligatoria, laica y gratuita. No había escuelas para pobres y ricos. El guardapolvo blanco, que se impuso durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, era el símbolo de la escuela común. Eso, sólo eso, produjo el milagro argentino.

—El misterio es qué pasó después.

—Exacto. Tantas veces nos hemos preguntado cómo es posible que en un país tan rico como este, con gente inteligente, no podamos construir un equipo humano que resuelva problemas sencillos. Uno busca las razones de esta decadencia. Cómo es posible que no podamos construir una Argentina como se
necesita al fin del siglo XX. Para mí, es un misterio…

—Los primeros años de este siglo fueron años de grandes progresos y grandes guerras. Coincidentemente, usted nace en 1914, con la Primera Guerra Mundial. Dice que los médicos le salvaron la vida al nacer. ¿Le han contado lo que ocurrió?


"la primera transfusión exitosa la hizo
el profesor Luis Agote en 1914, justo
el año de mi nacimiento"
—En mi familia se hablaba de una incompatibilidad sanguínea, tal vez el Rh… Ni bien nací ya me estaba por morir, y los médicos le preguntaron a mi madre si estaba dispuesta a dar su sangre y ella aceptó. Por eso tenía cierta predilección por mí y me llamaba “doble hijo”. Pero lo interesante de todo esto es que yo me salvé gracias a la ciencia argentina, porque la primera transfusión exitosa la hizo el profesor Luis Agote en 1914, justo el año de mi nacimiento. Así que, mire, se trataba de un desarrollo científico muy reciente.

—¿Lo atendió el propio doctor Agote?

—No. Por lo que pude averiguar, calculo que fueron los médicos del Hospital Ramos Mejía, que por cierto en aquel entonces se llamaba Hospital San Roque. Lo que sucede es que hubo una destrucción de archivos… Los archivos se perdieron. El hospital público, como la escuela pública, era una institución importante, la más importante para nosotros; los profesores más destacados del país estaban en el hospital…

—Eran los tiempos de Finochietto, Garrahan, Houssay, Peralta Ramos y de los discípulos de estos médicos de renombre…

—En efecto, ahí se daba la verdadera formación y se realizaban las grandes operaciones. Pese a todo, no había profesores dedicados exclusivamente al hospital. El primero fue Houssay, que se dedicó por entero a la docencia e investigación. Ahora, todo eso ha quedado bastante debilitado…

—Usted lleva referencias de su vida. Por ejemplo, conserva una prodigiosa cantidad de libretas viejas y por lo visto las sigue llenando… ¿Qué se supone que son? ¿Acaso un diario personal?

—No. Son simples anotaciones, listas de datos, cronologías. Son fechas o acontecimientos que fui recogiendo de diarios, de libros, de enciclopedias… Parece la cronología de un matemático obsesivo, pero me divierte hacerlo. Tal vez, porque siempre me sorprendieron las coincidencias. Fíjese aquí: uno puede ver que Colón, Copérnico y Leonardo da Vinci fueron casi contemporáneos. Y si pasamos a otra página, verá que mi nacimiento coincidió con el asesinato de Jean Jaurés, con la caída del avión de Jorge Newbery y con la aparición del famoso asesino apodado el “descuartizador de Palermo”…

—Es muy curioso ver todos los datos que reunió allí. En su pasión por la matemática hay cierta fascinación por el orden cronológico de las fechas y por los acontecimientos que se suceden y se entremezclan. Como si quisiera encontrar algún sentido a todo esto. Quizá más adelante debamos retomar este tema aunque adivino que, con rigor científico, me va a decir que no le interesa hallar “relaciones” sino meras coincidencias.

—Así es. Las casualidades existen.

—Vayamos entonces un poco atrás. Usted nació el 13 de abril de 1914, pero sus padres arribaron a la Argentina en 1905, con tres hijos, de los cuales dos fallecieron casi al llegar. Aquí tuvieron seis hijos más, o sea que en total fueron cuatro varones y tres mujeres. Su padre, que era zapatero, logró reunir algunos ahorros y se mudaron a una casa vieja en el barrio del Once. Los Sadosky tenían fama de buena gente y ustedes disfrutaban del barrio a lo grande.


"yo nací... en las cercanías del Mariano Acosta, la
escuela donde hice cinco años de la primaria
y toda la secundaria" 
(foto 2017)
—Así es. Era una vida comunitaria y había mucha solidaridad. El barrio y la escuela eran lo más importante del mundo para nosotros. Como le dije, yo nací en un hospital que quedaba a tres cuadras de mi casa y en las cercanías del “Mariano Acosta”, la escuela normal de varones donde hice cinco años de la primaria y toda la secundaria. La verdad, me hubiese gustado leer la novela de mi barrio, pero lamentablemente parece que nadie la escribió. Lo digo porque me impresionaron mucho, en 1948, La Romana, de Alberto Moravia, y La crónica de los pobres amantes, que escribió Vasco Pratolini en Florencia. En cambio, yo recuerdo muy bien la carbonería, los patios, los conventillos. El afilador era un personaje muy importante que pasaba con un aparato que se llamaba caramillo. Algunos vigilantes usaban una escarapela mitad italiana y mitad argentina para que se supiera que hablaban los dos idiomas. En el mercado Spinetto había muchos puestos. Recuerdo con especial cariño el puesto de remiendos de los Bortnik, los abuelos de Aída, la escritora… Como siempre había que remendar la ropa, uno iba allí y encontraba retazos de todos los colores, era una maravilla… Los varones jugábamos al fútbol y las mujeres comentaban los pormenores de las fotonovelas que se iban pasando prestadas de casa en casa. Otro de los juegos
Mi cultura general empezó con
los chocolatines Águila, que en su
envoltorio traían figuritas de los
grandes hombres de la historia.
era el de las figuritas. Mi 
cultura general empezó con los chocolatines Águila, que en su envoltorio traían figuritas de los grandes hombres de la historia. Estaban Sócrates, Eurípides, pero no lográbamos llenar la planilla porque siempre nos faltaba Fidias. Como vivíamos a tres cuadras del hospital, veíamos pasar a los médicos, con galerita inglesa. Se creaba un clima interesante. Siempre pasaba algo, podía ser trivial, pero para nosotros se convertía en acontecimiento. Me imagino que a los jóvenes de ahora les debe resultar difícil entenderlo. No sé si pueden imaginarse cómo era vivir sin televisión…


—Pero tenían radio.


—La radiotelefonía llegó cuando estaba en la primaria. La conocí alrededor de 1923. A la vuelta de casa había un club de radio, creo que se llamaba Radio Cultura. Ahí vivía un compañerito mío y entonces empecé a ver de qué se trataba…

—¿Sus padres compraron una?

—Mucho después. Primero la fabricamos.

—¡No diga!

—Sí, hicimos una casera con mi hermano Luis. Buscamos un pedazo de madera, hicimos un cilindro, alambre, goma laca, y con un cursor buscábamos las estaciones. Era una radio a galena. ¿Sabe qué es?

—El nombre me suena pero nunca supe qué es “galena”.

—Es un producto muy sensible a las ondas hertzianas. Nosotros sabíamos que cuando entraba en sintonía se podían escuchar las estaciones.

—¿Usaron un manual de instrucciones? 

—No, dudo que hubiese uno. Fuimos aprendiendo de la gente. Lo gracioso es que para escuchar la radio necesitábamos auriculares. Entonces íbamos a lo de un vecino que nos los prestaba. O sea, teníamos una radio que funcionaba de a ratos.

—La primera transmisión en Buenos Aires, según me contó usted alguna vez, fue la ópera Parsifal, en 1920. Y usted recordaba que la hicieron unos médicos aficionados desde la terraza del teatro Coliseo. Pero, ¿cuáles eran sus programas preferidos? O dicho de otro modo, ¿qué le gustaba escuchar a un pibe de barrio de principios del siglo XX?


Fue el 14/09/1923, Manuel tenía 9 años.
"Hay ciertas cosas de las que no se habla
(por ejemplo, del segundo round de Firpo)."
—De lo que me acuerdo bien es de la pelea de box entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey. Yo debía tener nueve años y fuimos todos a escucharla al club de radio donde se había reunido mucha gente del barrio. Eso sí que fue histórico. Para nosotros, obviamente, tenía que ganar Firpo, “el toro salvaje de las pampas”, como lo llamaban, y en el primer round casi nos dio el gusto. Firpo hizo volar a Dempsey fuera del ring y el norteamericano cayó desplomado encima de las máquinas de escribir de los periodistas que en aquel entonces las tenían que acarrear para hacer sus crónicas. Creo que hay un cuadro famoso con esa pelea en un museo de Nueva York. Además, Cortázar escribió algo muy lindo en La vuelta al día en ochenta mundosUn día, le pregunté a Luis Federico Leloir si se acordaba cómo había terminado la pelea. Leloir se sorprendió y me dijo que no. Sólo tenía presente el primer round, el de la trompada de Firpo. Y ahí yo tuve que decirle que lo que había olvidado era nada menos que el final, porque en el segundo round Dempsey se recuperó y le terminó ganando por nocaut. Ese es un hecho que se repite en la Argentina y para mí es un símbolo de las cosas que en este país se olvidan. Hay ciertas cosas de las que no se habla (por ejemplo, del segundo round de Firpo). Hay una hermosa película sobre los años de la dictadura que lleva por título De eso no se habla. La frase me parece adecuada para describir la realidad de un país. Durante mucho tiempo pasaron cosas dramáticas. Desapareció gente, se produjeron situaciones muy duras de las que todavía no se habla…

—A menudo las historias que se callan o se ocultan suelen tener que ver con sentimientos de culpa, vergüenza o miedo.

—En muchos casos sí, pero no en todos. La soberbia también ciega a las personas. Fíjese lo que ocurre con la moneda. Hoy nadie sale a decir, por ejemplo, que no tenemos moneda. Que esto de la paridad cambiaria es un invento.

—Usted quiere decir que los argentinos nos callamos la boca mientras dura la fiesta.

—Claro que sí. Pero eso se va a acabar. El Estado vendió hasta las joyas de la abuela y, cuando el dinero se termine, las cosas van a ser distintas.

—¿Esa es su impresión?

—Seguro.

(Continuará)

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