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Clemente

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Un cacho de cultura
10/08/2023
J'attendrai, por Ana M. Piccin
Muestra en la La Dama de Bollini


01/06/2023
Nina y el otoño, por Ana M. Piccin

Ya hacía un tiempo que se despertaba antes de que sonara la alarma. No entendía por qué, no encontraba una explicación. Se sentía preocupada; esta condición podría no tener retorno y no quería transformarse en una vieja agria y malhumorada por falta de sueño.

Resignada, se tomó un poco de tiempo antes de levantarse. Se quedó tendida en la cama, quieta, expectante, observando a su alrededor. ¡Y ahí lo encontró, ahí estaba el motivo de sus reiterados despertares anticipados! Un rayo de sol atravesaba la celosía del ventanal del dormitorio por un agujerito que no llegaba a dos milímetros de diámetro. Había logrado colarse en la habitación en penumbras y había perturbado su descanso. Se le había clavado sobre los párpados y consiguió despertarla. “Listo, ya lo tengo”, se dijo, “ahora media vuelta, sigo durmiendo, más tarde me ocuparé de taparlo”, y metió la cabeza dentro de la almohada. Volvió a cerrar los ojos con ánimo decidido.

No pudo seguir durmiendo. Se preguntó por qué un rayo de sol matutino la irritaba tanto, cuando antes, unos años atrás, dormía con las ventanas abiertas para que el amanecer la despertara suavemente, lentamente. “Me estoy haciendo vieja y agria”, pensó.

Abrió los ojos. Ahora el rayo de sol se deslizaba por su cara. Se quedó quieta esperando que dejara de tocarla. El haz de luz reptó en diagonal por la almohada y bajó de la cama. Atravesó la alfombra y alcanzó la pared. Como un gato concentrado en su presa se desplazó sigilosamente hacia el espejo, lo invadió con ingenuo frenesí y se destrozó en mil rayos de todos los colores al quedar atrapado en el bisel. Una manifestación de arcoíris se esparció por las paredes de la habitación.

Traicionados por el ensueño matutino, los efectos de luz del presente fueron evaporados por los del pasado. La mente de Nina se iluminó con el recuerdo de los despertares en la casa de su abuela. Recordó la primera vez que se encontró inmersa en un festival multicolor al amanecer. Aquel día se había quedado en la
cama vigilando el circuito de luces de colores el borde del espejo. Un espectáculo
mágico que, a los seis años, pareció único, casual y efímero y que, un rato después, explicado por su abuela durante el desayuno, se convirtió en uno de los primeros contactos que tuvo Nina con la ciencia. La experiencia le modificó la forma de observar los cambios de la luz a lo largo del día que, ni por muy explicados ni por muy entendidos dejaron de parecerle mágicos.

Nina escapó de su ensoñación y se levantó. Fue a la cocina a desayunar, a leer
el diario, a escuchar las noticias y responder mails, como todos los días que,
actualmente, eran todas las madrugadas. El rayo de sol la acompañó hasta el
comedor diario y jugueteó con el texto en la pantalla de su computadora antes de
alcanzar la del televisor. El haz de luz absorbió la mirada de Nina que lo siguió
hipnotizada.

Cuando logró liberarse de ese encantamiento se preparó para un nuevo día de
trabajo. Cargó en su mochila lo que necesitaría para la jornada. Se aseguró de
llevar celular, billetera, llaves de la casa, llaves del auto y partió. Cuando llegó a
la vereda se detuvo a observar las formas que adoptaban los rayos de sol al llegar
al suelo. Después de atravesar el follaje verde esmeralda del fresno, la luz llegaba
a las baldosas en forma de manchas redondas irregulares. “Acá vamos otra vez
con los rayos de sol”, pensó Nina. Y se acordó de cuando su padre le hablaba de
la luz emitida por las estrellas.

El padre de Nina había sido un hombre curioso y observador. Siempre tenía
algún secreto para compartirle. Por la noche la llevaba al jardín a revisar el cielo.
Solía señalarle las estrellas más brillantes y le repetía sus nombres; y hasta sabía
a qué constelaciones pertenecían. Esas son las Tres Marías, forman el Cinturón
de Orión, y esa es la Cruz del Sur, le decía, trazando una curva en el cielo hacia
la derecha. Es la constelación más importante. Los navegantes la usan como
punto de referencia porque la patita más larga apunta al Polo Sur. Y esas dos, las
más brillantes, que están ahí nomás, se llaman El Puntero; sirven para encontrar
la Cruz del Sur.

Nina se sintió un poco insegura, y hasta triste, cuando su papá le explicó que el cielo nunca era el mismo; que seguro que no era igual a lo que estaban viendo en ese momento y que el recorrido de la Tierra alrededor del sol determinaba el cambio de estaciones. Leyes del universo que no por bastante explicadas ni por a duras penas entendidas dejaban de ser misteriosas.

Esa noche, después de cenar, se acordó del rayo de sol que la despertaría por las mañanas. Se había propuesto tapar el agujerito en la celosía, pero ya no estaba tan segura de querer hacerlo. Desde que había entendido de qué se trataba su interés por anularlo se había ido disipando, Después de todo, gracias a él había revivido momentos de su infancia. Podría provocarle nuevos recuerdos en cualquier otro momento. Decidió no pensar más y dejar pasar la insistente luz cada amanecer. Se fue a dormir relativamente temprano; al día siguiente iría a hacer las compras para la reunión familiar de Pascuas.

***
Nina se despertó con la alarma del reloj. El rayo de sol había faltado a la cita. Se incorporó desconcertada. Descansada, claro, bien dormida pero desconcertada. No tenía mucho tiempo ahora para averiguar por qué esta vez la luz de la mañana no se había anticipado a su reloj. Tenía que ir a hacer las compras para el almuerzo familiar del domingo y eso le llevaría mucho tiempo.

Se levantó de la cama. Notó que la mañana estaba un poco fresca. Antes de calzarse las pantuflas se puso un par de medias. Fue hasta la cocina a prepararse el desayuno. La sorprendió una luz ambarina y espesa que inundaba el ambiente. Con las Pascuas había llegado el otoño. La copa del fresno que se erguía frente al departamento había alcanzado la ventana de su piso e inundaba de reflejos dorados el ambiente.

El rayo de luz matutino había partido. Nina sintió que, junto con el rayo de sol, se irían el arcoíris del espejo de la abuela y la exploración de los cielos con su padre. Sintió vértigo por un momento. Su paseo por los recuerdos había evocado una ilusión de seguridad. Una seguridad efímera, que también había partido.

Ya era momento de prepararse para salir a la calle a cumplir con la lista de compras. El tiempo estaba corriendo y Nina sentía que el almuerzo del domingo le pisaba los talones.

*****

08/09/2022
Anécdota colorida que tiene que ver con nos, por Lito Bulwa (mail para Carlos Tomassino)

Te contribuyo aquí con otra anécdota colorida que tiene que ver con nos, meros mortales queriendo compartir conocimientos con los estudiantes de la Universidad de Tandil en los años 70:
Yo (Manuel Bulwa) y mi buen amigo y ex-socio Sergio Porter viajábamos en auto todos los Viernes para dar clases Viernes y Sábado. Un amigo que necesitaba horas de vuelo para su carnet de piloto aéreo nos ofreció llevarnos ida y vuelta en un Cesna de 4 plazas repartiendo el costo de la nafta por persona. Accedimos gustosos.
Salimos a la madrugada de Ezeiza entusiasmados por la aventura. A mitad de camino, el piloto confiesa que los instrumentos no funcionan, así que su única guía de rumbo correcto eran las vías de ferrocarril. No problem, se veían clarito.,.. hasta que las nubes las taparon. No problem, intentamos cruzar las nubes para echar un vistazo... pero cuando casi topamos con unas antenas altas de una estación de bomberos, nos dimos cuenta que las nubes estaban inusualmente bajas. Cuando el piloto admitió que no estaba seguro del rumbo, empezó a volar en círculos esperando que las nubes se disipen... luego de un buen rato en la calesita aérea sobre nubes empedernidas,  el piloto confiesa que si seguimos así, la nafta no va alcanzar para llegar a destino.
No problem... solo deberíamos aterrizar en algún claro y esperar que las nubes paren de reírse de nosotros. Cuando lo intentamos la tierra estaba muy mojada por la lluvia de esas nubes desgraciadas, que seguro se estaban meando de risa. Solo quedaba una opción: aterrizar en la ruta... confiando que no nos confundan con alguno de los grupos violentos de los años 70. No problem... aterrizamos en la estrecha ruta 3 de dos estrechos carriles, empujamos el avioncito a la banquina y nos sentamos a filosofar por un par de horas.
Las nubes se aburrieron de esperar y se fueron, así que empujamos el Cesna hacia la ruta, le pedimos a una camioneta que venía en sentido contrario que regrese un par de cuadras, se atraviese en dos carriles para parar el tráfico mientras nosotros despegamos. El conductor de la camioneta accedió (por temor o por generosidad o por compasión, nunca lo sabremos). Empezamos el taxi en la ruta para tomar velocidad cuando un papanatas en un Citroen 3CV que venía detrás nuestro  en lugar de dejarnos acelerar, puso cara de espanto (imitando "El Grito" de Edvard Munch) y nos pasó. Imagínense... un Cesna contra un 3 CV... cuál acelera más?...tuvimos que esquivar al 3CV gracias a una maniobra magistral del piloto (?) y apurar la palanca de trepar para evitar un desastre. No problem.... llegamos vivitos y coleando... tarde, con algunas canas más, pero llegamos.
La historia no termina ahí, hay más...  El viaje de regreso fue una pinturita...cielos claros, ningún tropiezo... hasta que llegamos cerca de Ezeiza, con nubes que seguro salieron para fastidiarnos... El piloto nos dice (a los gritos, por el ruido) que miremos a los costados y avisemos (a los gritos) si vemos algún jet saliendo de una nube... esperé la carcajada por unos minutos y cuando nunca llegó, aprete los glúteos y me puse atento a la figura de un Boeing amenazando colisión. No problem... la única carcajada que escuché vino de una de las nubes. Obviamente llegamos, porque ahora lo estoy contando...

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19/07/2022
Clementina: el sueño de Manuel, por Mariana Delbue

La Ferranti

La primera vez que oímos hablar de Clementina no se llamaba todavía así, era "la Ferranti" o "la Mercury", y no había emprendido aún el viaje desde Inglaterra hacia estas pampas. Se llamó Clementina recién después que alguien la programó para tocar la famosa melodía.

En esa época no había computadores científicos ni computación científica, no teníamos muy claro el concepto de programación y las cuentas se hacían con calculadora (Fate hacia unas buenísimas) o con mamotretos como la Friden o la Marchand (que eran más para contadores); los ingenieros todavía usaban regla de cálculo. Y así resolvíamos ejercicios de Física I  como por ejemplo calcular la velocidad y la trayectoria de un cohete para que se escape de la gravedad de la Tierra.

Hasta que Manuel Sadosky decidió que en la Argentina tenía que haber una computadora y que el país necesitaba entrenar gente para esta nueva era que él veía venir. Esto es varios años antes que Watson, el presidente de IBM, predijera que con 5 de sus computadoras se iban a poder realizar todos los cálculos que el mundo iba a necesitar hasta el fin de los tiempos.

Manuel hizo frente a todos los obstáculos: el enorme costo (decían que 5 millones de dólares o peor, de libras--no era cierto), la incomprensión de la mayoría de las autoridades ("toda esa plata para un montón de fierros, y para hacer cuentas"), la falta de cuadros entrenados (mandó gente a entrenar a Inglaterra), la imposibilidad de asegurarla, ya que hubo que instalarla en la esquina del Pabellón I de Exactas que estaba directamente bajo la línea de aterrizaje de los aviones en Aeroparque y las empresas aseguradoras aseguraban que tarde o temprano se le iba a estrellar un avión encima

De hecho, la noche de la inauguración de Clementina se cayó un avión de Austral que venía de Córdoba a menos de 1Km de distancia, en la Av. Figueroa Alcorta, y no hubo sobrevivientes. Tal fue el desastre  que los equipos de TV que habían venido a transmitir la ceremonia de inauguración se fueron a cubrir el accidente

Y así nació el Instituto de Cálculo, que fué un semillero maravilloso de informáticos durante los años 60

El Instituto de Cálculo

Es difícil explicar la sensación que daba entrar al "sancta sanctorum" del Instituto, la sala de Clementina.

Era como la catedral del mundo futuro, un enorme salón blanco, el aire casi helado,  con una plataforma de unos 20 m. de largo, 2 m. de ancho y unos 60 cm. de altura, y arriba, ELLA, compuesta de 2 hileras de gabinetes metálicos de un color rosado-violeta pálido.

En esa época no era común el aire acondicionado (la mayoría de los cines no lo tenían) pero como Clementina generaba muchísimo calor con sus miles de válvulas y sus kilómetros de cables, era indispensable enfriarla.

Entrar a la sala de Clementina producía una sensación de frío polar y de respeto un poco religioso mezclado con algo de magia. Necesitaba una tripulación permanente de mantenimiento, a cada rato se quemaba alguna válvula.

Nunca la vimos con todos sus gabinetes cerrados, siempre había alguien arreglando algo, parecían abejas obreras alrededor de la abeja reina o sacerdotes de una religión extraña alrededor de su altar.

Los programas se hacían en unos tableros rectangulares, conectando pares de agujeros con cables y luego de probarlos se almacenaban en cinta de papel, que tenía 5 espacios de ancho (o sea podía almacenar 25 = 32 caracteres) y una hilera de agujeros chicos entre el 2do. y 3er. espacio para tracción.

Los programas eran rollitos de esta cinta, recuerdo ver miles de estos rollitos en los cuartitos de los sacerdotes de Clementina (en Exactas la gente no tenía oficina, tenía "cuartito"). Todavía no distinguíamos entre "los de hardware" y "los de software", todos  hacían un poco de todo.

Para los datos de entrada y de salida se utilizaba la misma cinta de 5 perforaciones, Clementina tenia 4K de memoria….. y nos parecía una enormidad. Los programadores viejos aún tenemos pegada esa costumbre de ahorrar memoria (y disco, pero eso es mucho después).

En la siguiente etapa tecnológica, cuando vinieron las tarjetas Hollerith de 80 columnas (las de IBM, que mucho después usó el PRODE), los programas y los datos se guardaban en cajones especialmente diseñados de 1m de largo con enormes mazos de estas tarjetas.

Recién en los 70s con la cinta magnética pudimos grabar y editar los programas de una manera un poco más humana: imaginen tener que reemplazar tres sentencias (tres tarjetas) en un cajón con 15,000 tarjetas. Y ni hablar de la cinta de papel, había que re-perforar toda la cinta o cambiar el pedazo que contenía el error con unos aparatitos que se parecían mucho a los "splicers" que usaban los editores de cine

Mi hermano Billy

Mi hermano Billy (Guillermo) se hizo físico un poco por casualidad, él en realidad había entrado a Exactas a estudiar química, empujado por un abuelo que necesitaba un químico para su fábrica, pero ya en el curso de ingreso (que así se llamaba entonces el CBC) se "pasó" a física.

Había sido el estudiante más joven que entró a la facultad; a los 14 años se puso los pantalones largos para ir a inscribirse. Esto en aquel tiempo era todo un rito para los varones, como era para las mujeres usar medias largas, y me pidió que lo acompañara porque le daba miedo ir solo (yo tenía 12 y todavía usaba zoquetes). Billy se recibió en tiempo récord y a los 18 años ya era físico.

Le encantaba la electrónica, de chico vivía con un soldador en la mano, hacía radios y las dejaba tiradas por toda la casa, sin molestarse en ponerles una carcaza.

Todos los amigos tenían radios desnudas de regalo, que en aquella época, antes de la TV, no era cosa de despreciar.

Para cuando Billy se recibió, en el 58, en Exactas reinaba un fuerte sesgo hacia lo teórico: para ser considerado un físico "serio" había que ser particulista, nuclear o astrofísico; a los aplicados, y especialmente a los electrónicos, los llamaban "físicos de enchufe".

Nos pasaba algo parecido a los matemáticos, recuerdo que al momento de elegir mi cuarta materia optativa (ya había hecho las tres Físicas elementales) quise hacer Mecánica II (Fluidos) y el Departamento de Matemáticas no aceptó mi pedido porque "eran demasiadas físicas".  Finalmente me permitieron cursarla gracias a la intervención del Dr. Alberto González Domínguez (va mi agradecimiento para Don Alberto).

A Billy le gustaban sin remedio las válvulas, los osciloscopios y la electrónica, trabajaba en el laboratorio de microondas de la facultad, rodeado de una maraña de cables y pantallas con sinusoides y curvas de lissajous, de modo que rápidamente se ganó el título despectivo de físico de enchufe.

Cuando apareció Clementina fue para él una cuestión de amor a primera vista, inmediatamente se anotó en el grupo de abejas obreras y se pasaba la vida alrededor de ELLA

El Censo de 1960

Mientras tanto se hizo el Censo decenal de 1960 y nuestros burócratas, aún sabiendo que la única computadora que tenía el país funcionaba a cinta de papel, habían hecho perforar los datos del censo en tarjetas Hollerith (las de IBM).

Pensándolo bien (....o quizás mal), podríamos ver aquí una de las primeras intervenciones de IBM en las decisiones informáticas de nuestro sector público, una larga historia que culminó en la década del 90 con el escándalo del Banco Nación.

Aunque en realidad, las tarjetas Hollerith que vendía IBM, que se usaban con las primeras computadoras y las tabuladoras que también vendía IBM, ya eran casi un stándard mundial, pero nuestra Clementina no las podía leer.

El Conversor al Revés

Así las cosas, con el Censo en tarjetas y nuestra única computadora leyendo cinta, alguna mente brillante tuvo la idea de convertir las tarjetas a cinta de papel, y ahí mismo se juntaron un equipo de físicos de enchufe, entre ellos Billy, armados con portaminas de 0.5mm para diseñar y soldador en ristre para armar el Conversor de tarjeta de 80 columnas a cinta de 5 perforaciones.

Fueron meses de prueba y error y noches sin dormir hasta que el aparato vió la luz. Era un rack del tamaño de una heladera mediana lleno de cables y válvulas que hacía un zumbido parecido al de una colmena....y por supuesto, no tenía carcaza ni gabinete

A nadie se le ocurrió que por lo general se convierte hacia adelante en el tiempo, para aprovechar datos almacenados en una tecnología anterior con una tecnología más moderna, de modo que lo que habían armado era un Conversor al revés,  que iba de una tecnología más nueva a una más vieja.

Pero para el Instituto de Cálculo era muy importante que Clementina procesara el Censo del 60.

El proyecto fué ejemplar en su prolijidad, se conservaron los planos y la documentación técnica, y hasta se hicieron manuales de uso, tal vez con la idea de compartir el Conversor con otras instalaciones de Ferranti en el mundo ( serían unas 5 a 7 a lo sumo), lo cierto es que cuando el armatoste finalmente funcionó era el orgullo del Instituto

El Golpe y la Noche de los Bastones

Entonces vino el golpe de Onganía, la gente de Exactas nos enteramos que no gozábamos del beneplácito del nuevo régimen, y que además, éramos "subversivos"-- la palabra todavía era nueva. 

Y sucedió la noche de los bastones largos, que significó la mutilación de nuestra ciencia y tecnología por décadas.

Los profesores fueron apaleados por la policía y se fueron masivamente del país, a fundar escuelas de física y de matemáticas por todo el mundo … las nuevas autoridades descabezaron (y eventualmente cerraron) el Instituto de Cálculo (el más subversivo de todos) y durante años se sintió en el país la escasez de informáticos en las empresas, en el sector público y en la educación.

Esto era una década antes del proceso, y afortunadamente los profesores pudieron escapar con vida, pero el Conversor no se pudo escapar. Vaya uno a saber qué cosa pensaban los milicos que estaban apaleando cuando lo hicieron trizas aquella noche y quemaron la documentación y los manuales.

Tal vez, en en su inmensa estupidez, imaginaron  que era algún diabólico aparato de guerra (o un "arma de destrucción masiva"?) con el que los subversivos de Exactas planeaban derrocar al nuevo régimen.

Y el Censo del 60 siguió sin procesar unos cuantos años mas..... Ah, me olvidaba: esto no es un cuento, esto sucedió. 

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06/09/2020
MI CARRERA INCONCLUSA, por Luis Pees Labory

Ya jubilado, con poca actividad como Síndico Concursal y como Perito Contable, y con ganas de saber algo relacionado con la psicología, me bajé del “19 – Plaza Once a Carapachay” en Federico Lacroze, a la altura del FC Urquiza, con la idea de tomar el subte B, que me dejaría, en esa mañana lluviosa, más cerca del Estudio.
Al pasar por el edificio anexo a la estación del tren, que parecía tomado por una Asociación de Ayuda Comunitaria, me encontré con un cartel escrito en una pizarra que decía “Curso de Psicología Social – Sin estudios previos – duración tres años”…  Me llamó la atención el no-requisito pero entré para averiguar. Alguien  me indicó que debía presentarme el día miércoles a las 18 hs y hablar con la persona que dictaba el curso. El siguiente miércoles estuve ahí, puntual, en el amplio tercer piso, llevado por un ascensor que invitaba a subir por escalera. Había otras personas esperando al profesor. Unos minutos después apareció alguien con actitud de profesor. Nos preguntó si veníamos al curso y nos invitó a entrar a una sala.
Sentados en círculo, nos pidió que nos anotásemos en un papel que circuló, y nos pidió que nos presentáramos, nombre, edad, actividad, estudios, etc. Ahí me enteré que éramos una fauna diversa, desde personas con estudios primarios, pasando por enfermeros, y terminando con un profesional con un postgrado que no mencionó para no romper la desarmonía del conjunto.
Así fue que el profesor comenzó a contarnos de qué se trataba el curso. Nos dijo que había estudiado con Pichón Riviere (el impulsor del tema en la Argentina) – a quien yo conocía de mentas, y a quien la mayoría desconocía. Cuando el profe nos preguntó si conocíamos la obra de Sigmund Freud, se hizo un silencio de radio… Yo también hice silencio porque si bien conocía al fulano, y había tenido sesiones con un psicólogo, conocía el título de algún libro, sobre los sueños, pero jamás había leído algo de su obra.
Luego nos preguntó a cada uno el motivo por el interés en el curso. Yo le dije que tenía curiosidad por saber de qué trataba, ya que mi pareja era psicóloga y a veces compartíamos temas relacionados con su profesión. Otros compañeros comentaron que no habían podido cursar todo el secundario por razones económicas pero que en ese momento podían dedicarle horas al estudio y, de recibirse, sería un gran halago para ellos, y hasta un cambio de vida.
Realmente era gente muy linda por su necesidad de crecer, y por atreverse a lograrlo.
El profesor nos dijo que el curso había comenzado el año anterior, que los jueves daba el curso para quienes habían aprobado el primer año, y que al aprobar el tercer año nos daría un Certificado indicando que éramos Psicólogos Sociales.
Al terminar la clase, bajamos juntos por la escalera, y me pidió que lo esperase porque quería decirme algo. Luego de hablar con alguien del edificio comunitario, se acercó y me dijo: “Vos tenes otro nivel… si te interesa podes venir los jueves, al segundo nivel, hay gente que sabe del tema, nada que ver con los del primer curso…”. “Pero - le dije - yo apenas conozco del tema…”.
 “Vení y ves, yo creo que pronto vas a estar a tono”. “Bueno - le dije - mañana vengo y veo”.
Al llegar a mi casa, mi pareja me preguntó que tal el curso…
“Bien” le dije, y le conté la experiencia. Había aprobado el Primer nivel yendo a una sola clase.
Ahí nomás, les mandé un mensaje a mis hijas diciéndoles: “Feliciten a su padre, pasé a segundo año”. “De queeeeeeeeé?” Fue la respuesta inmediata (y en tono grosero de mi hija mayor, la médica). “Cómo de qué, de la carrera de Psicólogo Social”…contesté. Pensó que era una broma…
El jueves, o sea al día siguiente de mi primera clase de la carrera, comencé a cursar el segundo nivel. El nivel del grupo era muy distinto. Todos sabían de qué trataba la cosa. Lo primero que hizo el profesor fue darme unas fotocopias (cuatro hojas doble faz) con un resumen de la vida del gran Sigmund F.
“Yo no pescaba una…ni con red”. Hablaban de teorías, intercambiando opiniones y experiencias (había quien ejercía la profesión de algo que sonaba parecido “couching o counseling”), y yo no había llegado a leer el dorso de la primer hoja del resumen de la vida de don Sigmund.
Eso sí, después de la segunda clase, promoví ir a comer buena pizza a la Santa María – Olleros y Avda. Corrientes -. Allí, la cosa cambiaba, hablábamos de cualquier cosa, donde yo era el veterano experimentado en cine, teatro...
Luego de tres o cuatro clases, el profesor viendo el buen nivel de los asistentes (sin excluirme, obvio…) nos dijo que el Curso iba a terminar a fin de año. O sea que estábamos muy cerca de recibirnos.
……….
Ni siquiera me dio para decirles a mis hijas que me recibía a fin de año. Mi vergüenza pudo más que el título que me permitiría ejercer tan noble profesión. Hablé con el profe y le dije: “No puedo seguir, no agarro una, hablan en un idioma que no comprendo. Ni siquiera leí toda la vida de Freud que me diste en fotocopia”. Me instó a seguir… le agradecí mucho y me despedí.
O sea, que no soy PSICÓLOGO SOCIAL, porque no quise… ¿les queda claro? ¡!!!
Luigi

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06/09/2020
EL DESARMADERO, por Ricardo Forno

Era un pibe como cualquiera; unos diecisiete años, más vale delgado, casi siempre enfundado en un mono azul. El padre había fallecido hacía pocos meses dejándolo al cuidado de un desarmadero de automóviles. De la madre poco se sabía; había abandonado al esposo unos diez años atrás al desaparecer con destino incierto.
El chico más o menos se las arreglaba; de vez en cuando venía un peón para ayudarlo. El negocio le permitía vivir con cierta comodidad.
Habíamos sido compañeros en la escuela secundaria. Nunca supe cuál era en realidad su vocación porque cada tanto cambiaba de horizonte, pero siempre andaba en experimentos raros. Desde antes de la muerte del padre, a veces lo visitaba en el desarmadero y jugábamos unas partidas de ajedrez como antes en la escuela.
Ese día lo vi muy meditativo. Perdió un par de partidas en las primeras jugadas. Al rato, como si tuviera necesidad de desahogarse, me hizo una confidencia que era más vale una pregunta:
—Quiero desarmar una tortuga.
—¿Una tortuga? Cómo, ¿una de ésas que se usan para iluminación? ¿O una tortuga de verdad?
Me llevó hasta el fondo y me la mostró. Era una gigantesca tortuga de agua, regalo de un cliente. Al principio no sabía qué darle de comer, pero después un veterinario le dijo que eran animales carnívoros y la alimentaba con carne picada.
—¿Desarmar la tortuga? ¡Estás loco! No es un auto. No tiene nada mecánico. Lo que vas a hacer es matarla; encima harás sufrir al pobre animal.
—No creas. Ya lo averigüé. Aguantan cualquier cosa. Pueden vivir sin cabeza varios días. ¿Te acordás que quería ser cirujano? Acá se me dio la oportunidad. Después de desarmarla y estudiarla la vuelvo a armar y listo. Teneme fe.
—No es eso. Vos podés hacer lo que quieras y no me importa si la podrás o no volver a armar, aunque me parece que no. Pero lo que no me gusta es que hagas sufrir al animal; no me digas que le vas a dar anestesia.
—¿Anestesia? ¡Ni mamado! ¿De dónde la saco? ¿Y cómo se la pongo? No, le voy a dar derecho viejo con un cuchillo bien afilado y un par de destornilladores y pinzas.
—Bueno, insisto. Estás loco. Pero hacé como te parezca. Ni se te ocurra que vaya a participar en esto. Por supuesto, no vengas después a pedirme ayuda, eh.
—No te preocupes, no te voy a molestar.
Me fui. Estuve más de una semana sin volver, pero al fin la curiosidad venció mi repugnancia y regresé.
El espectáculo que me aguardaba era dantesco. Las partes de la tortuga estaban por ahí, desparramadas entre radiadores rotos y carrocerías destrozadas. Pero no se vaya a creer que estaban quietas, no. Los caparazones inferior y superior no se movían, por supuesto, pero las cuatro patas se agitaban y cambiaban de lugar; en la cabeza los ojos giraban y parpadeaban; el corazón latía, despacio; los intestinos se movían con lentos espasmos... Quise evitarlo, pero vomité el desayuno completo.
—¡Sos un hijo de puta! ¡Pobre animal, mirá lo que le estás haciendo!
—No es para tanto quilombo. ¿Nunca viste un perro chocado por un auto? Ésos sí que sufren. Esta tortuga no siente nada, te lo aseguro. Volvé la semana que viene y la vas a ver de vuelta armada, ahora que ya aprendí cómo funciona.
Me fui corriendo sin contestarle palabra, puteando para mis adentros.
Más tarde me calmé. Medité: los egipcios y los mayas practicaron trepanación de cráneos; hoy eso es rutina; ¿por qué este pibe no puede descubrir algo que ayude a la humanidad? Es medio genio. En una de ésas encuentra cosas útiles para el trasplante de órganos, o para reparar las articulaciones, qué sé yo...
Así que una semana después estaba por el desarmadero. Por las dudas había evitado desayunar. No sé qué esperaba ver esta vez, pero no me imaginaba la tortuga vivita y coleando. Tal vez hubiera abandonado el experimento y los restos del animal estuvieran ya en la basura.
Me equivocaba. El pibe me recibió muy alegre. Me llevó al fondo y me mostró la tortuga. ¡Estaba viva y armada por completo, como si tal cosa!
—¿Pero es la misma tortuga? ¿No estarás insistiendo con otra, verdad?
—Te juro que es la misma. ¿Te acordás de esa mancha como un defecto que tenía del lado izquierdo del caparazón? ¡Mirala, aquí está!
Comprobé que era cierto.
—La verdad, fue más fácil de lo que esperaba. La armé con cuidado y salió andando, como aquel fitito que había chocado mi abuelo, ¿te acordás? Y mirá la vitalidad que tiene y cómo morfa, la muy hija de puta.
Le acercó un trozo de carne a la boca; la tortuga comenzó a comerlo con mayor velocidad que la esperable de ese animal, pero la cosa no terminó ahí. Al llegar al extremo de la carne que sostenía el pibe con la mano, la tortuga lanzó un tarascón y le mordió los dedos. Él pegó un alarido, pero la tortuga siguió masticándole los dedos; antes de que pudiera darme cuenta ya le estaba comiendo la mano entera. Quise arrancarlo de las fauces de la tortuga pero no pude. Salí corriendo para buscar ayuda. Cuando volví con unos vecinos sólo quedaba parte de la ropa del muchacho; la tortuga había desaparecido.

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01/05/2021 
RECUERDOS y EMOCIONES del CINE (parte de 6 a 12 años – 1948/54), por Luis Pees Labory 

Allá por los finales de la década del 40, mis padres comenzaron a llevarme al cine. Vivíamos en Villa Crespo, en la calle Aguirre entre Thames  y la Avda. 17 de octubre (hoy Juan B. Justo), a cinco cuadras del primero de los cines que había en la Avda. Corrientes y a nueve cuadras del primero de los cines sobre Avda. Córdoba. Esta ubicación geográfica la hago porque no tengo explicación para contar por qué mis padres nunca me llevaron a los cines de la calle Corrientes. A dichos cines comencé a ir, junto a mis amigos del barrio, cuando lograba que las finanzas familiares me permitieran pagarme la entrada (de menor) y una porción de pizza a la salida, acompañada la mar de las veces, por un vaso de agua.

Esos cines eran tres, el Villa Crespo, al que iban los “rusos” con sus esposas los sábados por la noche; el cine-teatro Mitre más dedicado a películas de Chaplin, del Gordo y el Flaco, y algunas de cowboys; y el cine Rivoli, más cerca de la Avda. Canning (hoy Scalabrini Ortiz) que reventó de público cuando dio “Qué suerte tiene el marino” con Dean Martin y Jerry Lewis y con “El hombre quieto” con John Wayne y Mauren O’Hara. Vale decir que en todos los cines de mi barrio, en temporada de verano se abría el techo para airear un poco el ambiente en los intervalos.

En la avenida Córdoba íbamos al cine Gran Córdoba, a metros de la Avda. Canning, y al cine Rialto, esquina Lavalleja. En dichos cines daban tres películas, un estreno y dos con variados temas (amor, aventuras, humor, etc.), pero con mis padres siempre veíamos primero la que estrenaban y luego las otras dos. Cabe aclarar para los jóvenes lectores, que en total los cines proyectaban seis (6) películas, en dos secciones, la primera que comenzaba tipo 14 hs.  y la segunda a las 19 hs.

Y por qué íbamos a ver la última de la primera sección, simplemente porque íbamos en días de semana, luego de mi escuela primaria turno tarde, y porque entrando durante la primera sección la entrada era más barata…

Mi viejo no se perdía ningún estreno de  cine italiano, fuesen dramas como “Ladrones de bicicletas”, “Roma ciudad abierta”, como graciosas: “Un domingo de verano” con Aldo Fabrizzi y el debut de un joven Marcello Mastroianni, que hacía de vigilante. O las de Totto, Pepino de Filippo, y las de Fernandel haciendo de Don Camilo, el cura que se peleaba con su amigo-rival comunista (hecho que me enseñó que dos personas podían estar en veredas muy distintas, sin que existiese una “grieta” que les impidiese ser compañeros en la vida). Obviamente no nos perdíamos las de Lolita Torres (la que nunca besaba), como “La mejor del colegio” y otras por el estilo.

Films americanos no recuerdo haber ido a ver con ellos.

Sí, solo con mi madre, cuando fuimos a ver “El manto sagrado” en Cinemascope, recién estrenada en el Gran Córdoba, cuya entrada costaba $12, nada que ver con el precio común del cine de entonces. Y para lo cual, mi vieja retiró de un sastre un sobretodo que me había comprado – y que había encargado achicarlo – con la excusa que no podía pagarlo o algo así… y que al final terminó achicándolo ella…

Y junto con mis viejos íbamos también al Rialto, al que llegábamos vía tranvía. Este cine tenía el proyector en un costado, así que en la pantalla el film se veía con una soportable deformación.

-Fue en los depósitos de dicho cine donde la autollamada Revolución Libertadora escondió el cadáver de Evita, antes de enviarlo a Italia.- 

Y ya mayorcito, llegaron las auténticas salidas al cine con los pibes del barrio – algunas veces condicionadas cuando mi “hermano de sangre” (1) llevaba a su hermana, y debíamos portarnos muy juiciosamente para que la madre no lo fajase -, léase: no tirar ciruelas “verdes” a los espectadores sentados más adelante, o empujar al acomodador al foso para la orquesta (esto solo en el cine-teatro Mitre), o tirar bombitas de mal olor, etc. Ojo, yo era uno de los ideólogos, jamás ejecutor, para eso estaba mi “hermano de sangre” o algún otro atrevido (palabra en desuso).

Y obviamente, luego de ver una de espadachines, como Scaramouche con Stewart Granger, íbamos a comprar varillas de mimbre para hacernos espadas. O bien, para armar arcos y flechas luego de ver Robin Hood (con Erroll Flynn).

Y gozábamos con las pelis de Toscanito (Andresito Poggio) de la cual recuerdo “Toscanito y los detectives”. Aunque también fuimos a ver a la insoportable Adrianita con Adolfo Stray  (“La niña del gato”).

Era la época de Gary Cooper, el parco cowboy (lo pronunciábamos “CONVOY” ni siquiera con B larga). Y cuando jugábamos al policía y ladrón, decíamos “KITIMONI”) en lugar de, cosa que supe muchísimos años más tarde – GIVE ME THE MONEY –. También de Kirk Douglas, Burt Lancaster, de Errol Flynn, y otros…

El film que más recuerdo es “A LA HORA SEÑALADA”, y su canción interpretada por Franky Laine. Además de recordar a la morena que competía con la dulce Grace Kelly, la que sería uno de mis grandes amores de adolescente hasta que me engañó con Rainiero de Mónaco.

En dicho años en el cine Villa Crespo, los martes por la tarde era el Día de Damas, (si la entrada costaba $2.- ese día costaba $0,80) donde daban tres películas de amor mexicanas, españolas, mezcladas con algunas argentinas. Jorge Negrete, Jorge Mistral, eran los galanes de moda.

Época donde en los dos intervalos de las tres pelis, se podía salir a la calle con una buena excusa; el acomodador te daba un cupón de contraseña que servía para volver a ingresar a la sala. Algunos pillos se la pasaban a algún amigo, para hacer lo que hoy se conoce como el DOS por UNO, salvo que el acomodador fuese demasiado memorioso, y te sacara a patadas en el c….

Eran los tiempos en que algunas veces, para llegar a juntar la guita para la entrada, yo le vendía al “turco botellero” del barrio todos los diarios que encontraba en mi casa y algunos envases vacíos, agregándole entre medio alguna piedra pesada o ladrillo, que con toda seguridad la precisión “electrónica” de la balanza del turco ya había descontado con creces. Pero quién me quitaba la ilusión de haberlo engañado…

Lo importante de esa época fue para mí poder expresar en la oscuridad de la sala los sentimientos que me despertaban algunas escenas de pelis… Desde carcajadas a morir con Jerry Lewis o con Pepe Iglesias, hasta esa mezcla de sentimientos que deparaban algunos personajes del genial Luis Sandrini. Y el llanto, contenido a veces pero que igual desbordaba en lágrimas al ver la escena final de “Pasó en mi barrio”, con Tita Merello y Mario Fortuna, escena que cada vez que la veo me conmueve más.

Y ya que hablamos de sentimientos y escenas, trataré de recordar algunas que sobresalen en mi recuerdo, a saber:

- Sigo escuchando los gritos de Laurence Olivier en Cumbres Borrascosas, al quedarse sin su gran amor “Kitty…Kitty…”

- La escena final de Algo para recordar, cuando Cary Grant va a visitar al gran amor de su vida, que había faltado a la cita convenida en la terraza del Empire State de N.Y., y descubre que ella no había ido porque al cruzar la calle la había atropellado un auto y había quedado paralítica. (nota para mayores de 60: Si no los conmovió esa escena, apaguen la compu y vayan a ver a Tinelli)

- Angustia de un querer: Veo a William Holden y a su amada Jennifer Jones caminando en una colina verde que daba al mar, y luego a ella sola recordando a su amado muerto en un accidente., con el fondo la canción “El amor es una cosa esplendorosa…”

- Casablanca, la escena donde H. Bogart y Ingrid Bergman pasean felices por París… y la escena final, donde H.B. se queda con el gendarme cómplice y le dice “este puede ser el comienzo de una buena amistad”.

- Alta Sociedad, con Grace Kelly y los monstruos Bing Crosby, Frank Sinatra y Louis Amstrong con su trompeta. Lujo de comedia fina.

- Avivato, con Pepe Iglesias, donde realmente me reí como loco, en el Gran Rex.

- Picnic: la escena sensual del baile de Kim Novak con William Holden, en la kermesse del pueblo. Imposible mejorarla ¡!!

(1)     Mi “hermano de sangre”, Caruso, fue quien luego de ver un film de cowboys y de indios conmigo, un día en que me lastimé jugando y sangraba un poco, le propuse repetir el sello de sangre que habíamos visto entre el carapálida y el pielroja. El aceptó, para lo cual se hizo un tajito para sangrar… Luego juntamos nuestras sangres y sellamos la hermandad para siempre… Como bien dice él, yo fui el ideólogo y él quien hizo el sacrificio…

(Continuará)

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14/05/2020
UNA ESCUELA LLAMADA PELOURO, por José Miguel López de Lagar

Viendo el precioso video que publicó Ida Bianchi sobre los niños aprendiendo sobre el arte de la pintura, me acordé de pronto de una experiencia inolvidable que vivimos hace unos cuantos años en Galicia, España.

En ese viaje y, casi por casualidad y sin tener la menor idea qué era lo que íbamos a ver, tuvimos la oportunidad de visitar la “Escuela de Innovación O Peleuro”, está ubicada en Caldelas de Tuy – Pontevedra – España.

Habíamos ido a Galicia con unos amigos, vigués él, porteña ella, para recorrer las maravillosas Rías Altas y Baixas, y asistir también a la Misa del Peregrino, en Santiago de Compostela.

Los fundadores de esta Escuela, a quienes conocimos y mucho, fueron Teresa Ubeira Santoro y Juan Rodríguez de Llauder, psicopedagoga y psiquiatra respectivamente. Dos maravillosas personas en todo el sentido de la expresión, que amaron mucho lo que hacían, característica esta que se trasuntaba en cada rincón y piedra del edificio donde funcionaba esta Escuela.

Fueron dos revolucionarios que lucharon denodadamente para generar una forma diferente de enseñar, a un alumnado en el que convivian y conviven, un centenar de niños y niñas de todas las edades entre los que hay autistas, superdotados, con síndrome de Down y con diversos problemas mentales y emocionales.

Lograron que egresaran con título secundario aquellos que, en las escuelas clásicas, nunca lo habrían lograrlo.

Seguramente lo que más les costó, fue bregar con la burocracia de las autoridades educacionales españolas, para que les concedieran vallidez a los títulos obtenidos en esta Escuela.

Cuando nosotros fuimos, recorrimos todas las instalaciones y terminamos llorando a mares por la emoción de ver semejante obra.

Hoy Juan ha fallecido y Teresa no está muy bien de salud. 

Como dije, la institución está ubicada Caldelas del Tui, que es un lugar muy especial, sobre el río Miño, a un paso de Portugal, con gente muy noble que todavía respeta la palabra y el apretón de manos.

En esa escuela quedamos maravillados, si bien no somos especialistas en estos temas, al ver los libros que usaba y algo de la enseñanza que impartían.
Los libros que utilizan los van haciendo los mismos alumnos con lo que van aprendiendo y proponiendo, por supuesto bajo la tutela de los profesores.
En cuanto a la enseñanza, nos impactó como usaban en esa clase de arte, la comparación como herramienta didáctica.

El día que fuimos, estaban enseñando pintura y, en lugar de hablar de las caracteríticas de Goya o de Velázquez, ellos usaban la comparación diciendo:
“A ver niños, que cosas diferentes veis en esta pintura de Goya y en esta de Velázquez”. Y así jugando, casi como en un juego de los siete errores, iban descubriendo características de trazos, colores, proporciones y demás características de cada artista, para finalmente crear un texto sobre estos cuadros. 

Juan me decía por lo bajo: esto no se lo olvidan más, y lo gracioso en que lo aprenden casi jugando.

Por otra parte, en ese ambiante casi sin presiones, conseguían una fantástica convivencia con niños con diferentes problemas y edades. 
El resultado?, simplemente maravilloso.

En aquel año, habían ido educadores de muchos paises para estudiar esta metodología que curiosamente llamaban Pelouro. Y digo curiosamente, porque cuando les preguntamos por qué Pelouro, Teresa nos dijo que Peloruo, llaman ellos la piedra de canto rodado que está en los ríos, que comienza como una roca áspera con bordes cortantes y que, gracias al masajeo del agua, va rodando y se va puliendo para convertirse en una piedra sin aristas y con bordes redondeados y suaves. 

No se nos ocurrió otra cosa que abrazar a esta pareja de luchadores, besarlos y agradecerles una de las tardes más bonitas que pudimos pasar.
Cuando volvimos a la casa de nuestro amigo, a la sazón primo de Teresa, nos preguntó si nos había gustado la visita.

No tuvimos palabras para explicar cómo nos sentíamos.

Aunque esta no sea la panacea educativa, me di cuenta que hay mucho que tenemos que aprender en la materia, sobre todo mirando para un futuro que viene a toda velocidad y que, seguramente, nos va a sobrepasar.

Gracias Ida por hacerme acordar de todo esto.

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06/02/2020
LA COLONIZACIÓN DE VENUS, por Ricardo Forno


Las crónicas al respecto son muy detalladas; no dejan la menor duda sobre los hechos.

Allá por el 3500 de la era cristiana, el Gobierno Central de la Tierra se convenció de que la única solución para el problema del aumento de la población terráquea consistía en llevar parte de la misma a otros planetas. En realidad, esto era sólo un pretexto para el inextinguible instinto colonialista que ya no se podía ejercer en la propia Tierra desde la instauración del Gobierno Central único.

Desde hacía mucho se había estudiado la posible colonización de diversos cuerpos del espacio. Aunque había pequeños asentamientos en la Luna y en Marte, era impensable una emigración masiva debido a la falta de atmósfera. En la Luna, una atmósfera artificial se mantendría por un tiempo muy escaso. En Marte, el problema era similar; aunque se intentó descomponer los óxidos de la superficie para obtener oxígeno, la presión resultante se mostró insuficiente y, cuando se la pudo aumentar algo, la atmósfera pronto comenzó a desleírse en el vacío; el costo de construir una campana de presión se demostró excesivo; y por otra parte, la lejanía del Sol impedía prosperar a los vegetales.

Júpiter y los otros planetas exteriores estaban fuera de la cuestión; Mercurio era demasiado tórrido y con los mismos o peores problemas que la Luna o Marte; y los asteroides y los varios satélites tampoco ofrecían posibilidades interesantes. En cuanto a otros sistemas planetarios, la tecnología aún no había permitido alcanzarlos; aparte, no había uno más o menos cercano con planetas similares a la Tierra, y los tiempos para viajes tripulados eran prohibitivos; todos esos inconvenientes dejaban como única opción a Venus.

Pero Venus, aún en el 3500, no era apto para la Vida. La temperatura en la costra sólida era de unos 450 grados centígrados, no tanto por la mayor cercanía del Sol como por el efecto de invernadero de su espesa atmósfera, compuesta principalmente por anhidrido carbónico, nitrógeno, agua y ácido sulfúrico, y cuya presión era 90 veces mayor que la de la atmósfera terrestre. En resumen, un ambiente totalmente hostil para la Vida.

Los científicos terrestres ya habían elaborado un plan para hacer habitable a Venus. En la Tierra habían desarrollado cepas de bacterias que prosperaban en condiciones análogas a las de las capas superiores de la atmósfera venusina, metabolizando los gases existentes para manufacturar oxígeno bajo el influjo de la luz solar. Se especulaba con que en pocos años la acción de tales bacterias transformaría la química gaseosa de Venus hasta hacerla similar a la terrestre. Luego irían precipitando diversas substancias, adelgazando la capa gaseosa y disminuyendo su formidable presión. Con la desaparición de los gases primigenios, cesaría el efecto de invernadero, y las temperaturas se irían haciendo más aceptables. Aunque la zona tropical continuaría siendo tórrida e inhóspita, se calculaba que en los polos las temperaturas serían similares a las de la zona templada terrestre.

Concluida la primera fase, continuaría la colonización con el envío de algas y plancton a los mares, y vegetales a las partes emergentes. Luego se enviarían peces a los mares y otros animales útiles a las islas y continentes. Y finalmente, cantidades masivas de la población terrestre podrían colonizar Venus.

El plan se cumplió en todos sus detalles en un plazo de sesenta años terrestres, cuando ya el aumento de la población hacía insostenible la situación en el planeta de origen. Podría uno preguntarse si los científicos terrestres eran tan poco hábiles como para no saber controlar el crecimiento demográfico; por cierto que sabían cómo hacerlo, pero las condiciones políticas imperantes se lo habían impedido. Ésta es otra historia que ha quedado registrada en las crónicas y que alguna vez contaremos.

Pero terminemos ahora con Venus. Se había logrado la colonización del planeta al transformar sus condiciones físicas, originalmente no aptas para la Vida, en otras perfectamente aceptables para los terráqueos.

Fue entonces cuando los científicos terrestres descubrieron una invasión de extrañas partículas en la atmósfera de la propia Tierra. Estas partículas transformaban el oxígeno, el nitrógeno y el agua en compuestos extraños, que rápida e incontrolablemente barrieron a toda la población terrestre, no sólo la humana —científicos incluidos— sino también animal y vegetal. Ya no habría más problemas de exceso de población terrícola, aunque por suerte quedaban sus clones en Venus, no se sabe por cuánto tiempo. Los científicos de Xix, del Sistema de Fomalhaut, habían encontrado en la Tierra un planeta cuyas características eran muy favorables para la colonización, exceptuando su atmósfera, totalmente inapta para la Vida.


Eso cuentan las crónicas de la Vía Láctea.


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09/01/2020
EL ÚLTIMO VUELO DEL ABUELO, por Luis Alberto Carelli
  Siete de la mañana, la claridad recién asomaba y el abuelo, a pesar de la hora, ya aparecía despierto en la cocina. El cielo diáfano y transparente, unido a esa temperatura excesivamente elevada para la época, se empeñaban en contradecir el espíritu y la tradición de ese feriado de mediados del otoño.
  El hombre se veía pensativo junto a la puerta que daba al parque, cuando su nieto se cruzó con él. Era extraño que en el feriado del Día del Trabajador el nieto tuviera que trabajar, pero ese día era el ideal para que los gurkas pakistaníes a su cargo, mudaran el software de aplicación al poderoso hardware recién instalado.
  Abuelo y nieto, que tenían entre sí un lazo entrañable, se entrelazaron en un abrazo de varios segundos de duración. Ezequiel, el nieto, partió, e Ilarraz, el abuelo, quedó mirando el jardín mientras dos lágrimas enormes rodaban por sus mejillas.
  El anciano, que ya había superado los ochenta, enjugó su rostro con el dorso de su mano y salió al espacio abierto mal iluminado por el sol naciente, portando una silla de lona, un vaso de leche y un ícono que nadie que lo conociese bien, podía pensar que sería acariciado alguna vez por sus manos.
  Miró el jardín del fondo de la casa como si lo viera por primera vez, fijó su vista en los dos árboles que lo adornaban: un viejo nogal y un jacarandá, mucho más joven, que había plantado junto a su nieto cuando el niño tenía apenas tres años.
  Ubicó la sillita bajo el árbol autóctono y sobre un tronco recortado que hacía las veces de mesa, ubicó el vaso de leche y la figura de San Antonio de Loyola.
Ingresó nuevamente a la casa, para retornar llevando en sus manos un rollo de papel afiche y un marcador de fibra.
  Con parsimonia y sopesando las palabras del concepto que quería expresar, escribió una frase en una de las hojas, y pinchó con una tachuela en el árbol cercano el cartel que acababa de diseñar.
LA VIDA ME HA DADO TODO Y YO LE HE
DADO TODO A LA VIDA... ¡ES HORA!

  Relajado y seguro de su finalidad, se sentó en su sillita, bebió la leche de un solo impulso y entró en estado profundo de meditación. 
  
  A las ocho de la mañana se levantó Concepción, la esposa del nieto, calentó agua, preparó el desayuno, y al igual que todos los días fue a despertar al vasco Ilarraz con el mate del amor.
  La sorpresa se reflejó en su rostro al ver la cama vacía, buscó en el baño y allí tampoco encontró al abuelo, con desconcierto recorrió otras salas de la casa, salió al patio trasero, y descubrió sobre el final del predio, en el lugar que el césped moría, al anciano sentado bajo el jacarandá.
  Conce se acercó al viejo, le dio un beso en la mejilla y le alcanzó el primer mate del día, pero Ilarraz no se inmutó ni dio señales de vida. Ante tamaña quietud, la muchacha desconcertada levantó la vista, leyó el cartel, se llevó la mano a la boca, y salió corriendo para despertar a Asuni, la mamá de Ezequiel y suegra de Conce.
  —Señora... Despierte —dijo Concepción sacudiendo a Asuni—. El abuelo está paralizado abajo del jacarandá, colgó un cartel, y dice que se quiere morir.
  Asuni despertó, se incorporó, e introdujo a Conce en su profundo conocimiento del padre.
  —Nena... El abuelo es un ser especial y de vez en cuando nos da una sorpresa haciendo alguna locura. Seguro que hoy se levantó mal, se le ocurrió que se tenía que morir, y armó su teatro, pero ya vas a ver que cuando tenga hambre se le pasa. Nosotras desayunemos. 
  Las mujeres fueron a la cocina, charlaron y olvidaron al anciano.

  A las diez el sol trepaba por el celeste, calentaba la piel como en un día de verano, y la sombra del jacarandá dejaba de ser suficiente para proteger al estoico penitente que no había alterado su posición desde el amanecer.
  Espontáneamente, unos retoños del árbol emergieron sin dar aviso y comenzaron a trepar enredados por las patas de las sillitas y por las piernas de “Vasco”, cómo lo llamaban sus amigos, hasta inmovilizarlo.
  Ilarraz reaccionó y golpeó sus manos, Concepción salió, tomó el vaso vacío que le ofrecía “Vasco”, volvió a la cocina donde Asuni lavaba los trastos y comunicó:
  —Me pidió leche.
  —Yo te dije que cuando tuviera hambre se le pasaba. Si habré visto locuras del viejo. Para él todo es política y el Día del Trabajador es su día fundamental, desde que era un lechero anarquista que andaba en su carro por las calles de Banfield, hasta que entró a la usina lechera de “La Armonía” y se hizo dirigente sindical: en este día siempre se manda una macana.
  Conce llevó la leche y reingresó.
  —Al abuelo le da el sol. ¿No habrá algo para protegerlo?
  —En el quincho hay una lona. Fijate si sirve.
  Conce improvisaba un toldo que protegiese al hombre del sol, mientras Ilarraz tomaba el marcador, escribía, intentaba pararse, y al no poder por las raíces, pinchó otro cartel a su lado:
LA TIERRA BUSCA RETENERME; MI DESTINO
ES TRASCENDER. ALLÁ VOY.
  Se relajó, tomó su leche, y nuevamente entró en el limbo.
  La mujer terminó el toldo, giró la vista, pegó un grito de terror e ingresó a la casa. 
  —Asuni... Asuni… Venga pronto, al abuelo lo agarró el árbol, y él y el santo están en medio de una aureola azul.
  Las mujeres salieron y contemplaron estupefactas la escena y Asuni fue la primera en hablar.
  —Los carteles son amenazadores, al santo es la primera vez que lo veo, y a las raíces no le encuentro explicación, pero al halo azul que vos decís, yo no lo veo.
  —Mire bien, le sale de todo el cuerpo.
  —Yo no lo veo, probablemente vos tengas un poder especial. Voy a llamar a tu marido, es el único que puede entender al viejo.
  Asuni llamó y atendió su hijo. 
  —¿Qué pasa? —sonó Ezequiel con voz fastidiosa.
 —Pasan cosas raras... El abuelo se sentó en el fondo, no habla y escribe carteles que dicen que se va al otro mundo, pero lo raro es que el nogal lo agarró por los pies, tiene una imagen de un santo, y tu mujer dice que a él y al santo lo rodea una aureola azul.
  —Mamá, llamá al doctor Morchio y contale.
  —¿El doctor Morchio?... ¿El pediatra tuyo?...
  —Sí, el abuelo siempre dijo que lo llamara si le pasaba algo. Yo voy para allá. 
  Cortó con su hijo, e inmediatamente, Asuni se comunicó con Morchio.

  Pasado el mediodía el cielo se encapotó, el médico apareció, y recién llegado pidió ver a su amigo. Se acercó a “Vasco”, colocó su rostro a treinta centímetros de su cara y gritó.
  —I... LA... RRAZ... Nosotros... Los ácratas... No resignaremos de nuestras creencias ante la muerte, y menos pidiéndole ayuda a un inexistente Dios. Así, nunca trascenderás dignamente.
  “Vasco” abrió los ojos, tomó el vaso, y lentamente extendió la mano hacia su hija.
  Asuni corrió a la cocina y retornó con el líquido primitivo. Mientras esto ocurría, Ilarraz escribía y pinchaba en el árbol.
LA EPIFANÍA TARDÍA ES COMO ERECCIÓN DE OCTOGENARIO: UNA SORPRESA INUSITADA Y LEVEMENTE FAMILIAR A LA VEZ.
  —Dios no existe, y no hay revelación posible —insistió el médico.
  Ilarraz tomó otra hoja y remató:
EL MATASANOS NO CREE, PERO AL 
LLEGAR SU MOMENTO, ÉL TAMBIÉN CREERÁ.
  Tomó el vaso de leche y se aisló del mundo nuevamente. 
  Al rato llegó Ezequiel y se acercó al médico.
  —¿Qué opina, Doctor?
  —Estoy convencido que estamos ante un trauma psíquico de negación de vida. Debemos sacudirlo, llamen a todos sus amigos de la plaza y del club vasco, puede que así entre en razones.
  Ezequiel fue por los teléfonos, mientras los otros hacían guardia y Asuni rompía el silencio.
  —Doctor. ¿Se queda a comer con nosotros?
  —Me quedo hasta que sea necesario, y si invitan a comer mejor.
  En ese momento Concepción pegó un grito:
  —Los halos pasaron del azul al violeta y ahora son rojos.
  El Doctor la miró como si fuera otra loca más, y ante la explicación de Asuni, maduró la idea de llamar a un cura o a algún santón, para que interprete esos misterios del más allá.
  
  A las cuatro de la tarde, cuando ya habían llegado los jubilados de la plaza y los amigos del club vasco, el cielo explotó, la lluvia corrió a amigos y parientes, y el abuelo, que cautivo no podía eludir al chaparrón de ninguna forma, quedó solo, tapado con unas lonas. La reunión siguió en el comedor de la casa y se hizo tan vivaz que el jolgorio era más apropiado para un cumpleaños que para una tragedia. Más tarde, el grupo se completó cuando llegaron: por la Iglesia Católica, el Padre Luis Virano de la iglesia local, y por lo esotérico, el Gurú Lama Tsonga de los budistas. 
  La lluvia cesó, Morchio decidió que era el momento y arengó al grupo:
  —Vamos a salir, nadie debe deprimirse por el aspecto, ni por los carteles, ni por el árbol que lo aprisiona. Quiero que lo animen, que entienda que es un referente y debe seguir con nosotros, y a los religiosos, les pido que lo orienten por el camino correcto. 
  Con viento frío del sur que comenzaba a soplar y una neblina pesada, el tropel salió al jardín, mientras Concepción sacaba las protecciones que cubrían al penante.
  —Hombre —gritó el primero en acercarse—, despierta que en la plaza se te echa de menos.
  —¡Arrayúa! Abel —gritó otro—. Que nos falta uno para el mus.
  Ilarraz abrió los ojos y extendió el vaso.
  —Así se hace Abel, venga a caminar con nosotros —arengó un tercero un poco más despistado, que no había caído en la cuenta que no podía caminar.
  La leche volvió, mientras Abel pinchaba otra hoja en el árbol.
LA COMPARSA VA VINIENDO, PERO YO ME SIGO YENDO.
  Concepción dio la alarma: 
  —El aura de Abel se puso gris y la del santo se apagó.
  El cura ignoró los dichos de Conce, y arrancó:
 —Este hombre le pide a Dios su salvación, pero no lo logrará si insiste en dejarse morir. Suicidarse o dejarse morir es la misma cosa.
  Abel midió a la multitud con la mirada, tomo su lápiz, escribió y pinchó la hoja.
NO ME DEJO MORIR NI ME SUICIDO; SIMPLEMENTE ME VOY.
  Ante el silencio y el estado estupefacto de la concurrencia, el Gurú Lama Tsonga, que afirmaba la presencia del halo gris, fue el primero en reaccionar, meditó, y afirmó convencido:
  —Este hombre está transitando el camino hacia una nueva vida, que lo devolverá reencarnado en un noble animal.
  Abel escribió y pinchó:
EL ÚNICO ANIMAL NOBLE ES EL HOMBRE...
 Y HASTA POR AHÍ NOMÁS.
  Morchio no pudo aguantar más y evidentemente enojado apostilló al condenado.
  —Si el hombre insiste en volverse miserable, solo el polvo de sus huesos quedará.
  Ilarraz completó la última hoja y la mostró al público:
¡MERDE!
  Con gesto teatral, Ilarraz se echó para atrás, bebió su leche, emitió un suspiro profundo, y penetró al mundo infinito.
  Los presentes quedaron sorprendidos, una sensación de desesperanza los invadió, y luego, con lentitud, los hombres descubrieron sus cabezas y las mujeres sacaron sus pañuelos.
  De pronto y sin aviso… Las raíces liberaron al prisionero, un solitario gorrión se posó sobre su cabeza, y unos instantes después, el pájaro emprendió vuelo para desaparecer entre la niebla.
  —El pájaro que acaba de levantar vuelo es dorado y el abuelo se puso blanco brillante —gimió Concepción.
  —Ese hombre ya ha logrado la sanación eterna —pontificó el Gurú Lama Tsonga.
  
  La noche era la ideal, la niebla cerrada, la luz del farol de la esquina cayendo como chorro de leche sobre el asfalto, y como siempre ocurría en días como esos, en una esquina del pueblo, comenzaron a aparecer los fantasmas de los famosos de Banfield.
  El primero en llegar, luciendo sus enormes bigotones blancos, fue el ánima del Doctor Oscar Alende, médico famoso del pueblo y alguna vez Gobernador de la Provincia. El espectro llevaba una sillita, voló raudo hasta el voladizo de la esquina, y se sentó a esperar. Poco después, desde otra casa de la vuelta de la esquina de la que había parido a Alende, salió, luciendo su tupida cabellera rojiza, el fantasma del maestro Alfredo Deangelis, cantando una de sus canciones.
Viene serpenteando la quebrada,
La pastora, 
su majada,
 y su tra, la, la, la, la… 
  Trepó al voladizo, desplegó una reposera, se sentó junto al otro, y dijo:
  —Don Oscar. ¡Qué nochecita! El frío me parte.
  —Que quiere don Alfredo, estamos entrando al invierno y es nuestra primera salida del año.
  Mientras tanto, por la calle Belgrano, se acercaba, tocando su tamborín, el fantasma del negro Eduardo Silvera, un uruguayo que vino a jugar al fútbol en el club Banfield en la década del cuarenta y se quedó a vivir en el pueblo. Al verlo llegar, Deangelis dijo:
  —Hola don Eduardo, lo veo medio rengo. 
  —El otro día jugamos los espectros negros contra los blancos y Bagnato me dio un patadón que todavía duele.
  —Son cosas del futbol.
  Apenas terminó de hablar, cuando por la calle lateral apareció un fantasma saltimbanqui haciendo medias lunas, mortales y flip flaps. El tipo se acercó al grupo, y como único saludo gritó:
  —Patapúfete.
  —Éramos pocos —dijo Alende—, y llegó Pepe Biondi. 
  En ese momento, otro individuo verde apareció flotando desde el Oeste. El tipo era alto, tenía barba descuidada y rala, llevaba un libro bajo el brazo y vestía pantalones cortos y delantal escolar.
  —Éste que hace por acá —dijo Alende por el recién llegado.
  —De vez en cuando viene.
  —Él vivía del otro lado de la vía
  —Sí, pero me parece que por acá venía a la escuela.
  —Le voy a preguntar.
  —Mire que no se le entiende mucho.
  —Che, Julio. ¿Qué haces por acá? Esta es mi esquina. —Desafió don Oscar.
  —¡Cgronopios! Yo vengo a la escuela.
  —¿Qué escuela? Acá no hay ninguna escuela.
  —¡Octaedgros! A la escuela diez, Julio Argentino Groca.
  —Me parece que te equivocaste.
  —¡Grayuela! Acá estaba hace setenta años.
  El moreno, mientras tanto, percibió un disturbio importante en el aire que lo rodeaba, llamó a silencio a sus compañeros, y como un poseso: comenzó a repiquetear su tamborín en un crescendo repleto de intriga y emoción.
  Por el fondo de la calle Maipú, el quinteto fantasmal vio emerger de la neblina a un carro de lechero repleto de filigranas, que era impulsado por un etéreo caballo gris y llevaba en el pescante a un ánima blanca tocada con boina colorada.
  El fantasma de Oscar Alende hizo un gesto ampuloso para los demás, el moreno calló su tambor, y los cinco se pusieron de pie para recibir al recién llegado.
  El ánima flamante los enfrentó, e inclinó sumiso su cabeza en señal de respeto.
  —¿Cómo le va, Ilarraz? Estábamos ansiosos esperando por usted. ¿Trajo su sillita? —Saludó en el nombre de todos, don Oscar.

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13/06/2019
LA ESCUELA, por Ricardo Forno


Estaba frente a mi computadora, escribiendo un cuento. Alguien llamó a la puerta de calle. Observé por la mirilla y vi una mujer más que madura, quien me resultó vagamente conocida. Le abrí.

—Buenas tardes, Rodolfo. ¿Te acuerdas de mí? —dijo.

Me extrañó que empleara el tuteo español. Estábamos en Argentina, donde se usa ya sea el voseo o el tratamiento de “usted”.

—Disculpe; me acuerdo pero no muy bien. ¿Por qué no me aclara quién es? No me gustan las adivinanzas.

—¡Soy tu maestra de cuarto grado! ¿Cómo puedes haberte olvidado?

—¡Ah, claro, la señorita Etelvina!

—¡No! ¿Cómo has podido confundirme con esa inepta de tercer grado? Mi nombre es Clotilde. Puedes dirigirte a mí como “señorita Clotilde”. A ver, ¿qué estás escribiendo ahí? ¡Un cuento! ¿Te consideras apto para esa tarea? ¡No lo ocultes, déjalo en la pantalla! ¡Ya encontraré algún error! ¿No te dije? ¡Exhuberante con una hache después de la equis! No hay caso, siempre fuiste malo en ortografía. ¡Y ese horrible tratamiento de “vos”! Ven conmigo. Urgentemente debemos regresar a la escuela.

—Pero, señorita Clotilde, ahora no puedo ir. Ni siquiera he desayunado.

—Siempre lo mismo: tu alimentación deficiente. No importa, ven conmigo; ahí tomarás tu copa de leche recién sacada de la vaca.

Dicho esto, me tomó del brazo y, como me resistía, me agarró de una oreja, que me dolió bastante, al tiempo que exclamaba:

—¡Chico malo, incorregible!

Así fue como, tras haber ingerido a disgusto el vaso de leche espesa y cremosa, me encontré sentado en el aula, todo un hombre de treinta años, cubierto por un guardapolvo blanco que me llegaba sólo a la cintura y que casi reventaba con mis brazos. Estaba rodeado de mozalbetes de ocho o nueve años, quienes no manifestaron asombro alguno. La maestra ordenó: “Composición: La Vaca”, y todos empezamos a emborronar el cuaderno con ideas aún confusas e inmaduras. Teníamos media hora para entregar nuestras creaciones, pero antes de que termináramos la señorita Clotilde pasaba por cada pupitre y espiaba lo que habíamos escrito. Al acercarse a mí, no pudo contenerse:

—¡Qué barbaridad! ¡Ocacion con c! ¡Se escribe o-c-a-s-i-ó-n! ¡Y encima sin la tilde! ¡Al rincón, y cálzate este bonete de burro! —exclamó, al tiempo que con los nudillos me aplicaba unos coscorrones en la cabeza.

Fui al rincón con el bonete, y lloré por un rato, avergonzado.

Llegó el recreo; pretendí huir, pero la puerta de la escuela estaba cerrada con llave, así que unos minutos después me encontraba de vuelta en el aula, en la clase de historia. Como no supe precisar la fecha de la batalla de Salta, me envió otra vez al rincón con el bonete de burro.

Otra vez el recreo, y a clase de geografía. La señorita Clotilde preguntó:

—¿Quién puede decirme cuántos pozos semisurgentes hay en la provincia de Catamarca?

Levanté la mano y respondí, antes de que pudiera hacerlo otro:

—¡Dieciocho mil novecientos veintisiete!

—Hummm… —fue todo lo que pudo articular la señorita Clotilde—. Por hoy la jornada ha terminado.

Se abrieron las puertas y pude regresar a casa.



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PASANGENICANOS, por Ricardo Forno


Venía desde Brasil manejando solo; luego de pasar por Santana do Livramento y Rivera, erré la ruta y acabé en la minúscula población uruguaya de Vichadero. En la única estación de servicio, me informaron que en ese momento no tenían combustible; les llegaría sólo por la mañana siguiente. Me maldije por mi imprevisión. Como la nafta no me alcanzaba para volver a Santana, le pregunté al empleado adónde podría pasar la noche.
—Aquí no va a conseguir nada. Pero a unos quince kilómetros, por ese camino de tierra, hay una comunidad de gente rara que a lo mejor le da alojamiento. Viven como hace mil años; no tienen luz ni gas ni nada, y se visten de una manera... Todos tienen la misma cara. Se hacen llamar Pasangenicanos.
—¿Y ese nombre?
—Dicen que viene de la India. Bueno, que tenga suerte, pero cuídese.
—¿Que me cuide? ¿De qué?
—Y... uno nunca sabe... Parece que son medio locos.
Así que me fui para allá. Como el sol rajaba la tierra, dejé el auto en un bosquecillo y me acerqué a pie.
Era cierto: esa gente vivía como en la Edad Media, y también hablaba de esa manera. Vestían como entonces, y ni pensar en televisión, luz eléctrica, gas, inodoros ni otras comodidades; pero fueron amables y me proporcionaron una pieza con un camastro. No parecieron entender mucho mi explicación de por qué estaba allí.
Esa noche cené con ellos: comida simple y sana. Les quise pagar, pero rechazaron mis billetes porque, según decían, no les servían para nada, y les creí.
Tras la cena, nos reunimos alrededor de un fogón, porque había refrescado. Comenzaron a contar historias:
—...y esa noche apareció el licántropo. Era el séptimo hijo varón de Iseo; intentó atacar a Clotilde, pero ella le mostró la cruz aspada y el lobo se disipó. Clotilde fue por los aires para acusarla a la madre, pero Iseo se había vuelto araña. La reconoció mirando por el espejo de tres faces.
Siguieron en ese tono, contando las historias más inverosímiles, sin que ninguno expresara el menor asombro. Por supuesto, me abstuve de emitir opinión.
Tras varias anécdotas más, uno me requirió:
—Vos, extranjero, que vestís de forma tan extraña, debéis tener maravillosos acontecimientos para referir. Con ansias aguardamos el relato de vuestras aventuras.
No se me ocurrió nada de ese tipo de cuentos. Pero recordé algo raro que me había sucedido y, vacilante, comencé:
—Hace poco tuve una idea interesante sobre un problema matemático. Lo curioso es que eso se le ocurrió también a un ruso, y lo publicamos a la vez en Internet. Terminé comunicándome con él en inglés por chat, y resultó que teníamos justo la misma edad, nos habíamos casado el mismo día, y ambos teníamos dos hijos. ¡Casi gemelos a veinte mil kilómetros!
—¿Cuál es esa distancia?
—¡Ah! Son unas tres mil quinientas leguas.
—¿Vos fuisteis hasta Rusia, o él os visitó?
—No, fue todo por Internet, como hablar por teléfono...
—No sé qué son esas cosas. Pero ¿cómo pudisteis oíros, a semejante distancia? Vos no tenéis la voz tan fuerte.
Contuve la risa.
—Bueno... No hace falta que uno grite. No sé cómo explicarles... Es como con esta pantalla —y, para mi perdición, extraje la Tablet del bolsillo y la encendí.
Se arracimaron alrededor, los ojos desorbitados. No podían creer lo que veían. Luego, silenciosos, se fueron apartando.
 No se volvió a cruzar palabra, pero me pareció oír algunos cuchicheos entre ellos. Enseguida llegó el momento esperado: fui a mi habitación y me acosté. Habían dejado una vela encendida. Para distraerme, me puse a estudiar algunas fórmulas en la Tablet.
Cosa de media hora después oí un tímido golpeteo en la puerta, e invité a entrar a quien fuese. Resultó ser una joven bonita, a quien ya le había echado el ojo durante la cena, pues aun a cara lavada era muy atractiva.
Tras una conversación que nos dejó intrigados a ambos, pues no podíamos comprender nuestras respectivas formas de vida, se animó a explicarme el motivo de su visita.
—Vengo a preveniros. Por vuestro bien, huid mientras tengáis tiempo. Se han reunido en Concejo. Os acusan de falsario y enviado del Demonio.
—¿Falsario?
—Sí, no os asumáis inocente. Todas las mentiras que habéis proferido, esas distancias imposibles, esos artilugios inexistentes... Pero a mí no me afecta, os estimo tal como sois.
—¿Pero no has visto por ti misma esto? —y le mostré la Tablet.
Cerró los ojos y se alejó un tanto.
—Eso es lo peor. Prueba que algún trato tenéis con Satanás. Pero os repito, eso no hace más que atraerme hacia vos —y apagó la vela aplastando la llama con la mano.
—¡Te vas a quemar! Podrías haberla soplado.
—No, eso ahuyentaría al ángel que nos protege a ambos.
Estuvimos juntos hasta altas horas de la noche. Unos golpes afuera, como martillazos, no alcanzaron a perturbarnos. Al retirarse, ella insistió con sus advertencias:
—Huid mientras tengáis tiempo. Os van a aspar.
—¿Aspar? ¿Qué es eso?
—Os clavarán en dos maderos cruzados en forma de equis. Os crucificarán. Cuando prepararon el patíbulo es que hemos oído esos golpes.
Se me heló la sangre. Entonces comprendí el consejo del hombre en el puesto de servicio. Casi sin respirar, me vestí en pocos segundos. Recapacité y me descalcé para evitar el ruido. Ella ya se había ido; juraría que lo hizo flotando en el aire.
Salí con sigilo y pude ver la cruz aspada; antes no estaba. Las irregularidades del suelo lastimaban mis pies, pero nada me habría detenido. Parecía que no habían descubierto el auto. Llegué al bosquecillo, rogando que alcanzara el combustible. Respiré recién al pasar por Vichadero, que entonces me pareció el lugar más civilizado del mundo.
Unos siete meses después, la noticia de la crucifixión de una mujer embarazada cerca de Vichadero sacudió por unos días al mundo. Los verdugos la habían acusado de concebir un hijo de Satanás.

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02/04/2019
Yo quiero una canción - un cuento de guerra, por Fabián Berdiales
Cuando Enrique era pequeño su madre y su abuela le enseñaron pequeñas canciones populares, de esas que uno aprende y repite sin pensar mucho en la letra. 

De esas en que los padres miran embelesados a su niño mientras dicen, "que lindo, como canta, ese es mi hijo!". 

De aquellas que llegaron importadas de una cultura europea que se laceró con historias e imágenes de la guerra, del hambre, la miseria y la tragedia. Historias que, a los argentinos que nacimos en la década de 1960, nos parecían de otro planeta. 

 "Mambrú se fue a la guerra, 
que dolor, que dolor, que pena 
Mambrú se fue a la guerra 
No sé cuándo vendrá 
Do re mi, do re fa".

Así cantaba Enrique cuando tenía apenas 4 años, para deleite de padre, abuelos y tíos. 


"Mambrú se fue a la guerra, 
quizá no vuelve más". 

¿Quién sería Mambrú?, se preguntaba Enrique 15 años después. Se miró y tenía los pies hundidos en el fango y el agua del pozo de zorro que el Sargento le había enseñado a cavar unos días atrás. 

Sus pies estaban tan hinchados adentro de sus borceguíes de cuero que ya parecía un bebe, no sabía a quién le pertenecían esas extremidades. ¿De quién son esos piezotes? se decía irónicamente a sí mismo. “Míos no parecen la gran puta, si no los siento casi”. Azules, hinchados, hediondos. 

¿Quién sería ese Mambrú? Al menos le hicieron una canción se decía. ¿Habrá alguien cantando en mi barrio “Enrique se fue a la guerra”? Y mientras pensaba esto intentaba sacar el agua de la trinchera, tarea que sabía inútil pero que al menos lo entretenía y lo hacía olvidarse del constante cañoneo de las fragatas y otros barcos de guerra del enemigo. 

El pozo de zorro era la mejor fortificación para la defensa, dijo el Sargento. Es capaz de aguantar el fuego propio de artillería de obuses 60 y 80 mm, fuego destinado a provocar bajas al enemigo mientras se salvaban las propias. Nunca le contó el sargento que no resistirían el fuego de los cañones de 105 mm. 

Nunca le contó tampoco lo difícil que resulta escapar de allí cuando el enemigo avanza decidido, superando las defensas y reventando los pozos, y a los que allí están, con sus granadas. 

¿Pero quién carajo pensó en esta guerra en el hemisferio austral, a pocos kilómetros de la Antártida y en pleno invierno? ¿Es que nadie leyó la historia de las guerras? ¿Nadie pensó que este pozo se iba a llenar de agua y nosotros adentro congelados?. 

Pese a todo, pese a tanta improvisación, Enrique se hizo de amigos en esos 40 días interminables esperando la batalla. Enrique era de Castelar, en la provincia de Buenos Aires, en el gran Buenos Aires más precisamente y ellos de Córdoba y de Corrientes, tan distantes en todo y sin embargo ahora tan unidos en el objetivo común de sobrevivir. 

El Cordobés era un canto a la vida, siempre jodiendo y haciendo chistes. El pelo castaño, los ojos ídem. El Correntino, más callado que cualquiera de ellos, sabía escuchar, cantar y cebar mate. Su pelo negro corto, muy corto, casi duro como un cepillo de alambre. Compartían la trinchera sin saber cúal iba a ser al final de la historia. 

Al sargento Gómez también lo estimaba. Al final, era un pibe igual que él. Tenía 23 años y apenas dos de instrucción. El sargento Gómez le había enseñado lo poco y nada que sabía de esta guerra que se venía. 

Enrique miró los cerros una vez más y la planicie que se extendía más abajo. ¡¡Fucking Falklands!!, gritó desde adentro de su alma. Claro, no lo entendieron el Cordobés ni el Correntino. Los que seguro lo entendieron estaban a menos de 500 metros y eran los ingleses. Y seguramente más de uno habrá asentido en silencio. 

De fondo sonaba atronador el fuego de artillería naval, que hacía su tarea constante de desgaste y aproximación. Esta noche, pensó Enrique. Lo sabemos, el combate será esta noche. 

Cerró los ojos y contempló el combate, imaginario y cercano. Será terrible, pensó. Se encomendó a Dios y le dijo con su alma: 

Querido Dios, Nunca te he dado mucha atención. Claro, fue en otras circunstancias de mi vida, menos terminales que la actual. Espero que comprendas que el lugar desde donde uno vive su realidad modifica mucho la forma que ves todo. Y que no me juzgues un oportunista. Hoy hablo con vos pensando en que mañana, quizá, haya terminado mi corta vida. Por eso quiero pedirte una lista de cosas. Y de paso te digo que ya que estoy aquí, no me parecen tantas. Primero quiero pedirte por los viejos y mis hermanos. Que si algo me pasa les des el valor de empezar de nuevo. Dios: te ruego les des las fuerzas para enfrentar y recomponer, para construir y renacer. Y que no caigan en la tristeza y el rencor. Que construyan un mundo mejor para mis hermanos. Segundo te pido por mí. Cuando esto comience no me dejes en los brazos del miedo. Arráncame de allí, déjame ser fuerte y valeroso. Mantenme alerta y solidario. Y no me dejes abandonar al Cordobés y al Correntino. Que si algo nos pasa no sea por dejar de cuidarnos sino porque el enemigo nos sorprende siendo más poderoso y arrojado. Te pido también Señor para que si algo llega a pasarme, me protejas del olvido. Me asusta el olvido más que la propia muerte. Será mucho pedir que me hagan una canción? Como a Mambrú. 
¡¡¡ Broooom !!!

¡¡¡ Broooom !!! 

El estruendo lo trajo de vuelta a la realidad. La noche había echado su manto y el enemigo decidió el ataque. Sonó la artillería de 105 mm, lejos todavía de las posiciones. 

Todos corrieron a tomar sus puestos. 

Lo más difícil es no ver nada, se dijo Enrique. Maldita noche, cerrada como pocas, sin visores. 

Las balas trazantes que comenzaron en todas direcciones le hicieron morderse la lengua. “¡Por que no te callás Enrique!, se dijo y se puso atento a las órdenes del sargento. 

¡Ustedes tres, reclutas, ahora es la hora ! ¡Para esto nos preparamos tan duro. Sé que no me van a defraudar, sé que van a dar todo de ustedes. Solo estemos juntos y atentos! 

¡Los voy a sacar vivos de esto, se los prometo! Y aunque la oscuridad y los rostros tiznados con betún no permitían que se viera nada, todos adivinaron que los ojos del sargento Gómez estaban llenos de lágrimas . 

¡No me dejen, no se abandonen, seamos uno solo! Terminó su arenga Gómez. 

Enrique preparó su fusil, controló las granadas que colgaban de sus correderas, revisó una vez más las municiones en reserva y finalmente tanteó sus borceguíes para ver si estaba allí su cuchillo de defensa personal. 

La posición de Enrique y sus compatriotas, estaba bien arriba en el monte. Contaban con fusiles automáticos livianos FAL y uno de ellos adaptado con cañón para transformarse en ametralladora liviana, conocido como fusil FAP. El Cordobés controlaba la ametralladora, el Correntino y Enrique a su lado, separados por unos pocos metros. El sargento iba y venía entre las posiciones. Los oficiales de radio hacían lo suyo. La artillería propia comenzó a devolver el fuego con sus obuses de 60 y 80 mm. 

El sonido era aterrador. Enrique sintió que se paralizaba, que el miedo lo inmovilizaba. No se atrevía a asomar su cabeza por encima de la línea de tierra que le permitía adquirir una visual, oscura y caótica, de la planicie de Ganso Verde. 

Fue el sentido de oído, y tal vez el de la supervivencia que le permitió adivinar que la línea de combate se había estrechado y que los ingleses estaban allí, casi encima de ellos. ¡¡¡ Fuego !!! ¡¡¡ Fuego !!! Gritó Gomez y el Cordobés comenzó a atronar la noche con su ametralladora liviana. 

Enrique sintió que la sangre le hervía. Saltó sobre sí mismo, se puso de frente al combate, asomó su fusil por la boca del pozo y comenzó a disparar en modo automático. 

Los ingleses replicaron, sus balas trazantes buscaban callar la ametralladora del Cordobés. Pero el Cordobés no se dejó amedrentar y su ametralladora siguió vomitando fuego y calor. Enrique y el Correntino no se quedaron atrás, aplicaron fuego máximo durante minutos interminables. Se podía ver claramente el cañón de sus armas al rojo vivo. Los ingleses retrocedieron a tomar posiciones más resguardadas y a recoger a sus heridos. El silencio se atravesó por algunos ayes de ambos lados. Gritos que pedían ayuda y que se entendían en cualquier idioma. Estaban escritos en el lenguaje del dolor. 

La aparente calma no era tal, los ingleses adelantaban sus comandos, para ir tomando los pozos de zorro. Buscaban tomar posiciones, evitando la frontalidad del avance. Y ajustaron su precisión con la artillería, comenzando a batir las posiciones más altas con infernal precisión. Los cañones de 105 mm no perdonaban y Enrique comenzó a ver algunos pozos vecinos saltar por el aire y destruirse por completo, hundiendo con ellos a sus habitantes. 

Enrique levantó la vista y no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos, dos ingleses avanzaban en línea directa a su pozo disparando sus armas cortas directo a la ametralladora del Cordobés. Enrique giró su cuello y como en cámara lenta vio las balas que atravesaban el casco y la cabeza de su amigo, quien hasta con su último aliento siguió martillando su FAL. El Cordobés cayó vencido hacia un lado, su cara cubierta de sangre, sus ojos abiertos mirando a Enrique como diciendo, “Aquí estoy. No te fallé amigo”. 

Enrique disparó su FAL furioso, y mató a los dos ingleses en el acto. Casi inserviblemente siguió perforando sus cuerpos en venganza por su amigo muerto. Y ya fuera de sí abandonó el pozo y atacó ciegamente. 

Por el rabillo del ojo vio que el Correntino lo seguía, y hacia la derecha vio otra sombra que se sumaba, se dio cuenta enseguida que era el sargento Gómez.

¡¡Reclutas, seguirme!! Fue la orden del sargento y como una tromba bajaron la ladera en busca de un peñasco, tras del cual estaba el comando inglés. 

Enrique tomó sus granadas, las detonó, y las arrojó detrás de las piedras mientras el Correntino y Gómez lo cubrían con fuego de sus FALs. 

Volaron piedras, uniformes, ráfagas y explosiones del ala izquierda. Enrique sintió fuego en el estómago y en su hombro derecho y cuello. Cayó de rodillas. Como en dos tiempos su cuerpo se recostó en la hierba y quedó mirando al cielo. 

Le quedó un último instante de lucidez para mirar hacia el costado, buscando a Gómez y a su amigo de Corrientes. Cerró los ojos viendo como el Correntino hundía su cuchillo en el cuello de un inglés. Y a Gómez poner su cuerpo delante del Correntino para salvarle la vida absorbiendo en su pecho la metralla inglesa. 

"Enrique fue a la guerra 
Que dolor, que dolor, que pena 
Enrique fue a la guerra, 
quizá no vuelve mas 
Ay ay ay, ay ay ay 
Quizá no vuelve más". 

Sus amigos de Castelar, jamás olvidaron a Enrique. Levantaron una placa en su honor en la esquina de Carlos Casares e Inocencio Arias. Sus padres tuvieron el valor y el coraje de seguir adelante y hoy todavía luchan por construir un mundo mejor, en homenaje y por amor a Enrique. 

Y yo no supe escribirte una canción, pero te escribí este cuento para que nadie te olvide. 

Nota del Autor: Todos los personajes y los hechos relatados son ficticios

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20/11/2018
Milagros y demonios, por Eduardo Vila Echagüe
(capítulo 29 de El Universo Improbable o El Dios Probable)

Ya vimos en capítulos anteriores que es casi imposible que los judíos le hubieran prestado atención a Jesús si no fuera por su extraordinaria capacidad para curar a los enfermos que le ponían a su paso. Ni siquiera sus enemigos dudaban de ella. Los cojos andaban, los ciegos veían, a los sordos se les abrían los oídos, los leprosos quedaban limpios. Las curaciones no se muestran como un fin en sí mismo, sino para introducir y reforzar alguna enseñanza moral. Pretender aceptar la doctrina y al mismo tiempo rechazar los elementos milagrosos es una cirugía tan complicado como operar a un enfermo con metástasis para eliminar todas las células cancerosas sin afectar las sanas. Pero claro, si mi lector tiene ya una posición tomada al respecto, no nos es posible viajar en el tiempo para comprobar en el lugar la validez o falsedad de los relatos evangélicos. Sólo nos queda ver si los milagros siguen ocurriendo en la actualidad.

Hoy sale en el diario la noticia de un niño de un año y cuatro meses de edad que se ahogó en una piscina mientras jugaba, sufriendo un paro cardiorrespiratorio de 18 minutos de duración. El médico que lo atendió en la clínica explica que durante ese lapso el niño estuvo prácticamente muerto, pues su corazón estaba parado, y que es muy extraño que una persona reaccione después de tanto tiempo. Pese a ello, el niño fue reanimado y hoy no tiene ninguna secuela. El comentario final del facultativo es: “Por la evidencia médica que tenemos, no esperábamos este resultado. Podría calificarse de milagroso”. La familia atribuye la recuperación a las cadenas de oración que convocaron de inmediato. ¿Es esto un milagro? ¿Hay otros casos parecidos, inexplicables para la ciencia?

¿Pero será una noticia confiable? La noticia se publicó el 21 de enero del 2015 en el Mercurio de Santiago, el diario de habla castellana más antiguo del mundo. ¿El médico es una persona seria? No lo conozco, pero sé que trabaja en una de las mejores clínicas de la ciudad y que casualmente es el pediatra de uno de mis nietos. ¿Se violaron leyes físicas o biológicas? Hay casos de personas que caen en aguas muy heladas y eso les permite sobrevivir con tiempos de inmersión relativamente largos, pero no creo que ese sea el caso de una piscina de lona en medio de un tórrido verano. ¿La curación presuntamente milagrosa se debió a las cadenas de oración? No lo sé ni tampoco determinarlo es el propósito inmediato de éste libro, que sólo pretende llamar la atención sobre hechos que no se pueden explicar por las puras leyes naturales.

El tema de los milagros es complicado. Hoy tiene más aceptación social decir que uno cree en OVNIs, adivinos o en las flores de Bach que en milagros. Por otra parte en muchos de los santuarios cristianos y posiblemente también en los de otras religiones, hay innumerables ex-votos como agradecimiento por curaciones milagrosas debido a la intervención del santo patrono del lugar, algo que ya ocurría en los templos paganos de la antigüedad. También en los santuarios marianos de Argentina, Chile y otros países católicos se juntan una vez al año multitudes cercanas al millón de personas para agradecer por favores presuntamente concedidos por la intercesión de la Virgen. ¿Hay algo de cierto en todo esto, o es una especie de alucinación colectiva?

¿Se trata de milagritos o de verdaderos milagros? Les doy un ejemplo de milagrito. Fui despedido de mi empresa a los 54 años de edad. Durante dos años busqué trabajo sin mayor éxito. Mi señora chilena, sabiendo que en Argentina hay una gran devoción a San Cayetano, especialista en temas laborales, le hizo una 'manda', es decir una promesa si me conseguía trabajo. Al poco tiempo un amigo me llamó ofreciéndome un puesto, y se dio la coincidencia de que entré a trabajar después de dos años y medio en el mismo día de la fiesta de San Cayetano. ¿Milagro? ¡En absoluto! Ninguna ley física fue violada, salvo quizás la ley de las probabilidades. En todo caso y por si están en la misma situación que estuve yo, les cuento que por la misma época dos de mis hijos consiguieron trabajo apoyados por las oraciones de mi señora. ¡San Cayetano no sólo funciona con los argentinos!

Lo cierto es que en la actualidad las iglesias cristianas creen en milagros. Todos hemos visto películas donde en EEUU falsos pastores embaucan a sus ingenuos feligreses con pretendidos milagros en sus reuniones públicas. En el extremo opuesto está la Iglesia Católica, para la cual los milagros auténticos son requisito para el proceso de canonización. Se necesita un milagro para que alguien pueda ser declarado beato y otro más para que llegue a la categoría de santo. Normalmente se analizan sólo curaciones, donde es más fácil comprobar si es posible descartar que respondan a causas naturales. La revisión está a cargo de una comisión de médicos, incluyendo algunos no católicos.

Para que vean lo estricto que es este proceso, tenemos el caso reciente de la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Como para el primero había un sólo milagro comprobado, el Papa Francisco tuvo que autorizar una excepción al procedimiento, basándose en el inmenso prestigio que había tenido y aún tiene como promotor de la actualización de la Iglesia al convocar el Concilio Vaticano II. ¿Nadie en los 50 años desde su muerte fue capaz de 'fabricar' un segundo milagro para evitar que el llamado Papa Bueno tuviera que entrar en la santidad por una puerta lateral?

Así es como hay innumerables candidatos a beatos o santos en todos los países esperando uno o dos milagros para asegurarse su estadía en el cielo. ¿Por qué Perú y Chile tienen más santos que Argentina y Brasil, que los triplican en población? El indiecito Ceferino Namuncurá, hijo del último gran cacique de las Pampas, tuvo que esperar más de 80 años para recién alcanzar la categoría de beato ¿Por qué se ha demorado tanto el proceso de canonización del famosísimo arquitecto Antonio Gaudí, a pesar de los esfuerzos del Arzobispado de Barcelona? Simplemente porque milagritos hay muchos, pero milagros, milagros realmente comprobados, hay muy pocos. Aún admitiendo la posibilidad de los milagros, ciertamente que no son en absoluto frecuentes.

Para formarse una idea de cómo son estos milagros, le sugiero busque en Internet los milagros relacionados con las canonizaciones recientes. Lea atentamente los relatos y saque sus propias conclusiones. Verá enfermos avanzados de Parkinson que sanaron repentinamente, una joven con cáncer de útero que cuando iba a iniciar la quimioterapia resultó que éste había desaparecido de un día para otro, un bombero resucitado después de haber sido declarado clínicamente muerto, etc. Puede ser que haya muchos otros casos que no llegan al Vaticano, que sólo analiza los presuntos milagros en que se invocó la intercesión de algún candidato a la santidad.

Posiblemente el no creyente piense que en todos estos milagros hay fraude o error involuntario. Pero esa es una posición tan cerrada como la que tuvo la Iglesia en el caso Galileo. Un verdadero científico no descarta los hechos sólo porque no coinciden con su modelo teórico. Lo que hace es profundizar la investigación para ver si se ha cometido algún error y, de no ser así, procede a revisar su teoría.

Es interesante preguntarse si existen hoy milagros que no tengan connotación religiosa. Curaciones consideradas imposibles para la medicina, donde nadie invocó a alguna potencia espiritual. Situaciones que también harían probable la existencia de algo más que este universo improbable. Pero dejemos esto para algún futuro investigador.

Hasta ahora hemos hablado de la curación de las enfermedades del cuerpo. Pero muchas veces éstas son menos graves que las llamadas enfermedades del alma. En tiempos de Jesucristo se pensaba que éstas eran causadas por espíritus que de alguna manera se introducían en la mente de las personas. Estaban endemoniados.

En los evangelios hay algunos relatos donde se dice que la causa de la enfermedad es la posesión demoníaca. Hoy diríamos simplemente que la causa era la epilepsia, la esquizofrenia o alguna enfermedad semejante. Sin embargo, al menos en dos casos se establece un violento diálogo entre el presunto demonio y Jesús antes de la curación. Los fariseos explican lo sucedido acusándolo de que su poder viene de Belcebú, el príncipe de los demonios. Ya vimos la respuesta de Jesús en el capítulo anterior.

En la actualidad ya nadie parece creer en los demonios. Tengo un amigo, muy católico, que insiste en que el infierno no existe porque Dios es infinitamente bueno, etc. Yo le respondo medio en broma diciéndole que le creeré a él cuando muera y resucite al tercer día, pero que mientras tanto le seguiré creyendo a Jesús de Nazaret. Pero hablando en serio, el asunto es ver si a lo largo de la historia y en la actualidad hay casos en que el comportamiento de un enfermo mental no se pueda explicar por las patologías típicas del cerebro humano. ¿Hay alguna base en la creencia del cristianismo de que existen posesiones diabólicas hasta el día de hoy?

Seguramente muchos de mis lectores ya mayorcitos recuerdan la película El Exorcista. En su momento todo el mundo hablaba de ella. A mí en lo personal me impresionó mucho más la forma de hablar del demonio que los numerosos efectos especiales, los que por momentos me daban hasta risa. La película estaba bien hecha y se inspiraba en relatos contemporáneos de posibles posesiones demoníacas. Sin embargo, se trata sólo de una película y el celuloide al igual que el papel aguanta todo, especialmente cuando viene de la mano de Holywood.

Es por eso que prefiero contarles una historia real más cercana a nuestros países y ocurrida a mitad de camino entre el oscurantismo medieval y el sensacionalismo moderno. Me refiero al curioso caso de la endemoniada de Santiago.

Volemos con la imaginación a Santiago de Chile, en el año 1857 de nuestra era. Si piensan que eso es historia antigua, no lo es tanto para mí, es el mismo año en que nació mi abuelo paterno. La República Chilena en ese momento tenía un gobierno relativamente liberal que estaba enfrentado con la Iglesia por los intentos de ésta de eliminar el patronato y recuperar algunos privilegios que había perdido desde la independencia, unos 40 años antes. Es en ese ambiente donde se produce el caso de la endemoniada, del cual tenemos un relato de primera mano del sacerdote a cargo del exorcismo, los informes de varios médicos que la examinaron y también las noticias de los periódicos sensacionalistas que se burlan de todo el proceso.

El relato es un informe del presbítero Zisternas a pedido del arzobispo Valdivieso, completado el 15 de agosto, inmediatamente después de concluido el exorcismo. En él Zisternas nos cuenta como ha oído un par de veces la historia de que en el hospicio hay una joven 'espirituada' que tiene un comportamiento extraño. Inicialmente no le prestó atención a la noticia hasta que el 27 de julio, comentando el caso con otros dos sacerdotes, deciden hacerle una visita para comprobar el probable fraude. 

La joven se llamaba Carmen Marín y tenía en ese momento 19 años. A los 13, después de un sueño en que se vio peleando con el Diablo, comenzaron sus ataques. Ya había estado internada en dos hospitales por más de un año en manos de los médicos, sin mejora perceptible. En uno de ellos había intentado suicidarse salvándose por muy poco. Finalmente los médicos la enviaron al hospicio como incurable.

Cuando los tres sacerdotes llegaron al hospicio, encontraron a la joven absolutamente tranquila. Zisternas, convencido de que los pretendidos ataques eran un fraude, dijo en voz alta que él conocía un remedio para esta enfermedad, consistente en aplicar una plancha bien caliente en la boca del estómago. Obviamente no pensaba aplicarla, pero en el momento en que las monjas le traían la plancha, la enferma pronunció estas palabras: “A la Carmen quemarás, pero no a mí”. Cuando Zisternas quiso dialogar con ella, emitió una risa burlesca acompañada de movimiento de los ojos y violentas contorsiones de su cabeza. 

Como no había forma de detener la agitación de la mujer, una de las monjas dijo que la única forma de calmarla era con la lectura del Evangelio de San Juan, fenómeno que habían observado casualmente durante su estadía en uno de los hospitales. Se trajo el libro y comenzó la lectura, inicialmente con un efecto contraproducente, ya que ella dobló el cuerpo, abrió cuanto pudo la boca y se le erizaron los cabellos. Pero al llegar al pasaje donde se dice: “Y el Verbo se hizo carne”, cesó inmediatamente el ataque y volvió a ser una gentil muchacha que conversó largamente de su vida con los sacerdotes.

Cuando le contaron lo sucedido al arzobispo éste, más bien escéptico, convino con ellos en que invitaran a los principales médicos de la ciudad para que la examinaran. Zisternas cursó las invitaciones y quedaron en juntarse nuevamente en el hospicio al día siguiente. 

Cuando llegaron había una veintena de personas junto a la enferma. Todo estaba tranquilo, a la espera del nuevo ataque que ella había anunciado para dentro de dos horas. Los presentes le hacían preguntas en francés, inglés y latín a las que ellas respondía en castellano, pero dando muestras de entender las preguntas. Uno de los sacerdotes empezó a cantar el Magnificat, y ella seguía la entonación, pero reemplazando las palabras sagradas por otras obscenas. Lo mismo sucedió con himnos religiosos en francés. Si cantaban canciones profanas en diversos idiomas, ella simplemente se reía.

En esto llegó el primero de los médicos convocados. Le tomó el pulso, le hizo un par de preguntas, observó sus convulsionas e inmediatamente diagnosticó que se trataba de un ataque nervioso. Invitado a ver algunas otras pruebas, dijo que no lo necesitaba. Su visita no duró más de quince minutos, ¡visita de médico!, y se retiró anunciando que mandaría un informe. Éste llegó días después diciendo que la enfermedad era histeria y que le enviaran los 6 pesos que había costado la visita. ¿No les decía yo que ya había llegado la modernidad?

En los días siguientes fue examinada por otros diez médicos, que le hicieron diversas pruebas. Unos le clavaron alfileres en los brazos, sin que la mujer manifestara el menor sufrimiento. Otros experimentaron poniéndole cruces junto a su boca, lo que provocaba una fuerte reacción en la enferma. Quisieron engañarla envolviendo las cruces y presentándoselas alternativamente con otros envoltorios vacíos, pero ella sólo reaccionaba con los que contenían la cruz. En un caso pusieron la cruz sobre la mano del médico que cubría su cabeza, y ella gritó: “¡Bribón! ¡Me quieres engañar!”

También llegó un sacerdote con el texto griego del Evangelio, y comprobó que su lectura tenía el mismo efecto de cuando se leía el texto en castellano y latín. Al comenzar la lectura de San Juan sus ataques se hacían más violentos pero cesaban tan pronto se llegaba a la frase que proclamaba la encarnación del Verbo.

Muchos de los médicos coincidieron con el diagnóstico de histeria en grado avanzado, en tanto que otros dijeron que sus conocimientos de medicina no eran suficientes para explicar lo que habían presenciado. Incluso uno dijo al salir: “Es primera vez en mi vida que veo un milagro”.

Finalmente Zisternas, habiendo descartado que lo que le ocurría a la niña tuviera causas naturales, dio inicio al ritual del exorcismo. Éste culminó con el siguiente diálogo:

— Exorciso te creatura salis per Deum vivum, per Deum verum, per Deum sanctum...
— ¡Bribón!
— ¿Tengo yo facultades para echarte?
— Sí.
— ¿Y si yo te echo, te irás para siempre?
— No.
— ¿Y a qué signo obedeces?
— Al Evangelio de San Juan.
— ¿Por qué atormentas a la Carmen?
— Para probar su paciencia..., y también la tuya.
— Exorciso te, creatura aquae, in nomine Dei Patris omnipotentis, et in nomine Iesu Christi Filii eius Domini nostri, et in virtute Spiritus Sancti...
— ¡Bribón! No sabes con quién te estás metiendo.
— ¿Cuándo volverás?
— Dentro de un año y medio.
— ¿Volverás en la misma forma?
— No se sabe, tendrás que averiguarlo.

Después de haber vivido muchos años en Chile, sospecho que el epíteto no era “Bribón” sino otro bastante parecido que, por supuesto, no podía incluirse en un informe al arzobispo.

Todo el proceso narrado hasta ahora demoró en total unos 6 días. A la fecha en que Zisternas terminó el informe, la enferma no había experimentado ninguna recaída. Desgraciadamente no contamos con información posterior de lo que pasó con Carmen Marín, ni tampoco si se cumplió la promesa demoníaca de retornar al año y medio.

Tanto el informe de Zisternas, los de los médicos y los comentarios injuriosos de los periódicos liberales de la época fueron recogidos en el libro La Endemoniada de Santiago, recientemente editado. En él podrán encontrar muchos más detalles.

Les he contado este episodio para que cada cual saque sus conclusiones. El relato es contemporáneo a los hechos que se describen, Zisternas intenta ser imparcial a pesar de su condición de sacerdote, ya que no puede arriesgarse a hacer quedar en ridículo al arzobispo, especialmente habiendo muchos testigos que podrían haberlo desmentido en caso de falsedades. Por último tenemos también los informes discordantes entregados por los médicos, en muchos de los cuales se aprecia el fastidio de haber tenido que ser testigos de fenómenos que no podían explicar con su querida ciencia. Ya entonces muchos de ellos se sentían superiores al común de los mortales.

Y con esto pasamos al próximo capítulo.

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05/08/2018
LOS PELIGROS DE LA IMAGINACIÓN, Por Ricardo Forno
Mientras maneja el auto y discurre por caminos aburridos que conoce a la perfección por haberlos transitado innúmeras veces, incluso escuchando música o el informativo para mitigar la soledad, Marcos suele imaginar situaciones hipotéticas y especular con lo que sucedería si tomara alguna actitud inopinada. Ese día comenzó a imaginar qué sucedería si detuviera el auto sobre el arcén e hiciera señas a algún otro automovilista para que se detuviera a su lado. Le diría que estaba un poco desorientado y quería saber en qué lugar se hallaba:

» —Disculpe, ¿sabe dónde estamos? Me desorienté manejando el auto.

» —Estamos cerca de San Carlos. ¿Hacia dónde va usted?

» —La verdad, no lo sé.

» El otro no sabría qué responderle de inmediato, pero luego le ofrecería un menú de posibles destinos:

» —¿Va a Punta del Este? ¿A José Ignacio? ¿A Piriápolis? ¿A Montevideo? ¿A Rocha? ¿A Chuy?

» —No, nada de eso…

» —Disculpe señor, pero ¿cómo se llama?

» —Marcos.

» —¿Marcos cuánto?, quiero decir, su apellido. Disculpe mi curiosidad, pero estoy intentando ayudarlo.

» —No recuerdo.

» —No quiero parecer un policía, pero ¿me permite su documento? ¿O su libreta de conducir?

» —Sí, cómo no —dice Marcos— y extrae de un bolsillo el permiso de manejo.

» —A ver… Marcos Senanes. Pero acá no dice dónde vive. ¿Tiene a mano su cédula? No, ahora recuerdo que en la cédula tampoco figura la dirección. Decía, para ayudarlo a llegar a la comisaría de su barrio. A ver… ¿Dónde se atiende? ¿En Médica Uruguaya? ¿En La Española? ¿En ASSE?

» —No… no recuerdo.

» —¿Tiene su celular?

» —No, debo de haberlo dejado en casa, cargándose.

De pronto, Marcos se da cuenta de que la situación es real, que se llama Marcos Senanes, que está cerca de San Carlos, pero nada más. No sabe a dónde se dirigía, ni quiénes componen su familia, dónde trabaja... Lo único que le queda es el auto y sus documentos.

Marcos detiene el auto sobre el arcén, como imaginó, y esta vez la situación se repite, pero ya no es imaginaria sino real.

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25/06/2018
UNO, por Ricardo Forno
Si yo tuviera el corazón,
el corazón que di,
si yo pudiera como ayer
querer sin presentir…

La miré, muy atento. Tatiana no se percató; su rostro se reflejaba en el espejo del botiquín. “¡Dios! ¡Qué fea es!”, me dije. “¿Cómo puede ser que esté casado con ella?” Cierto que la sorprendía en uno de sus peores momentos: había estado llorando tras una discusión. Sin llegar a tornarla bonita, su sonrisa, cuando la lucía, le daba a sus rasgos algo simpático que disimulaba las facciones un tanto toscas. Pero en ese momento se la veía fea, sin duda. “¿Qué será de ella si la dejo? ¿Quién podría quererla, con esa cara y su carácter exasperante? Pero lo soy todo para ella. No puedo dejarla. Volveré a amarla”.

Bajo el cristal del escritorio conservo la foto de nuestros dos hijos junto con ella, cuando todavía era bonita, pese a los doce años cumplidos desde el casamiento. La observé detenidamente; como una premonición, casi todo el rostro había quedado velado al derramarse un vaso de bebida sobre el escritorio y escurrirse bajo el cristal. Esa foto la había tomado yo en el momento de embarcarnos para unas vacaciones, una de las últimas de cuando todavía éramos felices. Los años transcurridos habían infligido los mismos estragos a la foto, a sus facciones, a su carácter y a nuestro amor.

Salí a dar una vuelta con el auto. Mientras manejaba, mi cabeza estaba en un mundo aparte; oía una y otra vez la letra del tango. Luego, no sé de dónde, aparecieron unas frases que me decía a mí mismo: “Dónde estás, amor mío, que no te puedo encontrar… Te quiero, te amo… pero no sé quién sos… cómo te llamás… dónde vivís…”

Sin proponérmelo, me fui alejando del barrio. Casi choqué contra otro auto; poco después estuve a punto de atropellar un peatón. Cuando crucé un semáforo en rojo, pude notar que veía nublada esa luz, tal como poco antes había visto la foto. Me pasé la mano por el rostro; comprobé que estaba húmedo de lágrimas. No podía seguir manejando. A un costado del camino divisé un bar; estacioné a unos metros. Antes de bajar, me sequé con el pañuelo y respiré profundamente durante algunos minutos.

Me senté a una mesa y pedí un whisky con hielo. Evité incurrir en los pensamientos anteriores; de seguro mi aspecto no era alegre, pero supongo que sería tolerable. Observé que una chica, sola en una mesa cercana, me miraba con disimulo y cierto interés. Sus facciones eran simétricas y tranquilas, y no llevaba maquillaje. Ella estaba comiendo un tostado y bebiendo un café; terminó su merienda y se levantó. Pensé que iría camino del baño, pero al pasar frente a mí se acercó y me dijo:
—Discúlpeme si soy entremetida, pero ¿le pasa algo? 
—¿Tanto se me nota? 
—Sí. No se preocupe. ¡Arriba ese ánimo! La vida es bella. 
—En realidad no es nada grave lo que me pasa. Pero usted sabe como son esas cosas. Uno entra a pensar, se da manija… Y aquí me tiene, sin saber qué hacer de mi vida.
No transcribiré acá la conversación que tuve con la chica, que dijo llamarse Marisa, pero la resumiré. Hablamos de gustos y preferencias; coincidíamos en casi todo. Me considero bastante culto, y ella estuvo a la altura de las circunstancias. Fui quien más charló, pues estaba sintiendo una necesidad enfermiza de desahogarme, pero ella también tuvo su parte. Se mostró comprensiva y tierna. Al principio nos tratábamos de “usted”, pero al rato ya nos tuteábamos. En ningún momento mencionamos detalles tan prosaicos como nuestros estados civiles, aunque ambos nos referimos algo a parejas actuales y pasadas, sin aportar datos precisos. Lo cierto es que poco a poco estaba enamorándome de ella; lo que siguiera después lo dejaba en manos del destino.
Pero todo lo bueno llega a su fin. A su tiempo, Marisa auscultó su relojito y me indicó:
—Perdoname, pero se me ha hecho tarde. Me están esperando. Acá te dejo anotado mi celular. Llamame cuando quieras.
Hice una seña al mozo, que trajo la cuenta. Nos levantamos; me acerqué, la besé en la mejilla y le dije:
—Nos vemos en cuanto sea posible. Hasta la próxima. 
—Disculpame, pero me debés doscientos pesos. No puedo permitirme gastar un tiempo que podría haber usado en otras actividades sin tener una compensación. No te preocupes por la consumición de la otra mesa; me hago cargo yo.
La miré, estupefacto. Pero enseguida reaccioné y le respondí:
—Por supuesto —al tiempo que extraía de mi billetera el importe solicitado y se lo ofrecía. 
—Gracias. Vos no propusiste nada, pero si querés seguirla vamos al telo. Te hago precio. 
—Muy amable, pero hoy no. Gracias por tu compañía —y era sincero.
Nos despedimos y monté en el auto. Había disfrutado de una hora de felicidad. Ya podía volver al hogar y enfrentar lo que fuese.


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22/06/2018
Obra de Teatro: LA ESENCIA ES LA SORPRESA 
Por Hernán Huergo
Interior de una peluquería. Cartel en pared que dice “TORIBIO, peluquería unisex para gente única”. Un gran sillón. Un casco, para señoras. Espejo en la pared.  Cosas típicas de peluquería en la mesa pegada al espejo. Peine, tijeras, espejo de mano (requeridas). Otras no imprescindibles: champú, secador, navaja, peines, cepillos, aerosoles, guantes de látex. Un teléfono.

Reparto:
Toribio, el peluquero, alrededor de 50 años.
Jaime, hombre de clase alta, alrededor de 40 años, cliente del peluquero.
Patricia, señora de clase alta, algo menos de 40 años, esposa de Jaime.
Norma, viuda, alrededor de 45 años.

Primer acto:
(Toribio está en la peluquería. Arregla las cosas que están sobre la mesa debajo del espejo. Entra Norma.)

NORMA–Buenas tardes, Toribio, ¿cómo está?
TORIBIO. –Señora Norma, ¡qué gusto! (Mira su  reloj pulsera, algo sorprendido.) Hoy llega un poco más temprano, son las tres menos cuarto, pero no hay ningún problema, la atiendo ya.
NORMA–No, Toribio, me encantaría, pero venía a avisarle que hoy no puedo. Discúlpeme que no pude avisarle antes. Los martes a las tres tengo un nuevo curso de Literatura. Vamos a tener que buscar otro horario para mí a partir de ahora. Los martes no voy a poder venir más.
TORIBIO–No se haga problema, señora Norma. Déjeme ver. (Consulta un cuaderno.) ¿Qué opina de venir los miércoles a la misma hora?
NORMA–No, tampoco. Los miércoles a las tres tengo Entrenamiento de la Memoria. El jueves tampoco sirve, tengo Yoga de dos a cuatro.
TORIBIO –Uy, uy, señora Norma, estamos mal. Viernes y sábados son días muy solicitados. Tengo los turnos todos tomados.
NORMA–Algo se le va a ocurrir, Toribio. Quizás el sábado a la tardecita, me encantaría.  Sea creativo. (Tono algo insinuante.)  Bueno, me voy, no quiero llegar tarde a mi primera clase de Literatura. Espero que encuentre tiempo para mí, Toribio, sea creativo. (Otra vez algo insinuante).
(Toribio se ha quedado mirando la puerta por la que salió Norma, pensativo. Suena el ring del teléfono.)
TORIBIO–TORIBIO,  peluquería unisex para gente única. Buenas tardes. (Habla con voz mecánica con el cuerpo en posición de firmes. Pausa mientras escucha.  Amplia sonrisa.) Señora Patricia, ¡qué gusto! (La voz es obsecuente, melosa. Pausa menor, escucha algo, congela algo la sonrisa.) Bueno, sí, ¿cómo estás?, todavía no me acostumbro a tutearla, a tutearte.  (Pausa mientras escucha.) No, el señor Jaime no está. El hombre llega a las cuatro en punto, ni un minuto antes, ni un minuto después. (Pausa de tres segundos.) No, no hay nadie, la señora Norma canceló su horario de las tres. (Pausa de tres segundos.) ¿Ahora? (Voz de total sorpresa.) ¿Dónde estás? Por supuesto, Patricia, venite.
(Toribio cuelga rápido el auricular corre hasta el espejo. Se peina frente al espejo y se arregla las patillas. Entra Patricia al cabo de diez segundos, sonriente y agitada. Mira a todos lados dentro de la peluquería como si buscara a alguien.)
PATRICIA– Hola, Tori. ¿Seguro que no está mi Jaime? (Camina por la peluquería  sin parar, mirando a todos lados, como si estuviera convencida que Jaime está escondido por allí.)
TORIBIO–  (Gira la cabeza junto con el cuerpo mientras la sigue con la mirada.) ¿El señor Jaime? Ya te lo dije, llega a las cuatro en punto, ni un minuto antes ni un minuto después. ¿O no lo conocés a tu marido?
PATRICIA(Para de caminar y da una vueltita graciosa para mirarlo, pensativa pero siempre con la sonrisa.) – ¿El señor Jaime?, qué gracioso cómo lo llamás, Tori. Sí, por supuesto que lo conozco. (Breve pausa, deja de moverse, mira al público, frunce el ceño, como dudando de lo que dijo.) O creo conocerlo, porque ahora no estoy tan segura y me pone nerviosa la sorpresa. No sé qué puedo esperar de mi Jaime. (Vuelve a recuperar el movimiento y la gracia. Ahora camina de nuevo. Mira debajo del sillón de hombres.)
TORIBIO–  ¿Sorpresa? (Tono sorprendido.)
PATRICIA– Sí, dice mi Jaime que me va a dar una sorpresa. Me muero por saber de qué se trata. (Revolotea por la peluquería. Mira dentro del casco para mujeres).
TORIBIO– ¿Qué tipo de sorpresa?, ¿cuándo? (Gira la cabeza junto con el cuerpo mientras la sigue con la mirada.)
PATRICIA(Deja de caminar y lo mira, divertida.) –Ay, Tori, si supiera qué y cuándo no sería sorpresa. El otro día le dije tu frase favorita, “la esencia es la sorpresa”. Ahora jura que me va dar la sorpresa. Me muero por saber de qué se trata.
TORIBIO–No puedo creer que le hayas dicho “la esencia es la sorpresa”, Patricia. Esa frase era para vos, no esperaba que la repitieras por ahí. (Pausa. Ella ahora está quieta y seria, lo mira, espera que él siga.) Bueno, ya está hecho, (Gesto de resignación) pero por favor no le digas nunca que la frase me la escuchaste a mí.
PATRICIA.   –Por supuesto, Tori, quedate tranquilo.
TORIBIO–Está bien. Hablando de sorpresas soy yo el que tiene algo muy especial que decirte, Patricia.  
PATRICIA.  (Recupera la sonrisa.) –Ay, Tori, ¿vos también una sorpresa?
TORIBIO–Sí, Patricia. Llegó el día que te prometí, Hoy a las siete y media. ¿Podrás venir? (Él la mira ahora expectante, con cejas que se levantan y parecen implorar la respuesta positiva.)
PATRICIA–Ay Tori, Tori. ¿Estás hablando en serio? ¿Hoy mismo?
TORIBIO– Sí, hoy mismo. Lo tengo todo arreglado. Pero si no podés no hay problema.
PATRICIA– ¿En el Ritz? ¿Con orquídeas?
TORIBIO– En Lemos 496, sexto piso F. Es el segundo cuerpo.
PATRICIA– ¿Lemos? (Frunce el ceño.) ¿Qué es eso?
TORIBIO– Un departamento que me presta un amigo. No queda tan lejos. (Expresión de culpa)
PATRICIA– Bueno, el taxista sabrá llegar. ¿Y las orquídeas?
TORIBIO– Serán rosas, bien rojas.
PATRICIA– Ay Tori, Tori. No sé, pobrecito mi Jaime, pobrecito. (Camina en círculos nerviosa,  mira al espejo, lo mira a él. Piensa unos segundos)Bueno, puede que sí, voy a ver. Pero no de noche, Tori. (Pausa menor, piensa algo.) Mejor pasado mañana a las dos de la tarde. Tengo clase de Yoga de dos a cuatro. Parece que voy a faltar. Bueno, quizás. No sé si mi Jaime se merece esto, pobrecito.  (Otra vez se mira al espejo, pensativa.)
TORIBIO– ¿Jueves de dos a cuatro? Pero yo a esa hora trabajo.
PATRICIA– Bueno, qué lástima, Tori, otra vez será. Igual, no sé si mi Jaime se hubiera merecido algo así, pobrecito. Debe ser una señal de Dios.
TORIBIO– No, está bien, está bien, Patricia, está bien. Me las puedo arreglar. Jueves a las dos de la tarde. Lemos 496, sexto piso F, segundo cuerpo.
PATRICIA– Ay, Tori, Tori, no sé, no sé. (Piensa unos segundos.)  Bueno, bueno, el jueves a las dos de la tarde. Quizás. (Está muy indecisa.)
TORIBIO–Nada de quizás, Patricia. Espero que sí. (Pausa, la mira, detecta la inseguridad de ella.) Esperá un segundo, tengo algo para darte. (Abre un cajón de su mesa saca un sobre pequeño de color azul, saca un papelito de su interior, lo lee, corrige algo en él, lo pone de nuevo en el sobre pequeño de color azul y se lo entrega.) Tomá, esto es para vos. No lo pierdas ni lo olvides.
(Ella toma el sobre y saca el papelito de adentro. Lo lee en voz alta.)
PATRICIA– “Querida señora. La espero el jueves a las dos de la tarde en Lemos 496, sexto piso F. Segundo cuerpo. Toribio.” Pero qué romántico y formal, Tori. (Vuelve a mirar y a  leer el papelito.) Acá dice querida señora, sin nombrarme. ¿Qué quiere decir esto, Tori? Que tenés estos papelitos arreglados para quien sea. No puedo creerlo.
TORIBIO–Pero por favor, Patricia. Nunca antes escribí algo igual. No está tu nombre por discreción, entenderás. (Suena el teléfono.)
TORIBIO– TORIBIO,  peluquería unisex para gente única. Buenas tardes. (En posición de firmes y con voz de aviso comercial. Pausa. Patricia se ha quedado quieta y lo mira en forma escrutadora.) Señora Norma, ¿qué dice? (La voz es obsecuente y melosa.) ¿Se canceló la clase? Sí, señora, el turno sigue libre, venga ya mismo. La espero.  (Cuelga y mira a Patricia, se encoge de hombros.) La clienta que había cancelado viene para aquí.
PATRICIA–Sí, Norma, la re-conozco (Marca la sílaba re.). Estamos juntas en las clases de Yoga y nos hemos hecho re-amigas. (Lo mira fijo a los ojos, con leve sonrisa.) Tan viuda y solitaria, la pobre.
TORIBIO– ¿Viuda? No tenía idea.
PATRICIA– Sí, viuda y solitaria. (Breve pausa.) Está encantada con vos, Tori.
TORIBIO– ¿Encantada conmigo? ¿La señora Norma? Es bueno saberlo. Tiene un pelo complicado, pero creo que le encontré la vuelta. Me alegra saber que esté tan contenta.
PATRICIA– Sí claro, Tori, le encontraste la vuelta al pelo.  (Sonríe y usa un tono de quien no cree lo que dice el otro.)  Hasta el jueves. (Vuelve a leer el papelito.) Lemos…, espero no perderme. No te olvidés de las rosas, bien rojas. (Patricia mete el papelito en el sobre azul y el sobre en la cartera, y abre la puerta. Se encuentra frente a frente con Norma, a punto de entrar).  ¡Normita divina! ¿Cómo estás?
NORMA. (Cara de sorpresa.)  – ¡Patricia querida! ¿Qué hacés aquí? Creí que ya no venías más a Toribio.
PATRICIA–Y así es. Pero vine a buscarlo a Jaime, pero parece que hasta las cuatro no llega.
TORIBIO–A las cuatro, ni un minuto antes, ni un minuto después.
PATRICIA.  –Bueno, tengo que irme. Toribio, buenas tardes. Hasta luego, Normita. No sé si nos vamos a ver el jueves en Yoga. Creo que viene a visitarme una tía de Salta.
NORMA. –Pero mañana tenemos Entrenamiento de la Memoria, ¿o te olvidaste?
PATRICIA(Sonríe, divertida)  – ¿Podés creer que se me había olvidado total? Se ve que todavía no aprendí nada. Te veo mañana, entonces.
NORMA. –Sí, mañana, Patricia. Pero te mato si no vas, tengo algo importante para contarte.
 PATRICIA–No voy a faltar. Yo también quiero contarte algunas cosas, Normita. Hasta mañana. (Sale)
TORIBIO(Cara de sorpresa, preocupado. Frunce el ceño.) –No sabía que ustedes dos fueran tan amigas.
NORMA–Sí, Toribio, una amiga del alma, la mejor.
(Toribio mira al público, las cejas bien levantadas, con cara de preocupación. Cae el telón.)
Segundo acto:
(En la peluquería. Toribio le abre la puerta a un cliente. Entra un hombre prolijo, bien vestido, edad alrededor de cuarenta años.)

TORIBIO– Buenas tardes, señor Jaime, ¡qué gusto! Cuatro de la tarde, ni un minuto antes, ni un minuto después. Usted siempre tan puntual.
JAIME– Hola, Toribio. (Sin mirarlo ni detenerse. Se sienta en el sillón.) Lo de siempre.
TORIBIO– Por supuesto, lo de siempre. (Le pone la sábana blanca y se la acomoda en el cuello.) Calor, ¿no?
JAIME– Sí, bastante frío, pero no importa.
TORIBIO– ¿Frío? Debe haber sido ahora que refrescó. La señora que se fue recién se quejaba del calor.
JAIME. – Patricia…  (Dicho como en un susurro, como para sí mismo.)
TORIBIO(De pronto nervioso y tartamudeando.) – No, la señora Patricia no. Hablo de la señora Norma. Su señora hace tiempo que no se atiende conmigo, señor Jaime. (Peina y pega un tijeretazo de tanto en tanto.)
JAIME– Ya sé, Toribio. Lo que iba a decirle es que Patricia siempre tiene calor.
TORIBIO– Sí, me parece saber a qué se refiere, señor Jaime.
JAIME– ¿Qué quiere decir?, Toribio. ¿Desde cuándo la conoce tan bien a mi mujer? Ya dicen por ahí que usted es rápido con las clientas.
TORIBIO(Le sale un tijeretazo desmedido, Jaime se agacha un poco del susto.) – Pero señor, ¿qué cosas está diciendo? (Abre los brazos en jarras y pone cara de carnero degollado.)
JAIME– Es sólo una broma, Toribio, no se asuste. Pero no se distraiga, siga cortando. (Pausa, duda de lo que va a decir.) Necesito hablar un tema muy importante con alguien y pensé en usted, Toribio, que por algo es peluquero. Hay gente que habla estas cosas con el cura pero no es mi caso. Hace años que no me confieso y no me veo yendo al cura ahora. Ir a un psicólogo menos todavía. No sólo son caros por demás sino que los cuerdos se vuelven locos mucho más que los locos que se vuelven cuerdos. Me queda usted, Toribio.
TORIBIO. – ¿Yo? (Para de cortarle el pelo. Lo mira, intrigado.)
JAIME– Sí, Toribio. Usted es peluquero. ¿O nunca oyó hablar de la función social del peluquero?
TORIBIO– La verdad, señor… (Sigue mirándolo, sin cortar el pelo.)
JAIME– Siga cortando, Toribio, no se distraiga. Ustedes, los peluqueros, son la alternativa mejor que tenemos los hombres cuando no queremos o no podemos hablar con curas ni psicólogos. Si usted está de acuerdo en ayudarme, claro.
TORIBIO(Peina y corta)  – Claro que lo voy a ayudar, señor Jaime, aunque no entiendo cómo, señor.
JAIME– Fácil, Toribio, bien fácil. Yo digo lo que se me pasa por la cabeza y usted escucha.
TORIBIO– ¿Y yo qué debo hacer?
JAIME. – ¿Usted qué hace? Nada, o casi nada. Usted sólo escucha. Pero si se le cruza algo por la cabeza y quiere decirlo, lo dice. ¿Entendió?
TORIBIO– Bueno, tiene razón, parece bien fácil. ¿Eso es todo?
JAIME. – Así de fácil, Toribio. Ah, una cosa más, cuando usted termina de cortarme el pelo, me lo dice, me cobra y me despide hasta la próxima semana. Aunque yo le implore un minuto más de su tiempo. ¿Está todo bien claro?
TORIBIO– Clarísimo, señor Jaime, lo escucho. Mientras, le sigo cortando el pelo.
(Jaime se tira bien para atrás, se relaja y cierra los ojos. Toribio lo peina. Después de unos segundos empieza a hablar.)
JAIME. (Habla en medio de suspiros, relajado.) – Patricia, Patricia. Fue mi primera novia. Porque a Malena no la puedo contar como novia. Ni siquiera la presenté en mi casa. No, no era presentable. No, no hablo de eso, Toribio. Malena era una mina para desmayar a cualquiera. Cuando digo que no era presentable hablo de lo social. Me imagino la cara de la vieja si se la hubiera presentado. Muerta, habría caído allí mismo muerta. (Se queda callado unos segundos, siempre con los ojos cerrados.) Malena, Malena (Suspira, arrastra la voz.), qué bestia. Era imparable y yo también con ella. Las ojeras se me marcaban en la cara como surcos, parecía un payaso destruido cuando estaba en la facultad. Piel y huesos. Qué manera de enseñarme cosas. Qué tiempos, cosas de juventud. Cómo me hizo llorar cuando me cambió por Roberto. Te la doy a Pichi, me dijo Roberto, y yo, desesperado por los celos, agarré viaje. Pichi, nada que ver, a esa sí que se le notaba que era más puta que las gallinas. Siga cortando, Toribio. Pero lo nuestro con Patricia es más que lujuria, es amor verdadero. Un amor ideal, por muchos años. Bueno, es lo que yo creía. (De pronto abre bien grandes los ojos, ya no los volverá a cerrar. Mira hacia delante, al espejo.) ¿Será verdad eso de la comezón del séptimo año, Toribio? Porque estamos justo allí, en el séptimo año.
TORIBIO– No sé, señor Jaime, hay muchos que dicen eso.
JAIME– No hable, Toribio. Usted sólo debe escuchar. Excepto cuando se le ocurra decir algo inteligente.
TORIBIO– Disculpe, Jaime, pero ¿cómo sé que lo que voy a decir es inteligente? (Otra vez deja de cortar el pelo y lo mira.)
JAIME–Muy simple, Toribio, si no lo sabe no lo diga. Sólo escuche. Y siga cortando. (Jaime suspira. Toribio retoma peinado y corte.) Ella parecía encantada, cada sábado.
TORIBIO. (Otra vez deja de cortar) – ¿Cada sábado? (Retoma la tarea.)  Perdón, Jaime, perdón, no debo hablar.
JAIME–Está bien que me llame Jaime, lo de señor no va en este rol suyo de ahora, Toribio. Sí, cada sábado a las dos y media de la tarde. Cada sábado de amor. No sé si lo entiende, Toribio, usted debe ser de los que tienen sexo día por medio, si no todos los días. Pero lo nuestro es amor sublime, un ritual que se consume cada sábado. Sagrado y fulmíneo. Todo estuvo perfecto hasta…
TORIBIO– No puedo dejar de decirle, señor, que Patricia ni ninguna mujer se puede conformar con tan poco. (Acompaña la frase con tijeretazos al aire.)
JAIME. – ¿Tan poco? Usted no la conoce a Patricia, Toribio.
TORIBIO– Sí, la conozco, es una mujer. Usted dice que una hora los sábados y eso es todo. (No corta ni peina.)
JAIME– Nunca dije eso de una hora, no invente. (Enojado.) Es una hora si la cosa está mal, esos días que no puedo olvidarme del stress. A la hora abandono. Pero lo normal es que nuestro fuego sublime se consuma en siete minutos, a veces diez.
TORIBIO– ¿Siete minutos? Lo suyo está muy mal, señor Jaime, pobre Patricia.
JAIME– Le rogaría, señor peluquero, que se refiera a mi esposa como señora Patricia.
TORIBIO– Mire, Jaime, si me va a usar en vez del cura o del psicólogo me parece que esas cosas no van. Mejor paramos aquí, me dedico a cortarle el pelo y hablamos del tiempo. (Empieza a cortarle otra vez.)
JAIME– No, Toribio, tiene razón, diga lo que quiera. Por favor, necesito su opinión. ¿Qué debo hacer? Hace un tiempo que estoy pensando en un plan para combatir esto.
TORIBIO– ¿Combatir qué cosa? (Corta y peina.)
JAIME– Ya van tres veces, Toribio, tres veces seguidas que Patricia me dice, con ojos extraños: “Mi Jaime, mi amor, estoy aburrida”. Tres sábados, curiosamente a la misma hora. Increíble, ¿no?
TORIBIO– ¿A la misma hora? (Corta y peina.)
JAIME– Tres menos diez, minuto más, minuto menos. ¿Puede creerlo? Siete años de amor para escuchar esto. “Estoy aburrida”. Pero ese es el tema, Toribio. Quiero contarle mi plan, a ver qué le parece. La idea es añadir un nuevo acto de amor sublime los miércoles por la noche.
TORIBIO– ¿Los miércoles por la noche? (Corta y peina. No puede creer lo que está escuchando.)
JAIME– Sí, Toribio. Lo estudié bien. Miércoles  a las veintidós treinta. ¿Qué opina, Toribio? La otra alternativa, es los martes a las veintidós quince. O sea hoy mismo. Sí, mejor hoy mismo. No sabe cuánto me gustaría saber qué opina, Toribio.
TORIBIO– Usted está loco de remate, Jaime. No se puede creer que tenga al lado una mujer como Patricia. (Tijeretazos al aire.)
JAIME– Señora Patricia…
TORIBIO(Deja de cortar, enojado.)– Patricia, Patricia y Patricia. Usted no se la merece. El amor no es rutina, no se trata de actos sublimes ni rituales programados. El amor es libertad, aventura, el amor es sorpresa, es no saber qué sigue ni por qué. Olvídese de los sábados, olvídese de los miércoles. (Parece bastante furioso, una personalidad desconocida. Ahora es él el que domina la situación.)
JAIME– ¿Pero eso no va a ser peor, Toribio? ¿Olvidar los sábados y los miércoles? ¿Dejo los martes?
TORIBIO– Pero no sea idiota, hombre. La esencia es la sorpresa, la sorpresa. (Remarca las palabras. Ya no corta ni peina.)
JAIME(Se yergue de golpe, gira para mirarlo fijo a Toribio) – ¿La esencia es la sorpresa? (Habla marcando todavía más cada sílaba) ¿Dijo “la esencia es la sorpresa”? Esto sí que es extraño. Dígame la verdad, Toribio, ¿usted hace esto con las mujeres que vienen aquí?
TORIBIO– No sé de qué me habla, señor Jaime. (Perdió seguridad de golpe. Gira hasta quedar a las espaldas de Jaime. Vuelve a ser el peluquero sumiso y obsecuente. Peina cuando puede, con toques nerviosos.)
JAIME(Gira la cabeza hacia uno y otro lado tratando de enfocar al peluquero, que gira a su vez para evitar la mirada) – Hablo de Patricia, Toribio. ¿Alguna vez ella le comentó alguna de estas cosas?
TORIBIO– Por Dios, señor Jaime. (Sigue peinando cuando puede, con toques muy nerviosos.) Hace mucho que no la veo a su señora, y cuando se atendía conmigo, no hablábamos de nada que no tuviera que ver con el oficio.
JAIME– ¿El oficio?
TORIBIO– Peluquero, señor, peluquero.
JAIME(Se tranquiliza, vuelve a reclinarse en el asiento) – ¡Qué extraño! Porque cuando ella dijo “Mi Jaime, mi amor, estoy aburrida” la última vez, el sábado pasado, le pregunté qué podía hacer yo para que dejara de decir eso. ¿Y sabe qué dijo?, Toribio.
TORIBIO– ¿Qué fue lo que dijo Patricia?, ¿qué dijo su señora, señor Jaime? (Sigue peinando, con toques suaves, más tranquilos.)
JAIME–Es de no creer. Dijo “La esencia es la sorpresa”, sus mismas palabras exactas.
TORIBIO(Muy nervioso y tartamudo. Retoma el peinado con toques nerviosos.) – Esas palabras son tan viejas como la Biblia, señor Jaime. (Breve silencio) ¿Y usted qué le dijo?
JAIME–Tendrás la sorpresa, mi amor, y será bien pronto. Eso le dije. (Breve pausa.) Y estaba decidido a que fuera hoy a las veintidós quince, hasta que hablé con usted. ¿Y ahora qué hago? Usted sí que es bueno en el oficio.
TORIBIO– ¿El oficio? ¿Peluquero?
JAIME– Loquero, Toribio, o psicoanalista, como quiera llamarle. No pasó ni media hora y ya me volvió loco, se pasó. ¿Qué carajo hago ahora?
TORIBIO– Malena, también Pichu. (Habla como en susurro, como si fuera para sí mismo. Sigue cortando el pelo.)
JAIME– ¿Malena, Pichu? ¿De qué me está hablando, Toribio?
TORIBIO– Ah, ¿me escuchó? Pienso que la solución es simple, Jaime. Tiene que pensar en ellas, revivirlas.
JAIME– Mire que dice cosas raras, Toribio. Que yo sepa esas dos andan por allí, tan vivas como siempre, o quizás más.
TORIBIO– No me entiende, tiene que revivirlas en su mujer, en Patricia.
JAIME– Siga haciendo de peluquero, Toribio, y hable en fácil, que como  psicoanalista no se le entiende nada.
TORIBIO(Deja de cortar, suspira y lo mira frente a frente.) – A ver cómo se lo explico. Hay una Malena dentro de Patricia. Eso es todo lo que usted debe pensar. Hay una Malena y, más también, hay una Pichu dentro de ella, esperándolo.
JAIME– ¿Esperándome?
TORIBIO(Retoma el corte y peinado, ahora tranquilo.) – Esperándolo a usted o a quien sea, si usted no aparece, Jaime.
JAIME– ¿O sea, Toribio? ¿Qué carajo tengo que hacer?
TORIBIO(Da los últimos toques, deja el peine y la tijera y mira al cliente, orgulloso del corte que hizo) – Sólo dos cosas le repito, Jaime. Y en verdad debería cobrarle por estos consejos. Una: La esencia es la sorpresa y dos: hay una Malena dentro de su Patricia.
JAIME– Otra vez esa cantinela de la esencia es la sorpresa. Qué les pasa a todos. ¿Se puede saber qué tengo que hacer, señor experto?
TORIBIO– Creo que le quedó muy pero muy bien, señor Jaime. ¿Usted qué opina? (Coloca un espejo de mano para que Jaime se mire, pero Jaime lo mira a él.) 
JAIME– Le hice una pregunta, Toribio, ¿qué hago?
TORIBIO– Sí, quedó perfecto. (Le saca la sábana blanca.) Son veintiséis pesos, señor Jaime.
JAIME– No, por favor, Toribio. Necesito su ayuda. Aunque sea una pista. ¿Qué hago?
TORIBIO– Si tuviera cambio me haría un gran favor, señor Jaime.
(Jaime lo mira hasta darse en cuenta que no hay nada que hacer, paga y se va sin saludar, pensativo)

Tercer y último acto.
En un departamento de la calle Lemos, una mesa con un florero con rosas rojas, al lado una botella de champagne, un balde de hielo, dos copas. Toribio camina nervioso por el cuarto mirando su reloj pulsera.

TORIBIO– Dos menos diez. Maldición. No sé si esto será una buena idea. Mi Jaime, Tori divino, ¡qué loca!  También, con ese marido. Pobrecita. Si lo mío es casi como un apostolado. Champagne, rosas rojas, horas de trabajo perdido. Deberían indemnizarme.
(Suena el timbre, Toribio se arregla rápido frente al espejo y aprueba su imagen. Mira a todos lados como controlando que esté todo bien. Luego va rápido y nervioso hasta la puerta y la abre. Es Patricia, muy sonriente.)
PATRICIA– Hola, Tori divino. No te imaginás lo contenta que estoy. (No hay beso ni nada, ella empieza a revolotear por el cuarto, mira todo, el champagne, las rosas.) ¡Pero qué rosas más lindas, Tori!
TORIBIO– ¡Patricia, estás preciosa! ¿Una copa de champagne?
PATRICIA– No, Tori divino, guardalo para después.
TORIBIO– Bueno, no tenemos mucho tiempo, Patricia. ¿Querés ponerte cómoda?
PATRICIA(Ahora toca las rosas, las huele. Toca el balde de hielo.) – Conmigo no te va a llevar más de unos minutos, Tori, diez minutos a lo sumo.
TORIBIO– Ay, preciosa. No te imaginás lo que te espera.
PATRICIA(Se frena y lo mira.)  – Ay, Tori divino. Creo que es al revés. Sos vos el que no te imaginás lo que te espera.
TORIBIO(Con cara de gran intriga) – Me estás preocupando, ¿de qué se trata?
PATRICIA(Ahora mira la marca del champagne.) – La esencia es la sorpresa, Tori, como le decís a todo el mundo.
TORIBIO–A todo el mundo no. Patricia. Si ya te dije que es una frase nuestra.
PATRICIA(Otra vez lo mira.)  –Parece que te olvidás que también se la dijiste a Jaime el martes pasado, Tori divino.  Pero no me quejo. ¡No sabés! Cuando mi Jaime llegó a casa, serían las cinco estaba como loco, se abalanzó hacia mí. “Como dice Toribio, la esencia es la sorpresa”, gritaba, y me besaba, me adoraba. “La esencia es la sorpresa”, repetía una y otra vez, en medio del delirio. Terminamos felices y llenos de moretones, como a las seis de la mañana.
TORIBIO– Bueno, no sé qué decir. (Desconcertado, busca qué decir y qué cara poner.) Te felicito, los felicito. Y estas rosas bien rojas, este champagne, ¿ahora para quién son?
PATRICIA– No para mí, Tori divino. (Mira el reloj pulsera.) Pero no puedo quedarme ni un minuto más aquí Tori, son casi las dos. Adiós Tori divino, gracias. (Le da un beso rápido en la mejilla, camina hacia la puerta y la abre.)
TORIBIO– Pero ¿qué pasa, por qué tanto apuro?
PATRICIA. – Adiós Tori, que seas feliz. (Se va, cerrando la puerta)
(Toribio se queda confundido, camina hasta la mesa con las rosas y el champagne, menea la cabeza, contrariado. Suena el timbre. Toribio pone cara de sorpresa, mira el reloj pulsera, hace un gesto que significa que son las dos en punto, y va a abrir la puerta. Es Norma, con sonrisa radiante. Agita un sobre pequeño de color azul en su mano derecha.)
NORMA–Realmente no esperaba que usted fuera tan creativo, Toribio, esto sí que es una sorpresa para mí. (Entra, mira todo.) ¡No hay sillón de peluquería pero sí champagne y rosas rojas! Qué creativo, Toribio. No sabe lo que me encantan las sorpresas.
TORIBIO(Toribio sirve el champagne en dos copas y entrega a Norma una.) –Ay, señora Norma. La sorpresa es toda mía, se lo aseguro. La sorpresa y el placer, brindemos. (Brindis, toman un sorbo.)  No hay caso, otra vez se confirma que, en la vida, la esencia es la sorpresa.

FIN

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22/05/2018
HOLA Y ADIÓS, por Ricardo Forno

Sol de amor, ¿cuándo brillarás
para enjugar mis lágrimas amargas?

(Li-Tai-Po)


Es un desvarío, recitó la gitana; tiróme el Tarot y predijo desgracia. Y la asistía razón. ¿Cómo podía ocurrírseme embarcar en un velero con destino insular, habiendo hoy artilugios voladores tan seguros? Nunca supe quién podría haber fletado velero tan vetusto con destino a San Sebastián de La Gomera; de la nada surgió el contacto a través de una amistad trashumante de las que no suelo jactarme.


No soy la única mujer a bordo ni tampoco el único pasajero. Me acompaña en la aventura un caballero distinguido que, de no haberlo oído intercambiar unas pocas palabras con la única representante femenina de la tripulación, habría considerado su posible mudez. Fue sólo un breve apretón de manos y un saludo convencional en algún idioma nórdico infrecuente, quizás islandés. Lo repite conmigo. Tan misterioso es ese otro pasajero para mí como para él debo de serlo yo.
Reloj de arena entre las jarcias es la silueta de la otra mujer. Bonita, ojos sesgados, cabellera al viento cubierta a veces por el birrete, segundo oficial, cosa rara si las hay, ha excitado al instante mi antipatía por la arrogancia de su gesto.
Mujeres somos sólo dos, pero hombres sí, los hay, y muchos. Capitán, oficiales, marineros, grumetes, cocinero... Reflexiono que tal vez mi incómoda, pertinaz soltería me haya lanzado a esta aventura, en busca de varones de mi complacencia.
Clávanse en los míos los ojos de color azul cobalto de un grumete, cubiertos por pestañas doradas. Desvío la mirada, pero mi cuerpo responde; me estremezco.

También de hito en hito me mira, indeciso, el otro pasajero. Quizás. Pero infranqueable aparéceseme la barrera idiomática y desdeño todo posible contacto. El grumete, en cambio, por lo menos habla español con los otros marineros. A hurtadillas he intentado pispar sus conversaciones.

Transcurren los días sin mayores novedades. Bandadas de aves que no identifico. Peces voladores; una noche, varios de ellos caen sobre la cubierta. Cerca del ecuador, el mar ha brillado de noctilucas.

Extendida sobre una tumbona, fatigo los ojos sobre los libros que he traído, y apenas comenzados los abandono.

Una calma chicha paraliza nuestro desplazamiento. Creo saber que eso implica la vecindad de una tormenta; parece indicarlo así el celaje.

Nos asombra una presencia, rara en estas latitudes: ¡tiburones! Como si buscaran algo, circundan el velero. ¿Habrá caído algo de comida al agua? No lo justificaría. Temerosos, pasajeros y tripulantes nos agrupamos tras el barrote de la borda para observar los escualos. De a poco nos vamos retirando. Quedamos sólo el grumete y yo. Él me toca; no reacciono; avanza. El capitán lo ha visto. Vocifera una orden y lo envía al tope del mástil. Sin hesitar, el grumete obedece; trepa por los obenques, deslizándose entre el palo mayor y el gratil, y al fin alcanza la cofa. Con una sonrisa maligna pintada en su rostro, la segunda oficial lo ha visto subir. El otro pasajero mira y parece que intercederá, pero no creo que se atreva.

El capitán ha ordenado desenvergar y navegamos a palo seco en previsión de la tormenta, la que a poco se desata. El velero se bambolea tanto que me obliga a aferrarme de la protección de borda; de chiripa no he caído al mar. Me mojo hasta los huesos. El grumete, allá arriba, no atina a decidirse. Veo cómo intenta zafar y asirse de un obenque, pero vacila y cae. Parece que irá al agua, pero es mitad sí y mitad no. Cae de espaldas, con casi todo el cuerpo afuera, pero la cabeza rebota en la borda.

Debe de haberse matado, discurro. El agua se revuelve más aún. Los tiburones están de fiesta.


Lloro.

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20/05/2018
2018 04 27 La Casa de Papel, por David Vergara


Mis etcéteras de este momento son colecciones de fotos menos usuales de París. Te mando la última. Lo que he fotografiado son unos enormes carteles de publicidad de la serie de Netflix que han puesto en La Défense  sobre la fachada de Les Quatre Temps. Además hay una serie de fotos tomada en una casa "particular" (exposición de figuras diversas hechas con latas de conserva por mi amigo Orson Buch), con un San Jorge incluido en la serie adjunta. Las otras son de exposiciones públicas (Foujita, Robots, Pompidou, etc.) y muchas simplemente de carteles, generalmente del Metro (calavera metálica, por ejemplo), y graffiti, algunos muy chicos (el cartelito de pretzels mide 15x15 cm).

Durante unos meses estuve sin aparato fotográfico serio (era un Canon 5D, cumplió 12 años, se rompió y "ya no es reparable" (???) y me acostumbré a usar el teléfono para fotografiar, con la ventaja de que siempre está conmigo. El resultado es que cada mes tengo unas 30 fotos "muy diversas" y las cuelgo en Vimeo. 


2018 04 27 La Casa de Papel from David Vergara on Vimeo.

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20/05/2018
Desde un barco, noctilucas, por Gonzalo Ballester Sastre

Un mar tranquilo

Máquina adelante
Estela blanca
Y viento casi calmo,
Pequeñas burbujas
Destellos blancos
En el borde de las olas,
Pareciera que estrellas
Han resbalado
Desde el cielo,
Un suave ronroneo
De las entrañas
Del barco nos acompaña,
Los ojos se llenan
De reflejos claros
Que los asaltan,
Desde las aguas
Las noctilucas saludan
Y nadie las llama
Salvo cuando
Desde adentro
De cada marino
Se acarician aguas
A veces, no siempre,
Amigas
De navegantes almas,
La imaginación traviesa
Piensa,
Seguro son
Diminutos brillantes,
Sueños
Que otros rostros
Mirando el mar
Han dejado caer
Desde cubiertas
De hierro,
Quizás solo nostalgias
De tierras ahora lejanas,
Noctilucas
Destellos blancos
Antes del alba
Pareciera que estrellas
Han resbalado
Desde el cielo.

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18/05/2018
El agente Juan Carlos, por Alfredo Ballarino

Un rumor lejano y persistente se hacía cada vez más fuerte, fortísimo. A los porteños ese ruido ya les estaba taladrando los tímpanos. Lo acompañaba un calor que poco a poco iba templando la invernal mañana. La gente desesperada salía a la calle y miraba a todas partes desorientada. Pero ese estado duró poco. El ruido y el calor explotaron avasalladores y la devastación se desencadenó sin contención. Una bomba nuclear estaba destruyendo la ciudad de Buenos Airesy matando a sus habitantes, sin darles tiempo a pensar ni reaccionar sobre lo que estaba pasando.


Juan Carlos sabía muy bien lo que sucedía. La tierra se estaba autodestruyendo y aún los países que se creían lejanos del conflicto de las potencias nucleares, caían víctimas de las bombas por cálculo, por error, por precaución o por venganza. Estados Unidos, Rusia, Europa, China, las Corea y todo el Oriente y aún la América Latina estarían ya totalmente arrasadas por los ataques y los contraataques que nadie  conocía quién había comenzado. Ya poco importaba. 
Juan Carlos se sentía muy poderoso. Sabía que no le iba a pasar nada. Se lo había asegurado su guía que le había contado con detalle qué cosas iban a suceder en esta tierra descontrolada y cuál iba a ser su misión. La invasión había sido calculada con precisión y fruto de un desarrollo inteligente que superaba ampliamente el que reinaba en el lugar que iban a invadir. Además se haría con el ahorro mayor de esfuerzos. Había que dejar a los terráqueos que actuaran por sí solos. Se autodestruirían sin compasión. Sólo sería cuestión de tiempo. O por medio de la guerra nuclear como estaba sucediendo o la  catástrofe ambiental que ya estaba bastante avanzada. Tan solo debían diseminar agentes por todo el mundo que esperasen el momento oportuno. Cuando la debacle ocurriese ellos tomarían el control de la situación sin mucha dificultad. Sabían que ni las bombas, ni las radiaciones podían hacer mella en esos cuerpos venidos del planeta lejano. Solo se destruiría la caparazón que les daba forma de humanos, que copiaba todos sus comportamientos, y que habían sido construida minuciosamente en sus talleres. En ese momento se juntarían los distintos grupos de invasores y cada uno cumpliría con su tarea asignada. Los más importantes eran los encargados de extraer esos minerales raros que habían descubierto que la Tierra poseía y que eran tan necesarios para la supervivencia de su planeta.

Juan Carlos se había enamorado del nombre que había adoptado - lo tomó de un taxista, el primer porteño que había contactado - y le sonaba más agradable que el sistema que ellos tenían para identificarse: un emisor de un complejo código personal inmerso en el cuerpo. Las actividades de su grupo estaban más orientadas a la sociología y la política, como las denominaban los terráqueos. Debían hacer una relación muy detallada del por qué y el cómo de la autodestrucción de la Tierra. Debía servir a su propio planeta para no caer en el mismo error. 

Juan Carlos salió a recorrer la ciudad que se había convertido en un páramo. Mucha destrucción, gente muerta por todos lados. Unos pocos terráqueos deambulaban como sin ver ni entender, con los cuerpos heridos, las vestimentas rasgadas y una máscara de terror esperando que las radiaciones completaran su letal trabajo. Él tenía algo de pudor de mostrarse con su verdadero aspecto, pero ya no podía reconstruir su caparazón de terráqueo. Era un personaje disonante más en ese incomprensible panorama. Empezó a emitir señales corporales para poder ubicar a sus colegas. Le costó mucho trabajo. De los veinte que debían reunirse, apenas once lograron hacerlo. Se constituyó en líder del grupo y comenzaron los encuentros de trabajo. Allí descubrió que no era lo mismo que cuando estaban en su planeta. Se parecían a reuniones entre terráqueos. Comenzaban por comentar anécdotas. Algunos tenían la teoría que los ausentes habían claudicado. Se habrían identificado con la gente de la Tierra. Luego era engorroso o imposible elaborar una posición común sobre la redacción de la investigación. Largas horas de trabajo. Hasta que un día, repentinamente, aparecieron los nueve que faltaban. Irrumpieron en patota y agresivamente le trasmitieron al resto en forma telepática la siguiente idea: “Nos hemos estado reuniendo por separado todo este tiempo. Conocemos algo de lo que ustedes han desarrollado, pero que no han podido acordar. Rechazamos sus propuestas. Nosotros ya tenemos el informe completo y es el correcto. Así que lo enviaremos como el definitivo”. Esta abrupta proposición desató una discusión descomunal sin final a la vista.

El escepticismo invadió el sentir de Juan Carlos. Tomó la iniciativa y envió a su guía un mensaje cifrado: “Dificultades para terminar el informe en el tiempo previsto. Seguimos trabajando.” La duda comenzaba a horadar  sus convicciones de fiel soldado. ¿Cómo hacer para que los habitantes de su planeta no cayeran en los mismos errores de los terráqueos, sobre todo cuando todos los invasores retornaran a su lugar natal? La misión parecía imposible.

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08/05/2018
El marinovio de mi hija (versión de Marina), por Hernán Huergo

Estoy definitivamente harta de Nora. No aprendo nunca. La boluda me llama todos los jueves, como si nada.

– ¿Salimos el sábado, Marina? ¿A comer al lugar de siempre, no? –me dice.

Y yo, más boluda que ella, siempre contesto:

–Sí, dale. Buenísimo.

La tortura empieza el viernes, la peluquería que cada vez está más cara, que el color de pelo ahora que se fue Andrea nunca lo sacan, que la chica nueva me hace mamarrachos. Y después elegir la ropa, eso es lo peor. La pelotuda esa tiene mil vestidos, setecientos collares y un millón de carteras y zapatos. Tampoco le voy a pedir a Héctor que invierta una fortuna para que la guacha no me humille. Bastante ajustado viene el pobre. Pero la culpa es mía, no me daba cuenta cuando mamá me lo decía, entonces yo tenía quince:

–Hija, no necesitás que Norita te preste nada. Pedime lo que quieras y te lo hago, puedo hacerte vestidos mucho mejores que esos trapos baratos de marcas caras que te presta tu amiga. Lo mismo que los aros o las pulseras. Usá cuando te parezca cualquiera de mis cosas.

–No mostrar la necesidad a los amigos es de gente inteligente –decía papá, casi como música de fondo.

Bueno, que en paz descanse el viejo, pero recuerdo lo que yo pensaba cada vez que me lo decía: 'Lo inmostrable para mis amigos es que somos gente necesitada por tener un padre un poquito vago y un poquito borrachín'. Nunca llegué a decírselo, murió por la cirrosis una semana después de que yo cumpliera veinte. Por suerte ya me habían tomado como secretaria en el banco. Yo era la mayor de las tres y fui la primera en conseguir trabajo para parar la olla.

Pero la verdadera tortura es el mismo sábado, la cena. ¿Será posible que siempre hablen de las mismas estupideces? Bueno, no hablo de Eduardo, el pobre es un santo. Ya con aguantarla a ella va derecho al cielo. Lo digo por los temas que saca  la boluda. Que el próximo viaje, que si será mejor Viena o Berlín. Que qué opino del Tren Transiberiano. Que por qué no vamos con ellos a un crucero a los fiordos noruegos. Que el nivel de retenciones es un espanto y las lluvias vienen malas así que la soja este año parece que no va a dar nada. La muy guacha sabe perfecto que estamos lejísimos de todas esas cosas. Que el único viaje, fuera de la luna de miel en Río, fueron las dos semanas en España para nuestras Bodas de Plata. Ella sabe bien que ser gerente de banco, por más multinacional que sea el mismo, no lo convierte a Héctor en un poderoso. Y de mí lo sabe todo.

Pero hoy es un domingo distinto a otros, una mañana feliz como pocas. Porque ayer, a mitad de la comida, le clavé un puñal.

 –El marinovio de mi hija me parece un amor, por suerte –le dije de golpe.

Aunque no había mucha luz pude ver que la cara se le puso como un tomate, nunca se me pudo ocurrir decir algo más genial. Al pobre Eduardo no le fue mejor. Vi cómo la miraba con ojos desorbitados mientras asomaban en su frente gotitas de sudor. ¡Qué placer! Lo digo por Nora, no por el marido, que es un encanto.

Pero si en algo no es boluda la guacha, es cuando tiene que hacerse la boluda. Porque sin contestar nada, arrancó con el asunto de los dos aviones malayos que se accidentaron hace poco, que no puede ser casualidad. Y del tema marinovio no dijo una palabra, por supuesto, ¿qué hubiera podido decir?

El golpe estaba dado, y vaya que lo gocé. Porque nuestra hija Marinita tiene un novio en serio. Bueno, lo de en serio es porque hacen vida de pareja sin privarse de nada. Digamos que se llevan todos los gustos sin incurrir en los disgustos de la gente casada. Cristián no es ninguna maravilla, no le dura demasiado ningún trabajo, pobre mi hija. Y pobre yo, que sufrí por veinte años un padre un poquito vago y ahora por ahí me toca este yerno, Dios me libre. Pero Marinita está chocha, de eso no tenemos duda. Ella sigue teniendo su cuarto aquí y a veces los escuchamos.

En cambio, la pobre Vero dice tener un novio en la Antártida, un Comodoro, o algo así. Lo conoció en la Base Marambio, contó, cuando fue por unos días a hacer una nota periodística allá, en pleno verano. Bien merecido lo tiene la boluda, que la hija tenga un novio en la Antártida. Aunque sea cierto, para qué puede servir a nadie tener un novio en la Base Marambio. Vero tiene veintiocho, como Marinita, y mucho mejor para ella sería no tenerlo, ¿o no? Las monjas tienen como novio a Cristo, Vero tiene como novio a un Comodoro en la Antártida. Casi igual. No, peor.

Ahora, no puedo entender que en esta mañana feliz aparezcan de a ratos momentos de angustia propios de las mañanas de otros domingos. Tengo la constante sensación de que esta felicidad que siento puede ser de corto plazo.

–¡Qué vieja se la ve a Nora! ¿Te diste cuenta? –le pregunto a Héctor, que volvió de la cocina con el diario en la mano.

–A mí me pareció igual que siempre. No la llamaría vieja, tiene tu edad.

–No, querido, tiene un año más que yo y bien que se le nota; no importa las cirugías que se haga o el bótox que se aplique.

–Sí, tenés razón en eso. Haga lo que haga siempre va a tener casi un año más que vos. Aunque te pasaste un poco anoche, Marina. ¿De dónde sacaste esa palabra, marinovio? Primera vez que la escucho. Tuve que hacer un esfuerzo en la cena para no preguntártelo delante de Eduardo y Nora, me moría de curiosidad.

– ¿No te encanta? Me la enseñó la chica de la limpieza.

– ¿La cubana?

Nunca le pregunté a Héctor qué significa esa sonrisa que le ilumina la cara cada vez que nombra a la chica. Ni pienso preguntárselo hoy, no en esta mañana de domingo. Las felicidades mueren solas, no hay por qué matarlas antes de tiempo. 

–Sí, Dorys. Me dijo el otro día: "Señora, la niña Marina y el señorito Cristián son lo que en mi país llamamos marinovios". Parece que en Cuba le han puesto un nombre de lo más original a eso que llamamos vivir en pareja. Y te digo una cosa, Héctor, por cómo viene la mano para mí está muy bien lo de marinovios. Si fueran marido y mujer ya la veo a Nora preguntando: ‘Y tu yerno, ¿tiene ingresos para soportar una familia?’. Lo mejor de todo es que nuestra hija tiene marinovio y la de Nora no. ¿No es un placer?

–Bueno, no estoy tan seguro de ponerme contento con un candidato sin trabajo fijo.

–Héctor, te aviso que lo de Supervisor en Carrefour le está por salir, dice Cristián que es seguro.

–A seguro lo llevaron preso, Marina. Me pondré muy contento cuando le salga, si le sale.

Héctor puede ser un poco amargo, y no será un poderoso, pero lo amo. En especial los domingos, cuando por la tardecita salimos al cine y a comer por nuestra cuenta. Eso es otra cosa que Nora no tiene, porque que yo sepa jamás amó a nadie en su vida, fuera de a sí misma y un poquito a su hija Vero.

∞∞∞

Pasó cuando entrábamos a casa, cerca de las doce de la noche, sonaba el teléfono con tonos que me parecieron urgentes. Me pegué un susto de novela y fui corriendo a atenderlo, Marinita no estaba en casa y siempre estoy sufriendo por que le pase algo. Era la boluda de Nora para darme su gran noticia. Héctor tardó como cinco minutos en entrar al cuarto. Yo ya había colgado y miraba al techo, tendida en la cama, despatarrada. Ni siquiera los zapatos me había quitado.

– ¡Marina!, ¿quién era?, ¿qué pasó? ¿Le ocurrió algo a Marinita? ¡Decime por favor qué pasó!

–No, nada, Héctor. Era la boluda de mi amiga para darme una noticia.

–Bueno, menos mal. Pero, ¿se puede saber cuál era la noticia de Nora tan importante para llamar a medianoche?

–Se trata de Vero. Se quedó embarazada del tal José, el Comodoro. Se casan de apuro en cuanto puedan.

Lo conozco de memoria a Héctor y no quise mirarle la cara, aunque sé que por delicadeza hubiera omitido la sonrisa que lo recorría por dentro. Y por supuesto que no lo dijo, por más que lo pensara, porque si lo hubiera escuchado de sus labios me hubiera muerto de depresión: "La hija de Nora tiene algo más que un marinovio, tiene un futuro esposo". Por suerte no lo dijo, lo amo.

Lo peor de todo, sin duda, será soportarla el próximo sábado. Y los que sigan.


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06/05/2018
El marinovio de mi hija (versión de Eduardo), por Hernán Huergo

Estábamos a mitad del plato principal cuando Marina nos lo dijo:

–El marinovio de mi hija me parece un amor, por suerte.

Recuerdo que en ese momento tuve la impresión de haber recibido una especie de descarga eléctrica, y estoy seguro de que al marido le pasó algo parecido, porque los dos frenamos nuestras manos en el aire, que quedaron por algunos segundos levantadas a media asta, blandiendo tenedores.

Por un buen rato yo había pensado que esta vez no pasaría la fija de todos los sábados a la noche. Marina y Nora dicen todo el tiempo, la una de la otra, “mi mejor amiga”, y cada sábado se saludan como si lo fueran, con el beso, el abrazo y las sonrisas del “cuánto te quiero”. Héctor y yo, mientras tanto, al intercambiar el abrazo de rigor, nos miramos brevemente, nuestros ojos más esperanzados que confiados. Pero, ya van tantos sábados que ni me acuerdo, la cosa entre nuestras mujeres termina como la mierda.

Todas las miradas se dirigieron a mi mujer que, luego de un par de toques suaves de su servilleta en los labios, dijo:

–Eso de los accidentes de la línea aérea malaya para mí es bien raro. No creo en las casualidades.

El tema del marinovio no apareció de nuevo, pero su fantasma se adueñó del resto de la noche. Otra vez nos despedimos aliviados de terminar la noche, ellas con el besito de hielo, cada una mirando hacia la nada, Héctor y yo conectando al pasar nuestros ojos resignados, con el abrazo no tan fugaz que sella nuestra esperanza de que las cosas mejoren el sábado siguiente.

Y las mañanas de domingo, como hoy, siempre arrancan con un silencio estruendoso entre nosotros, con la mirada acusadora de Nora clavada en mí, que yo intento ignorar mientras me refugio en el diario, por suerte interminable. Como si yo tuviera la culpa de las ondas negativas Marina-Nora, Nora-Marina, que pudrieron la cena de la noche anterior. En descargo de mi mujer debo decir que casi todas las veces es Marina la autora de las palabras que pudren las cenas de los sábados. Tiene esa inteligencia para la maldad que es don de mujeres curtidas por las carencias tempranas de la vida.

Recién a media mañana mi mujer arremetió:

–Vos siempre el mismo, esa boluda puede decir cualquier cosa y no sos capaz de pararle el carro ni una sola vez.
–No tengo la menor idea de qué me estás hablando, Nora.
–Vamos, Eduardo, no te hagás el boludo. Vi cómo te quedaste helado cuando dijo lo del marinovio de Marinita.
–Ah, eso. Sí, me pareció un poco traído de los pelos.

Quizás sea una desgracia para dos matrimonios amigos tener hijas de la misma edad. Ambas tienen veintiocho, ambas hijas únicas.

– ¿Traído de los pelos? ¿No te das cuenta de que es una forma de decirnos que Vero no tiene marinovio? ¡Estoy harta de las agresiones de esta mina! Te digo que es el último sábado que salimos a comer con ellos.
–Siempre decís lo mismo, Nora. Los jueves es tu mejor amiga; los domingos no querés verla nunca más. Además, el tema no me parece que sea para ponerse así. Vero tiene novio y, que yo sepa, te parece un candidato excelente. Eso decís siempre, excelente, y sonás bien convencida. Algo que me intriga sobremanera, porque apenas lo hemos visto un par de veces. Aunque quizás no estés tan convencida, porque anoche, cuando debiste decírselo a Marina, no te salió decir nada.
–Sabés perfecto que tener un novio en la Antártida no es lo mismo que tener un marinovio en Buenos Aires.

La conozco tanto a mi mujer que ya había imaginado, desde el mismo momento en que la frase estalló, la tormenta que se avecinaba, conmigo funcionando como chivo expiatorio, como siempre. Por eso, en mi “escala técnica” de las cuatro de la mañana, había consultado el diccionario. "Novios que viven como marido y mujer", decía una acepción. "Persona con quien se mantiene una relación amorosa y sexual estable sin casarse", decía la otra.

–Puede que yo sea chapado a la antigua, pero soy de los que piensan que dos personas que viven como marido y mujer lo natural es que estén casadas. No me importa lo que haga Marinita, pero me parece chocante que la madre diga con orgullo eso de marinovio.

–No entendés nada, Eduardo, o te hacés el que no entendés. Lo que nos refriega Marina es que su hija tiene una vida sexual con su novio, algo para Vero imposible. Y sé que me vas a decir ahora que el novio de Vero es Comodoro, que es el Jefe de la Base Marambio, etcétera, pero el hecho es que el pelotudito ese con que se llena la boca Marina, que nunca terminó la carrera de Derecho y que trabaja changas que no le duran, es el marinovio de Marinita.
– ¿Y entonces?
–Entonces pueden tener sexo cuando carajo quieren, son marinovios porque eligen serlo. Nuestra hija no puede elegir tener como marinovio a un hombre al que sólo puede visitar en el verano, un par de semanas de enero, y de febrero a diciembre pasa a ser un novio por Internet. Vero tiene veintiocho años, Eduardo, preferiría a muerte que tuviera marinovio. Eso de tener un novio por Skype me parece frustrante, además de asqueroso.

¡Cómo cambian los tiempos! Ayer mismo ni siquiera sabía muy bien el significado de esa palabra modernosa y ajena, ‘marinovio’, y hoy me entero que el gran problema de mi hija es no tenerlo.

–Bueno, Nora, es fácil. Si te preocupa tanto el tema esta noche se lo preguntamos.

Los domingos a la noche Vero es infaltable, viene a cenar a casa. Es un momento normalmente lleno de cosas agradables y ayuda a compensar los sinsabores residuales de la noche del sábado. Claro que la vida está llena de sorpresas, para bien o para mal.

–Vero –arrancó mi mujer, a los postres–, ayer nos comentó Marina que está encantada con el marinovio de Marinita. ¿Vos qué pensás?
–¿Cristián? Pobre, me parece un buen chico.
–Tu mamá te pregunta sobre qué opinás de que tu amiga tenga un marinovio –intervine yo.
–Me parece perfecto. Cada cual se fabrica su propia suerte.

Creo que en eso se parece a mí. A veces digo cosas que nadie sabe qué significan, ni siquiera yo mismo. Pero Nora no se la iba a dejar pasar.

–¿Y cuál es la suerte que vos te fabricás para vos misma? ¿José, un novio en la Antártida?

Vero no contestó por largos segundos, mientras se llevaba el vaso a los labios y tomaba agua. En eso de contestar con silencios se parece a la mamá. La sonrisa le sobresalía por los costados y los ojos la acompañaban.

– ¿Me están diciendo que preferirían que tuviera como marinovio a un tipo como Cristián?
–No, hija –dije yo, mediador como siempre–, tu madre  está encantada con José, pero sólo quiere saber si te hace feliz tener un novio tan distante, el Jefe de la Base Marambio, en la Antártida.

La forma enfática en que pronuncié la palabra Antártida me sonó a mí mismo como si hablara de otro planeta, Júpiter o Saturno.

–Bueno, es algo que quería contarles hoy. José dejará de ser Jefe de la Base Marambio a partir de abril.
– ¿Pero por qué, qué pasó? –dijimos los viejos, al mismo tiempo.
–Pidió y obtuvo ser transferido a Buenos Aires. Pasará a ser Jefe de la Base Aérea Palomar.
– ¿Así de fácil? –dije yo, sin sospechar nada.
–Sí papá, sí mamá, así de fácil cuando un Comodoro que vive en la Antártida anuncia su casamiento.
– ¡¿Casamiento?! –gritamos a coro.
– En septiembre a más tardar, antes de que les nazca la nieta.

Las risas de todos se fueron transformando, en el caso de mis mujeres, en llanto.  La felicidad tiene esos efectos misteriosos e indescifrables, muy en especial en Ellas.

Era cerca de medianoche, Vero se había ido, cuando Nora tomó el teléfono. Hubiera sido inútil para mí intentar detenerla.

–Hola, Marina. Quería que fueras la primera en saber las noticias. Vamos a ser abuelos en octubre; una nieta, estamos refelices.
–…
–Sí, claro que José, ¿quién iba a ser? Bueno, ya sabés que estoy encantada con él, es lo mejor que le podía haber tocado a mi hija. Le dieron un destino nuevo acá en Buenos Aires, una promoción.
–…
–Por supuesto, Vero está programando la fecha para septiembre, si no antes. No quiere lucir con mucha panza.
–…
–Sí, Cristián es un amor, Vero siempre nos lo comenta. Hablando del marinovio de tu hija nos enteramos de la buena noticia: Supervisor en Carrefour. ¡Qué bueno! Ojalá se le confirme.
–…
–…

Nora se acaba de dormir, feliz y relajada. Yo también me recuesto y la miro, sorprendido de las nuevas sensaciones que tengo adentro. Dos pensamientos se suceden y se repiten adentro mío, en contrapunto: 'El marinovio de mi hija es un muchacho excelente', que me suena a mandamiento; 'En octubre voy a ser abuelo de una nieta', que me llena de consuelo.

Recién cuando apago la luz aparece el pensamiento que concilia mi sueño, la pequeña felicidad que lo borra todo: a partir de hoy los sábados pueden dejar de ser podridos, al menos para nosotros.


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29/11/2017
El Misterio, por Juan López

Caminaba con alegría junto al Maestro de Sabiduría por caminos de estrellas y campos de energías multicolor. La maravilla de tal visión alentaba el alma para realizar preguntas al Maestro de Sabiduría. Como adivinando mi pensamiento me pregunta: ¿Cómo te sientes  frente a este  espectáculo que nos regala la Creación?. Maestro es una emoción múltiple, por un lado me siento unido  a ese todo que veo, cientos de miles de millones de galaxias con cientos de miles de millones de estrellas y planetas, y por otro lado tengo la sensación de ser un granito de arena perdido en el basto océano del Universo.


Así seguimos caminando, yo extasiado y el Maestro muy concentrado pero sonriente. Mis ojos y diría todo el cuerpo miraban en visión 3D, a los 360º en el cual no existía arriba ni abajo. Cómo llamar a cada imagen que se manifestaba? Como interpretar esos conjuntos de estrellas?. Por instantes sentía un poder inexplicable de eternidad e infinitud, pensaba en ese sentir; “Si yo llego a sentir todo esto y sólo soy una partícula en la Creación, cómo será el sentir de quien o quienes crearon el todo?.  Me di cuenta que el Maestro sonreía..

En un momento veo pasar frente a mi campo de observación un cuerpo en forma de esfera, celeste, blanco, multicolor del cual podía percibir frecuencias intensas que variaban de intensidad, pasaban de emociones del dolor a la alegría con tal potencia que llamaron intensamente mi atención y atraparon mis sentidos.       

El Maestro dejó de sonreír y su gesto se torno muy serio. Espere un momento y le pregunte por ese globo multicolor que viajaba rotando sobre su eje a 1730 Km/Hora y trasladándose al mismo tiempo a gran velocidad de 108.000 Km/Hora, alrededor de una estrella de fuego. Maestro he sentido emociones desconocidas hasta ahora que pude interpretar como dolor, alegría, desesperación, amor, y más que llamaron a mi Alma y sacudieron como una tormenta todo mi ser. ¿Que hay en ese lugar? ¿Cómo puede ser tan cambiante el estado interior de  ese mundo?. 

En el Gran Libro de la Creación, me explica el Maestro, que no sabemos aún como llego a ser manifestado, se habla de ese lugar como un campo de experiencias peligrosas y difíciles de olvidar. Es como quedar atrapado en un espacio del cual no puedes salir. Siendo lo más desafiante recuperar el SER SI MISMO.  Pregunto, Maestro; ¿Como se puede perder el SER?, es que ese lugar tiene leyes propias y muy particulares desde el sistema de manifestación biológica y la relación con las categorías humanas evolucionarías de cada lugar y grupo y de cada especie no humana. Te propongo olvides todo esto y observa en otra dirección.

Por un tiempo, que no puedo definir en su duración, se abrieron en mi conciencia millones de imágenes, emociones, historias como si ese Gran Libro de la Creación me estuviera mostrando un capítulo con la aventura de infinidad de seres que pasaron por ese mundo; eran luces y sombras, bellezas y monstruosidades y sin embargo en ese tiempo-no-tiempo descubrí que muchas Almas de Luz volvían y volvían a vivir experiencias en el mismo mundo con historias diferentes y similares. Era como si existieran lazos  de unión entre muchos de esos seres. El Maestro me dice olvídate y sigue estudiando e investigando sobre tu plan de nuevos núcleos atómicos y leyes gravitacionales de nuevos universos.

Maestro ese lugar es muy magnético, siento fuerzas que me atraen, percibo muchos millones de puntos que cual partículas gravitacionales están relacionadas con mi SER. El Maestro me dice; Tu ya sabes que hay más allá del tiempo, como velo ilusorio, un punto Divino que nos fue dado a todos los SERES en el inicio de una nueva manifestación consciente, más allá que pueda ser olvidada o adormecida según la experiencia a vivir que el SER decida, desde ese lugar es desde donde estas captando a tus hermanos eternos y su sentir en ese mundo Celeste, Blanco con un sin fin de colores y tipos de formas de vidas.  El Maestro paso su brazo por mis hombros y me dijo: “Si tu Alma siente y sabe que no podrás estar en PAZ si no vives la experiencia TERRENA, entonces tendrás que sumergirte en las leyes de la Tierra y experimentar esa forma de vida”.

Si Maestro lo siento en todo mí SER, quiero conocer y vivir como un terráqueo. Bien entonces deberás saber y definir algunas cosas acorde a las leyes de la afinidad y la experiencia a vivir en ese lugar. Debes saber en que lugar geográfico vas a nacer. Cada lugar tiene diferentes culturas, formas de interpretar la vida y idiomas. Quienes serán tus padres, se dice así a quienes prestaran sus energías y cuerpos para tu manifestación en el plano tridimensional, cuales serán tus capacidades, potencialidades y vivencias en los diferentes campos de la sociedad en la cual vivirás y te conectaras a medida que vayas cumpliendo las etapas de desarrollo que van desde ser un niño totalmente indefenso hasta la vejes, cuando ya quizás, no puedes valerte por ti mismo y vuelves ya como anciano (se dice así a los Seres que ya su cuerpo biológico no puede renovarse adecuadamente),  a ser como un niño que depende de sus semejantes, en espera de lo que allí llaman la muerte, que es dejar ese cuerpo de material biológico, para volver a recuperar su identidad, su Alma.

Maestro siento que debo ir a ese mundo, pero que puedo aportar?, que debo hacer?, que aprenderé?. Puedes definir brindar a la Humanidad, así lo dicen allá, tus conocimientos, puedes sembrar nuevas visiones y saberes para que las nuevas generaciones vivan mejor y puedan evolucionar como seres de LUZ, es decir estar en el camino de la Sabiduría DIVINA, que es AMOR EN ACCIÓN, que como tu sabes es un conocimiento y una experiencia Integral; Todos los campos del saber se conjugan en un SER Multivectorial y Multidimensional, que todo lo sabe o puede conocer al Instante, por interacción con sus Hermanos de LUZ, en la Biblioteca de la Creación, desde los misterios locales de las formas de vida como; reino vegetal, animal, mineral, humano, hasta la poesía, la economía, la literatura, la arquitectura y cientos de actividades más.

Muchos Hermanos de LUZ visitaron la Tierra, ese globo multicolor, dejando en el curso de sus vidas, sus conocimientos, sus enseñanzas, sus ejemplos y muchos dieron sus vidas biológicas por defender causas nobles y verdades más allá del grado racional de su tiempo. Esas verdades son antorchas de LUZ para señalar el camino de la Verdad y la Hermandad de todos los seres que viven y vivirán en ese planeta. Existe una interpretación errónea del poder DIVINO que los enloquece en general a todos y es la sensación de PODER, que se pierde en la degradación de la dominación, ambición, egoísmo, que los lleva a la Violencia, y ésta se puede dar desde; el padre de familia, el líder de un grupo hasta los que tienen la oportunidad de gobernar reinos, sociedades o países en los cuales se agrupan bajo consignas de identidad particular. No ven que esa sensación de poder es la CHISPA DIVINA que espera ser reconocida en cada SER, que la viva y manifieste en su vida para si mismo y para ayudar a su prójimo, eliminando el dolor que viven sus hermanos en muchas partes del planeta Tierra; Hambre, Miserias, Esclavitud, Delitos, Corrupción, Asesinatos, Analfabetismo, Enfermedades, Destrucción de los Recursos Naturales y otras calamidades más.  Lo más grave que veras, es que se dañan a si mismo, al otro, su hermano y no han logrado pensar y construir un nosotros.

El aprendizaje que deberás superar como Terráqueo, será el desafío más extremo, el cual es que vuelvas a reconocer tu propio SER, que vuelvas a encontrarte y que no vayas a quedar atrapado en los laberintos de atracciones de los sentidos y emociones de apego que la vida terrenal te presentara y que tu cuerpo biológico te exigirá en muchos casos vivir. Uno de los campos de gravedad más difícil de superar es el miedo a perder la vida, y las posesiones que dispongas allí. Deberás buscar y practicar los ideales morales y éticos de tu SER de LUZ, ellos estarán en tu pensamiento y tratarán que los reconozcas, para tu conducta de vida para contigo mismo y con tus hermanos en el camino. Otro enemigo de tu SER será el sentimiento de poder y saber que has incorporado por tu recorrido espiritual, pero que usado egoístamente y para querer dominar al otro se convierte en sombras de dolor y dominación, es lo que ha retrasado la evolución de ese mundo.  Mucho más podrás indagar en el Gran Libro de la VIDA TERRENA y prepararte para la Aventura Humana, una experiencia ineludible en el camino que nos llevará al umbral del Misterio que en ese globo denominan DIOS. Estas serán parte de las experiencias que marcaran tu Alma y aumentará tu Sabiduría de la Creación, cuando vuelvas a ser un ALMA libre del cuerpo biológico.

Maestro voy a vivir esa experiencia de VIDA. Te pregunto Maestro; “Cómo estaré en contacto contigo especialmente cuando más lo necesite?”. Estaré a tu lado en el mismo momento que tu mente me nombre o recuerde, ya sabes que no hay tiempo ni espacio entre las ALMAS, lo que en la tierra llaman intuición es la forma de contactarnos con los Humanos. Hay allá formas de aprender a entrenar la mente que denominan meditación, puedes practicarla y luego de un tiempo  por tus conocimientos vas a poder estar en estado de SER consciente de meditación permanente y sin división entre tu cuerpo-mente y tu saber DIVINO. Serás una fuente de sabiduría para tus Hermanos y deberás abrir el Sendero de la IGUALDAD que deberá Iluminar en las CONCIENCIAS  Humanas el MISTERIO de la CREACIÓN sin estar divididos por visiones erróneas de un DIOS que desconocen y que han usado y malinterpretado a tus HERMANOS de LUZ que dejaron sus enseñanzas de LIBERTAD y CONDUCTAS SOLIDARIAS, que alegraban el CORAZÓN del CREADOR y de cada uno de sus Hijos en el Universo. El mayor legado que dejarás será; La Enseñanza a los Líderes del Mundo a Construir las bases del Amor a la Vida y por la Vida de toda  manifestación. Cómo alcanzar la Verdadera Hermandad de la Humanidad más allá de toda diferencias, así se podrá decir que llego el Tiempo de la Hermandad del Cielo a la Tierra. Habrá desaparecido el Dolor causado por los errores, hipocresía, engaño y ambición, comenzando el camino de la Paz y Felicidad en la Convivencia Terrena. Así será que se habrá recuperado la integridad y valor de la palabra, intención y realización para alcanzar la VERDAD, BELLEZA, COMPASIÓN  y PAZ en tu paso por el Globo Celeste y Blanco.



Observa, como en este instante de tu decisión, han llegado tus Eternos Hermanos de LUZ para acompañarte en tu Desafío!!. Ellos y Yo, te acompañamos en tu Aventura Terrena y te estaremos esperamos para el abrazo fraterno en el camino DORADO del MISTERIO CREADOR.



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04/11/2017:
POR QUÉ NO SOY PSICÓLOGO SOCIAL…, por Luis Pees Labory

Ya jubilado, con poca actividad como síndico concursal y como perito contador, y con ganas de saber algo relacionado con la psicología, me bajé del “19 – Plaza Once a Carapachay” en Federico Lacroze, a la altura del FC Urquiza, con la idea de tomar el subte B, que me dejaría, en esa mañana lluviosa, más cerca del Estudio.
Al pasar por el edificio anexo a la estación del tren, que parecía tomado por una asociación de ayuda comunitaria me encontré con un cartel escrito en una pizarra que decía “Curso de Psicología Social – Sin estudio previos – duración tres años”…  Me llamó la atención el no-requisito pero entré para averiguar. Alguien  me indicó que debía presentarme el día miércoles a las 18 hs y hablar con la persona que dictaba el curso. El siguiente miércoles estuve ahí, puntual, en el amplio tercer piso, llevado por un ascensor que invitaba a subir por escalera. Había otras personas esperando al profesor. Unos minutos después apareció alguien con actitud de profesor. Nos preguntó si veníamos al curso y nos invitó a entrar a una sala.
Sentados en círculo, nos pidió que nos anotásemos en un papel que circuló, y nos pidió que nos presentáramos, nombre, edad, actividad, estudios, etc. Ahí me enteré que éramos una fauna diversa, desde personas con estudios primarios, pasando por enfermeros, y terminando con un profesional con un postgrado que no mencionó para no romper la desarmonía del conjunto.
Así fue que el profesor comenzó a contarnos de qué se trataba el curso. Nos dijo que había estudiado con Pichón Riviere (el impulsor del tema en la Argentina) – a quien yo conocía de mentas, y a quien la mayoría desconocía. Cuando el profe nos preguntó si conocíamos la obra de Sigmund Freud, se hizo un silencio de radio… Yo también hice silencio porque si bien conocía al fulano, y había tenido sesiones con un psicólogo, conocía el título de algún libro, sobre los sueños, pero jamás había leído algo de su obra.
Luego nos preguntó a cada uno el motivo por el interés en el curso. Yo le dije que tenía curiosidad por saber de qué trataba, ya que mi pareja era psicóloga y a veces compartíamos temas relacionados con su profesión. Otros compañeros comentaron que no habían podido cursar todo el secundario por razones económicas pero que en ese momento podía dedicarle horas al estudio y, de recibirse, sería un gran halago para ellos, y hasta un cambio de vida.
Realmente era gente muy linda por su necesidad de crecer, y por atreverse a lograrlo.
El profesor nos dijo que el curso había comenzado el año anterior, que los jueves daba el curso para quienes habían aprobado el primer año, y que al aprobar el tercer año nos daría un Certificado indicando que éramos Psicólogos Sociales.
Al terminar la clase, bajamos juntos por la escalera, y me pidió que lo esperase porque quería decirme algo. Luego de hablar con alguien del edificio comunitario, se acercó y me dijo: “Vos tenes otro nivel… si te interesa podes venir los jueves, al segundo nivel, hay gente que sabe del tema, nada que ver con los del primer curso…”. “Pero - le dije - yo apenas conozco del tema…”.
“Vení y ves, yo creo que pronto vas a estar a tono”. “Bueno - le dije - mañana vengo y veo”.
Al llegar a mi casa, mi pareja me preguntó que tal el curso…
Bien, y le conté la experiencia. Había aprobado el primer nivel yendo a una sola clase.
Ahí nomás, les mandé un mensaje a mis hijas diciéndoles: “feliciten a su padre, pasé a segundo año”. De queeeeeeeeé? Fue la respuesta inmediata (y en tono grosero de mi hija mayor, la médica). “Cómo de qué, de la carrera de Psicólogo Social”…contesté. Pensó que era una broma…
El jueves, o sea al día siguiente de mi primera clase de la carrera, comencé a cursar el segundo nivel. El nivel del grupo era muy distinto. Todos sabían de qué trataba la cosa. Lo primero que hizo el profesor fue darnos unas fotocopias (cuatro hojas doble faz) con un resumen de la vida del gran Sigmund F.
“Yo no pescaba una…ni con red”. Hablaban de teorías, intercambiando opiniones y experiencias (había quien ejercía la profesión de algo que sonaba parecido “couching o counseling”), y yo no había llegado a leer el dorso de la primer hoja del resumen de la vida de don Sigmund.
Eso sí, después de la segunda clase, promoví ir a comer buena pizza a la Santa María – Olleros y Avda. Corrientes -. Allí, la cosa cambiaba, hablábamos de cualquier cosa, donde yo era el veterano experimentado...
Luego de tres o cuatro clases, el profesor viendo el buen nivel de los asistentes (sin excluirme, obvio…) nos dijo que el Curso iba a terminar a fin de año. O sea que estábamos muy cerca de recibirnos.
……….
Ni siquiera me dio para decirles a mis hijas que me recibía a fin de año. Mi vergüenza pudo más que el título que me permitiría ejercer tan noble profesión. Hablé con el profe y le dije: “No puedo seguir, no agarro una, hablan en un idioma que no comprendo. Ni siquiera leí toda la vida de Freud que me diste en fotocopia”. Me instó a seguir… le agradecí mucho y me despedí.
O sea, que no soy PSICÓLOGO SOCIAL, porque no quise… te queda claro? ¡!!!


Luiggi

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28/08/2017
La Luz al final del túnel, por Carlos Florentino  (tomado de su Blog: https://cafconsultingorg.wordpress.com/)

27 de Febrero 2013
Mejor tarde que nunca, dice un viejísimo adagio. Esto es lo que siento que ocurrió conmigo y que quizás ocurra con ustedes, si logro transmitir mi experiencia adecuadamente.
Ignoro la razón, pero en un mismo momento aparecieron en mi vida inquietudes diferentes, pero casualmente con mensajes iguales o similares.
Creo que esto no fue casualidad, sino que existen causalidades cuyas energías me derivaron por estos caminos.
Un día apareció en mi correo una invitación para certificar internacionalmente como Coaching Transformacional (Ontológico).
Como esta era una inquietud que me había acompañado durante años y nunca cristalizado, sentí que era el momento ideal para concretarlo. Ignoro por qué, pero así lo sentí.
A los pocos días, conversando con mi hija, me cuenta de su hermosa experiencia en “El Arte de Vivir”.
Ambas cosas eran intensivas, por eso, les dediqué intensos fines de semanas consecutivos (el de coaching son varios fines de semanas durante varios meses) para realizarlos.
¿Qué encontré?
Que un gran número de comentarios,  mensajes e ideas, eran idénticos, o al menos apuntaban en una misma dirección.
Quedé maravillado.
Primero por la coincidencia de los mensajes, y segundo por la coincidencia de mi impulso de abordar estas inquietudes, conjuntamente.
Al razonar sobre esto, las distinciones allí aprendidas, y la cantidad de gente muy joven con similares inquietudes, me dije:
Hay una luz al final del túnel.
Tan solo para sustentar mínimamente lo importante y profundo de este proceso, voy  a partir de una cosas muy simple, pero fundamental en lo que hace a nuestras vidas, para lograr,  una mejor, más civilizada y más efectiva forma de comunicarnos.
Parto con un convencimiento: la verdad NO EXISTE.
Solos existimos observadores que describimos lo que estamos viendo, con nuestras limitaciones y filtrado por nuestros intereses, cultura, biología, lenguaje, formación religiosa y familiar, etc.
Esto que decimos ver, y le llamamos arrogantemente “La Verdad”, es lo que nos conduce irresponsablemente a no respetar a interlocutores que con similares limitaciones y defectos, nos exhiben su verdad.
Hay momentos de tal obcecación, terquedad y ceguera, en los cuales, podemos llegar a proponer el exterminio del oponente como individuo, como grupo o como etnia. O como mínimo llevar la discusión a una escalada de agresiones difícil de resolver.
Así nos hemos manejado y aún nos manejamos a nivel global, sin distinciones, a nivel personal, grupal, de países. De aquí provienen los desastrosos resultados obtenidos.
Pensemos:
Si logramos entender, aceptar e incorporar a nuestros procederes, simplemente y para comenzar, convencimientos tales como:
La verdad no existe.
Solo existimos observadores que con nuestras limitaciones (filtros) conformamos una idea sobre lo observado, que constituye nuestra posición.
Que existen otros observadores que con similar procedimiento y limitaciones, arriban a otras conclusiones, que conforman una idea diferente sobre la misma observación.
Que es aquí donde comienza normalmente el intercambio llamado “discusión”.
Que si la discusión  se desarrolla  bajo los términos de la humildad, será posible caminar en la búsqueda de una observación coincidente o más cercana.
Que es posible abordar un respetuoso intercambio en torno al análisis de lo observado.
Que debemos ajustarnos a los hechos comprobables.
Que debemos dejar de emitir juicios sin fundamento.
Que no debemos  agredir jamás a nuestro interlocutor.
Que ambos debemos escuchar atentamente, con todos los ingredientes que el escuchar implica:
        – Escuchar muy atentamente y libre de prejuicios, sin interrumpir.
– Repreguntar para constatar que lo entendido es lo que se quiso decir.
        – Respetar las opiniones de nuestro interlocutor, aún sin coincidir.
        – Analizar desapasionadamente lo escuchado.
        – Estar abiertos a cambiar de opinión si lo expresado así lo amerita. 
No duden que la luz al final del túnel se agigantará y tendremos una sociedad más feliz, más justa y más digna de ser vivida.
Los invito a ponerlo en práctica en lo cotidiano, con la familia, los amigos, los colegas, en fin, con todos nuestros interlocutores y verán cuan bueno es.
Con gran afecto Carlos 
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03/07/2017
Hechos inquietantes, por Ricardo Forno

Le di un beso fugaz a mi chica, para no despertarla, y me fui caminando hacia la guardia del Hospital. En el trayecto encontré lo que a primera vista semejaba una flor de jazmín encima de una tapia; sin embargo, al acercarme comprobé que era una pasionaria. La examiné con detenimiento: el triple pistilo como clavos, los cinco estambres como martillos, y la corona de espinas. Me pareció de mal agüero.
Ya de entrada, las cosas se pusieron espesas. Entre las dos enfermeras y yo atendimos gente con una profusión de cuerpos extraños en los ojos; luego se presentó un tipo baleado que pretendió hacerse pasar por víctima, pero comprendimos que era un delincuente y, tras una apresurada curación, se lo llevó la policía. Pero éste era sólo el comienzo.
A eso de las cuatro de la madrugada cayó un individuo joven, que llevaba una mujer alelada en silla de ruedas. La mujer, de unos cuarenta años, tenía vendadas ambas manos, y los pies unidos y envueltos en vendas, todas manchadas de sangre. También se veían gotitas de sangre coagulada sobre su frente. Pregunté qué le había pasado.
—Está mal de la cabeza —susurró el muchacho a mi oído—. Cree que es una reina y se siente amenazada por los fantasmas de Cristo y los dos ladrones en el Gólgota. Esas vendas se las puso ella, seguro. Como así no podía moverse, la traje en la silla de ruedas de mi madre, que falleció hace poco. Soy el hermano.
—¿Y la sangre?
—No sé.
Fui desenvolviendo con cuidado las vendas de la mano derecha de la mujer, quien parecía mayor que el hermano. Permanecía muda y con la mirada fija en algún punto de la sala. Al descubrir la mano, encontré en ella un clavo que desde la palma la atravesaba de lado a lado; la sangre había dejado de fluir. Nunca había visto algo así. El hermano se puso muy pálido y balbuceó algunas palabras.
Hice lo propio con la mano izquierda y encontré otro clavo. Ya intuía lo que iba a hallar en los pies. No obstante, los destapé, y allí había otro clavo que los traspasaba juntos.
—¿Quién hizo esto? ¿Cómo ocurrió? —inquirí, sabiendo de antemano que no obtendría respuesta alguna de parte del muchacho, y menos aún de ella.
Ausculté los signos vitales de la mujer y constaté que no corría peligro. Convoqué al policía de turno. Miró sin comprender.
—Pida que venga la policía científica. No haré nada mientras no lleguen, porque la mujer no corre peligro inminente.
Aparecieron antes de lo esperado; tomaron fotos y muestras e interrogaron a todos. Creo que nadie pudo sacar algo en limpio. El muchacho había intentado irse, pero el policía lo retuvo, y debió responder las preguntas. Debe de ser horroroso ver a una hermana en tal estado y desconocer las causas.
La mujer quedó internada, y el hermano “demorado”. Exhausto, y con permiso de la policía, retorné a casa. Al llegar, mi chica estaba acostada boca arriba, con los ojos cerrados. Quité la sábana y la vi desnuda, con los brazos extendidos como Cristo. Me sobresalté, pero ella abrió los ojos, sonrió con picardía y me incitó con la mirada.
—No, por favor —le dije—. Hoy no podría.


Días después fui a la playa y vi algo así como una gaviota a orillas del muelle; como no se movía, parecía muerta. Me acerqué, y pude verificar que en cambio era una corona de espinas.


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30/06/2017
Antes de mi última hora, por Hernán Huergo

Estas líneas las escribo el 16 de enero de 2002, con la total certeza de que voy a morir en este mismo invierno, no llegaré a los 82. Mi problema no es la muerte, el cáncer de pulmón que me tortura me la hace desear más y más cada día. Y si no llegara por sí sola, ya sabe mi médico cuál es la fecha límite.
Mi problema no es la muerte, mi problema es que ustedes, mis lectores, insisten en decir que hay en mí una “escritora de talento”. Yo, Traudl Junge, una bailarina frustrada, que me hice famosa más por suerte que por méritos cuando me tomaron como secretaria del hombre más poderoso del mundo, resulta que ahora insisten en decir que soy una “escritora de talento”.
Aquel momento que viví cuando tenía 25 años lo recuerdo como si me hubiera pasado ayer. Sé que quien leyó Hasta la Hora Final[1], sabe de qué momento estoy hablando.
Cuando escuchamos el primero de los disparos, Martín Bormann, los edecanes y yo nos quedamos esperando el segundo, que no llegaba. A los quince minutos el secretario personal, el que todos sabíamos que era mucho más que eso, el que tras los bastidores llamábamos el Sub Führer, decidió no esperar más y abrió las puertas dobles del aposento privado. No dudé en acompañarlos cuando entraron. Nadie se hubiera atrevido, ni siquiera Bormann, a impedir la presencia de la secretaria personal de Hitler.  La escena era atroz. Wolf estaba en el sillón doblado sobre sí mismo, con una mueca que deformaba su boca, con la pistola caída de su mano derecha y con un hilo de sangre que aún fluía de su sien. Eva estaba tendida a lo largo del diván con los ojos bien abiertos y la pistola que no había utilizado todavía en su mano. El cianuro en ella había sido más rápido que su decisión de dispararse. Una cosa terrible para mí había sido imaginar la escena. Otra cosa espantosa era observarla. Los ojos se me llenaron de lágrimas y las rodillas casi no me obedecieron, pero no me caí ni ellos se dieron cuenta de lo que me pasaba, porque era momento de ejecutar lo que el Führer había ordenado. Cruzó por mi mente en ese momento la imagen de esos empleados de circo que entran en forma rápida entre un acto y el siguiente y reacomodan todas las cosas con eficiencia y precisión mientras los payasos entretienen al público. Gunsche y Linge se ocuparon de Wolf. No tardaron ni siquiera dos minutos en envolverlo en la alfombra, según las instrucciones. Bormann tardó menos todavía para enrollar a la Braun en la otra alfombra. Nunca fue más notorio para mí cuánto la despreciaba, fue como si lidiara con una bolsa de papas. Salieron los tres del cuarto al mismo tiempo, Bormann un paso delante de los edecanes. Se había puesto la “bolsa de papas” al hombro izquierdo y caminaba rápido, abriendo puertas y llaves con la mano derecha. No quería ocultar, era evidente, el asco que su cara mostraba con impudicia, como quien está oliendo a podrido en forma casi insoportable. Los edecanes lo seguían en fila india, Gunsche delante y Linge detrás, ambos como mirando el mismo horizonte, con la alfombra conteniendo a Wolf entre ellos, asida por sus extremos. Caminaban erguidos, a paso lento y enérgico, que parecía ensayado, como portando un féretro en un desfile militar que nadie miraba, excepto yo, que los seguía a discretos metros. Salieron del Bunker y caminaron hasta el lugar preparado del jardín, ya inundado de gasolina, y depositaron con extremo esmero el cuerpo sagrado en el lugar elegido, con movimientos pausados, idénticos y sincronizados. Los obuses soviéticos caían cada vez más cerca y la tierra temblaba tanto o más que mis rodillas, pero nada del mundo hubiera alterado el protocolo que estaban ejecutando. Bormann, en cambio, esperó con gesto impaciente que los edecanes concluyeran sus ritos, para luego tirar con todo descuido su fardo al lado de Wolf. Por alguna causa misteriosa, las alfombras quedaron adosadas una a la otra, centímetro a centímetro. Como si Wolf y la Eva le estuvieran diciendo a Bormann, “Te guste o no nos amamos, Martín. Te guste o no somos ahora esposos, no amantes”. Y el crepitar y la danza de los novios convertidos en llamas hizo estallar en gritos y llantos al impredecible, a quien yo nunca había visto llorar en mi vida. Eran las 16 horas y 22 minutos del 30 de abril de 1945.
“Escritora de talento”. Cuanto más lo creo más me pesa no haber escrito las cosas que no quise o no me animé a escribir en mi libro. Cuando estén leyendo estas líneas yo estaré muerta. No las quise publicar en vida, porque mi libro acaba de salir, y es una criatura que amo y no quisiera lastimar. Escribo esto para ser publicado un año exacto a partir de mi muerte. Siento que de no hacerlo traicionaría a la “escritora de talento” que dicen que soy, por contar verdades a medias. “Omitir es mentir”, decía mi madre. Y qué mayor pecado puede haber en un escritor que la mentira.
Yo lo adoraba a Adolf Hitler como a un padre. Hablo en serio, como el padre que no tuve, o tuve tan pocos años que ni recuerdo nada de él. Cuando entré en la Liga Alemana de Jóvenes no lo hice porque era la moda, o por imitar a mis compañeras de secundario de los años superiores que lo hacían. Fui la más joven de todas por un tiempo, necesitaba conocer más al padre que había elegido. Tantas veces leí Mein Kampf[2] que las chicas empezaron a evitarme cuando con cualquier excusa me largaba a recitar párrafos extensos del libro que conocía de memoria. Aún hoy puedo repetir sin consultarlo cualquiera de las setecientas veintiocho páginas de la que entonces era mi Biblia.
Después amé a Wolf de otra forma, cuando lo tuve bien pero bien cerca. Él lo sabía. Pero ya la había elegido a Eva. “El castigo merecido para la deslealtad no puede ser otro que la muerte”, eso decía, y jamás hubiera traicionado su principio. Se conformó con una chica simple y afable, poco esbelta, bromista a pesar de sus limitaciones, y además católica. Aunque reconozco que éste no era un problema grave para Wolf, bien claro lo dice en el libro, “Para el futuro de la humanidad, no radica la importancia del problema en el triunfo de los protestantes sobre los católicos, o de los católicos sobre los protestantes, sino en saber si la raza aria subsistirá o desaparecerá”. Sin embargo, lo que todos sabíamos, y comentábamos siempre entre nosotros, y él también percibía, era que Eva estaba bien lejos de lo que cualquiera podría llamar una mujer aria pura. Por eso es que la escondió durante tantos años, porque le era difícil, si no imposible, reconciliarse con esa otra sentencia que estaba en el libro, tan esencial como quizás ninguna otra, “La historia humana demuestra con asombrosa claridad que toda mezcla de sangre aria con la de pueblos inferiores tuvo por resultado la ruina de la raza de cultura superior”.
Tengo la edad que tengo y hace tiempo de que me di cuenta de que lo que yo adopté como mi Biblia contenía incontables atrocidades. Sé que mucha gente no me ha creído cuando dije que nunca llegué a saber nada en vida de Hitler de lo que hoy llamamos Holocausto. Que me han llamado hipócrita, mentirosa y cosas mucho peores cuando dije en forma pública  que me sentía destrozada por haber simpatizado con “el más grande criminal que jamás haya vivido”. Pero es la verdad total, este escrito es para enmendar mentiras revelando verdades omitidas, no para otra cosa.
Yo reconozco mi pasado con toda su culpa, que amaba a ese hombre entonces como hombre, que hubiera querido amarlo con el total sentido del verbo, que ni me importaba que fuera treinta años mayor. Pero quiso Dios que el hombre que yo amaba no tuviera ese lugar para mí. Ya había sido ocupado por más de diez años antes por la Eva, la católica, la no tan aria, la no tan joven. Se quedó con ella y hoy lo veo como una de mis mayores suertes. Pero eso no quita lo que llegué a ser en la vida de Adolf Hitler, mi Wolf entonces, muy en especial en las últimas semanas en el Bunker, cuando fue palpable para todos que mi rol de secretaria personal no fue menos privado, íntimo y cercano que el de su amante. Y en las últimas horas, me atrevo a decirlo sin vergüenza ni modestia fingida, más importante todavía. Pero no se confunda nadie, fui su secretaria, jamás su amante. Eva Braun se dio el gusto de morir como Eva Hitler. Un nombre que le duró menos de lo que tarda la tierra en dar media vuelta sobre sí misma.
El casamiento fue el casi último acto de la vida de Wolf, el mismo 30 de abril a las tres  de la mañana. Éramos sólo cinco personas los presentes, Martín Bormann, Joseph y Magda Goebbels como testigos, Erik Kempka el chofer, y yo, la secretaria personal, indispensable y cercana, como siempre por esos días. Concluida la ceremonia, cuando Eva hacía bromas sobre el anillo que le bailaba en el dedo, los presentes esperábamos que los flamantes esposos se retiraran a su dormitorio para estrenar la privacidad de siempre con un nuevo nombre y quizás con un sabor diferente. Pero Wolf nos sorprendió a todos cuando dijo, sin que mediara protesta ni el mínimo gesto por parte de Eva, “Ahora nos vamos a retirar con Traudl al Cuarto Azul. Necesitamos estar a solas para trabajar un tema importante y urgente durante un par de horas. No debemos ser molestados salvo extrema urgencia”. Recuerdo bien que las palabras me sonaron terribles, me ponía en el lugar de la esposa y sufría. La mirada del Führer recorrió lentamente los otros rostros, la mano derecha le temblaba mucho más que de costumbre y el silencio era cortado por las estridencias que producían los obuses soviéticos, que cada vez caían más cerca del Bunker. Eva seguía mirando y tocando el anillo que le bailaba, como si el percance de que le quedaba grande se hubiera transformado en el problema más importante del mundo. En el Cuarto Azul trabajamos durante dos horas y diez minutos y el testamento final quedó terminado. Por increíble que parezca, el primero de los actos de privacidad de Wolf luego de su matrimonio fue conmigo, no con su esposa.
Me acerco a las verdades omitidas y sé que más de uno va a decir que al final la Junge le va a dar la razón al “más maldito de los malditos”, que ya todos saben a quién llamaba así Hitler. Es inútil que me pregunten cómo lo comparo con el que hoy llamo “el más grande criminal que jamás haya vivido”. Soy Traudl Junge, escritora, y no voy a gastar mis letras y vuestras paciencias con respuestas que no agregan nada para nadie.
Ahora que vuelvo a mencionar mi apellido, y no es hora de renegar de él, es curioso que no sea el de mi padre –no merecería serlo-, ni tampoco el del hombre que amaba y de quien era secretaria. A Hans Junge lo conocí en 1942, me casé con él en julio del año siguiente, y murió en Normandía en agosto de 1944. Tuve marido por apenas 13 meses de mi vida pero el apellido me acompañó hasta la vecina muerte, o sea casi 59 años. Por cierto que un poco más que las doce horas que la Eva vivió con el apellido Hitler. Cuando me casé con Hans, creía estar enamorada. Cuando comencé a trabajar para Wolf y sentí lo que sentí, dejé de creerlo totalmente, -no puedo omitir verdades, perdón Hans. El amor arrasador que me invadió dejó enana cualquiera de mis emociones anteriores.
Sin embargo, sin embargo, al principio no lograba entender cómo ocurrió lo que me ocurrió con Ferdinand Biesel. Sé que a mucha gente le ocurrieron cosas con Ferdinand, vaya si todos lo sabemos. Miles de personas, cuando lo veían, jamás dudaban de estar viendo al verdadero Hitler, y no a su doble, el mejor de todos. Incluso en el ambiente íntimo en que nos movíamos, muy en especial en las semanas finales en el Bunker, hacía tan bien su papel que a veces el mismo Bormann me preguntaba, “¿Quién es, Wolf o Biesel?”. Yo era la única que podía acertar el cien por ciento de las veces. Además de Eva, por supuesto.
Reconozco que la personalidad de Ferdinand no tenía nada que ver con la que yo admiraba en Wolf. Era un hombre bromista, aparentemente no tomaba nada en serio, un perfil difícil de encontrar dentro de sus filas, la SS. Sé porque me lo ha contado él mismo que el día que se decidió imitar al Führer, a la hora de la taberna con los amigos, aprovechando su extraordinario parecido físico, jamás imaginó el destino que le tocaría jugar. La costumbre ganó fama dentro de la SS, hasta que los mismos superiores acudieron a comprobar si era cierto lo que se decía. Lo que más les preocupó no fue que había razones para considerar el juego como una mofa que agraviaba al Führer, en tiempos que cosas menores se castigaban con la muerte. El terror que creció en ellos fue cuando no pudieron evitar desternillarse de risa. El juego era ahora harto peligroso, se estaban incluyendo a sí mismos en la posible lista de culpables a ser ejecutados. “Hay que denunciarlo ya mismo a la Gestapo”, dijo de pronto alguien, con astucia, existía alguno que otro inteligente entre ellos. La Gestapo, como siempre, apareció en diez minutos, y puso de inmediato a Biesel tras las rejas. La Gestapo, como siempre, informó de todo al Sub Führer. Nadie previó la respuesta de Bormann. “Quiero que el señor Biesel se presente mañana mismo en la Wolfsschanze[3]”.
Ferdinand Biesel nos conquistó a todos, comenzando por el impredecible Bormann, que en cuanto terminó de ver su primer show, al que yo también asistí, recuerdo bien lo que dijo. “Con el último ya hemos contado 16 intentos de asesinato de mi Führer. Agradezco al cielo haberlo conocido, señor Biesel. Hoy mismo empieza su nuevo trabajo, en este lugar. Y donde quiera que esté mi Führer, allí deberá estar usted. La señora Junge y yo dedicaremos todas las horas necesarias para que usted mejore su rol, que ya es extraordinario, a niveles tan superlativos que sean capaces de convencer a todos, absolutamente todos, de que están viendo al verdadero Hitler”. Biesel se lo quedó mirando, con cara incierta.  Bormann quizás le adivinó el pensamiento, cuando dijo: “Por ser diez años menor que él no se preocupe, señor Biesel. Eso se arregla más que fácil con maquillaje. Por los centímetros que usted le lleva en altura, tampoco nos preocupemos por ahora. Ya pensaremos alguna cosa que no sea cortar un poco de esas piernas”. La sonrisa amplia de Bormann, yo lo conocía muy bien, quería decir que le estaba gastando una broma. Pero Biesel palideció de golpe, mientras su boca intentaba sin éxito dibujar una sonrisa. Yo me apiadé para decir, con voz bien fuerte y llena de risa, “¡Pero Martín, no todos saben que te encanta hacer chistes de mal gusto!”. Y por suerte el impredecible estalló en risas y la cara de Ferdinand se aflojó y pasamos a ser tres los que reíamos con todo nuestro volumen.
Fueron muchas horas, y no tardé mucho tiempo en adorarlo. No hablo de enamorarme, esa sensación única sólo la tuve con un solo hombre. Pero estoy inmensamente agradecida a Ferdinand por todo lo que hizo, que fue extraordinario para mí. Porque por de pronto puso su vida en juego tantas veces, protegiendo a Wolf de los múltiples atentados que siguieron hasta el número final, que según Bormann llegó a 42. Muy en especial el intento que por casualidad no terminó con su vida, la Operación Valquiria. Yo lo visitaba todos los días las tres semanas que estuvo internado y rezaba para que volviera a ser el que era. La alegría fue abrumadora y contagiosa cuando volvió, sonriente y vital como siempre, como si no hubiera pasado nada. “Por suerte que Bormann no aprovechó la ocasión para cortar un poco de tus piernas”, le dije yo, imitando el mal gusto de Bormann. Se lo dije en la cama, para ese momento ya éramos amantes, y lo fuimos hasta el final.
Estoy en pleno terreno de las verdades omitidas, mis queridos lectores. La “escritora de talento” comienza a sentirse mejor consigo misma.
Ferdinand fue para mí una persona con la que podía contar siempre, el único en mi vida en quien jamás descubrí segundas intenciones ni ocultamientos, leal con su misión hasta el límite de lo descabellado, el único que cuando decía “Estoy listo para dar la vida por el Führer” yo le creía porque sabía que lo decía en serio, el único que en aquellas horas siniestras de las últimas semanas en el Bunker podía tanto hacerme reír como estremecerme por placeres que llegué a creer que nunca volvería a tener.
Wolf me lo comentó al final de nuestro encuentro en el Cuarto Azul. “La idea fue de Ferdinand, y no acepta que la rechace. No quiero aceptarla. Pero es algo increíble, lo está pidiendo de tal manera, con tanta vehemencia y argumentos, que estoy comenzando a dudar qué debo hacer. ‘Hablalo por favor con Traudl’, me dijo, ‘ella es la que nos va a ayudar a los dos’”. Yo no tuve ni un momento de duda, por más que desde ese mismo instante jamás me abandonó la tristeza y de hecho la risa nunca regresó a mi cara.
Ahora sí, queridos lectores, ya me siento mejor, despojada de las verdades omitidas. Quizás empiece a merecer más en serio el título hasta ahora postizo de “escritora de talento”.
El 14 de mayo de 1945 un hombre entró a un hotel de una localidad llamada La Falda, ubicada en una provincia llamada Córdoba de ese gran país de Sudamérica llamado la Argentina. Su última vida comenzaba.


[1] Hasta la hora final: Bis Zur Letzten Stunde
[2] Mein Kampf: Mi Lucha
[3] Wolfsschanze: Guarida del Lobo


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03/04/2017RIVER LIFE, por Hugo Scolnik
River police

When I was a child I used to spend months with my great uncles who decided to live in the islands after their retirement. Life was a sort of novel for a young boy because I had my own boat, I was swimming and fishing, but unfortunately my great aunt forced me to work a lot because they had a big plantation with a lot of vegetables and fruits.The fertility of the soil is overwhelming !
Local river bus



At that time there was no electricity, and my uncles used to send batteries to the city in order to be recharged for at least being able to listen to theater plays in an old fashioned radio.

River transportation


There were floating groceries stores visiting the islands, as well as butchers and other merchants. The transportation was by means of a special kind of boats that still exist (see picture). This is what children use for attending schools.


During a certain period of the year thousands of apples were floating in the rivers coming from the north (the Parana river forms a delta with a myriad of other rivers and islands). We use to organize "armies" of many boats in order to have battles in the water using apples as ammunition. 


Good memories of old times.

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18/03/2017
ESTÁS DE ACUERDO?, QUÉ AGREGARÍAS? por Espedito Passarello


18/03/2017: Ida Bianchi
¿Me permiten agregar dos?
Agregaría “Pinocho” y “El Príncipe” en ese orden.
Ida Bianchi

18/03/2017: Hugo Scolnik
Y el Juego de Abalorios de Herman Hesse

18/03/2017: Ricardo Forno
Ferdydurke, de Witold Gombrowicz
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad

18/03/2017: Daniel Bronstein
NUEVE HISTORIAS de Salinger
El guardián entre el centeno o El cazador oculto (The Catcher in the Rye)  J. D. Salinger.

20/03/2017: Norberto Maher
Corazón de Edmundo de Amicis.

20/03/2017: Jorge Hofmann
¿alguno ha leído libros de autores argentinos? porque no veo ninguno en todas las listas que pusieron
Para empezar 
Civilización y barbarie D.F. Sarmiento
Cuentos de la Selva Horacio Quiroga
Diario de la guerra del cerdo Adolfo Bioy Casares
Bomarzo Manucho Mujica Lainez
Sobre héroes y tumbas Ernesto Sabato

20/03/2017: Luis Panozzo
Pregunta a los que saben. 
He visto dos recomendaciones al libro de Gombrowicz "Ferdydurke".
La traducción que he encontrado no es la del mismo autor sino de Virgilio Piñera pero dudo que haga al fondo de la cuestión.
Gombrowicz me ha intrigado hace unos años y estas recomendaciones me llevan a preguntarme si vale la pena leerlo.
Agradeceré comentarios de porqué lo recomendaron.

20/03/2017: Eduardo Molinero
Coincido con todos los de la lista. Y propongo agregar:
"Biografía del Caribe" de Germán Arciniegas.
"El entenado" de Juan J. Saer.
"El Secreto de los flamencos" de Federico Andahazi

20/03/2017: Eduardo Molinero
He leído los que menciona Jorge (Hofmann),  sugiero también  El Matadero y la Cautiva; El Ombú; Juvenilia;  Antología Poética de González Tuñón; todos los de J.L. Borges (El Aleph debe ser el que más veces releí) El Entenado de Saer; casi todos los de F. Andahazi; Flores Robadas en los Jardines de Quilmes (J. Asis).  "Itinerario" de E. Sábato.  "La Logia de Cádiz" y "El Puñal" de Fernández Díaz...

20/03/2017: Juan Carlos Masjoan
Cuando hablamos de la novela negra estadounidense no deberíamos dejar a un lado al francés Boris Vian.
Cuando hablamos al género policial escandinavo no podemos dejar a un lado las escritoras Assa Larson y Camille Lackberg.
Si mencionamos a Conan Doyle tenemos que incluir a Agatha Christie.
Si hablamos de escritores estadounidenses (casi) contemporáneos deberíamos incluir a Truman Capote, aunque solo sea por “A sangre fría”.
Me alegré de verlo a Jorge Amado y coincido con el libro elegido para representarlo.
Me falta, o me salteé Vargas Llosa quien merecería estar al menos por “Pantaleón y las Visitadoras”, desopilante descripción indirecta del extremo de la mentalidad castrense.
Si incluimos El Señor de los Anillos deberíamos hacerlo con la serie de ciencia ficción “Dune”,y ya que estamos incluir los libros de Asimov de la saga “La Fundación”, en particular por nuestros orígenes informáticos, quien además debería ser incluido por sus libros de divulgación científica (El electrón es zurdo) y su serie histórica que empieza en el Cercano Oriente o en La tierra de Canaán y termina en un EEUU post guerra civil,
y que valen la pena, es otra mirada.
Y si hablamos de historia deberíamos incluirlo a Eric Hobsbawm, y si de divulgación científica se trata deberíamos incluir a Stephen Hawkins, y no solo por “A Brief History of Time” y a Roger Penrose.
Me cansé, no me gusta escribir, pero no puedo dejar de hablar de mi coprovinciano Aguinis: al hablar de él no podemos dejar de mencionar alguno de sus primeros libros como La conspiración de los idiotas y La gesta del marrano.
De Andahazi el último “Los amantes del bajo Danubio” además de haberme resultado muy bueno, me dejó con la duda si no hay algo de historia real en él, sospecha basada en los nombres de pila de dos personajes que coinciden con el de dos personas a quien les dedica el libro.

20/03/2017: Luis Pees Labory
de Marcos Aguinis, "Un país de novela", me parece una descripción en miniatura de lo que vivimos post-libro.

20/03/2017: Ida Bianchi
Creo que entre los autores no deben faltar los maestros de la Ciencia Ficción como Asimov, H.G.Wells, George Orwell, Julio Verne, Theodore Sturgeon, Aldous Huxley, Ray Bradbury, Arthur C.Clarke.

21/03/2017: Daniel Bronstein
Sobre héroes y tumbas.
Cuántos de amor locura y muerte
Martín Fierro
Griselda Gambaro

22/03/2017: Hernán Huergo

Jorge Luis Borges, Obras Completas (todas!)
Kazuo Ishiguro: Nunca me abandones
Ian McEwan: Expiación
Adolfo Bioy Casares: La invención de Morel
Julio Cortázar: Cuentos (muchos!)

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22/02/2017
Compartiendo imaginarios II, por Espedito Passarello

La flor no sabe de su fragancia,
es su razón de ser.
No espera que detengan sus pasos los atribulados transeuntes,
para florecer.

Así en forma natural "es",
sin especulaciones utilitarias.
Sin molestarse por seres dormidos que destruyen sus jardines.
pisoteando juveniles pétalos...

Saben de su finitud, simpleza y seducción necesarios para alimentar lo sensible, lo pasional...
de amores abandonados..
SEGUIRÁN FLORECIENDO...

En silencio,  bajo claras lunas ....
a la espera de ser  ofrendadas,
en tardíos y formales ritos demostrativos,
Esperan provocar aun en los últimos suspiros la resurrección de vivencias afectivas postergadas..
Sobre los últimos encuentros de presencias corporales...

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19/02/2017
¡No puede ser!, por Alfredo Ballarino

“Trágico accidente. Un avión Airbus de la más importante compañía aérea española, procedente de Buenos Aires, cayó a tierra en la mañana de hoy, poco antes de llegar a su destino que iba a ser el Aeropuerto de Barajas, Madrid. Se desconocen aún las causas del accidente. Las autoridades han confirmado que lamentablemente han fallecido todos los pasajeros. Eran 246, entre ellos Daniel Campera, el famoso basquetbolista argentino que volvía a España luego de sus vacaciones, Ramón González Gil, conocido y acaudalado empresario gastronómico español que hizo su fortuna en la Argentina, José María Canto, actor …” y seguía el listado de los muertos que tenían cierta fama.

-¡No puede ser! ¡No puede ser! – decía Gabriel casi a los gritos, mirando asombrado el televisor. Pero no era una expresión de dolor, era casi de alegría.

De golpe recordó aquél dicho que muchas veces oyó decir a su tía Aída “Muerto el  perro se acabó la rabia”.

Era tan importante esa noticia para él, que en seguida trató de confirmarla por internet en los diarios en línea.

Era cierto: había muerto Don Ramón González Gil, su ex patrón y quien lo estaba acosando persistente y despiadadamente desde hacía más de un año. Pedía que le devolviera el dinero que decía le había robado.

Una sensación de alivio invadió a Gabriel. No habrá más acoso. Estaba mal tener ese sentimiento ante la muerte de alguien, pero sólo él sabía lo que había sufrido.

Quiso compartir la noticia con su mujer, Rosario, pero no la vería hasta el lunes. Se había ido a pasar el fin de semana a lo de su amiga Delia, en una playa alejada de Mar del Plata. Le mandaría un mensaje por celular, aunque ya se habría enterado por la televisión. Rosario también sabía cómo Don Ramón le estaba haciendo la vida imposible.
Se fue en un taxi a su casa, quería estar tirado en la cama, tranquilo, para repensar la novedad.

Al llegar, recogió un par de cartas del buzón. Una le llamó particularmente la atención. La letra le era muy conocida. Miró el remitente: Ramón González Gil.

-¡No puede ser! ¡No puede ser! – de nuevo los gritos de Gabriel. Ahora estaba asustado.
-¿Qué está pasando? ¿Me escribe desde el Infierno? Hasta después de muerto no deja de perseguirme.

No era un interrogante fantasioso ni irreal. Sentía un temor profundo de abrir la carta y encontrase con las peores noticias. Se recompuso lo suficiente como para romper el sobre pero con mucha ansiedad.

Adentro había varias hojas rayadas escritas con una letra inconfundible. Una letra casi infantil de quien apenas ha hecho algunos años de la primaria. La misma letra con que a diario le había dejado instrucciones cuando era su patrón.

Leyó. Primero con dificultad y luego con más fluidez, pero siempre expectante.
Decía Don Ramón:

“Gabriel
Te perdono”

Aquí Gabriel hizo un paréntesis porque se sintió desconcertado, sorprendido. Repitió la lectura tratando de confirmar lo que había entendido.

“Gabriel
Te perdono”

Siguió ahora leyendo más ansioso que nunca.

“Sé que me has robado, pero no lo quieres reconocer. Sé que todos los días te quedabas con una parte importante de los ingresos del Café La Avenida, una pequeña joya dentro de mis innumerables inversiones, a cuyo frente te puse confiando en tu capacidad y lealtad. Sé que con esos robos poco a poco fuiste arruinando ese mi negocio hasta la quiebra. Sé que con el producto de esa felonía me dejaste y montaste tu propio Café y que te va muy bien. ¡Hasta los mejores mozos me birlaste! Me defraudaste no solo económicamente, sino también la confianza que había depositado en ti. Pero, ahora, aunque no reconozcas tu falta, te perdono.

"Es que estoy pasando un momento de felicidad profunda. He conocido el amor de mi vida, que me ha cambiado la manera de ver las cosas. Ahora soy menos apasionado por el dinero y más pendiente de una caricia, de un beso. ¡Quién iba a decir que este gallego bruto se volvió sentimental! Ahora mismo me estoy yendo con mi prometida a pasar unos días como de luna de miel a Las Canarias. Luego nos casaremos en algún lugar de Europa y nos iremos a vivir solitos y lejos de Buenos Aires.

"He escrito esta carta antes de partir y he arreglado las cosas como para que te llegue cuando estemos en Madrid, esperando el avión para Canarias. En ese momento quiero que sepas toda la verdad.

"El amor de mi vida es Rosario, tu mujer. Mejor dicho tu ex mujer. Estamos aquí juntos disfrutando nuestro mejor momento. No es venganza, es amor. Ella no te quiere escribir. Tiene vergüenza. Pero está totalmente segura del paso que ha dado.

"Yo había merodeado mucho por tu casa para conseguir una respuesta de tu parte. Si no cuido yo mis  negocios ¿quién me los cuida?  Hasta que un día me recibió Rosario. Fue verla y sentirme fuertemente atraído. Rápidamente entramos en sintonía y hasta incluso, luego de largas y agradables charlas, llegó a admitir que tu comportamiento había sido inaceptable. No te quiero agredir contándote más detalles de cómo avanzó nuestra relación, pero avanzó y mucho. Tanto es así que decidimos vivir juntos para siempre.
Y aquí estoy pronto a volar a España con Rosario. Los vuelos siempre me produjeron pánico, pero éste va a ser el mejor de mi vida.

"La idea de escribirte era también para decirte que no nos busques. Pensamos desaparecer por un tiempo largo, yendo a vivir a algún lindo lugar de Europa.

"A vos te queda un consuelo, que seguramente será muy importante por tu manera de ser. Te he perdonado. No te voy a reclamar nunca más lo que me has robado.
(Firmado con mucho firulete) Ramón González Gil”.

-¡No puede ser! ¡No puede ser! – ahora los gritos de Gabriel parecían ser de profundo dolor.

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26/01/2017
Memorias sin pasado, por Hernán Huergo

Lo despertó la luz intermitente, le lastimaba los ojos. Tenía mucho frío. El espejo en el techo le recordó el momento que vivía: estaba tendido en la cama metálica, en medio del proceso de clonación. Él y el clon ocupaban dos salas contiguas del instituto. Sabía que el clonado físico había terminado, aparentemente muy bien. 

–Copia cuerpo ser exacta, incluso verrugas –había escuchado decir con voz sorprendida a Braun cuando había entrado al cuarto un rato antes –. En seguida comenzar fase dos, copia cerebro.

Sus ojos se acostumbraron y pudo ver la imagen de su cuerpo desnudo en el espejo, repetida una y otra vez. Tenía los brazos, las piernas y el cuello sujetos a la mesa de operaciones con agarraderas metálicas y podía ver el casco lleno de cables que le llegaba a las cejas. 

En la pared de la derecha leyó de reojo el mensaje en la pantalla, titilante y potente, “Fase 1 terminada- Fase 2 en curso”. La cifra de abajo, uno-ocho-cero-cinco, debía de ser la hora, dieciocho cero cinco. Aunque como estaba escrita parecía un año, mil ochocientos cinco. 

El 2 de Diciembre de 1805 Napoleón derrotó a rusos y austriacos en Austerlitz. Se sorprendió de acordarse de algo de sus épocas de colegio, veinte años antes. Laura ya no estaba en el cuarto. Le hubiera pedido una frazada, temblaba por el frío. 

De pronto recordó las palabras de Braun, días antes: 

–Contenido cerebro señor Roberto será copiado en clon. Ser copia total. Favor pensar y después firmar.

Él había firmado la autorización sin más ni más, el dinero era importante.

Mil ochocientos cinco, el 21 de Octubre Nelson derrotó a las flotas española y francesa en Trafalgar. ¿A quién le importaba eso ahora? 

Copia total. No podía sacarse de encima las dos palabras. De pronto lo entendió. Él y el clon tendrían el mismo contenido en el cerebro. Sintió un escalofrío. 

Quizás él no era Roberto, ¡quizás era el clon! Sintió que el corazón se le encogía y le dolía. Miró de nuevo la pantalla, “Fase 2 en proceso”. No, él tenía que ser Roberto, el otro todavía no pensaba. Dónde estaba el alemán para preguntarle. Por qué Laura no estaba allí. 

“Favor pensar”, había dicho el hombre. Lo pensaba ahora y no podía entender lo imbécil que había sido al no darse cuenta antes. Muy pronto existiría un ser igual a él, con los mismos pensamientos, recuerdos y sentimientos. 

¿Cómo podría evitar esa cosa querer a Laura? La querría como la mujer propia, no como la del prójimo. ¿Cuál sería la reacción de ella ante el otro, en todo igual a él? Toda la intimidad de dos invadida por un tercero, capaz de sentir las mismas vibraciones, interpretar las miradas cómplices, conocer los códigos y las señales. Cada cosa que descubría era más espantosa que la anterior. 

Un temblor lo sacudió pero no era por el frío. Pronto alguien sabría las cosas que nunca le había contado a Laura. El viejo asunto con Viviana, por ejemplo. Una aventura idiota de unas pocas semanas cuyo fantasma no moría. 

Viviana, la mejor amiga de su mujer. Si Laura se enteraba sería el fin. Diez años de pasiones, desencuentros, odios y reconciliaciones quedaban a merced de una cosa que no merecía llamarse hombre. Deseó intensamente que el experimento fallara, como decían que había pasado las otras veces.

Mil ochocientos cinco empezó en martes, ¿de dónde salía esa pavada? El 2 de Abril Hans Christian Andersen nació en Dinamarca. No recordaba dónde había aprendido eso. Un fuerte dolor de cabeza lo borró todo.

Cuando despertó otra vez en la pantalla se leía “Fase 2 terminada- Proceso completo”. El dolor de cabeza se había ido y tenía una frazada sobre el cuerpo. Seguro que había sido Laura, amorosa, se moría por verla. 

La cifra de la pantalla decía ahora uno-nueve-cuatro-cinco, las diecinueve cuarenta y cinco. Mil novecientos cuarenta y cinco, un año que empezó en lunes, ¿sería cierto eso? Dónde estaba Laura. 

El 30 de Abril de 1945 se suicidó Hitler. Por qué no aparecía Braun. La raíz cuadrada de mil novecientos cuarenta y cinco lo distrajo por un momento, cuarenta y cuatro, coma, uno, cero, dos…

“Proceso completo”, “Proceso completo”, titilaba la pantalla, como si quisiera recordarle que la cosa de al lado ya existía, ya pensaba. 

¿Sabría ya el clon que él no era Roberto? Cómo sería empezar la vida con los pensamientos de otro, sin ser el dueño de nada. La casa, el trabajo, los amigos, todo ajeno. No precisaba adivinar lo que sentiría, odio total contra Braun y contra él. No, no, nadie odia al padre, sería odio asesino contra él, único obstáculo para ser un hombre como cualquiera. 

Cinco, uno, cuatro, los decimales siguientes de la raíz cuadrada aparecieron en su cabeza, inesperados y ridículos. ¿De dónde salían?

–¿Cómo sentir? –dijo una voz conocida, de acento inconfundible. 

No se había dado cuenta de que el científico estaba allí parado, a la izquierda, observándolo. 

–Bien, doctor, bien –dijo en forma mecánica. 

El 14 de Noviembre de 1945 Gabriela Mistral ganó el Nobel. ¿De dónde salían estas memorias?, ¿qué le pasaba? Ni siquiera se acordaba de haber leído alguna vez a la chilena.

–¿Seguro sentir bien? –Braun sonaba preocupado. 

–Sí, perfecto –contestó, lleno de dudas–. ¿Qué pasó con el clon?

Braun tardó segundos en contestar. Odiaba a este loco y se odiaba a sí mismo por haberse metido en lo que estaba. El dinero no valía el sufrimiento. Uno, cuatro, dos, los decimales insistían, molestos.

–Todo salir bien. Sólo problemita menor fase dos. Disculpar pregunta necesaria, señor Roberto. ¿Cómo saber usted no ser clon?

Por un momento interminable sintió algo igual al vértigo de alguien cayendo al vacío. Buscó el por qué de la certeza que había tenido de ser Roberto sin encontrar nada. El dolor de cabeza reapareció con toda la violencia. Ser el clon era perder a Laura, perderlo todo. Uno, dos, dos, malditos decimales, no terminan más. 

Si no era Roberto prefería morirse. Miró a Braun sin responder, resignado.

–Disculpar, señor –dijo el científico–, usted ser Roberto, quedar tranquilo. No ser intención asustar. 

Roberto sintió que el alivio le llenaba el cuerpo. Exhaló un largo suspiro. Seguía siendo el dueño de las cosas que amaba. Las amó más que nunca, eran suyas. El placer fue interrumpido por una nueva oleada de dolor de cabeza, más fuerte que nunca. Se sentía mareado. Atinó a preguntar:

–¿Problemita menor?

–Menor, sí, menor –Braun lo miraba fijo–. Suceder que copia enciclopedias salir no perfecto. 

–¿No perfecto? –dijo, le costaba cada vez más hablar. 

Deseaba con toda el alma que el error fuera grave, terminal. No soportaba más la idea del otro. Tres, nueve, nueve, los decimales eran martillazos que multiplicaban el dolor de cabeza. 

–Clon tener copia exacta cerebro –siguió Braun–, pero copia enciclopedias que ser para cerebro clon ahora estar por error en cerebro señor Roberto. 

–¿Enciclope...? –hacía esfuerzos para terminar la palabra.

–Enciclopedias de ciencia y de historia, ser eso. Ah, también ser librerías matemáticas.

Escuchaba la voz de Braun cada vez más lejana. Estaba aturdido por el dolor y sentía que la cabeza se bamboleaba por su cuenta. 

Alcanzó a leer la cifra en la pantalla, uno-nueve-cuatro-nueve, las diecinueve cuarenta y nueve. Mil novecientos cuarenta y nueve, un número primo y un año que empezó en sábado, Borges escribió El Aleph y George Orwell publicó su última novela, 1984. Mil novecientos ochenta y cuatro, un año que empezó en domingo. 

Nueve, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero.

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20/11/2016
El traficante, por Ricardo Forno

Ella estaba acechando su presa tal como una gaviota acecha un pez o un cangrejo. Para mí fue tan fácil como tomar una flor de un jardín: se veía claro que su chulo no la cuidaba; le dije que conmigo iba a estar mucho mejor; así lo entendió, y abandonó su puesto en la esquina para seguirme.

Lo primero fue darle dinero y la receta para un análisis de sangre, escrita por mí con letra de médico y sello. Yo tenía un talonario y un sello que “distraje” en el Hospital. “No quiero tener problemas con el SIDA, ¿sabes?”. El análisis completo estuvo listo en pocos días.

Menos mal que no la quería para mí; encontré en ella un clavo remachado: no sabe cocinar, ni limpiar, ni siquiera hacer la cama. Para lo único que sirve es para el sexo, y en eso tampoco se distingue. Tiene cosas raras: a veces se ve amenazada por los fantasmas de la profusión de cuerpos humanos que yacieron con ella, y no puede dormir.

Miré bien la hora y fui al supermercado. Tiene, como muchos, unos cajones para guardar cosas que uno lleva y después retira a la salida, pero éste es maravilloso: en lugar de tomar la llave del locker, uno pone una combinación de cuatro números y a la salida la repite. Por supuesto, hay que recordarla. Encontré libre la casilla que solemos usar, digité 4276, puse el análisis adentro, cerré y me fui. Si la casilla estuviera ocupada, usaríamos la siguiente. Desde un teléfono público llamé a “Jonás” y dije: “Nos vemos en la calle Segura 4276”. Cada vez cambiamos la combinación. Jamás le vi la cara a él; sólo tengo su número de celular. Intentamos evitar encontrarnos en el supermercado; por eso cuidamos mucho la hora.

Una relación de este tipo debe basarse en la confianza y en la honestidad. Sabemos que, si no cumplimos, somos boleta. Por eso estoy muy seguro de que en dos semanas recibiré mi dinero por el mismo medio. Nunca me interesó saber cómo se arregla Jonás con su parte del trabajo ni con quién tiene contacto. Sólo sé que hay otros “arriba”, y que la organización es poderosa.

“Ella” (trato de no recordar nombres, que además suelen ser truchos) estuvo trabajando por ahí como veinte días, y yo recibía la mitad. Buen trato, mejor que el de muchos en ese ramo. A cambio, tenía casa y comida. En ese lapso me enteré de que andaba reventada desde hacía años, y me aseguré de que nadie la iría a echar de menos.

Ayer a última hora de la tarde la mandé a caminar por la calle Moreno y esperar que la levantara un tipo rubio en un auto rojo; el tipo tenía que decirle una palabra clave, para que no lo confundiera con otro. Yo ya había recibido la confirmación de que, por los análisis, la aceptaban. Jonás añadió que era muy buena y difícil de encontrar; algún plus me iban a reconocer.

Debe de ser horroroso para un enfermo saber que necesita un trasplante y que no hay muertos adecuados para proporcionárselo. Por eso, me considero un benefactor de la humanidad. De esta mujer que no sirve para nada van a poder sacar corazón, pulmones, hígado, riñones, médula, y no sé cuantas cosas más, porque es AB Rh negativo y tiene otros genes bastante buenos. ¡Cuánta gente va a deberme la vida!

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09/11/2016 
Así son las mujeres, por Hernán Huergo

Hace tiempo que me lo veía venir. Porque si hay una cosa que me distingue, algo que me ha llevado a ser quien soy, es el instinto. No digo que sea sólo eso, lo mío es mucho más, años de estudio y actualización tecnológica permanente. No como mi antiguo socio, Corradini, a quien le reconozco que me enseñó algunas cosas, que él a su vez aprendió de unos tíos. Así los llamaba, aunque nunca los conocí. No creo que los tíos fueran un invento, sí sospecho que eran impresentables. O, también puede ser, que estuvieran en cana con perpetua. Pobre Corradini, ahora vive en la miseria. Esta profesión no es para gente que se queda en el tiempo.
– No me gusta que sigas usando esa frase –me dijo la Luisa esta mañana.
– ¿Cuál frase?
– Vamos, Rolando Ferrauti, no te hagás el gil. Esa que decís todas las mañanas, de lunes a sábado.
“La muerte tiene una sola cosa agradable, las viudas”. Que la frase le caía para el carajo, lo supe desde la segunda vez que ella la escuchó de mi boca. Pero tardó cuatro años en escupir lo que sentía. Con todas las cosas que hemos vivido en este tiempo: el nene –hermoso, el Rolito, ya cumplió los tres–, el auto –con todos los papeles, por supuesto–, la mudanza a casa propia, el casamiento y encima la nena –la Mili, increíble de bonita, mañana cumple medio añito. Yo creía que nunca se iba a animar a decírmelo. Así son las mujeres, ingratas e imprevisibles. Guachas.
Y ahora, la puta madre, tengo que buscar otra, como si fuera tan fácil reemplazar la frase insignia. Bueno, hoy es domingo, será cuestión de consultar a la Internet. El día que le dije a Corradini que necesitábamos una compu al bestia le agarró un ataque de risa. Peor para él, porque lo mandé a la mierda ahí mismo. No me arrepiento para nada. Corradini nunca pasó de ser un idóneo, jamás le dio importancia a los estudios ni a la tecnología.
La primera de mis compus me costó cero guita. Gracias, Facundo Cardone, sea quien seas, por perder los documentos. La clave con las tarjetas de crédito es usarlas en seguida. Yo el traje azul oscuro lo tenía y con una buena lustrada de zapatos se supera al vendedor más pintado. La compu la domino de pe a pa, tengo un talento natural para eso. Pero además me rompo las pestañas estudiando, lo cual es fundamental. “Rolando Ferrauti- Profesional- Estudio, Tecnología e Instinto, unidos para el éxito”. Así dicen mis tarjetas.
- Qué profesional ni profesional, si todo el mundo sabe lo que sos –dice la Luisa cada tanto, otra vez esta mañana–. Todavía no entiendo cómo me enganché con vos.
Es injusta mi mujer, injusta e ingrata. Y, sobre todo, equivocada. Porque lo mío no sólo es profesional. Es un arte. Si hubiera Oscar para lo que yo hago, estaría entre los nominados, no tengo dudas.
Me levanto bien temprano, siete de la mañana. Leo el diario por la Internet, voy directo a los avisos fúnebres. Elijo sólo varones. Excluyo a los bisabuelos, porque sé que no dejan un mango, ya fueron esquilmados por los hijos y los nietos. También excluyo, si hay oferta suficiente, a los abuelos. En la planilla de cálculo del día apunto, de los que quedan, a los que tienen muchos avisos, buena señal. Anoto, para cada uno, todos los parientes y amigos que aparecen en los avisos. Luego sigo con la investigación a fondo. Si el occiso tiene página Facebook resulta fácil y rápido encontrar lo que necesito: las fotos y datos especiales de algunos de los parientes y amigos anotados –no más de seis, eso evita errores–; dónde pasó las últimas vacaciones; el nombre de la mascota; etc. Todo queda registrado en la planilla del día. Completo datos para máximo tres candidatos a visitar y les asigno montos estimados, que me sirven para establecer el orden de las visitas.
Llego al primero de los velorios a las diez y media de la mañana. Me olvidé de decirlo, sólo trabajo con velorios matutinos. Tengo ahora una especie de socio, Lucenti, que trabaja el mismo sistema mío por las tardes. Llegamos a un acuerdo y él me paga un fijo por mes para que yo no me cruce en su camino. Si alguna vez nos encontramos, es él el que debe retirarse. Si no cumple le corto la franquicia, así de fácil.
Una vez en el velorio, al cual concurro con la Luisa –ella llega quince minutos antes–, empiezo por abrazarla a ella, en escena larga y llorosa que llama la atención de todos. Lo mejor de la Luisa, bueno, una de las tantas cosas, es la capacidad que tiene de unir las caras de las fotos que le mostré a la hora del desayuno con las caras reales que están en el velorio, además de la memoria infalible para cada nombre y los datos especiales anotados. Durante la escena larga y llorosa ella me pasa el mapa de los parientes y amigos. Son frases cortas, codificadas, como: “Francisco, dos coma cinco metros a las menos cuarto, trae camisa azul, amigo de Villa Gesell”, “Elena, tres metros a las y cinco, aros turquesa, hermana menor”. Una vez que memorizo el mapa, me dirijo a ellos uno a uno, los abrazo con emoción y, en tono entrecortado y confidente, digo cosas que rompen cualquier resistencia. Aquí juega mi instinto, una de mis armas fuertes, como ya dije. Y también mi arte, por qué no decirlo. Hasta yo mismo me sorprendo con las cosas geniales que me salen. Cuando llego a la viuda, ella ya me junó por un buen rato y se muere por saber quién soy. La abrazo, lloro con lágrimas –curso de tres semanas, gracias, Norman–, y balbuceo cosas incomprensibles. Cuando me calmo, saco un pañuelo para secarme los ojos, aflora en mi boca una sonrisa entregada, la miro como si descubriera a mi hada madrina y la frase insignia me sale natural, suave y sentida:
– La muerte tiene una sola cosa agradable, las viudas.
Lo que sigue depende de la reacción de la viuda. Si veo que hay pileta –por ejemplo, que ella hace una sonrisa amistosa, o que discretamente busca un espejo en la cartera para arreglarse el rímel–, me largo con lo de la deuda que tenía el marido conmigo. Que no importa, que jamás se me hubiera ocurrido pedirle un papel, que amigos son los amigos, que la desgracia de perder un ser querido y extraordinario es mucho más importante que unos pesos. No uso expresiones vulgares, casi todas mis frases han salido de autores famosos. La frase insignia la encontré en la Internet y es de Enrique Jardiel Poncela. Genial, ¿no? Sí que es genial haberla encontrado.
La escena con la viuda no tiene que durar más de tres minutos, salvo que haya pique de primera, lo cual se produce en el 32% de los casos. Si en tres minutos no pasa nada, o sea que la viuda no hace gesto alguno para honrar la deuda del difunto, la dejo y me pongo a mirar el muerto, por no más de otros tres minutos. Es el momento de mayor placer, descargar mi alma con el llanto –gracias de nuevo, Norman. En el 18% de los casos en que no hay pique de primera, la viuda se acerca y me hace la pregunta, “¿Cuánto le debía mi marido?”. Y acá otra vez interviene el estudio, la tecnología y, por supuesto, el instinto. El monto estimado que había volcado en la planilla del día lo ajusto con mi ojo experto según lo que encuentro en el velorio. La ropa de la viuda, las joyas que lleva, la marca de la cartera y, fundamental, el tipo de ataúd en el que está el cuerpo. Cuando al entrar al velorio veo que el cajón es berreta, casi siempre aborto la misión y pasamos al siguiente velorio de la lista, salvo, por ejemplo, que la cartera de la viuda sea una Luis Vitón auténtica.
“Bueno, qué importa eso ahora, eran mil doscientos”, puedo contestar a la viuda, o el monto que sea. El tope de los montos estimados es dos mil, pero he llegado a obtener el doble de eso –mi día de gloria, el de la viuda que estrenaba visón blanco. Jamás menos de quinientos, uno es profesional. Si hubo pique mi ratio de eficiencia es excelente, 72%. Todos estos porcentajes –ahora los calcula la Luisa, que es una luz en Matemáticas– corresponden al último año, y no han parado de crecer desde que comencé con mi sistema, hace cinco años. Este año ya crucé la barrera de los quince mil pesos mensuales y con la franquicia supero los dieciocho mil.
Pero ahora la ingrata me dice que la frase insignia de mi sistema no va más. Es inútil que le diga que la conocí gracias a esa frase. Facebook no existía entonces y ese error cambiaría mi vida. Cuando le dije en el velorio, sin esfuerzo alguno, “La muerte tiene una cosa agradable, las viudas”, ella contestó, mientras la risa luchaba por salírsele por las comisuras, “Bueno, me faltan algunas  cosas antes para ser viuda, pero gracias. Supongo que usted quiere hablar con aquella señora”. Yo entonces no pude reprimir la risa propia y, olvidado de mis obligaciones laborales, la invité a salir. “No sé si le conviene, señor, si para serle agradable debo convertirme en viuda”.
–Si le volvés a decir la frase a otra, te mato –dice ahora.


Así son las mujeres. Injustas e ingratas. Guachas.

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30/09/2016
Cuatro Poemas, por Ricardo Forno

Es posible que algunos de los Dinos recuerden mi mención de unos poemas que escribí para un concurso. Lo cierto es que mis "poemas", formados por frases enigmáticas y sin rima alguna, no obtuvieron premio en tal concurso. 
Así que decidí enviarlos para hacerlos públicos en el Blog. Acá van:

PREMONICIÓN
Lento… muy lento… lentamente…
adobas ese retazo de piel chamuscada
que hará las delicias
de indeseados comensales.

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LOS ENMASCARADOS NEGROS
El flujo incesante de máscaras negras
atosiga tus entrañas.
Impulsos y actos futuros
ya no dependerán de ti.

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ESPECTROS
Alas susurrantes, vengativas
se precipitan sobre tu cráneo indefenso.
Por siempre llorarás las infamias
cometidas en pos del bien.

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EL MANDARÍN

El reflejo de la luna en el estanque

desvaría y se agita con el viento tenue.
Miras y te preguntas

dónde estás, quién eres.

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27/09/2016
Memorias imaginarias de Salvador Dalí: Mis desencuentros con Sigmund Freud. Por Hernán Huergo

     Desde muy joven tuve claro que yo era un genio. Aunque no me imaginaba cuán lejos llegaría. Cuando yo era un joven veinteañero admiraba como más grande a otro genio, Pablo Picasso.
Un español como también yo, un pintor como también yo, un comunista como tampoco yo[1]. Pero el mismo Picasso, estoy seguro, se dio cuenta al fin de sus días de que el genio mayor era yo, Dalí. Por suerte para la pintura y para el siglo.
Cuando la gente conoció mis obras no tardaron en llamarme genio, cosa que no me sorprendió. Eso me animó a mostrarles más y más mi mundo interior. Los admiradores más devotos, no contentos con llamarme genio, comenzaron a decir que yo era un loco. Sé que lo decían para halagarme. Allí nació la duda que arrastré por años. No tenía claro si yo era un genio por ser un loco o un loco por ser un genio. Ahora que escribo esto puedo decirlo: la única diferencia entre un loco y yo era que yo no estaba loco, así de sencillo. Mi fortaleza estaba en poder desatar mi talento sin los límites que impone la cordura a los seres comunes. Tomen por ejemplo la primera de mis obras que escandalizó al mundo, “El gran masturbador”. Veinticinco años tenía entonces. ¿Pueden imaginar algo más loco? Los surrealistas de aquel entonces quedaron como noqueados. No sabían si acusarme, bendecirme o desterrarme. Pero después de que la voz superior, André Breton, optó por la bendición, pasaron todos a ser genuflexos incondicionales. Y cuando llegó la orden contraria y me echaron del surrealismo, todos clamaron en contra del hereje. Pero sabían que era inútil. Cuando perpetraron el desatino, ellos y el mundo sabían que el surrealismo era yo.
Fue una época de florecimiento para mí. Pintaba lo que pasaba por mis sueños, sin tapujos. Había aparecido en mi vida Gala, Galuchka, mi Gradita, y los sueños se multiplicaron.
Recuerdo como si fuera hoy el momento en que decidí que debía conocer a Sigmund Freud. Tenía veintisiete años y estaba pintando los relojes blandos  con los que había soñado la noche anterior. Podía volcar con precisión cada detalle de mi sueño. Recordé entonces que el gran vienés también había encontrado en los sueños las facetas más extraordinarias de su genio y sentí una urgencia extrema por verlo, sin saber del todo para qué.
He divagado muchas veces sobre estas ansias de visitar a Freud, y creo que he cambiado el argumento con el tiempo. En un principio me tentaba la sola idea de que nos juntáramos los dos máximos genios del momento. Más tarde pensé que quería verlo porque tenía miedo de volverme cuerdo y perder mi talento. Quién mejor que Freud para devolverme la locura. Me consolaba pensar que Diego Velásquez había sido el genio más grande de la pintura sin necesidad de ser tan loco. ¿O sí lo había sido?
 Fui tres veces a Viena, cada visita era un calco de la otra. Por la mañana pasaba dos
Alegoría de la memoria- Jan Vermeer
1662-1665
horas en la Colección Czernin mirando a Vermeer. No cualquier pintura sino una, la Alegoría de la Pintura. He adorado esa pintura casi tanto como a Las tres meninas. Por la tarde iba a buscarlo a Freud a su casa para encontrar siempre la misma respuesta. Estaba fuera de la ciudad por razones de salud.
El encuentro tan deseado tardó unos cuantos años en llegar. Estaba escrito que no iba a ser en Viena. Era 1938, y el agobio de Hitler ya se cernía con fuerza sobre Austria y cada judío, sin medición de talentos ni de noblezas. El hombre había aceptado la necesidad de mudarse a otro lado y había elegido Londres. Teníamos un amigo en común, Stefan Zweig, el gran escritor austriaco al que admiraré siempre. Él logró que se produjera el encuentro tan deseado.
Era un día de julio con un sol agradable cuando llegamos con Zweig a la casa de
Metamorfosis de Narciso- Salvador Dalí
1937
Freud. Me había preparado para la visita. Llevaba para mostrarle uno de mis cuadros más recientes, La Metamorfosis de Narciso.  También llevaba conmigo una revista con un artículo mío sobre la paranoia. Debo decir aquí que c
reo que soy mejor escritor que pintor. Lo importante de mi escritura no es el estilo, ni la sintaxis, ni los recursos discursivos. Lo importante de mi escritura es sencillamente lo que digo, y eso llegará el día en que será aceptado.
Entramos a la casa y nos acomodamos frente a él, que estaba sentado en un sillón importante. No esperaba la imagen de un hombre tan viejo. Los ochenta y dos años parecían en él demasiados. Sabía de su enfermedad, de la que se hablaba poco, pero no conocía que fuera grave. Stefan Zweig debió haberme advertido sobre el cáncer del paladar. Freud se mantuvo todo el tiempo mudo. No miró en absoluto el artículo que yo había llevado. Ni dedicó más que unos segundos al cuadro de Narciso que desplegué ante él. Hice lo que hago a veces cuando no sé qué otra cosa hacer. Comencé a realizar un retrato de él, al carbón. Cuando la inútil entrevista terminó lo saludé, él me dijo palabras que no entendí y salimos.
       ¿Qué dijo? –le pregunté con gran curiosidad al escritor.
       Dijo que nunca vio ejemplo más completo de español.
Freud, retrato al carbón
Salvador Dalí, 1938
Con el tiempo, y por el mismo Zweig, supe la última parte de lo que había dicho Freud. Las palabras que omitió el escritor fueron ¡Qué fanático! No condeno a Zweig por esta deslealtad con la verdad. Sí me molestó un poco más que me mintiera sobre el retrato al carbón que le había pedido que le entregara a Freud. No había logrado ningún resultado de la entrevista con él excepto eso, un cuadro que a mí me parecía que lo reflejaba hasta sus entrañas. La siguiente vez que vi al escritor le pregunté qué había opinado Freud de mi obra. “Le gustó mucho”, fue la contestación seca y pobre a mi pregunta llena de ilusión. Estaba claro que era inútil insistir, no me iba a decir nada más. La verdad la leí después, escrita por el mismo Zweig. El retrato que yo había hecho nunca llegó a destino. Cómo iba a mostrar a Freud algo que “presagiaba de manera clara la inminente muerte” que tendría en menos de un año.
Freud se fue del mundo y siento que nunca pudimos encontrarnos de verdad. Una pena. Quedé solo.


[1] Nota del autor: las expresiones escritas en letra cursiva son frases que el mismo Dalí pronunció alguna vez.

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05/09/2016
En la lucha, por Ricardo Forno

Ahí está, tras la vidriera, la muñeca inflable de mis sueños: morocha, de cabello largo y lacio, curvas suaves y caderas amplias. Lo que me detiene es el precio: casi un sueldo completo; pero hoy es día de cobro. Pienso también cómo ocultársela a mi mujer. Me dirijo al trabajo, decidido.

—¿Cómo? ¿Esta vez no hay cheques? —le pregunto al Subcontador.

—Falta una firma. Pero no te preocupes; tengo efectivo. Un garabato aquí, por favor.

Guardo los billetes en el bolsillo y voy a lavarme las manos.

Al entrar en el baño de la empresa, me asalta una gallina armada con un revólver. Ustedes creerán que estoy loco, pero no. Un ingenioso mecanismo permite que con un movimiento del ala levante el arma para apuntarme, y no me tranquiliza nada comprobar que de un picotazo puede apretar el gatillo.

Una inclinación del pescuezo y un cloqueo son inequívocos: me ordena dejar el dinero en el piso. No tengo más alternativa que obedecer. Adiós muñeca.

Salgo del baño. Soy quintacolumnista dentro de la empresa, y no puedo arriesgarme a que otros compañeros que también trabajan en la clandestinidad se enteren de cómo me han madrugado. Es claro también que la Contaduría está en connivencia con la gallinácea.

Esto no quedará así. En poco tiempo obtengo informes sobre cómo el ave ha logrado trepar en el escalafón. Como lo sospechaba, la fabricación de rascadores de espalda es sólo una pantalla para encubrir los negocios ilícitos de la empresa, una poderosa, inmensa y nefasta organización delictiva.

Todos hacen como si no lo vieran, pero la gallina otorga sus favores al Gran Jefe. El Capo agasaja al ave. El Cabecilla y la gallinácea retozan. El Mandamás pretende a la plumífera. La volátil se arregla con el Supremo. Ambos consienten. ¿Se entiende?

De modo que bastaría un tiro por elevación para lograr que el pájaro fuese defenestrado. Sin embargo, nadie sabe cómo hacerlo. Al fin, yo no me animo, pero uno de mis camaradas se ofrece.

La gallina no ha salido todavía del baño. Alguno entra y ve que se ha dormido sobre una de las mamparas, con la cabeza bajo el ala. Nuestras huestes se parten en dos. Pronto anochecerá. Yo vigilo al Prócer. Cuando empieza a guardar sus cosas en el cajón del escritorio, sin mirar a nadie emito las señales convenidas. El Delegado comienza entonces una fina tarea de seducción. Es la hora culminante. Como de costumbre, tras preparar su retiro, el Máximo se dirige al baño. Ustedes imaginarán el bochornoso espectáculo que le aguarda.

En menos que canta un gallo, la gallina es evacuada de la oficina. Uno de nosotros se encarga de ella.

Por supuesto, recupero el dinero; voy al sex-shop para concretar la compra, y con ella mi sueño.

Está sabroso el puchero de gallina. ¡Tantas dudas que tuve, y mi mujer acepta un trío con la muñeca inflable! Una lástima, la gallina: podría haber sido un cuarteto.

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03/08/2016
Informe preliminar, por Hernán Huergo

En primer lugar, su Eminencia, debo pedir disculpas por el tiempo que me ha llevado realizar este informe, 90 rotaciones, muy superior al programado, de 30 rotaciones, pero espero que Usted sepa comprender las razones luego de leer el presente, al que califico como un Informe Preliminar. Aprovecho para decirle que en planeta Tierra denominan días a lo que nosotros denominamos rotaciones –los días tienen una duración que duplica la de nuestras rotaciones-, así como denominan años lo que en Marte denominamos órbitas.

El informe hubiera sido rápido y breve si el objeto de estudio hubiera sido cualquiera de los animales que no ríen, que en general muestran comportamientos sexuales extremadamente simples y predecibles. El el caso de los terráqueos no humanos el proceso de acercamiento -que en planeta Tierra suelen llamar "seducción"- es tan simple como que el macho es quien se engalana, emite sonidos que llegan a los oídos de las hembras, baila y se contonea ante la primera que aparece, la hembra lo piensa mientras observa, usualmente se deja convencer y entonces se forma la pareja.

Pero yendo al objeto del presente estudio, los animales terráqueos que ríen, o sea los llamados humanos, en planeta Tierra se llaman hombre -el macho- y mujer -la hembra-, y exhiben un comportamiento bien diferente, extraordinariamente complejo y desconcertante. Lo usual es que sea la hembra la que se engalane. Esto puede incluir pintarse partes del cuerpo, como ser la cara, en particular los labios y los ojos, o también las uñas de todas sus extremidades. Otra parte importante de este engalanamiento suele ser el peinado y cubrirse el cuerpo con esencias. 

Al revés de lo que podría pensarse, la hembra no suele usar vestidos abundantes ni adornos llamativos para realizar la “seducción”, sino más bien lo contrario, prefieren utilizar ropajes mínimos e incluso ausentes para producir un efecto más acelerado en los machos. Quiero aclararle a su Eminencia que estas reglas de comportamiento no son estrictas, ya que hay hembras que prefieren no llamar la atención, así como hay machos que suelen pintarse en forma hasta más llamativa que las hembras, pero estos casos son minoría, y daría para todo un nuevo informe tratarlos en mayor profundidad.

Volviendo al comportamiento más típico de los humanos, lo notable es que las técnicas de las hembras suelen producir resultados inmediatos en los machos, que son atraídos por ellas y se acercan. Entonces comienza la etapa del diálogo macho-hembra, proceso de lo más curioso. Es el macho el que suele comenzar el diálogo, diciendo alguna cosa trivial. Una frase usual puede ser “¿No nos conocemos de algún lado?”, pero hay muchas otras, en general carentes de significado real, y que son utilizadas en lugar de una frase más simple y directa, que no sería propia de los humanos, como decir, “Me gustas como hembra, ¿te gustaría ser mi pareja?”. 

Aquí nos encontramos con la sorpresa de que la hembra suele responder al diálogo inicial del macho con una absurda indiferencia, aparentemente incompatible con todo el tiempo utilizado para sumar atractivos a su aspecto. Sin embargo, la respuesta indiferente e incluso el silencio total no son indicativos de nada. Y, quizás lo más desconcertante y difícil de entender es que incluso las respuestas negativas, aún las más tajantes, no significan en absoluto falta de interés de la hembra en el macho que inició el diálogo.

También es de hacer notar que existen machos que no se atreven a iniciar el diálogo, lo cual es un escollo adicional en el proceso de seducción. Sin embargo, según se ha podido comprobar en la investigación realizada, las frases de los machos, sean las triviales y vacías en el caso de los ejemplares más osados, o las ausentes en el caso de los más tímidos, no tienen mayor importancia en el proceso, porque las frases decisivas que conducen a la concreción exitosa de la seducción suelen provenir de las hembras, quienes se esmeran en aparentar que son los machos quienes han tenido el rol dominante en el proceso.

Entre los humanos hay distintos tipos de parejas. Este estudio se centra en la pareja de novios. Se denominan novios, o sea novio y novia, a una pareja formada con la intención de mantener una relación exclusiva y duradera macho- hembra, que puede conducir a la reproducción en el futuro. Durante el período de noviazgo es habitual que los actos sexuales se realicen con el objeto de lograr placer, evitando la reproducción, que es propia de un estado superior de la pareja, cuando el casamiento los convierte en esposos. De nuevo, su Eminencia, debo advertirle que no existen reglas estrictas, los novios pueden a veces procrear sin ser esposos, y los esposos pueden serlo sin procrear.

No trata este estudio de otras parejas usuales en planeta Tierra, pero que carecen del atributo declarado de relación exclusiva y duradera, como ser la pareja fugaz de las hembras que ejercen como prostitutas –algo desterrado de Marte hace muchas órbitas, aunque los miembros del partido Verde sostienen que todavía existe, opinión poco atendible sabiendo de quien proviene. En este caso, entre los terráqueos, el diálogo macho-hembra antes mencionado suele reducirse a pocas palabras y preguntas, como ser, “¿Cuánto?”. 

También existe, entre los animales terráqueos que ríen, la pareja en la cual uno o ambos miembros forman parte de una pareja estable, sea como novio o como esposo, pero deciden olvidar la condición comprometida de relación exclusiva y por lo tanto mantienen dos o más relaciones simultáneas con individuos del otro sexo.

Es de hacer notar que la condición que distingue a los humanos, varias veces enunciada en este informe, de ser animales que ríen, está demostrada en su grado más supremo en la pareja de novios, sobre todo en las etapas iniciales del noviazgo. Esta condición pura de animal que ríe está lograda al máximo en los novios primerizos, que suelen reírse de cualquier cosa. Es usual que con el paso del tiempo los novios se rían menos y menos –siempre recuerde, su Eminencia, que no existen reglas estrictas-, y que transformados en esposos, si se transforman, puedan hasta olvidarse de que son animales que ríen –los únicos en la Tierra- y se conviertan en algo que también los hace únicos en su planeta, ser animales que lloran. 

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29/07/2016
Amor con amor se paga, por Ricardo Forno

A su cuñado le habían dicho que la hermana andaba con todos, pero sucedía que la hermana del cuñado era justamente la esposa de Carlos, y él presumía en qué estaba metida desde hacía tiempo. Que ya fuera vox populi implicaba un golpe más.


La cuestión había surgido poco después de su casamiento con Anahí. Ella comenzó a salir por las tardes sin propósitos claros; retornaba casi de noche con aire ausente. Luego las salidas se hicieron más frecuentes y prolongadas. Comenzó a llegar a horas avanzadas de la noche, y después en la madrugada. En los últimos tiempos desaparecía días enteros. Era claro que mantenía relaciones con otro hombre, o tal vez con varios. Respondía con inverosímiles excusas a todas las inquisiciones del marido. Los celos se instalaron en la mente de Carlos, atormentándolo. Pensó en hacerla seguir para documentar su infidelidad y entonces divorciarse, pero eso habría representado perderla: mucho más de lo que él se sentía capaz de soportar.

Se negó a sí mismo el derecho de abrir la Caja de Pandora que era el corazón de Anahí, con su interior repleto de demonios. Porque ella sabía muy bien cuánto lo hacía sufrir, pero en la intimidad era la persona más seductora y apasionada.

Las cosas siguieron así durante varios meses. Antes de casarse, ella trabajaba en una empresa de turismo. En la luna de miel, por supuesto, no trabajó; después retornó a la oficina, pero de a poco fue abandonando la actividad. En los últimos tiempos vivía sólo de lo que le pasaba el marido, quien no le escatimaba el dinero pese a las desdichas que Anahí le hacía sufrir.

Un día en el que ella no había dormido en la casa, Carlos no se sintió bien al despertar, y se quedó en la cama hasta el mediodía. La cabeza le dolía desde la mañana. Al ducharse le entró champú en los ojos. Con la vista nublada por eso, tropezó con una silla, de donde colgaba un pantalón de Anahí. La silla cayó y el pantalón se desparramó sobre el suelo; lo recogió, y de un bolsillo brotó un trozo de papel.

Se había jurado no revisar las cosas de ella, pero no pudo resistir y rompió la promesa. Una mueca de agonía transfiguró su rostro. El papel había sido recortado de un texto impreso más extenso. Recuadrado con lápiz, lo inmundo estaba ahí, en un aviso del diario: “Gatita fogosa hace realidad tus fantasías”, y el número del celular de ella.

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23/07/2016
Cuando los holandeses llegaron a Venecia, por Rodolfo Naveiro
(Obra de teatro)

ACTO I: Reunión del Consejo de los Diez. Preside el dux Falino Maliero

Dux: Serenísimos señores: Os he convocado para ver qué podemos hacer para evitar las inundaciones que tanto nos perjudican

Consejero 1º : Sólo afectan a los villanos, Serenísimo Señor

Consejeros 2º a 8º : Lo mismo decimos,  Serenísimo Señor

Dux: Os equivocáis, Serenísimos Señores: Ocurre que al ver que las inundaciones motivan a las plebeyas a descalzarse y recogerse las vestiduras, las damas de la aristocracia han descubierto que ello provoca miradas admirativas de los caballeros, y, envidiosas de esto, han dado también en descalzarse y recoger sus hábitos.

Es así como ahora vemos a serenísimas señoras transitar desceñidas por toda la urbe y recibir la admiración de todos los transeúntes.

Notoria es la belleza de las piernas de las venecianas, que algunos atribuyen a la necesidad de subir y bajar escaleras en nuestra serenísima ciudad.

Para peor, la mismísima serenísima señora dogaresa participa de esta costumbre.

Conocéis los dolores de cabeza que me causa esta chiquilla....
Me han dicho que han visto que un gondolero le besaba los pies, pero no en sentido metafórico...

Todos los consejeros: Serenísimo Señor, desconocemos estas murmuraciones, no es de nosotros preocuparse por minucias.

Dux: No diríais lo mismo si la serenísima señora dogaresa fuese vuestra esposa y oyerais el sonsonete: “ Il doce Malier, della bella mulier.... etc”.

Todos los consejeros (se sonríen de medio lado porque saben cómo continúa el dicho)

Dux: He consultado al eminente arquitecto Vinciardo da Dinci, y me ha enviado unos dibujos de unas murallas enormes para contener las aguas.
Pero cuando le he pedido que se hiciese cargo de su construcción me ha replicado que carece de los medios materiales para concretarla (cosa que le suele suceder)

Consejera 9ª, Gondolezza  Riso: Serenísimo Señor como futura embajadora del futuro gobierno de los futuros Estados Unidos de América, puedo ofreceros la ejecución de la obra.

Dux: ¿Para cuando?

Consejera 9ª, Gondolezza  Riso En cuanto se constituyan los Estados Unidos de América (faltan sólo 400 años) me comprometo a hacerlo, Serenísimo Señor.

Consejera 10ª, Condesa de Sacile: Serenísimo Señor, he oído que los nativos de los Países Bajos han conseguido contener el mar y  logrado tornar su fondo en plácidas praderas. Si Su Serenidad lo consiente, me ofrezco a viajar allí para interesarlos en esta obra.

Dux: Serenísima Condesa: Os nombro ya embajadora extraordinaria y plenipotenciaria ante los llamados Nederlandeses para hacerlo. Saldréis mañana mismo en una galeaza que pongo a vuestra disposición.

Consejera 10ª, Condesa de Sacile: Serenísimo Señor, me honro en ejercer esta misión, que supongo será generosamente recompensada por vuestra Serenísima Señoría.

Dux: Desde ya os asigno la suma de 7000 zucchini (perdón. Secchini) por mes y la propiedad de la galeaza “La indomable”. Si tenéis éxito os daré el título de duquesa y un palacio nuevo sobre el canal Grande.

Dux: Se levanta la sesión.

TELÓN

ACTO II  (once meses después)

Reunión privada del Consejo:

Dux: Serenísimos señores: Os he convocado para recibir al comisionado del gobierno de los Países Bajos que ha regresado (encantado) en compañía de la Serenísima Condesa de Sacile. Os presento a Mynheer Roger Hubrecht. van Waterberge en van Zwembroek..

Mynheer van Waterberge (es un gordo plácido y sonrosado, ....)
Serenísimo Señor: En nombre del Estatúder de los Países Bajos someto a vuestra consideración nuestra propuesta.

Estamos en condiciones de hacer la obra y nos sentimos muy honrados por vuestra confianza. Podemos cerrar el acceso del mar a la laguna con un dique entre Santa Maria del Mare y Alberoni, otro entre Palestrina y Chioggia y un dique con esclusa para navegación entre Punta Sabbioni y el extremo Norte del Lido, justo frente al puerto, de tal manera que puedan seguir pasando los cruceros de turismo que tan buenos dineros os procuran.

Para ello solicitamos el privilegio de cobrar el peaje a todos los buques que transiten la la esclusa, más la suma de un millón de Secchini por año por 100 años más un palacio para residencia del embajador de los Países Bajos. Para mí os solicito la mano de la Condesa de Sacile a la que crearéis Duquesa de Los Canales y Esclusas.

Dux: Lo que concierne a vuestro gobierno os lo concedo ya. En cuanto a la señora Duquesa (que ya lo es en mérito a su gestión) sólo de ella depende.

Consejera 10ª, Duquesa de Sacile: Me tomáis desprevenida. Os ruego dejadme meditar (es un gordito soso pero va a ser muy poderoso.. ¡oh dilema!)

Consejera 9ª, Gondolezza  Riso (¿por qué ella y no yo? Esto planteará una cuestión en cuanto se constituyan los Estados Unidos de América -faltan sólo 400 años- )

Consejeros 1º a 8º: Loor a nuestro serenísimo señor. Aplaudimos vuestra iniciativa.

Dux: Mañana mismo os haréis cargo, Mynheer van Waterberge en van Zwembroek..
Os ordeno terminar los trabajos en menos de un año

Mynheer van Waterberge: Así se hará Serenísimo Señor. ¿y en cuanto a la Señora Duquesa?

Consejera 10ª, Duquesa de Sacile: Oísteis lo que dijo el Serenismo.. Dad tiempo al tiempo (veremos cómo se porta)

Dux: Se levanta la sesión.

TELÓN RÁPIDO


ACTO III  (ballet)

Actúan obreros holandeses, con palas y picos, carretones apilando tierra ...

Una cuadrilla de holandeses entra por el foro haciendo resonar sus zuecos. Empujan carretillas cargadas con piedras y tierra formando una pila a la derecha del escenario.

Unas bailarinas con tutús de tul celeste simbolizando las aguas del mar entran por la izquierda y se acercan a la pila, tratando de subir pero patinan y se caen hacia atrás.

Los holandeses hacen una segunda pila atrás de ellas y las dejan encerradas.

Las bailarinas se arremolinan entre las dos pilas . En el vértigo algunas pierden sus tutús y sus corsages, y quedan desnudas....

TELÓN

ACTO IV: Tres años después, las obras están por terminar:

ESCENA 1ª: La sala de audiencias del dux. Aparece una delegación de gondoleros:

Maestro gondolero: Serenísimo Señor:  hemos oído que, finalizadas las obras, se acabarán las inundaciones y nos dirigimos al Serenísimo Señor para solicitar que las damas sigan transitando como hasta ahora (descalzas y con las faldas arremangadas) lo cual nos procura solaz a nuestras inquietudes y deseos de ver cosas bellas.

Dux: ¡Desvergonzados villanos! ¡Apartós de mi vista! ¡Idos!

(vanse todos)

TELÓN BREVE

ESCENA 2ª: La sala de audiencias del dux. Aparece una delegación de damas.

Archiduquesa Igualitaria:  Serenísimo Señor hemos oído que, finalizadas las obras se acabarán las inundaciones y no se nos permitirá más descalzarnos y recoger nuestras faldas. Aparte de ser una agradable hábito en los días de calor, esta costumbre ha favorecido la igualdad de oportunidades que todas las mujeres merecemos.

Aún aquellas que no han sido favorecidas con un hermosos rostro o un  bello escote tienen la oportunidad de atraer las miradas de hombres apuestos, pues es sabido que las venecianas todas poseemos hermosas piernas.

La mismísima Duquesa del Crepúsculo[1], notoria por su fealdad ha conseguido en estos tres años una docena de amantes y al final hasta un marido.

Nos incomoda que al no haber agua, caminar descalzas es molesto. Algunas de nosotros se han inspirado en los olandeses de los suecos....perdón, en los zuecos de los holandeses y están usando unos altísimos zuecos de más de siete pulgadas, lo cual les permite destacarse sobre las demás y lograr ventajas indebidas. Os rogamos que hagaís obligatorios para todas el uso de los dichos zuecos...

Marquesa dalla Piccola: Considero que es inequitativo que las muy altas usen estos zuecos: por ejemplo, la Serenísima Consejera 10ª, Duquesa de Sacile, que ya de suyo mide cinco pies y ocho pulgadas[2] llegaría a los seis pies y tres pulgadas[3] lo cual nos pondría a las demás fuera de concurso...

Dux: Dejadme pensarlo (¿y qué hago con la dogaresa? ¡llamarme Falino y no poder...!)

TELÓN SÚBITO

ESCENA 3ª. Se va el dux. Entra la Duquesa de Sacile con zuecos de ocho pulgadas[4]. Atrás de ella entra presuroso Mynheer van Waterberge .

Mynheer van Waterberge: Serenísima Señora Duquesa, ¿hasta cuándo demorareis vuestra respuesta? Los holandeses somos pacientes pero me parece que tres años es bastante tiempo. La obra está por concluirse...

Duquesa de Sacile. No podéis forzar a una dama a decidirse contra su gusto. Ahí tenéis a la Consejera Gondolezza Riso. Dicen las gentes que ella está chalada por vos. Además podréis por su intermedio conseguir un trato muy beneficioso con los futuros Estados Unidos de América. Están bien predispuestos hacia vuestras gentes. Piensan establecer su ciudad mayor en Nueva Ámsterdam.... Ved... Acá llega ella. (vase)

Consejera Gondolezza Riso: Al fin os encuentro Mynheer van Waterberge. ¿por qué me sois esquivo? No habéis oído mentar las cualidades íntimas de nuestra raza y las potencialidades de mi futura patria? ¿y las mías? (se arroja encima de él, lo abraza y lo besa)

Consejera Gondolezza Riso: Roger Hubrecht! Mijn duur! Voor U hebbe ik Nederlandsk spreken gelernd!. Kome aan mijn bed! Now! Presto!Andiam´!´Toestaan gaan!

 Mynheer van Waterberge (no está mal la morocha....)

(vanse ambos juntos)

TELÓN URGENTE

ESCENA 4ª: Reunión del Consejo de los Diez. Preside el dux Falino Maliero

Dux: Serenísimos Señores, la obra está concluida. La posteridad alabará eternamente nuestra obra.

Asimismo os anuncio el matrimonio de nuestro director de obra Mynheer van Waterberge en van Zwembroek con la Consejera Gondolezza Riso. ¡Albricias!

Ujier: Serenísimo Señor, un mensajero desea veros con urgencia.

Dux: Autorízolo a pasar. Il messagger´ s´avanti!

Mensajero: Serenísimo Señor hay una muchedumbre de holandeses arando el lecho de los canales que han quedado en seco...

Dux: ¿qué significa eso? ¡Que venga YA Mynheer van Waterberge!

(entra Mynheer van Waterberge)

Dux: Mynheer van Waterberge, decidme, ¿que c... hacen vuestros hombres arando los canales?

Mynheer van Waterberge: Serenísimo Señor: Están plantando los tulipanes ¿para qué otra cosa deseabais impedir el acceso del agua de mar?

TELÓN DE URGENCIA





[1] Ya sé que lo contrario de Alba poéticamente se llmaba Orto, pero...
[2] 1,72 m
[3] 1,875m
[4] 1,90 m



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22/07/2016
El principio antrópico, por Eduardo Vila Echagüe
(capítulo 15 de El Universo Improbable o El Dios Probable)

Ya llevamos hablando del universo muchos capítulos, quizás demasiados. Tan sólo en el primero los protagonistas éramos los seres humanos. En los demás aparecíamos sólo como telón de fondo, cada vez que se destacaba que esto o aquello era necesario para nuestra futura existencia. Si usted captó el mensaje, le habrá quedado claro que la existencia de la humanidad no pendió de un hilo, sino de innumerables hilos a los largo de esta historia del universo. Nos ganamos el premio mayor de la lotería no una, sino incontables veces. ¿Cómo es posible entonces que siendo tan improbables, existamos? Éste es un gran misterio que si bien no fue resuelto, al menos fue claramente expresado en el llamado Principio Antrópico.

Éste fue enunciado por primera vez en 1974, por el físico Brandon Carter. Básicamente lo que dice es que nuestro universo tiene que ser tal que permita que en él haya vida inteligente. Otros fueron más allá y dijeron que el universo existe para que haya vida inteligente. La primera definición es una tautología, en el sentido de que ni yo pudiera estar escribiendo este libro ni ustedes leyéndolo si no se diera esa condición. Se parece a lo que planteábamos en el primer capítulo. ¿Aún se acuerdan de él? Los padres que se conocían por casualidad, la loca carrera de espermatozoides y todo eso. Lo improbable de nuestra existencia se convierte en certeza desde el momento en que existimos. Algo válido tanto para nosotros como para toda la humanidad. Suena como algo salido de la mecánica cuántica. Mejor dejémoslo ahí.

En cuanto a la segunda definición, según la cual la humanidad es el motivo de la existencia del universo, no es fácil de fundamentar. Podría extenderse el argumento a nuestra propia persona. ¿Había universo antes de que yo naciera? ¿Existe algo si yo no existo? La verdad es que no estoy capacitado para responder ninguna de esas preguntas y prefiero quedarme con el argumento de Santo Tomás, que dice que tiene que haber algo cuya existencia sea necesaria, porque sin ello nada existiría.

De una u otra forma, el principio antrópico representa un cambio radical en nuestra visión del universo. En capítulos anteriores fuimos viendo como primero la Tierra, después el Sol, finalmente nuestra Vía Láctea dejaban de ser el centro del mundo. Vimos como el hombre pasaba de dueño de la creación a ser una especie más de uno de los planetas de una estrella cualquiera de una galaxia de tantas. Ahora resulta que es la existencia del hombre la que determina el valor preciso de cada una de las constantes de la física con la que está hecho nuestro universo. Incluso se pueden hacer predicciones basadas es este principio. ¿Recuerdan la resonancia del carbono, gracias a la cual era factible que 3 átomos de helio se fusionaran y así posibilitar la creación de los elementos más pesados? Esta resonancia fue anticipada por los físicos únicamente por consideraciones antrópicas; sólo posteriormente fue observada en el laboratorio.

Esta visión antrópica del mundo naturalmente generó resistencias no sólo entre los hombres de ciencia, sino también en ambientes más amplios. El universo hecho a la medida del hombre se parece mucho a la concepción de las religiones monoteístas donde el hombre es el centro de la Creación. Se desvirtúa todo el camino que a partir de Copérnico finalmente había logrado relegar al hombre a ser un simple accidente del proceso evolutivo. Para los grupos ecologistas extremos que consideran al hombre como una especie de cáncer de la naturaleza y que a veces parece que estarían más felices si éste se extinguiera, es inaceptable que ahora les digan que gracias a que hay hombre, se sabe que hay universo.

Algunos físicos, enfrentados a la tremenda improbabilidad de que un universo tenga las características necesarias para que en él se desarrolle vida inteligente, idearon lo que ellos creen es una solución. Ya que la probabilidad es tan baja, casi infinitesimal, imaginemos que no existe un solo universo sino muchísimos, casi infinitos. De esa forma alguno o algunos de ellos tendrán las condiciones para la vida, entre los cuales, naturalmente, estará el nuestro.

Todos estos universos nacerían a partir de fluctuaciones estadísticas del vacío. ¿Cómo? ¿La nada tiene fluctuaciones estadísticas? Es que no es una nada cualquiera, sino una nada con propiedades cuánticas. ¿Y eso qué es? Es difícil de explicar, pero así es como funciona el vacío del universo donde vivimos, en el que permanentemente están apareciendo y desapareciendo partículas virtuales, eso sí, del tamaño de partículas subatómicas. No hay peligro de que de pronto aparezca en su dormitorio un universo entero, a lo más un protón virtual que enseguida se esfumaría sin dejar rastros.

El principio antrópico es el
capítulo 15 de 31 de este libro
¿Pero de dónde salió este vacío tan especial? Porque una nada que tiene propiedades no es nada sino algo, algo que o existió desde siempre, o tiene que haberse originado de alguna manera. Nuevamente volvemos al argumento de Santo Tomás.

¿Estos otros universos se pueden detectar? Hasta ahora no hay evidencia de ellos ni es claro que haya forma de observarlos. Como les decía anteriormente, la fe es un ingrediente indispensable de la ciencia moderna.

Retomemos el hilo de nuestros pensamientos. Una vez que tenemos un planeta como la Tierra, ¿bastará con ello para que tengamos vida inteligente?

No se conoce la probabilidad de la generación de la vida, ya que no se ha podido reproducir en el laboratorio. Mucho menos la de que esa vida evolucione a formas inteligentes. Sabemos que es posible, porque nuestra propia existencia lo demuestra. Pero si la probabilidad fuera tan baja como para que sólo un planeta en el universo tuviera vida inteligente, ese planeta tendría que ser el nuestro. Estamos en la situación del que analiza las estadísticas de una población contando con la muestra de un solo individuo, la que por definición tiene que dar positiva. ¿Qué conclusiones podríamos sacar de eso? Es como si entrevistáramos a motociclistas para ver la probabilidad de morir en un accidente en moto. ¡Encontraríamos que todos están vivos!

En lo que sigue trataremos de seguir el desarrollo de la vida sobre nuestro planeta, lo que quizás nos permita distinguir entre una evolución puramente al azar o si estamos nuevamente en una aplicación del principio antrópico. En otras palabras, encontrar pistas sobre el grado de probabilidad o improbabilidad de que aparezca vida inteligente en un plazo no mayor a 6.000 millones de años, que es aproximadamente el tiempo en que nuestro planeta tendrá condiciones de habitabilidad.

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10/07/2016
Las brujas de la noche, por Ricardo Forno

Recogí la botella en la costa uruguaya. No tenía corcho, sino que estaba sellada a fuego; el cuello había sido calentado hasta fundirlo. Adentro vi un papel o pergamino. Un mensaje, me dije; algún bromista ingenioso.


La botella parecía vieja, muy vieja; tenía forma un tanto irregular. La superficie estaba como esmerilada, quizá de tanto rasparse con la arena. Para examinar el contenido no tuve otro remedio que romperla contra una piedra. Sí, era un pergamino; de ambos lados estaba cubierto de caracteres góticos, bastante legibles para quien los conociera. Creí adivinar algunas palabras alemanas, pero mis conocimientos de ese idioma son elementales.

No sé por qué prurito, decidí no mostrar el pergamino a nadie. Lo traje a casa y con el scanner de mi computadora pude obtener una copia. Se la llevé a un amigo alemán, diciéndole que en una biblioteca había copiado parte de un libro. Opinó que se trataba de alemán antiguo; con bastante dificultad logró traducirlo.

Reproduzco acá fragmentos del texto:

“hay señales en el aire como el año pasado antes de la peste… entonces culparon a las brujas… algo va a ocurrir… una plaga ha atacado el centeno… no soy rico como para desechar ese centeno… tiene las puntas ennegrecidas… lo llaman cornezuelo y también tizón de la Virgen… una vez hecho pan nadie lo notará… la gente se puso rara… hay jolgorio por todas partes… de noche y de día se oyen alaridos y ecos de risas sarcásticas… parecen todos borrachos… las vacas han dejado de dar leche… han incendiado árboles y rastrojos… el humo espeso parece traer mensajes cifrados… se supo que Gretel ha ido a ver a la vieja Anna para que la ayudara a abortar… el sacerdote las maldijo a ambas… yo también fui sacerdote en otro lugar y por eso sé leer y escribir pero nunca maldije a nadie… la gente dice que la vieja puede robar la leche de una vaca de sólo pensar en el animal… varios se han vuelto locos y se han ahogado en el río… cuando la luna conjugó con las montañas comenzaron a aparecer gatos destripados y restos de otros animales… dicen que esas cosas sólo suceden durante un eclipse… tengo mucho miedo… he visto que todos los que comieron mi pan han enloquecido… quienes se lo compraron a Hans no sufrieron daño… yo estoy cuerdo… debe de ser porque no como pan de centeno… es el maldito tizón de la Virgen… dejaré de usar el centeno que atacó la plaga… pero Fritz está horneando pan con el mismo centeno… no me animo a decirle lo que sé… no entiendo qué está pasando ahora… el pueblo bajo se ha agolpado y grita frente a la iglesia… quieren matar a las brujas porque no dejan descansar a los muertos… todo es nuevo para ellos… mi ancila dice que vio volar a las brujas hacia la luna llena… que vio a la vieja haciendo burbujear el caldero con sapos, gatos y lechuzas hervidas bajo la chimenea mientras la luna iluminaba su ojo de vidrio y en el espejo que no la reflejaba centellaba una sombra… ella con sus uñas estropeadas ha robado el pan de centeno que no le quise dar… dice que todas las solteras son brujas… mujer que no tiene esposo ni es monja es porque está casada con Satanás… sus demonios internos parecen poseerla… jura que ha caminado sin tocar el suelo… siento su aliento quemante en el aire que respiro y que es una mezcla de incienso y podredumbre… ha venido el obispo… hay grandes conciliábulos en la iglesia… llegan más y más prelados… los esbirros recorren a diario las calles… las torturan como si quisieran sacarles una confesión… las estiran sobre el potro de los tormentos… odio a estos verdugos… las hacen caminar sobre las brasas… a las que no confiesen las quemarán vivas… ya arden las hogueras… oigo un ruido atrás… pensé que era un perro… no, es Gretel… se ha escondido… su súplica de que no la denuncie calma de repente mi furia… no sabe cómo ha escapado de la tortura… me tapo los oídos para no oír los gritos de las condenadas… imágenes de ensueños maléficos perturban mis noches y mis días… sueño con las brujas por la noche… este escrito lo meteré dentro de una botella… cuando haya acabado todo le pediré al vidriero que la cierre a fuego… la tiraré al río… deberá durar muchos y muchos años… tengo la esperanza de que cuando alguien la encuentre esta era oscura sea sólo un mal recuerdo… habrá pasado mucho tiempo… en el año de gracia de 1659 yo Wolfgang el Panadero”.

Sí, eso acabó. ¿Acabó? Mi amigo Pedro era profesor. La escuela no sabía de sus otras actividades. Lo secuestraron en la oscuridad de la noche y realizaron sobre él un trabajo exquisito. Nunca volvería a ser el mismo. Su esposa huyó con otro y después se suicidó; él, al final del oscuro pasillo en que se transformó su vida, encontró la muerte tras saltar diez pisos. Gente que siempre fue amante de esas cosas tomó oráculos prestados para hacer temblar el edificio sagrado y el árido mapa de mis creencias. Mi repulsión por la crueldad llegó a su clímax.

Pondré el pergamino dentro de otra botella, escribiré lo que he visto de este siglo, y la volveré a arrojar al agua.

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04/07/2016
Prólogo tardío, por Eduardo Vila Echagüe
(capítulo 3 de El Universo Improbable o El Dios Probable)


Lo normal es que el prólogo vaya al comienzo del libro y no como tercer capítulo. El problema de los prólogos es que muchas veces sirven para que el lector se desanime y no lea el resto del libro. Peor aún, hay casos en que después de leer el libro completo descubrimos que lo mejor era el prólogo. Por eso encontré preferible insertar primero un par de capítulos donde a partir de algunas experiencias autobiográficas se plantean los principales temas a tratar en el resto del libro.

Así como en el primer capítulo mostramos que nuestra propia existencia era fruto de una serie de casualidades absolutamente improbables, en la segunda sección de este libro, El universo improbable, veremos que eso mismo aplica en grado extremo a la totalidad del universo en que vivimos. Recuerdo un best seller de mi juventud, El día del Chacal, en el que un asesino con ese apodo intentaba matar al general De Gaulle, entonces presidente de Francia. Se supone que el Chacal era muy profesional, pero pienso que para hacer más interesante el libro cometía todo tipo de errores, salvándose siempre a último momento por alguna circunstancia imprevista. No me acuerdo como terminaba el libro, pero obviamente De Gaulle no moría en el intento. Aunque todos alababan el libro y la consiguiente película, a mí me dejó una mala impresión, quizás porque para mi mente racionalista todo eso era bastante inverosímil. Es la misma sensación que me deja la historia del universo que les intentaré contar, aunque en este caso debo reconocer que por increíble que parezca, ustedes y yo sí nacimos en el intento.

Capítulo tres 

El tema del universo improbable debería de ser uno de los grandes temas de la ciencia del siglo XXI. Sin embargo, se mantiene en un perfil bastante bajo debido a cierto tufillo metafísico que molesta a la mayoría de los científicos. En mi libro verán algunas de las soluciones bastante extrañas que se han propuesto para intentar hacer que lo extremadamente improbable parezca probable, pero a mi entender ninguna ha ido al fondo del asunto, el problema de la existencia.


La pregunta crucial es: ¿este universo u otros semejantes son el único tipo de realidad que existe, o es posible que existan otros tipos de realidades totalmente diferentes? Es lo que plantea Santo Tomás, para quien debe haber algo cuya existencia sea necesaria, que claramente no sería similar al universo que conocemos. Creo que nadie negará a priori la existencia de esas otras realidades, pero naturalmente pedirá razones que las justifiquen. ¿Pero cómo podríamos comprobar dicha existencia, si sólo tenemos acceso a nuestro propio universo?


Eso es lo que trataremos de hacer en la tercera sección de este libro, El Dios probable. El vínculo entre este universo y esas otras realidades sería el hombre, incluyéndonos a usted y a mí también. Indagaremos si el hombre tiene características que vayan más allá de lo que se puede esperar de un universo puramente material. Analizaremos si a lo largo de la historia de la humanidad se han presentado situaciones que no puedan explicarse tan sólo por las leyes físicas de nuestro universo. Aunque la certeza absoluta no siempre se pueda lograr en los temas históricos, la acumulación de pruebas circunstanciales permitirá al lector hacerse su propio juicio sobra la posible existencia de esas otras realidades, o al menos advertir que esas creencias que quizás él considere que son producto del oscurantismo y la superstición, también pueden tener sólidas bases racionales. Negar de plano la posible existencia de esas otras realidades es tan poco razonable como creer a la primera las historias de fantasmas, milagros o visitantes extraterrestres.


Debo advertirles que mi análisis se circunscribe al ámbito de la cultura occidental. Si hay situaciones similares en otras culturas tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, estaré feliz si algún especialista en ellas las selecciona, analiza y argumenta de manera racional. Dada la enorme cantidad de mitos, leyendas y supersticiones presentes en todas las culturas, el problema principal aquí es poder separar el escaso trigo de la abundante paja.


Por último, entiendo que muchos capítulos de la sección El Universo Improbable puedan resultar demasiado técnicos para algunos de mis lectores. Si los encuentran muy pesados, les sugiero que salten directamente hasta el capítulo El Principio Antrópico y continúen la lectura desde ese lugar.


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22/06/2016
Brujas, por Hernán Huergo

Se llamaba Sofía y era amiga de la hermana. Hubo muchas primeras veces que tuvieron que ver con ella. Primera vez que no pudo dormir por una chica. Se le dibujaba en la noche la carita, los ojos miel que no sabía si lo miraban, muchas veces escondidos por los mechones rubios, la boca delicada, la nariz un poco respingada. Ella tenía catorce años entonces, él quince. Primera vez que un sábado, quería estar con ellas a la hora del té, le dijo a los amigos, “Hoy no juego, estoy enfermo”, y casi lo matan, se quedaban sin arquero. Después, los otros sábados, ellos ya sabían el problema. “No seas marica, Luis, te perdés el fútbol y tus amigos por una minita que ni siquiera te da bola”.
¡Hijos de su madre!, no tenían idea de lo que decían. Ella moría por él, si Vero no mentía. Bueno, no es que le creyera del todo a la hermana, puede que dijera esas cosas para animarlo. Aunque Violeta, la prima de quince, también lo decía. “Sofi muere por vos, lo que pasa es que es un poco más tímida que yo, primo”. Y la guacha reía con ganas, con esa boca grande y los ojos color violeta. Aseguran que el nombre igual a los ojos fue pura casualidad, algo en lo que no creía. Para él la madre de Violeta siempre fue bruja.
Primera vez también que, como un cretino, empezó con el juego de las llamadas telefónicas. Después de conseguir el teléfono de Sofía de la agenda de Vero, la llamó a la casa. Era jueves por la tarde, a la hora de la clase de ballet de Vero y de los Jueves Culturales de los viejos. Siete y diez más o menos. Las primeras dos veces lo atendió la madre, no era la voz dulce y suave con la que a veces conciliaba el sueño, recordándola. Y cuando comenzó a atender ella, “Hola… hola… “, a él se le frenaban el corazón y las palabras, y ella repetía el “Hola… hola…” en distintos tonos y cadencias, hasta transformar las palabras en caricias. Y siguieron varios jueves en que “semi hablaban” por un rato, él ni una palabra. Y el primer jueves que falló, al sábado siguiente, cuando apareció a la hora del té a acompañar a las tres, la prima también estaba, Sofía lo ignoró como si no existiera y las guachas de Vero y Violeta sonreían, muy en especial la prima, la boca llena de dientes, “No sabés lo bien que me fue en la prueba de Matemáticas, primo”. Él se dio cuenta de que los colores se le subían a la cara y hubiera querido matarla. Supo que Sofía lo espiaba por entre los mechones, no dudó que furiosa. La intuición que tienen todas, pensó, la desventaja secular que soportan los varones.
Dos días antes, casi a las siete y diez de la tarde, había sonado el teléfono, justo un momento antes de que levantara el tubo para la llamada de los jueves. Era Violeta, desesperada, “Mañana tengo prueba de Matemáticas… no entiendo nada… ¿no podés venir a explicarme?... o puedo ir a tu casa, para mí es de vida o muerte, primo… bueno, aunque sea por teléfono… sí, sí, es un ratito… gracias, primo, te adoro”. Ratito que fue como una hora, se dio cuenta porque Vero llegó justo cuando colgaba. “¿Estabas hablando, hermanito?”, preguntó con sonrisa y cara de sorpresa. “Sí, con la pesada de tu prima, me volvió loco con preguntas sobre Matemáticas”.
Fue un jueves 22 de noviembre, Luis lo recuerda bien porque ese Jueves Cultural fue una Gala de Ballet a la que fueron los tres, los viejos y Vero. A las siete y cinco sonó el timbre. Era Violeta, con el libro de Matemáticas y el cuaderno en la mano. “Ay, primo, no sé qué pasa con tu teléfono. Tengo prueba mañana y sos el único que me puede salvar”. Los ojos violetas eran implorantes, nunca había notado esas pestañas largas y curvadas. Tan negras como las cejas, aliadas al entrecejo para sumarse al ruego. No había risa ni sonrisa en esa boca, con labios que estaban en el punto medio entre la trompita y el beso. No recuerda lo que dijo, o más bien le parece que no dijo nada, sólo recuerda cuando la cara de ella se iluminó y pasó,  agradeciendo con beso rápido en la mejilla, “Gracias, primo, te adoro”. Fue entonces que notó el ligero perfume, o su propia fragancia. Y luego, al seguirla con la mirada, el jean azul apretado, la camiseta blanca y breve. Cree haber dicho “De nada”, pero está seguro de que no le salió decirle “prima”.
Al día de hoy no se explica de dónde sacó el libreto para las cosas que de pronto dijo, para todas las cosas que luego hizo. Porque jura que fue él, el mismo que nunca había dicho nada, y mucho menos había hecho nada, el que tomó todas las iniciativas, y fue Violeta la que lo contuvo por un rato. “Qué hacés, primo”, decía, sorprendida, y aparecía la risa en la boca llena de dientes. Un rato no muy prolongado, antes de la entrega y el descubrimiento, mutuo e inagotable. Recuerda como si fuera hoy, que cuando se hicieron las nueve de la noche, y se vestían más que rápido, los ojos violetas de ella no paraban de echar lágrimas. Y le da vergüenza reconocerlo, él también lloraba, feliz.
Violeta a veces le cuenta: “Mamá me hacía reír cuando decía: ‘Tu primo Luis te va a dar una sorpresa. No te hagás problema si te gusta. Van a tener chicos normalitos’”.
ooo
Luis está encantado con sus tres brujitas, como las llama. Divinas y normalitas. Le preocupa un poco, eso sí, que la mayor cumple pronto los quince. “No te preocupes, primo” -Violeta lo sigue llamando así- “no va a tener problemas en la vida, te lo aseguro”. Y él se queda tranquilo, las brujas nunca se equivocan.
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21/06/2016
La Suma Teológica, por Eduardo Vila Echagüe
(capítulo 2 de El Universo Improbable o El Dios Probable)


En la casa de mi padre había muchos libros. La mayoría eran de política o de economía, poco interesantes para el niño que era yo. En la biblioteca de la salita, lugar habitual de nuestros juegos, había uno que despertaba especialmente mi imaginación. Estaba formado por diez o doce volúmenes de tamaño regular, que casi ocupaban un estante por completo. 
Capítulo dos de tres que
saldrán en Clemente
Era un libro bilingüe, en castellano y en latín. Estaba escrito de una manera singular. Cada artículo empezaba con una serie de convincentes argumentos a favor de una idea, que a continuación eran demolidos minuciosamente, apelando a la autoridad de las Escrituras o simplemente a la del Filósofo, sin más aclaración. Aparentemente para el autor fuera de Aristóteles todos los demás eran filósofos con minúsculas. El libro, naturalmente, era la famosa Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
Pero lo que más me llamaba la atención era el texto en latín, con la traducción castellana en una columna paralela. Este idioma no estaba tan muerto entonces como ahora, donde la mayoría de la gente sólo ha oído en esa lengua el habemus papam que pronunció el cardenal chileno Jorge Medina cuando la elección del Papa Benedicto XVI. A lo más, se oyen algunos latinajos de vez en cuando, sin que la mayoría sepa exactamente qué es lo que significan.
Supongo que la magia del latín se debía a la solemnidad que le daba su uso en la misa, donde lo único que se decía en castellano era la prédica. Todo lo demás, desde el introibo ad altare dei inicial hasta el ite missa est final iba en latín. Nosotros teníamos un misal bilingüe para seguir la misa, pero no sé como se las arreglarían los que no podían comprarlo o no sabían leer. Por extraño que parezca, todo esto se veía de lo más natural.
Aclarada mi temprana fascinación con este libro, retomemos nuestro asunto. Iniciada la lectura, rápidamente se llegaba a la cuestión 2, titulada De la existencia de Dios. La cuestión se desarrollaba en tres artículos sucesivos. En el primero se preguntaba si la existencia de Dios era algo evidente por sí misma. Como la respuesta de Santo Tomás era negativa, se pasaba al segundo artículo, donde la pregunta era si la existencia de Dios podía ser demostrada. Aquí la respuesta era afirmativa, llegándose de esta manera al tercer artículo: ¿existe Dios? La respuesta incluía cinco pruebas de la existencia de Dios.
Estas pruebas suenan bastante extrañas a los oídos modernos. La primera se refiere a los objetos en movimiento. Todo lo que se mueve es movido por otro o, mejor dicho, necesita ser movido por otro. El otro a su vez deber ser movido por un tercero, etcétera. Siguiendo la cadena tendremos que llegar alguna vez a algo que no requiera de otro para que lo mueva. Éste sería el Primer Motor, es decir, Dios.
Este concepto fue usado por todos los astrónomos anteriores a Copérnico, los que concebían el Universo como un mecanismo de relojería con la Tierra inmóvil en el centro y la esfera estrellada en la periferia, dando una vuelta completa cada 24 horas. El movimiento del cielo se transmitía hacia abajo a través de las sucesivas esferas de Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y finalmente la Luna. La esfera estrellada era movida directamente por este Primer Motor al que nadie mueve, que se identificaba con Dios como dijimos anteriormente.
No recuerdo exactamente que edad tenía yo cuando leí por primera vez este artículo, pero seguramente ya para entonces sabía que los planetas se movían alrededor del Sol sin que nadie tuviera que estar empujándolos, simplemente por inercia, y que la tal esfera estrellada no sólo no giraba sino que tampoco existía, ya que las estrellas estaban distribuidas en el espacio a diferentes distancias de nosotros. En resumen, la primera prueba de la existencia de Dios, de tipo mecánico, no me resultó convincente.
Las demás pruebas tampoco me impresionaron, a excepción de la tercera. Cito textualmente: "Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. A éste todos le dicen Dios."
Este argumento me llevó directamente del problema de la existencia de Dios al problema de la existencia del mundo. ¿Por qué existe algo, pudiendo no existir? ¿Tienen la filosofía o la ciencia una respuesta a este interrogante? ¿Puede alguien demostrar que el mundo es necesario? Necesario, sí, para que nosotros existamos, al igual que fue necesario el encuentro de nuestros padres para nuestro propio nacimiento. ¿Pero somos nosotros mismos necesarios, en el sentido que le da Santo Tomás? Ya vimos que ni somos necesarios, ni tampoco muy probables que digamos.
Olvidémonos de nosotros por un momento y enfoquémosnos en el mundo. ¿Acaso si éste hubiera existido desde siempre, dejaría de aplicar el razonamiento de Santo Tomás? ¿Basta que algo sea eterno para ser necesario? No lo pensaba así Santo Tomás, para quien desde el punto de vista filosófico era admisible que el universo fuera eterno. Mal que mal, esa había sido la opinión de su querido Filósofo. Pero desde el punto de vista religioso, Tomás acataba el relato del Génesis.
Aunque no sea importante para el argumento de Santo Tomás, el tema de si el mundo existió desde siempre o ha tenido un comienzo es apasionante y merece nuestra atención. En realidad, es uno de los puntos donde la religión y la ciencia han tenido visiones contrapuestas y donde, a diferencia del caso de Galileo con la Inquisición, sería la ciencia la que ha tenido que mudar su parecer.
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19/06/2016
El mundo, por Ricardo Forno

El hombre está sentado sobre el pasto. Un niño de unos siete años, tal vez su hijo, está a su izquierda. Frente a ellos se extiende el maravilloso espectáculo de la naturaleza: un lago apacible en el atardecer. Un bote, lejano, surca las plácidas aguas. El hombre extiende el brazo, abarcando el paisaje. Algo le dice al niño, quizás: “¿Ves, hijo? Éste es el mundo”.

La contemplación ha llegado a su fin. Con un suspiro algo resignado, donde también se trasunta el anhelo de que la felicidad dure para siempre, el hombre se levanta, seguido por el hijo, y ambos se dirigen hacia un viejo Citroën 2CV. Lo abordan, y el vehículo se pone en marcha. Pronto repetirán la excursión.

El coche abandona el prado y sube al pavimento. Están silenciosos, rumiando sus impresiones. Unos kilómetros adelante ven una mujer joven que pide ser transportada. El hombre detiene el coche y abre una puerta para que ella suba.

En ese momento, dos individuos salen de entre los árboles y se meten en el auto. La chica desaparece.

—¡Callate la boca y seguí pa delante, viejo de mierda!— le dice uno mientras le apoya una navaja en la espalda.

—Pe… pero ¿qué buscan? No tengo casi nada. Por favor, llévenselo todo pero bájense.

—¿Y a vos quién te preguntó algo? Dale, loco, sacale la billetera y los documentos al mamerto este.

Le meten la mano en los bolsillos y le roban todo, sin detener el coche, a riesgo de chocar.

—¡Pero mirá qué muerto de hambre! ¡Ni doscientos mangos tiene! ¡Ni una tarjeta!

—Te dije que con esta empanada no podía tener un mango, te dije.

—¡Pero fue el único boludo que paró!

—Bueno, no importa. Vos seguí hasta tu casa, que algo te vamos a sacar.

—Por favor, váyanse. En casa no hay nada…

—Acá los que mandamos somos nosotros. Seguí y no se te ocurra hacerte el loco.

El hombre frena.

—¡A mí háganme lo que quieran, pero a mi mujer no la toquen!

—¿Así que retobándose, haciéndose el Bruce Willis? ¡Si no arrancás ahora mismo le corto un dedo al pibe!

El chico ha permanecido callado hasta ahora, pero en ese momento lanza un grito desgarrador.

—¡Noooooo! ¡No me corteeeeen!

—¡No, por favor, no lo toquen, ya arranco!

El chico comienza a gemir, porque le han apoyado la navaja en la mano. El auto arranca. El hombre tiembla y se orina.

Al cabo de media hora llegan a una vivienda modesta. Es probable que el hombre esté separado y haya paseado al hijo en un régimen de visitas.

El hombre vacila. Pero ve a su hijo amordazado por una mano mientras la otra empuña la navaja. Al fin, toca el timbre.

Al cabo de un momento que parece interminable, una mujer abre la puerta.

—¡Hola! ¿Cómo and…?— y en ese momento los sujetos la empujan y se meten.

Ya están todos adentro y comienza el interrogatorio:

—¿Dónde guardás la guita, puta? ¡Largá todo o te reventamos!

—Llévense todo pero no nos hagan nada. Allí en el cajón hay trescientos pesos. Llévense el televisor.

—¿Qué mierda vamos a hacer con la tevé? — dice uno mientras se acerca al cajón y toma el dinero.

En tanto, el otro se mete unas chucherías en el bolsillo evitando que su compinche lo vea.

—¿Eso es todo lo que tenés? ¿Dónde guardás el toco?

—¡Créanme, por favor! ¡No hay nada más que lo que se ve!

Atan al hombre a una silla y lo amordazan. Al hijo lo encierran en el baño.

Mientras uno custodia a la mujer, el otro abre cajones y arroja el contenido al suelo. Registra el ropero, traje por traje. Con la navaja despanzurra los colchones.

—¡Estos muertos de hambre no tienen nada, carajo!

—¡Te lo dije, con esa empanada no íbamos a encontrar nada!

—Y bué, algo es algo.

Pero el otro está enfurecido.

—¡Tá bien, pero yo me saco las ganas con ésta!

—¡No, dejala, que es pa quilombo, boludo!

—¡Vos no te metás! ¡Ayudame a tenerla, boludo!

—Yo no me ensucio. Arreglate vos solo.

La mujer, aterrorizada, hasta ahora no se ha quejado, pero ya no se puede contener:

—¡No, eso noooo!

—¡Si no te quedás quieta, te lo corto al pibe, tarada! ¿O mejor a tu marido?

Como ya tiene un pequeño corte sangrante en un dedo, el chico berrea desde su encierro.

La mujer algo se defiende, pero es inútil. No contento con amenazar al chico, el individuo la “ablanda” a golpes, le quita la ropa y la viola frente al ex-marido.

—Bueno, listo. Ahora, ¡a largarse!

—¿Vamos a dejar todo así, boludo? ¿Y si buscan y nos agarran?

—¿Y qué podemos hacer?

—Yo te digo lo que voy a hacer.

Va a un cuarto trasero donde ha visto una botella con querosén y otra con solvente. Rocía los muebles.

—¡Pará, loco! ¡Por lo menos desatalo al tipo! ¡Podemos ir en cana pa toda la vida!

Le sacuden la cabeza a trompadas, lo desatan y lo arrastran afuera, medio desmayado. La mujer ha comprendido y se tambalea hacia la puerta. Desde el cuarto de baño se oyen gemidos.

—¡El pibe está en el baño! ¡Largalo!

Lo sueltan. Vuelcan combustible dentro del auto. Prenden fuego a todo y se escabullen. En instantes, la casa y el auto son el infierno.

Mientras, impotentes, miran cómo arden sus propiedades, el hombre logra decirle al hijo:



—¿Ves, hijo? ¡¡Éste es el mundo!!


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17/06/2016
Encuentro en Buenos Aires, por Eduardo Vila Echagüe
(capítulo 1 de El Universo Improbable o El Dios Probable)


Estamos en un pequeño restaurante de Buenos Aires, a mediados de la década de 1930. En una mesa retirada conversan animadamente una dama y un caballero. Ninguno pasa de los 30 años. Ella no es particularmente agraciada. Él, calvo y con lentes, tampoco es un prototipo de Adonis, aunque de su figura irradia una cierta dignidad.
Primer capítulo de tres que
saldrán en Clemente
En eso se abre la puerta y entra un grupo de varias personas. Entre ellas se destaca por su belleza una elegante joven, cuyo rostro recuerda las obras maestras de la escultura clásica. Se dirigen todos hacia una mesa cuando de pronto ella repara en las dos figuras del fondo. Sin pronunciar palabra se dirige indignada hacia ellos y la emprende a carterazos contra el digno caballero. Luego vuelve donde su grupo, les dice algunas palabras y todos se retiran rápidamente del lugar.

¿Qué había ocurrido para provocar de esa manera a la bella joven? Resulta que el caballero de lentes era desde hace algunas semanas su festejante, curioso término que se usaba en la Argentina de entonces para aquel que cortejaba a una muchacha. Ese día él le había contado que en la noche no podría verla, porque debía visitar a un amigo enfermo. Seguramente la joven quedó enternecida al saber que su pretendiente era un alma tan caritativa. Podemos imaginar su furia cuando descubrió que en vez de caritativo era infiel y mentiroso, lo que combinado con el fuerte carácter de ella produjo las consecuencias que acabamos de describir.

Tal vez el caballero tenía una relación anterior con la señorita del comienzo, hermana de su amigo presuntamente enfermo. La invitación tenía como objeto dar término a esa relación en la forma más correcta, personalmente y en un ambiente íntimo. Seguramente inventó un pretexto para que la joven elegante no se enterara de esta cita, considerando especialmente su fuerte temperamento. Pero, como dice el refrán, el hombre propone y Dios dispone.

¿Qué sucedió después? ¿Habrá perdonado la iracunda joven al fino caballero? Parecería que la respuesta no es mayormente importante, pero sí lo es, tanto para usted lector como para mí. Si la respuesta hubiera sido negativa, usted no estaría leyendo este libro y, lo que es yo, no habría venido a este mundo. La razón es muy sencilla. La joven y el caballero eran mis padres y la pequeña historia que les conté es una de las tantas tradiciones que se conservan en todas las familias.

Me preocupa el hecho de que mi existencia se haya visto amenazada por la improbable circunstancia de que el grupo que acompañaba a mi potencial madre justamente eligiera el restaurante donde se ocultaba mi padre potencial. Por suerte jugó en mi favor el que mi madre, pese a su fuerte carácter, finalmente lo perdonara. Pero sumando y restando llego a la conclusión de que mi arribo a este planeta se debió a la combinación de una serie de situaciones poco probables, situaciones que pese a ello necesariamente tienen que haber ocurrido para que usted, lector, tenga este libro en sus manos.

En mi caso particular, para que mis padres pudieran protagonizar aquel episodio fue necesario que primero se conocieran. Algo no tan probable si se considera que mi madre nació en Tucumán, en el noroeste de Argentina, en tanto que mi padre lo hizo en Rosario, ciudad ubicada en la ribera del río Paraná. En ambos casos provenían de familias afincadas en la provincia, que sólo por razones excepcionales se mudaron a Buenos Aires. Las respectivas historias que contaré a continuación tienen por única finalidad ayudar al lector a que reconozca en su propia familia las circunstancias improbables que posibilitaron su nacimiento. En resumen, tenemos aquí un libro de autor improbable y con lectores igualmente improbables, el cual, sin embargo, es tan real como que usted está leyendo este libro.

Mi abuelo paterno era un progresista hombre de negocios de la ciudad de Rosario. Sin ninguna vocación por la política, terminó siendo Intendente de esa ciudad, habiendo sido nombrado en ese cargo por su cuñado, Gobernador de la provincia de Santa Fe, quien tampoco era político. Este último era un juez de profesión que había llegado a la gobernación como candidato de compromiso porque ninguno de los partidos contaba con mayoría propia en el colegio electoral.

El ejercicio de la intendencia fue muy complicado por el tradicional rechazo de los rosarinos al gobierno provincial. Cuando algunos años más tarde abandonó la intendencia, hastiado de la política prefirió no seguir viviendo en medio de sus ingratos conciudadanos y se mudó a Buenos Aires con su familia.

El caso de mi abuelo materno es algo diferente. Pertenecía a una familia de Tucumán con
activa participación en la política provincial. Tuvo muchos hijos, entre los cuales 3 mujeres conocidas por su belleza, inteligencia y fuerte carácter, las cuales seguían solteras pasados los 25 años de edad, algo absolutamente insólito en una provincia argentina de la primera mitad del siglo XX. Como una de ellas era mi madre potencial, ya era hora de que mi yo en potencia también empezara a preocuparse.

Mi salvación llegó mediante un acto de traición. Mi abuelo había militado siempre en el Partido Conservador, pero los tiempos en la Argentina habían cambiado y ahora los Radicales tenían el control del gobierno nacional. El primo Fulanito, un verdadero Satanás según mi madre, convenció a mi abuelo de cambiarse de bando y postular como diputado nacional del Partido Radical, con lo que toda la familia se ganó un montón de enemigos en Tucumán. Afortunadamente mi abuelo ganó la banca y partió a instalarse en Buenos Aires con sus hijas aún solteras. Una de ellas, naturalmente, era mi enérgica madre.

Espero no haberlos aburrido con mis historias familiares. Mientras la contaba me iba llenando de angustia por todo lo que tuvo que suceder para que finalmente yo fuera yo. ¡Incluso tuvo que intervenir Satanás! Pero entre angustias y angustias se me fueron apareciendo otras posibilidades aún más espantosas. ¿Qué hubiera pasado si ese antipático espermatozoide que corría a mi lado en aquella memorable noche de marzo del 43 hubiera llegado antes? ¿Igualmente el que naciera hubiera sido yo, o tan sólo un nuevo hermano de mis hermanos, que tampoco hubieran sido ya mis hermanos, porque entonces yo ya no sería yo?

¿Y entonces, qué? ¿Hubiera tenido una segunda oportunidad? ¿Y si no, para qué sirve un mundo, un universo entero, si no estoy yo? Tal vez usted, lector, se ría de mis angustias en este momento, pero piénselo un poco y verá que está en las mismas. Tal vez sus padres se conocieron porque vivían en casas vecinas, pero recuerde que en su caso también hubo una loca carrera antes de su fecundación, con miles y miles de competidores. ¿Cuántas veces se ha sacado el premio mayor jugando a la lotería? Aunque no lo haya sacado nunca, tenga presente que para llegar aquí se sacó un premio en el que sus posibilidades eran infinitamente menores. ¿Será sólo cuestión de suerte? No se me ocurre otra respuesta en este momento. Tal vez la encontremos más adelante.

El título de este libro es: El Universo improbable o el Dios probable. Ahora me doy cuenta de que además tiene un autor y unos lectores extremadamente improbables. ¡Ojalá que en el desarrollo de libro podamos llegar pronto a algo más probable! Les confieso que el propósito del libro no es angustiarlos ni angustiarme, así que mejor veamos si el próximo capítulo nos trae algo más esperanzador.

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30/05/2016
Cuestión de suerte, por Alfredo Ballarino


-      -En la vida, todo es cuestión de suerte. Si  tenés la suerte de nacer en una familia rica, sos rico. Si nacés en una familia pobre, sos pobre.

El que así hablaba era el Flaco Jaime, el hijo del Carbonero, filósofo frustrado, pero entonces mi mejor amigo.

-      -No exagerés, Flaco. ¿Vos no creés en la movilidad social ascendente?. Mirá Jorgito, que era un tirado como nosotros, que jugaba al futbol con nosotros en la calle. El padre lo hinchó tanto para que fuera médico, que él le hizo caso. Se hizo un médico famoso. Ahora es dueño de un gran sanatorio y está lleno de plata. Y hay muchos casos como ese.

-      -Te explico. Por empezar, ricos – los que yo considero ricos -hay muy pocos. Sobre todo los que no trabajan y tienen como única preocupación cómo gastar la plata. Jorgito es un laburante y además, tomó decisiones en varios momentos de su vida en las que tuvo suerte. Te repito, en la vida todo es cuestión de suerte.

Yo me pasé gran parte de mi vida tentando a la suerte. Mirá qué osado era … Todas las semanas jugaba unos pesitos – pocos - a esos sorteos del tipo poceados, en los que vos ponés poca plata, pero que el pozo se va haciendo muy grande por los muchos que participan y si tenés la suerte de ganar te llenás de plata. Pero, como decía mi otro amigo Axel, el matemático, la probabilidad de ganar era muy baja. Esto lo sufrí en carne propia. Semana a semana los resultados eran decepcionantes y a veces muy decepcionantes, cuando no acertaba ningún número.
Hasta que un día …
Un día saqué un segundo premio. Fue emocionante. Controlando mi apuesta, iba revisando uno a uno los números que había jugado contra los que habían salido. Había que acertar ocho. Hasta el séptimo todo asombrosamente coincidía. Fue angustiante. El octavo lo erré. Gran decepción, casi como la de todas las semanas. Pero luego de la decepción, alguna alegría: me saqué el segundo premio. Pero resulta que el segundo premio era una miseria comparado con el primero. Calculé que eran algo más que dos sueldos que yo ganaba. De todos modos para mí era mucha plata junta. Gran bronca por lo que pude, pero no llegué. Y algo de consuelo  por lo que me darían.
Me quedé pensando cómo comportarme ante esta novedad siempre deseada pero poco imaginada. Se me ocurrió una idea para darle espectacularidad a lo que había pasado. No le diría nada a la Gorda y cuando cobrase el premio me aparecería como todos los días en casa. Pondría toda la plata junta sobre la mesa. La Gorda, que bien se merece una alegría, al ver tanto dinero se desmayaría de la emoción. Después veríamos en qué gastar. ¡Tantas cosas para hacer!

-       -Don Gerardo, necesito ir al Centro por un rato para hacer un trámite personal.

-       -Vaya, m’hijo.

Pasé por Lotería. Me pagaron con un cheque. El cheque no lo deposité en mi caja de ahorro, lo cambié por efectivo en el banco, para poder dar el golpe de efecto en casa. Llevaba la campera que había usado mi padre cuando trabajaba de cobrador. Llena de bolsillos internos, pude acomodar la plata bien disimulada. Tomé un taxi de vuelta al trabajo.
Ese día trabajé como siempre hasta tarde. Cuando salí, me di cuenta que para ir a casa, como siempre, tenía que tomar un colectivo,  el tren y otro colectivo. Otra opción era un remise, pero carísimo. La campera de mi viejo me protegía. Decidí viajar como todos los días. Pero no viajé como todos los días. Era impresionante la sensación que tenía cargado como estaba de billetes. Me parecía que todos me miraban y que sabían lo que escondía. En los colectivos, donde andábamos más apretados, tenía mucho temor que seguramente se me veía en la cara.
Pero lo peor era que después del segundo colectivo, tenía que hacer cinco cuadras para llegar a casa, y ya era de noche.

Encaré las cinco cuadras con mucha decisión. Tantas veces las había hecho sin problemas. Además la Municipalidad había mejorado la iluminación el último año, antes de las elecciones. De todos modos no todo era luz. En algunos lugares los árboles la tapaban y había también oscuridad en algunos rincones de las casas, con sus salientes y entrantes. La verdad que tenía miedo.
Vi venir un perro enorme, pero seguí tranquilo porque sabía que me conocía. El perro pasó a mi lado, olfateando por todos lados, muy movedizo y por momentos medio como quejoso. En un instante vi más adelante dos tipos que se acercaban. Me puse muy tenso y apoyé mis manos como queriendo proteger el contenido de mi campera.  La situación no me gustaba nada. Los tipos apuraban el paso hacia mí. En un momento de audacia, giré y empecé a correr hacia atrás a la Avenida. Pero me tropecé en la vereda irregular y caí indefenso. Tenía mucho dolor y me salía sangre de algún lugar de la cabeza. Me di vuelta y en ese momento uno de los tipos, muy cerca mío, me apuntaba con un enorme revólver en la cara. Y de golpe, me dio.
Un fogonazo. Un rayo. Una explosión dolorosísima de la cabeza. Y luego, una oscuridad y un silencio eternos.

Salieron corriendo desesperadamente, pero a las dos cuadras, al ver que no los seguían, aminoraron la marcha. De todos modos, estaban muy excitados.

-       -¿Qué hiciste?. ¡Pedazo de pelotudo!

-       -No sé … Se me retobó. Tenía una cara como que quería pelear. Y el fierro que me prestó el Gordo Yuta se disparó solo.

-       -Y saliste corriendo sin manotearlo para ver si tenía guita.

-       -Vos también corriste. Pensé que por el ruido que hicimos iban a salir los vecinos.

-        -A  los vecinos nos les interesa lo que le puede pasar  en la calle a otro vecino.

Siguieron caminando, ahora más relajados. De golpe, una carcajada.

-       -¿De qué te reís?

-        -Me acuerdo de lo que dice muchas veces el Flaco.

-         -¿Qué flaco?
      
-      -El que acompaña siempre al curita que viene a la Villa. Dice “en la vida, todo es cuestión de suerte” – Trataba de imitar el acento porteño del Flaco.

-      -Y te cagás de risa de la suerte del chabón que dejaste tirado en la vereda, panza arriba y boqueando …

-      -No, boludo. Me río de nosotros dos. Hace un montón que no podemos afanar un mango partido por la mitad. ¡Mirá que suerte tenemos! Y encima le tengo que tirar unos pesos al Gordo.

     Y las risas se fueron diluyendo entre las sombras.

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30/05/2016
Lugares comunes, por Ricardo Forno

Me gano la vida en el ejército. Pero no es algo que me haga temblar, ni tampoco soy un chupatintas; sólo confecciono maquetas, y me lavo las manos por el uso que se les dé después. Las armo en casa y las maquillo; luego las llevo a la exposición y las dejo de maravillas sobre los exhibidores o dentro de las vitrinas; tengo autorización para no parar mientes en gastos.

Ahora estoy armando la miniatura de un avión de guerra. Betty, una amiga a quien le tengo ganas porque está tan buena como comer pollo con la mano, ha venido a visitarme; observa atentamente cómo trabajo. Me la comería a besos. A veces me echa una mano con la decoración. Admitámoslo, estoy loco por ella, y no soy un angelito ni estoy en Babia; más vale, soy un demonio. En asuntos de faldas suelo tener mala leche, pese a que toco todas las teclas. Cuando Betty no está, tengo la moral por el suelo y me subo por las paredes; en cambio, ahora doy alas a mis ilusiones; estoy en ascuas y tengo el alma en vilo. Hay ocasiones en que tengo la palabra justa en la punta de la lengua, pero pasa el momento; entonces debería hacer de tripas corazón, no dar más vueltas, y largar lo que fuera. Muchas veces debí consultar con la almohada qué sería mejor intentar la próxima vez que Betty se mostrara por aquí. Quizá hoy ella se saque la venda de los ojos y no nos andemos con rodeos. Estoy hecho un lío; soy un manojo de nervios.

Está lloviendo a cántaros y hace un frío de cagarse; afuera nos pondríamos como sopa. De seguro, no hay un alma en la calle. Quizá debería hablarle ahora más claro que el agua. Ella fue a la cocina, hizo té, y lo estamos tomando con los sándwiches de miga que suelo tener en la heladera. Están para chuparse los dedos; cuando voy por el centro los compro en una panadería donde los venden como pan caliente.

A veces bromeamos con Betty; nos piropeamos uno al otro, como si nos burláramos; la verdad es que nos ponemos entre la espada y la pared. La situación no tiene ni pies ni cabeza. Yo sé lo que quiero, y estoy seguro de que ella también, porque no estoy en las nubes, pero ninguno lanza la primera propuesta formal: ambos tememos el rechazo, el consiguiente ridículo, y quedarnos con un palmo de narices cuando el otro nos mande a freír churros. No deberíamos dar puntada sin nudo; lo nuestro no es ni chicha ni limonada. A primera vista las cosas no parecen serias, pero hay algo detrás de eso. Quien nos observara pensaría que estamos mal de la cabeza, que tenemos una chaveta floja, y que vamos a tontas y a locas. No me gustaría que esto quede en agua de borrajas, ni tampoco echar más leña al fuego. Uno de los dos deberá bajarse del caballo, no buscarle cinco pies al gato, y entonces el otro tendrá la sartén por el mango. Si no ocurre lo que deseo, mañana me pondré a llorar como una Magdalena. Se me forma un nudo en la garganta.

—Esto está buenísimo —exclama Betty, refiriéndose en apariencia a mi trabajo, pero me come con los ojos.

Pongo cara de póker. Ando con pies de plomo y soy todo oídos, porque no quiero dar el brazo a torcer. Yo le saco la lengua, provocándola; parece que he metido el dedo en la llaga: de pronto, sin previo aviso, me toma la cabeza y me planta un beso en la boca. Se me quita un peso de encima; por fin se ha roto el hielo. No necesito aclarar cómo termina esto. He tenido buena estrella y estoy más contento que unas pascuas. Esta noche dormiré como un tronco después de agarrarme una mona.

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06/05/2016
El Escribano, por Alfredo Ballarino

No hay nada mejor para iniciar un cuento que una mañana de invierno en los alrededores de Buenos Aires. 

Siete de la mañana. Apenas un dejo de claridad en el cielo. Humedad por todos lados. Neblina. La psicosis de la inseguridad a flor de piel.
Camino para completar las cinco cuadras vacías de gente que me llevan a mi transporte.
A mitad de la marcha un vehículo se me acerca por detrás. Lo veo grande, agresivo, negro, metálico. Un viejito, que no hace juego con la máquina que conduce, con voz muy suave me dice:
- Voy al Centro. ¿ Lo llevo ?
Estoy demasiado dormido como para expresar algún sentimiento y demasiado sorprendido como para responder.
- Soy el nuevo vecino de enfrente de su casa ...
- No se moleste, yo tomo mi transporte aquí no más … 
Ensayo el pretexto lo más formal y educado que me sale.
- No es molestia …
Con algún esfuerzo trepo a la cabina del monstruo mecánico.

- Soy escribano. No suelo ir tan temprano a mi oficina. Pero hoy tengo que firmar una escritura en Barracas con un cliente que tiene una fábrica allí y madruga. Me pidió que firmáramos en su fábrica …
Y sigue el casi monólogo.
El Escribano conduce su máquina por caminos medio complicados y que habitualmente no uso. Pero lo tomo como una excentricidad o como una falta de conocimiento de la mejor ruta. Pero finalmente sube a la autopista.
A poco de andar nos topamos con un auto de la policía al costado de la ruta y que nos hace señas, convengamos que no muy claras …
- Este policía está loco si quiere que me pare … Yo sigo de largo … Cualquier cosa, si tienen algún motivo, que me paren más adelante …
El Escribano estaba perdiendo la calma y ya no es el viejito suave de nuestro primer encuentro. Pero sigue con su monólogo.
Estoy empezando a entender de qué habla. Me estoy despertando. Habla de la vejez.
-¿Cuántos años tiene usted? – me interroga. 
Le digo y me contesta: - Yo tengo 12 años más. 
Y sigue: - Los hijos de uno son un poco egoístas. Quieren que cuando uno se vuelve viejo, les demos la menor cantidad de trabajo posible. Mi hija dice que no puedo vivir más solo. Que ya me caí dos veces. Que un día de estos me va a encontrar muerto en casa. Este es el primer paso para proponerme el geriátrico. Sin embargo yo me siento muy bien. Y lo que es importante, siento que puedo hacer cosas, que puedo hacer feliz a la gente.
- Hacer feliz a la gente. Pero ¿usted puede hacer feliz a la gente haciéndole firmar escrituras?.
Siento que he estado un poco grosero, pero lo interrumpo para acicatearlo y que me cuente más cosas. Me contesta.
- En otro viaje le contaré con qué otras cosas hago feliz a la gente.
Me pregunto si habrá otro viaje. Sigue un silencio prolongado y molesto.
Luego reinicia el monólogo.
- Hace poco leí un artículo en el diario donde un psicólogo decía que es mejor tener una vejez divertida, más que estar tan preocupados por la salud.  Además alentaba a los viejos a decidir por sí mismos cómo querían vivir. De una cosa estoy convencido, que quiero decidir yo cómo quiero usar los últimos años de mi vida.
El Escribano se siente seguro cuando habla y de a poco recompone la calma que tenía al comienzo del viaje. Sigue con sus comentarios sobre la vejez y sobre cómo satisface y uno se siente realizado haciendo feliz a la gente.
Finalmente me deja muy cerca de mi trabajo. Nos despedimos muy formalmente con mutuos ofrecimientos de disponibilidad por cualquier necesidad.

Regreso tarde a casa. Cansado. Me tiro en el sillón e instintivamente prendo el televisor. Al rato estoy haciendo zapping con los varios noticiosos que compiten a esta hora. Me detengo en uno. Con imágenes indefinidas de móviles policiales y arrestos de gente un locutor en off dice algo parecido a lo siguiente.
“La otra cara de la moneda. La crónica cotidiana nos tiene acostumbrados a los pobres viejitos que son vejados y maltratados por delincuentes para robarles magros valores.”
“Ahora se trata de un viejito, en apariencias indefenso y cordial, que se aprovecha de su aspecto para ser el distribuidor de cocaína más importante de la zona norte del Gran Buenos Aires.”
“El sujeto ha caído en manos de la policía. Lo apodan el Escribano … ”
Viejo pícaro, esa es la manera de hacer feliz a la gente. 
¿Será verdad o es un invento del noticioso para tener entretenidos a los televidentes?

- ¿A usted le gusta la banana pisada con dulce de leche?
Quien hace esta pregunta insólita es el Escribano. 
Ayer yo me preguntaba si iba a haber otro viaje … y aquí estoy sentado a su lado, en su camioneta, rumbo al Centro.
Anoche mismo me saqué la duda sobre si lo que decía la televisión se refería a él. Espiando por mi ventana pude ver su camioneta estacionada y su casa: todo normal.
¡Esa manía que tenemos de pensar que lo que se muestra en televisión se refiere a la vida real y a algo que tienen que ver con uno mismo! ¡Todo lo contrario!
Para completar la constatación, hace un rato, la misma pregunta de ayer.
- ¿ Lo llevo ?

El Escribano habla ahora sobre la felicidad.
- El estado de felicidad permanente no existe. Sólo existen “momentos” en que somos felices. Por eso tenemos que estar muy atentos a esos momentos para poder disfrutarlos con todo. Por lo general son momentos muy simples, sin gran espectacularidad. Después, sólo nos queda el recuerdo.
Entiendo y comparto la idea del Escribano. Hoy estoy más despierto y más pendiente de la charla monólogo, que sigue. 
- Un momento de felicidad que recuerdo con mucha fuerza era cuando de chicos comíamos banana con dulce de leche. Era muy de vez en cuando. Pero mis hermanos y yo lo gozábamos con todo. Mi madre era experta en pisar la banana … No se ría. Cuando la pisaba yo o algún otro, no tenía el mismo gusto. Nos relamíamos. Pedíamos más, pero lo que había solo alcanzaba para una porción. 
Nos cruzamos nuevamente con el mismo auto de la policía de ayer. Pero hoy el Escribano insinúa un saludo cordial. O me parece a mí porque estoy más relajado. 
Por un momento estoy tentado en contarle la historia de la televisión. Me cuesta arrancar y el Escribano no me deja porque arremete con sus recuerdos.
- Tengo muy presente con mucho detalle mi plato de postre decorado en el que comía ese manjar. La cuchara de postre labrada con mis iniciales con la que lo comía … Todavía la tengo en casa…¡Banana con dulce de leche…!
Se hace un silencio. Es para que el Escribano y yo asociemos las palabras a ese gusto dulzón que nos acompaña en este momento. Él sigue con su discurso.
- Pero ahora ya no es lo mismo. Cuando me preparo banana con dulce de leche, no me gusta como entonces. No puedo reproducir esos momentos de felicidad. Sólo me queda el recuerdo. Creo que hay que ser niño para gozarlo así.
Cambia de tono y levanta la voz.
- Amigo, ¿sabe qué hago todos los viernes?
Me sorprende y le contesto como si realmente él estuviera esperando la respuesta.
- No.
- Por la mañana voy al Mercado Mayorista de Frutas y Verduras y compro un cajón de bananas. Ya no vienen más en cachos. Te las venden en unas cajas de cartón, con la marca y el origen vistosamente pintados en las tapas. Todas las bananas muy ordenaditas y del mismo color, con el mismo grado de madurez. Luego, cerca de allí hay un mayorista que vende productos para confiterías y le compro un tarro gigante de dulce de leche. Lo pruebo antes de comprar para que sea de buena calidad y no de relleno. Y luego parto a mi misión más difícil.
- ¿Su misión más difícil?
- Sí. Encontrar un hogar de chicos sin familia, de los privados, que hay muchos,  que me reciban las bananas y el dulce de leche y que tenga la seguridad o la casi seguridad, que se lo van a servir de postre a los chicos. 
- ¿Y eso es difícil?
- Primero, te reciben con mucho recelo. Se piensan que vas a conseguir alguna ventajita. Piensan también que lo que llevás es para descarte y se lo das a ellos en lugar de tirarlo. Los tenés que convencer.
- Pero supongo que cuando los chicos lo ven con esa carga, se le vendrán encima. Debe ser gratificante …
- No te dejan estar en contacto con los chicos. Han tenido muchas experiencias negativas. Ves a los chicos desde lejos. 
Luego de un rato, sigue el relato.
- Después sos vos el que comienza a dudar. Este gordo que me recibe la mercadería, ¿la compartirá realmente con los chicos?
- ¿Y eso lo hace todos los viernes?
- Absolutamente todos. Ahora estoy muy canchero y tengo más seguridades sobre dónde ir y dónde no ir. En algunos lugares ya soy recibido con familiaridad y en uno me prometieron que alguna vez compartiré la mesa con los chicos a la hora de mi postre.

Estamos llegando a mi oficina. El Escribano quiere poner el broche final.
- Ayer le prometí contarle cómo trato de hacer feliz a la gente. Esta es la historia.
Me bajo agradeciendo la atención por el traslado. 
El Escribano levanta la voz desde su cabina y con una sonrisa me interpela.
- Pero no me contestó la pregunta. ¿A usted le gusta la banana pisada con dulce de leche?
Yo también tengo recuerdos de momentos felices.

Es el fin del trabajo de ese día. Estoy nuevamente en casa. También hoy estoy cansado. Pero intento no entregarme a la televisión. Prendo la radio, porque quiero un escape más relajado. Una locutora habla con voz afectada.
“Opinan nuestros oyentes. Esta vez por Correo Electrónico. Nos escribe alguien que firma Escribano de Beccar. Dice que se debe controlar el presupuesto del Ministerio a cargo de los hogares de niños en la Provincia de Buenos Aires para que los chicos reciban realmente una dieta balanceada y que por lo menos una vez por semana los gratifiquen con un buen postre, por ejemplo Banana con Dulce de Leche”.
“¡Qué rico!” dice por toda respuesta la locutora, dando una muestra simple de su falta de creatividad. Y de imaginación, sobre qué historia puede haber detrás de ese mensaje.
Aunque seguro que no se trata del Escribano que yo conozco. Quienes escriben Correos Electrónicos a las radios no son personas de carne y hueso verdaderas. 


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24/04/2016
Azul, por Rodolfo Naveiro (escrito en 1938)


Su bella compañera
Partió de la ribera
De la mar azul

Se despidió del hombre
Que hasta allí la alumbrara
Con su lámpara azul

Entre la mar y los cielos
Cuyas puertas se entreabrieron
Dejando ver su azul

Se deslizó su barca
La de las velas blancas
Sobre el inmenso azul

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23/04/2016
París, 18 de agosto de 2046, por Hernán Huergo

André 5478271693 siente que su abuelo tenía razón, más de treinta años atrás, cuando le decía:


–Ay, petit André, ojalá pudiera imaginar tu futuro. No, mejor que ni lo imagine. Desde que el hombre es hombre todos los días inventa cosas. Para comunicarnos mejor, dicen a veces, y estamos cada día más solos. Para mejorar el futuro, también dicen, y cada vez más añoramos el pasado.

André nació con el milenio y recuerda el día exacto de la última vez que escuchó al abuelo decir eso, el 24 de abril de 2008, porque fue el primer cumpleaños que pudo soplar todas las velitas al primer intento, y sin ayuda. André, que no tenía número de chip todavía –los malditos se lo insertaron en 2042, como a todos–, pensó entonces, una vez más, «Qué reloco está el abuelo, tiene razón mamá».
Con los años la madre insistía:

–Sí, tu abuelo estaba muy pero muy loco, y tu padre cada día se le parece más.

Y otra vez la madre tenía razón, porque el padre, que se suicidó en el Año del Chip, le dijo, la última vez que lo vio:

–André, querido hijo, qué montón de mierda es el presente y cuánta más mierda se adivina en el futuro. A mí el chip no me lo ponen, te lo aseguro.

Adelle 6237455816 dice ahora lo mismo que la vieja:

–Tu padre terminó bien loco, y también tu abuelo, espero que no sea hereditario. No lo digo por vos, que ya estoy acostumbrada, sino por los chicos.

***
El día que a André le dieron el trabajo, en 2044, se alegró. Todos sus amigos lo trataron de imbécil.

–El trabajo es cosa del pasado –le decían–. El hombre hoy se dedica al ocio, al intelecto, al turismo, a la escritura –y la lista de hobbies y naderías que nombraban era infinita–. El trabajo es para las máquinas, no seas idiota.

Adelle se aburrió de decirle las mismas cosas. Ya no las dice más. Quizás tenga que ver con ese Taller Literario, desde que apareció Jacques, de quien André sólo  recuerda los primeros cuatro dígitos, 7429, y nunca los seis que le siguen.

–Escribe tan pero tan bien, y es tan pero tan inteligente –ella no se cansa de decir ahora.

***
André trabaja como asistente de Robot WXRT1127, con quien hace el trabajo quizás más aburrido del planeta. Están ubicados en la Puerta de Acceso 129 de París y controlan el ingreso de todos los humanos que eligen entrar por allí. Por ejemplo, cuando André atraviesa la puerta, Robot dice de inmediato, con voz anodina y metálica:

–Chip 5478271693, André Mercier. Carbono 14 indica nacimiento 24 de abril de 2000, 46 años de edad. ADN no registra antecedentes. Ausencia de virus identificables.

Cualquier anormalidad, sea la falta de chip, antecedentes negativos del ADN o la detección de algún virus, obliga a la inmediata detención y cuarentena del humano, cuando no a medidas peores. Hasta ahora, en la puerta 129, André tuvo un solo incidente en dos años de trabajo, y no tuvo inconveniente alguno en el procedimiento de reclusión del contraventor. Resultó ser una falla menor del chip, nada importante.

Robot está entrenado para intervenir en forma directa y expedita en los casos  graves, sean virus peligrosos, atentados de anarquistas, ADN en lista negra, etc., pero nunca pasa nada y André a veces se pregunta si el aburrimiento no puede ser causal de muerte.

***
Charles está radiante. Como el día, lleno de sol, domingo 18 de agosto de 2046. No le importan en absoluto los 39° que anuncian los carteles por todos lados. Camina en dirección a París, eso lo sabe, aunque no reconoce muchas de las cosas que lo rodean, caminos sobreelevados de varios pisos superpuestos, vehículos desconocidos, torres rarísimas que se levantan una tras otra, dejando enanas las pocas casas tradicionales que aún subsisten. Y esas cosas que vuelan, que no sabe que son, ni aviones ni helicópteros, tripuladas por una o dos personas. Camina hacia París y el corazón le da saltos por la emoción, después  de tantos años. Va por la senda que usa la gente, a un costado de los caminos superpuestos. Le incomoda un poco que todos lo miren, pero sabe por qué. Está vestido de una forma que se ve que ya no se usa más. Los hombres llevan shorts, camisas sin botones y en los pies algo que parecen pantuflas. Y él con el uniforme militar francés de color verde, el quepis ridículo de siempre y las botas que le trepan hasta las rodillas.
A un costado del camino peatonal se detiene en lo que parece ser una tienda de ropa. En cuanto se decide y entra, nadie hace otra cosa que atenderlo. En pocos minutos lo visten como uno más, el short, las pantuflas y la camisa. Nadie le pide que pague nada. Tiran el uniforme, las botas y el quepis a un agujero que lo engulle, como si se tratara de harapos contaminados. Él se queda con la placa identificatoria, por nada del mundo la perdería, es un recuerdo y un orgullo.

Sale de nuevo a la calle, más feliz todavía, ya nadie repara en él. Aunque los carteles dicen ahora 41°, el calor es demasiado. ¿Y si se saca la camisa? Tiene 80 años en sus espaldas, pero hay gente que parece tener muchos más y que circula sin camisa.

***
La sucursal de LIFE BEYOND LIFE ubicada en Argenteuil, a pocos kilómetros al noroeste de París, está en plena crisis. El director interpela a los gritos a su segundo.

– ¿Con qué permiso liberaste al 009? –vocifera, con una furia que atraviesa las paredes.

– ¡Para salvar nuestro futuro, director! ¡Y tuve la delicadeza de no preguntarte nada, para no comprometerte! –grita como respuesta el segundo–. ¡Los clientes nuevos dejaron de aparecer, los clientes viejos comienzan a decir que los estafamos, y si no hacemos algo no sólo nos fundimos sino que terminamos tras las rejas!

El director se queda mudo unos instantes, quizás el segundo tenga algo de razón.

– ¡Pero tienes que estar jodidamente loco para elegir nada menos que a 009 como el primero a realumbrar!

El subdirector lo mira con sonrisa de suficiencia:

– ¡Ah! ¿Sí? Dime qué otro de los 516 pacientes que tenemos puede convencer al mundo de que LIFE BEYOND LIFE funciona. Ni te gastes en pensarlo, Charles era la elección perfecta. Y te digo una cosa más, director. Cuando te vuelvas otra vez millonario me vas a agradecer hasta el fin de tus días lo que acabo de hacer.

El director deja de hablar. Es de los que piensan que nunca se equivocan. Aunque esta vez desea intensamente estar equivocado. Ser millonario de nuevo no le vendría nada mal. Pero es de los que piensan que nunca se equivocan.

***
André está un poco preocupado por el excesivo calor. El día que le presentaron a Robot una de las recomendaciones que le hicieron con más hincapié fue que era importante que trabajara a temperatura adecuada, no más de 40 grados ni menos de 15 bajo cero. Los carteles en la calle marcan 41 grados, él goza de su burbuja acondicionada pero Robot está expuesto al calor. ¿Debería clausurar la Puerta de Acceso 129?

***
Charles ya no da más, demasiado calor. Se decide por fin y se saca la camisa. La placa identificatoria que cuelga de su cuello lo hace distinto a todos, pero a nadie parece llamarle la atención. Y por unos cuantos pasos se siente más feliz. Ya se acostumbrará a vivir en este mundo nuevo.

Sin embargo, nota de pronto que las miradas vuelven hacia él, aunque no a la placa. No tarda demasiado en descubrir adónde apuntan, su hombro izquierdo. Pero ¿qué carajo? De pronto le llueven los recuerdos que creía por siempre olvidados y superados, cuando a la edad de 35 años fue uno de los voluntarios para aplicarse la vacuna BCG. Los amigos en la playa, y peor las amigas, no paraban de decirle:

–Pero qué fea esa cicatriz de tu hombro, que parece casi un cráter.

–Es la vacuna contra la tuberculosis –él contestaba, y añadía, como una enciclopedia–, dentro de poco va a ser obligatoria en forma universal y todos, empezando por ustedes, van a querer tener esa cicatriz en el hombro izquierdo.

Ha pasado más de un siglo desde entonces, ciento veinte años para ser precisos, y para Charles es evidente que los humanos que lo rodean lucen hombros izquierdos impecables, sin cráteres ni cicatrices. Las miradas y los murmullos son molestos, pero hace demasiado calor para volver a ponerse la camisa.

***
Apenas el hombre se aproxima a la Puerta de Acceso 129 André nota que se trata de un espécimen raro. Por de pronto, ese collar de cuero que porta una placa metálica con nombre y números grabados no es algo que recuerde haber visto antes en su trabajo.

–Dime, Robot, ¿cuántos humanos hemos controlado desde que trabajamos juntos?

La respuesta es inmediata:

–Doscientos cuarenta y siete mil quinientos treinta y uno, señor André.

El hombre se acerca con pasos largos y marcados, la mirada dirigida hacia París, la nariz prominente y la sonrisa feliz. André nota con extrañeza la extraña marca que el sujeto tiene en el hombro izquierdo.

–Atención, Robot, creo que tenemos un caso extraño, muy extraño.

Las últimas palabras se superponen con las de Robot, que pasa a emitir la voz grave y estentórea propia de las emergencias, al tiempo que comienza a sonar el ulular horrible de la alarma. Por un instante menos que fugaz, André recuerda la recomendación, no más de 40 grados.

La voz poderosa y segura de Robot se impone sobre la alarma:

–Chip ausente. Repito, chip ausente. Carbono 14 indica nacimiento 22 de noviembre de 1890, 155 años de edad. Repito, 155 años de edad. ADN presenta fallas no tipificadas. Repito, ADN presenta fallas no tipificadas. Virus detectado tuberculosis, máxima peligrosidad. Repito, virus detectado tuberculosis, máxima peligrosidad.

Charles mira atónito al robot. André, que sabe exactamente lo que está por suceder, arranca en rápida carrera hacia el humano y llega a tiempo para arrancarle el collar con la placa metálica. La campana de acrílico cae en seguida sobre Charles, André ha salido del círculo apenas una fracción de segundo antes, y el gas blanco que invade la campana oculta los últimos gestos de Charles y si hay gritos allí dentro, la campana demuestra su eficiencia al no dejar salir ninguno.

Cuando el gas blanco es aspirado ya no queda nada dentro de la campana. André sabe que quien fuera el  humano que allí estuvo, ahora está debajo del falso pavimento, convertido en cenizas, en el interior de una pequeña caja de titanio que lleva grabado como epitafio las palabras exactas pronunciadas por Robot antes del exterminio.

***
–Discúlpame, Adelle, sé que estás en el Taller Literario, con el inteligentudo ese, el tal Jacques 7429 y no sé qué mierda más.

–Jacques 7429687211, tu memoria está cada día peor.

–Bueno, no viene al caso que me lo digas cada vez que te nombro al tarado. Lo único que quiero es que le preguntes algo.

–Qué raro, que quieras preguntarle algo al “bueno para nada”, como te gusta llamarlo. Acá está al lado mío y espera la pregunta.

– ¿Quién es Charles de Gaulle, nacido el 22 de noviembre de 1890?

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07/04/2016
Tornillos, por Ricardo Forno

Estaba en el galpón, intentando reparar un artefacto doméstico, cuando llegó mi hijo preadolescente. Traía una llave especial que le había mandado comprar en la ferretería. Observé que en la otra mano tenía algo envuelto en papel de diario. También me lo dio. Lo abrí, y encontré unos cuantos tornillos de bronce que no le había pedido, y que por el momento no me servían para nada.
—¿Y esto? —inquirí.
—Me los curré en la ferretería. El viejo los había dejado sobre el mostrador.
Quedé anonadado. ¿Era eso lo que había aprendido en casa? Estuve varios segundos sin poder contestarle, pero al fin me limité a decir:
—Eso está mal. No lo vuelvas a hacer.
¿Qué opción me restaba? ¿Retarlo con severidad y forzarlo a retornar a la ferretería para devolver los tornillos, e incluso acompañarlo para que pasara vergüenza frente al ferretero, o ante algún posible cliente y, sobre todo, frente a mí? No tenía sentido; habría sido un tremendo error. ¿Ir yo solo, devolver los tornillos, y explicar que mi hijo se los había llevado por error? Sería darle demasiada importancia al asunto, pues el valor del material era despreciable.
Mi hijo asintió y se fue probablemente a jugar con los amigos. Pero yo me quedé meditando. ¿Dónde podría haber aprendido a “currar” cosas? De seguro en la escuela, adonde no siempre se encontraba buen material humano. Uno no sabía qué y de quién aprendían los chicos.
Pronto me acometió una gran duda: ¿estaba queriendo enseñarle a mi hijo honradez en un entorno donde escasea tanto? ¿No lo estaría preparando mal para su vida en el futuro, en un mundo donde desde los gobernantes hasta el último orejón del tarro coimean, roban, estafan…? ¿Quién no ha mentido alguna vez, escudándose quizá en que eso no dañaría al otro? ¿No existiría un límite para la honradez, donde quien lo sobrepasara dejaría de ser buena persona para convertirse en estúpido?
Me vino a la memoria una escena que había presenciado hacía años. Las fichas para el subte habían aumentado de sesenta a ochenta centavos. Frente a la boletería, un hombre exhibía unas cuantas fichas y decía:
—¿Qué haré con estas fichas ahora? Las compré a sesenta centavos.
El de la boletería, conteniendo la risa, le contestó:
—No se preocupe. Yo se las compro a sesenta centavos y le vendo otras a ochenta.
Ante mi vista habían comparecido las dos caras de la moneda. ¿Cuál sería el justo medio?
Dejé seguir las cosas, pero vigilando un poco más de cerca la educación y las actitudes de mis hijos. Y pienso que dio buen resultado no privarlos de la escuela de la calle. Cuando llegó el momento en que se enfrentaron con la droga, sabían todo lo necesario y no cayeron en la tentación de probarla y si cayeron y no lo sé, fue sólo eso: una prueba. Ahora son personas honestas a las que ya ni les indigna el comportamiento de los políticos, porque saben que es inevitable. Mantienen a su familia con su trabajo ¿O quizá habría sido mejor que fueran diputados o hábiles intermediarios? No lo sé.
Recordé esto cuando hoy, revisando algo en el galpón, me topé con los dichosos e inservibles tornillitos, que descansan en la paz de los justos.

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11/03/2016
Consejo de un Médico Gaucho, recitado por Carlos Florentino

Si sos un tipo feliz 
Sin temores y sin miedos 
No se te ocurra jamás 
Hacerte hacer un chequeo. 
Porque te vas a enterar
Sin siquiera suponerlo 
Que estás en las diez de última 
Aunque no puedas creerlo. 

Seguro que te dirán

Que te sobran triglicéridos 
Acompañados de lípidos 
Bajo colesterol del bueno. 
Y que por los ateromas 
Que genera todo esto
Hoy tenés la cañería 
tapada de medio a medio. 
Esto preanuncia un infarto. 
Es todo cuestión de tiempo. 

También te pueden decir, 

Que han encontrado un bloqueo 
O elongación en la aorta 
Que no augura nada bueno. 
Taquicardia sinusal
Que hay que pararla y a tiempo. 
O una isquemia de cuidado 
En el ventrículo izquierdo. 

Son enormes las variantes 

Que puede darte un chequeo 
Dependiendo del color
Del cristal de tu galeno.

Irritación en el colon 

Irritación en el recto
que el intestino delgado
No absorbe los alimentos

Exceso de fosfatasa

disminución de anticuerpos
Que podes tener mareos
Por culpa del oído medio

enfisema pulmonar

úlceras en el duodeno
Insuficiencia renal
cálculos en el colédoco

También te pueden decir 

Aunque no entiendas un bledo
Que han encontrado una falla en tu ácido
Desoxirribonucleico.

Y aunque te sientas muy bien

y se lo digas al médico
vos lo tenés que aceptar
Porque lo dice el chequeo.

Lo que más te va a asombrar

a pesar de ser un lego
Es la gran similitud
De todos los tratamientos
al margen, muy claro está, 
en cuanto a medicamentos

Una dieta hipocalórica

Andar kilómetro y medio
Olvidar las carnes rojas
Los embutidos y el queso
Comer pescado de mar
Y pollo pero sin cuero.

Tendrás que decirle adiós

A tus grandes compañeros
Al whisky y al cigarrillo
Y hasta al cafecito negro.

Lo que más te va a doler,

Es que antes del chequeo
Vos te creías Tarzán
Poco menos que un pendejo
Y ahora estas para el cajón
Si no lo tomás en serio.

Por eso querido amigo

Aconsejarte me atrevo
Si sos un tipo feliz,
Sin temores y sin miedos.
No se te ocurra jamás
Hacerte hacer un chequeo. 

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16/02/2016
El tigre y el cervatillo, por Luis Pees Labory

En el bosque de una lejana comarca del Sur, jugaba un cervatillo azul.

Un día, bien temprano, desde una región situada al Norte, llegó al bosque un tigre, que parecía de Bengala.
Al encontrarse por primera vez, se produjo un resplandor en la hierba.
El ciervo sonrió, y sin ningún temor saludó al tigre.
Lo extraño fue que el tigre, que parecía feroz, contestó el saludo y, además, también le sonrió.
En el bosque la vida continuaba.
El tigre seguía devorando la carne de los animalitos que mataba. Y el cervatillo alimentándose de hierbas y frutos del lugar...
Cuando los dos personajes se encontraban, a veces casualmente y a veces causalmente, se miraban y sonreían.
El tigre evitaba asustar al ciervo, y éste, enfurecer a aquel.
Así siguió esa equívoca relación durante casi tres primaveras, pero
      la Naturaleza tiene sus reglas
        y tarde o temprano las mismas se cumplen.
Por eso, no resultó extraño que
   un cálido mediodía, tal vez de octubre...
     el instinto animal desbordase a los buenos modales,
        que tal vez solo existen en las fábulas.
Y, el cervatillo, que antes era azul,
   se comió al tigre, que parecía de Bengala. 

(octubre 1987)



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12/02/2016
Un viaje accidentado, por Ricardo Forno

Desde mi casa hasta Montevideo hay unos treinta kilómetros. Cuando viajo solo, prefiero dejar el auto y abordar en cambio el ómnibus. Eso me permite aislarme de los incidentes del tránsito y aprovechar para leer ficción durante el viaje durante el poco tiempo de que dispongo para eso.


Tras unos diez minutos de espera, subí al 714, me acomodé del lado de la ventanilla en un asiento doble, extraje mi libro y me dispuse a disfrutarlo. Era una novela sobre episodios de la Guerra Franco-Prusiana de 1870. Suelo recordar los autores y los títulos de los libros que leo, pero esta vez no me pregunten nada.


Sabía que faltaba mucho para llegar a destino, así que me sumergí en la lectura, despreocupado. Cada tanto miraba por la ventanilla el paisaje ya familiar de chalets y cuidados parques, los variados vehículos que circulaban, y algunos carteles de propaganda.


En esos momentos la novela transcurría en el compartimento de un tren, donde viajaban una mujer gorda de dudosa profesión, otra joven y bonita, ambas francesas, y un oficial prusiano. No pude menos que observar el parecido de la situación con “Bola de Sebo”, de Maupassant, aunque ese cuento sucede en un carruaje y no en un tren. A mi lado vino a arrellanarse una monja, lo que aumentó la similitud con el cuento. Me sacudía el traqueteo de las ruedas del tren sobre las vías, y me sorprendió que al lado de la monja concluyera de sentarse un señor de barba y galera. Los asientos de estos ómnibus son dobles, pero en ese momento tenía a mi derecha a la monja y al caballero de barba, y enfrente otro asiento de a tres donde se apretujaban la mujer gorda, la joven y el oficial prusiano, quien hablaba un francés chapurreado con fuerte acento alemán, dirigiéndose en apariencia a la gorda, con intenciones por lo menos dudosas. La mujer hacía como si no lo oyera y desviaba la vista hacia afuera. El oficial prusiano vestía uniforme completo; la gorda se abanicaba; la mujer joven ostentaba sombrerito, velo y falda hasta el piso; el hombre de barba y galera usaba monóculo y bastón. La única persona vestida con normalidad me parecía la monja y, por supuesto, yo, pero estaba claro que los demás no opinaban lo mismo, pues fijaban la vista en mi baqueteado bluyín, mi remera, mis zapatillas y mi libro en rústica.


En el vagón sólo se oían conversaciones en francés y en alemán, idiomas de los que tengo un conocimiento por demás vago. Mi persona comenzó a provocar repentino interés en todos los pasajeros cercanos. De pronto, el oficial prusiano se dirigió a mí en lo que no parecían términos amigables. Las mujeres también cotorrearon y hasta gritaron algo. Logré articular unas pocas palabras en español, lo que pareció indignarlos más. El militar se puso de pie y desenvainó la espada al tiempo que me miraba muy fijo y profería lo que me parecieron amenazas. Me levanté tan pronto como pude, apoyé con fuerza mi mano derecha en el pecho de la monja para ganar impulso contra el prusiano, a quien tenía enfrente, y lo empujé con la izquierda en tanto con el manotón arrancaba algo de su uniforme; nuestros cuerpos se tocaron, lo que le impidió valerse de la espada; me lancé hacia el medio, esquivé un mandoble, atropellé a un montón de gente, corrí por el pasillo y salté del tren a las vías de la mano contraria. No sabría explicar qué ocurrió con el libro.


Caí en los brazos de varias personas, quienes me atajaron mientras me preguntaban si estaba tan loco como para saltar de un ómnibus en movimiento. “¡Tuve que huir del tren! ¡El militar prusiano quería cortarme la cabeza con la espada!”, me oí decir. La gente intercambió gestos significativos, pues ya casi no quedan trenes en Uruguay, las espadas son objetos de museo, y hasta es posible que muchos nunca hayan sabido qué significa “prusiano”. Dos hombres y una mujer me tomaron de los brazos mientras intentaban calmar mi agitación. Contra mi voluntad, me ayudaron a cruzar la calle. “Éste es el Hospital de Clínicas”, dijo uno. “Acá lo van a atender bien”.


Ya me he tranquilizado bastante. Estoy en una sala del hospital, tratando de responder con coherencia las preguntas que me formula una doctora secundada por dos fornidos enfermeros. En el bolsillo derecho de mi bluyín, dentro del puño, conservo el crucifijo y el rosario que sin querer arrebaté a la monja; y en el bolsillo izquierdo, mi mano cerrada atesora la condecoración que lucía el uniforme del prusiano.



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26/01/2016
Aquí me pongo a versear, por Carlos Tomassino

 uno sale "a varear"

-mentalmente, me refiero-
a veces le pone esmero
a las cosas más sutiles...
Desde épocas infantiles
"me salieron" los verseados,
y encontré que era atinado
torturar a los amigos,
y que ellos fueran testigos
de estos, mis desaguisados.

Por ello en esta ocasión

le dedico al Bit 40,
un verso que representa
el sentir que me retrata.
Aunque yo, de vieja data,
me he dedicado a otra cosa,
comprenderán esta honrosa
forma de comunicarme...
Sepa amigo, aguantarme.
(espero que nadie tosa).

La informática me ha sido

una forma de expresión.
Siempre en cualquier reunión
hablo de computadoras...
Y cuando vienen señoras
a hablar de cosas banales,
tengo historias colosales
para quedar bien parado
(algunas las he inventado
con dichos parafernales).

Es distinto con amigos.

Con ellos me gusta hablar
y a veces intercambiar
temas que me interesan.
Hay algunos que me estresan...
(De política no opino.
y si juzgo, repentino,
a favor o en contra de uno,
de inmediato me vacuno
y soy, de parla, mezquino....)

En fin no quiero cansarlos

en esta primera vez.
Sepan de mi tozudez
en darle a todo una rima.
A veces me sale fina,
en otras me sale cruel.
Esto va sin arancel,
así que banquen al dino,
a este tipo Tomassino
que ungieron como  bedel.


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20/01/2016
Cuento en mil caracteres, por Carlos Tomassino


El fajo de billetes relucía casi al descuido en la acera, casi en el cordón. Esa puta costumbre de mirar al piso... Miró hacia ambos lados y al ver que nadie prestaba atención, se abalanzó y de un zarpazo los tomó. Escondió nerviosamente los billetes en sus bolsillos y decidió cambiar su recorrido. No iría a su trabajo... Quería volver rápido a su casa.... Al fín!, había sido un buen día...un mango más!
Al tomar el subte, pensó "esa deuda de más de dos meses de alquiler, la luz, el teléfono..."
Al abrir la puerta de su destartalado departamento, gritó: "María..!!"

Mientras tiraba el saco al piso, sudoroso, hurgaba los billetes y los ponía sobre la mesa.

María...! volvió a gritar... Al no recibir respuesta, extrañado pero aún sonriente, se dirigió a la habitación.


Le extrañó ese charco de sangre que salía del baño. 

Y mientras se encaminaba, ya entre asombrado y sobresaltado, vio con la vista nublada el manuscrito sobre la cómoda. Empezó a leer "Perdón, Jorge, no soporto más esta..."


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19/01/2016
Vaivenes, por Ricardo Forno
(microrrelato de 100 palabras)

Me confió un amigo el otro día la historia de sus amores con Matilde.

Viajaba en subterráneo cerca de una pareja joven, a espaldas del muchacho. Conversaban embelesados. Ella era muy bonita y, para sorpresa de mi amigo, en cierto momento le dirigió una seña disimulada por sobre el hombro del compañero, quien bajó en la estación siguiente.


Mantuvo con Matilde una relación apasionada hasta el día en que, viajando también en subterráneo, observó cómo ella repetía la maniobra con otro. Prefirió descender varias paradas antes de lo necesario para abandonarla en vez de ser abandonado; ella ni lo notó.



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16/01/2016
Habitación 515, por Hernán Huergo
(microrrelato de 100 palabras)

De pronto se encontró en el hotel, sola. Allí, en la 515, habían vivido tardes robadas, luego propias. Miró el celular y nada, ni siquiera llamaba para inventar alguna cosa. No le creas, es un hijo de puta, resonaba Laura en su cabeza. El conserje la miró, tan sonriente como lo recordaba. Iba a explicarle que se iba cuando él dijo: Su llave señora, la de siempre. No preguntó nada. Llegó a la 515 y abrió la puerta. Allí estaban los dos, el hijo de puta y ella, Laura. La frase la dijeron a coro: No es lo que pensás.

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14/01/2016
Autoría, por Ricardo Forno

—Los compositores son crueles con sus colegas. Por ejemplo, Stravinsky decía que Bruckner no había escrito nueve sinfonías, sino nueve veces la misma sinfonía —pontificó mi amigo Jordán Nascimento, un escritor profesional bastante bueno pero poco conocido, que a la fecha había escrito cuentos y una única novela, titulada “Creación”.

—No sabía que te interesaba la música clásica hasta el punto de conocer ese tipo de anécdotas —le repliqué yo, simple escritor aficionado (la diferencia entre profesional y aficionado consistía en que él había cursado la carrera completa de Filosofía y Letras, cosa que recalcaba en cuanta oportunidad se presentara).

—Sí, me gusta y conozco mucho. Otro de quien se podría criticar lo mismo es Haydn. ¡Ciento cuatro sinfonías, todas iguales!

—Pues yo las distingo muy bien una de otra. Y a las de Bruckner también.

Él no ignoraba que, aparte de ser melómano, yo podía leer partituras y hasta componer música, por lo que no se animó a discutirme el punto. Se desvió un poco:

—Charles Ives, ¡ése sí que era original! Cuatro sinfonías, totalmente distintas. Y también hablaba de la “musiquita” de Haydn. En Filosofía y Letras decían que…

Terminamos la merienda y nos fuimos a nuestras respectivas ocupaciones, habituales o no. Pasaron dos o tres meses, y nos volvimos a encontrar en el mismo café.

—Te obsequio este ejemplar de mi nueva novela, “Transformación”. Se está vendiendo muy bien —dijo mientras me extendía el libro.

—¡Felicitaciones, y muchas gracias! —contesté.

Cuando arribé a casa, me puse a leer el libro. Una sensación de déjà vu me acometió. Pasmado, constaté que la novela era igual a la anterior, leída hacía un año, exceptuando los nombres propios: cambiaban los personajes, las ciudades y las calles, pero el resto era idéntico letra por letra. Incapaz de comprenderlo, me fui a dormir; ni se me ocurrió llamar a mi amigo. A la mañana siguiente, pensando que bien podía haber sido un sueño, volví a comparar las novelas y confirmé mi hallazgo. Fui a la librería más próxima y pedí “Transformación”. El texto era igual al de “Creación” y al del ejemplar de “Transformación” que tenía en casa, pero los nombres propios eran, otra vez, distintos. No conforme con eso, solicité otro ejemplar, y aparecieron nuevos nombres. Comprobé que cada copia contenía nombres diferentes.

Bueno, me dije, deben de ser las nuevas técnicas de impresión. Habría un surtido de nombres y las computadoras-impresoras irían insertándolos al azar, para que cada lector tuviera su ejemplar personalizado. No era mala idea. ¿Pero por qué repetir el argumento de “Creación”? El título “Transformación” era una clara sugerencia, pero no me cerraba el autoplagio. Relegué el tema por unos días y, por supuesto, no leí “Transformación”: con “Creación” ya conocía el argumento y todos los matices. Por varios meses no tomé contacto con Nascimento, y me olvidé del tema. La nueva novela había tenido su repercusión en los medios, pero nadie comentó la extraña coincidencia de argumento, ni las diferencias entre ejemplares diversos. Ya se sabe lo que hacen muchos críticos: comentan libros sin haberlos leído, discos sin haberlos escuchado, y conciertos sin haber asistido a ellos. No era sorprendente que el autoplagio hubiera pasado inadvertido.

Si bien vivo solo, tengo algunas amigas íntimas, a quienes prefiero cultas; después de todo, es conveniente sostener conversaciones interesantes cuando otras actividades serían fatigosas. Cordelia cumplía veinticinco años ese día, y me pareció que sería un buen regalo la nueva novela de Nascimento; por las dudas de que ya la hubiera leído, llevaba un sustituto en el auto. Me reuní con ella en el mismo bar donde había estado con mi amigo; luego dimos una vuelta por nuestros sitios preferidos.

Unos quince días después, en el mismo bar, Cordelia me comentó la novela. Lo que contaba se parecía poco y nada al argumento que yo conocía. Desconcertado, le pregunté si tenía el libro por ahí. Lo había traído en su amplia cartera; como de costumbre, leía en las salas de espera o en los medios de transporte. Me alcanzó el libro, y verifiqué que el parecido con mi ejemplar era remoto. No habían cambiado sólo los nombres propios, sino también todo el resto. Incluso, ese libro tenía más páginas.

En ese momento, Nascimento ingresó al bar. Lo saludé y los presenté:

—Cordelia, una amiga. Jordán Nascimento, el autor de este libro.

Y luego le planteé a mi amigo el problema de las diferentes versiones de “Transformación”.

—¿Ah, no lo sabías? Veo que estás un poco anquilosado en tecnología, Rodolfo. No por nada me recibí en Filosofía y Letras. Había que competir de alguna manera con Internet. En realidad, yo no escribo cada libro. Preparé, con la ayuda de Mauricio Gofre, el genio de la programación, un sistema de computadora que, en función de la fecha de edición, imprime un libro distinto. Los nombres propios son diferentes para cada copia; el argumento se renueva una vez por semana. De esa manera, “Transformación” se puede vender todas las veces que se quiera, y mis derechos de autor… bueno, es cuestión de imaginarlos. Pero no voy a poder seguir con esto indefinidamente. Ya me salió un competidor que, por el doble del precio, logra que el libro se renueve después de leer la última página, gracias a una tinta especial y a un chip programable. También yo me estoy quedando atrás con la tecnología.

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12/01/2016
Cuando llueve somos menos felices, por Hernán Huergo
(inspirado en situaciones reales que se viven en la Argentina)

La directora, María Cristina Guzmán, piensa que estoy loca. “Esquizofrenia leve”, dice el último renglón de la ficha de Susana Esquivel, o sea mi ficha. Yo hago lo posible para que lo siga creyendo, y hasta ahora me va bastante bien. Hace 12 años que estoy aquí, mi hermana me trajo engañada a mis 80. Tengo la esperanza de que Perla no esté muerta y algún día se arrepienta y me rescate, pero eso de “Yerba mala nunca muere”, no sé quién mierda lo dijo, me parece que falló en el caso de ella. Para mí que la hija de mil putas ni siquiera llegó a los 85.

El cuaderno de recetas, el lápiz y mi bombacha, eso es todo lo que me queda. Cuando llegué vine con un ajuar de lujo, dinero nunca me faltó, algo bueno tenía que tener el finado de mi marido, pero poco a poco me fueron desapareciendo las cosas, una a una. “Ay, señora Susana, esto hay que lavarlo”, dijo María Cristina un día, y se llevó tres blusas. “Esto hay que limpiarlo, esto hay que lustrarlo, esto hay que plancharlo…”, y mis vestidos, las carteras, los zapatos, los dos trajes sastre, todas mis prendas se fueron volando, lo mismo que cada joya, una a una, para nunca más volver. La directora tiene mi talla, pero yo a mis cuarenta lucía mucho mejor que ella, aunque ella se crea mil. Me quedó una sola bombacha, una de las Victoria Secret, que en algún tiempo fue rosa. “Señora Susana, deme esa bombacha, hay que lavarla”, dijo la cretina. “De ninguna manera, a ésta la lavo yo”, contesté decidida, estrujándola en mi mano. “Bueno, entonces me llevo esto”, dijo la mal nacida, y me robó el costurerito español, el que trajo mi bisabuela de Gijón, y no conforme con eso, me aplicó la “cautiva”. Lloré los cinco días sin parar, aunque nadie me escuchaba. Acá cuando te castigan te atan a la cama, te meten la pelota de trapo hasta la garganta, ni sábanas ni camisón, la cola encajada en la chata, y las empleadas tienen orden de no entrar al cuarto por los cinco días, ni medicamentos ni un sorbo de agua te dan. Eso sí, la bombacha no hubo forma de que me la sacaran de la mano. Cuando la “cautiva” se la hicieron a mi amiga Felisa González, la pobre, que ni 80 tenía, se murió antes de llegar al cuarto día. Eso pasó como hace dos años, aunque cada domingo siguen viniendo a visitarla las tres hermanas, trillizas y regordetas, como si todavía estuviera viva. “Pasó una mala noche, está descansando”, les dice cada vez la directora, con cara de circunspecta, y ellas no se inmutan, sonríen. Se han hecho íntimas de la Clotilde –la “Pendeja Sarnosa”, le decimos, tiene sólo 75 y una sarna espantosa–, y las cuatro juegan a la canasta en el invernadero –las trillizas con guantes, no son boludas–, con el solcito divino que allí tenemos a la hora de las visitas, de once a una. “Eso sí”, les dice cada tanto María Cristina, “la pensión más la jubilación no alcanzan para cubrir el nuevo medicamento, van a tener que reforzar un poco, un par de miles de pesos más por mes alcanzarían”, y frunce un poco más el ceño. Y las trillizas González, concentradas en la canasta, dicen que sí a todo, no importa lo que sepan o sospechen, ellas son pudientes desde que se repartieron las propiedades de la occisa. Dicen que María Cristina se llevó la cuarta parte. Yo estoy segura de que Perla, si la guacha todavía vive, estará disfrutando de la mitad de lo mío, el campo en Roque Pérez, el departamento de la calle Río Bamba, la casa de Mar del Plata, además de mis cuentas bancarias. Hija de mil putas, Dios quiera que no estés muerta y termines aquí tus días.

“Ponemos a calentar en una sartén pequeña aceite abundante”. Eso dice la primera línea de la primera página de mi cuaderno de recetas, debajo del título “Cómo hacer huevos fritos”. El día que María Cristina miró el cuaderno con algún amor yo agarré el lápiz y le dije, mirando al cuaderno, a ella, al cuaderno y a ella, “Yo maté a mi hermano con un lápiz como éste, se lo clavé en la carótida”. No sé si me creyó, en mi ficha debe figurar que sólo tengo una hermana, pero nunca más se animó a meterse con mi cuaderno. Fue el día que añadió el renglón de “Esquizofrenia leve” y desde entonces sé que un poco de miedo me tiene.

Las recetas ocupan las primeras veinte páginas del cuaderno, algunas las repetí porque tantas recetas nunca supe, pero mi verdadero propósito, al estilo de Ana Frank, es contar cosas para que algún día sean conocidas, ojalá que a tiempo para encanar a la Guzmán hija de puta. Aunque mucho mejor castigo para ella sería que fuera interna en este infierno, ojalá tenga una hermana más joven que sea su digna sucesora en el puesto de directora, y se apiade de ella tanto como las trillizas González de Felisa o Perla de mí.

184 internos, 119 mujeres y 65 hombres. Esa es la cuenta oficial, aunque sé que en esa cuenta está incluida Felisa y quizás media docena más de occisos. Al que lea este diario, lo sé, le va a ser difícil imaginarse que nadie haga una denuncia. Pero están equivocados, hay denuncias bastante frecuentes. Siempre van a parar a Francisco Soler, el comisario del pueblo más cercano, está a unos 15 kilómetros. Por lo menos diez o doce veces al año Soler aparece y recorre todo el lugar, habla con algunos internos e internas, siempre los mismos, y luego se pasa como una hora en el cuarto de la directora, “revisando los números y documentos”, según dicen, con prohibición de interrumpir para las empleadas. Sale feliz, “los números y documentos todos bien”, dice con sonrisa reluciente y peinado recién hecho. Hablando de las empleadas, una de las más veteranas me contó un día, la última vez que la vi, que se iba a La Plata con pruebas y filmaciones para “hacer mierda” a María Cristina. Creo que el error fatal para ella fue contárselo a la Pendeja Sarnosa. “Se jubiló por fin”, explicó la directora a los días de desaparecida, “bien merecido lo tenía”.

En fin, ni siquiera nos queda el chusmaje divertido de cuando compartíamos lugares comunes con los hombres. Desde que Ramira y Zulema se acuchillaron culpa de Gastón Luzuriaga, declararon el “apartheid” –así lo llamaba Felisa, espero haberlo escrito bien–, no nos vemos más con ellos hasta nuevo aviso. Unas pelotudas estas chicas, tienen merecido haberse dado muerte la una a la otra, Gastón era el más divertido de todos, un bombón, rejoven, ni setenta tiene, y además millonario. Cuando estábamos todos juntos él era como una estrella que nos iluminaba a todas. En el comedor, almuerzo y cena; en las tardes de televisión, entonces de seis a ocho; en las dos horas en el invernadero, los días domingo. El chusmaje era continuo: “Está aquí escondiéndose de su mujer”, inventó una; “Es el amante de María Cristina”, dijeron las distraídas; “Le encanta el aire de provincia y la gente mayor”, opinaban las ridículas. En fin, imposible entender por qué nos acompañaba la maravilla. Ahora el programa nuestro es imaginarlo a nuestro lado y recordar las cosas que contaba de sus viajes.

Entre las empleadas, –tengo que decir de ellas que son una monada, no las voy a culpar porque tengan miedo de contar lo que pasa–, hay una que amo, se llama Sol. Es la chica más divina que cualquiera pueda imaginarse. Me atiende, me conversa, me cuida, me baña cada domingo, me visita cada noche a ver si necesito algo, a veces reza el rosario conmigo. Como si fuera poco, ella es la responsable de las plantas y de las flores de nuestro precioso invernadero. No me imagino que ni la hija que nunca tuve podría haber sido mejor que este ángel. “Tenés treinta años”, le digo, “¿cómo es que aguantás este infierno?”. “No, Susa, el infierno es eterno, y le aseguro que esto no lo es, no lo va a ser para mí”. Y es inútil que le pregunte qué misterio esconde tras esas palabras.

Los domingos de once a una son las visitas, como ya lo dije. Ese día el almuerzo incluye postre vigilante o flan, pero la felicidad comienza bien temprano. Por de pronto nos bañan, acompañan los medicamentos con una tacita de leche chocolatada y una palmerita, nos dan camisón recién lavado y bata rosa almidonada, la misa para nosotras la da un cura muy buen mozo, y a las once estamos todos allí, en el invernadero, ahora dividido en dos secciones. Ellos no dejan de mirar hacia donde estamos. Nosotras no dejamos de fingir que no nos interesa mirarlo. Porque para todas, por qué negarlo, sólo existe uno entre los de bata celeste: Gastón Luzuriaga, por supuesto.

Amo en especial los meses de abril a octubre, cuando el solcito nos borra las penas y los olvidos. Tengo a mi Sol cada día, y la amo, pero también amo el solcito de nuestros domingos, de once a una. Hay una obsesión que todos compartimos cuando vemos televisión, de seis a siete de la tarde –ahora, con el “apartheid”, nos quedó sólo la primera hora. Nuestra obsesión es saber el pronóstico de tiempo del domingo. Porque se lo pueden imaginar, si nos falta el solcito de los domingos de once a una, nos abruma un poco más la tristeza, y no quieran saber lo que sentimos si viene la lluvia. “Cuando llueve somos menos felices”, decía Felisa que decía Confucio –¿o era Gandhi?–, y encima la lluvia me trae el recuerdo de haberla perdido.

Hoy fue domingo, estamos en el mes de julio, tuvimos el mejor de los solcitos, ni una nube de once a una. Para mayor felicidad, en el invernadero, cuando mis poros se  regocijaban con el calorcito, apareció de pronto Sol frente a mí, y la sonrisa que me regaló inundó todo mi ser. Casi me hice pis encima de lo feliz que me sentí. Tengo que admitirlo, existen momentos de dicha intensa incluso en medio del infierno. Cuando me venga a ver esta noche, le pido que le saque un poco de punta a este lápiz. Por hoy no da para escribir ni un renglón más.
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“Cuando llueve somos menos felices”, decía Felisa que decía Confucio –¿o era Gandhi?–, pero sea quien sea se equivocaba. Han pasado siete domingos desde la última vez que escribí en este diario, el sol siempre radiante de once a una, la primavera asoma sus flores y fragancias por todos lados y nunca he sido más desgraciada en toda mi vida. A veces tengo el impulso de clavarme en la carótida el lápiz que me afiló Sol aquella misma noche que se lo pedí. Todavía no me animé y el hecho de que esté escribiendo ahora es una prueba de mi cobardía. Tampoco me resultó lo que hice al día siguiente de la noche fatal, ganarme una “cautiva” e intentar, ya lo ven que sin suerte, seguirle los pasos a Felisa.

Sol entró en mi cuarto a las nueve cuarenta y cinco en punto, puntualita como siempre. Llegó con la misma sonrisa de la hora del solcito, que se desparramó por todo el cuarto y me pareció que todo se iluminaba un poco más. En seguida, para no olvidarme, se lo pedí: “Tesoro, ¿me podrías sacar punta a este lápiz?”. Ella y su sonrisa salieron a la carrera, y no tuve tiempo de extrañarla porque volvió en pocos segundos, mi lápiz afilado como nunca. Fue en ese momento, nuestras manos juntándose en el lápiz, cuando me lo dijo. “Susana, soy feliz, mañana empiezo una nueva vida”. Yo quedé petrificada, mi mano aferraba al mismo tiempo el lápiz y el dedo índice de ella. Lo que fuera que esperaba que yo dijera, no me salió decirlo. La sonrisa se le atenuó apenas con la siguiente frase: “Me caso”. Creo que en ese momento apreté tanto el lápiz que casi lo rompo, con dedo índice incluido y todo. Me parece que fue el dolor el que convirtió la sonrisa en una mueca. Al fin pude recuperarme un poco, aflojé la mano que sostenía lápiz y dedo, logré producir una sonrisa mansa, le acaricié con suavidad la mano con mi mano libre mientras con la otra retiraba poco a poco el lápiz, y pude hacer la pregunta obligada, a pesar de mi dolor: “¿Quién es el afortunado?”. La realidad supera a cualquier ficción –supongo que lo dijo Confucio, Gandhi, o uno de esos–, porque la respuesta me dejó en el estado en que estoy y ya van siete domingos: “Gastón Luzuriaga, lo mejor que me ha pasado en este mundo. ¿No es fantástico?”.


“Cuando llueve somos menos felices”. Te podés ir a la puta madre que te parió, Confucio, Gandhi o quien mierda sea que dijo tamaña boludez.  

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28/12/2015
Adiós, por Ricardo M. Forno

Poco importa cómo conocí a Cristina. Tal vez me la presentaran, o la haya encontrado en un baile o a la salida de un teatro, y hasta es posible que la abordara en la calle. Poco importa cómo y no diré la verdad, y las razones para no decirla tampoco le interesan a nadie. El resto de la historia es harina de otro costal; ahora que ella está muerta puedo contarla libremente, aunque sin poder evitar que por momentos el latigazo de algún recuerdo demasiado vivo me haga comprender lo poco que sirven las palabras para transmitir la realidad.

No es secreto el cuándo y el dónde. La conocí en 1964 allá en Concordia, su ciudad natal; todavía no le había dado por viajar. No había pasado una hora y ya estaba loco por ella. Espigada, de formas bellas y rostro no tanto hermoso como infantilmente expresivo, me atrajo al instante. Además de los atributos físicos debía de disponer de alguna magia especial para adueñarse de mí como lo hizo. No opuso resistencia alguna a mis requerimientos y hasta pienso que me encaminó a pronunciar las palabras adecuadas en los momentos precisos; y cuando no las dije o cuando mi inexperiencia me movió a proferir lo que se debe callar, ella manejó con desenvoltura la situación para llevar nuestros amores a buen puerto.

Reflexionando después llegué a la conclusión de que desde el principio fue adivinando mis cambiantes necesidades afectivas; y así se mostró sucesivamente seria, trabajadora, decente, misteriosa, tierna, agresiva, indefensa, y libidinosa al extremo. Muy característica al respecto era la forma de expresarse: su lenguaje pasó de la absoluta formalidad a los giros más soeces y luego a una ternura arrobadora, y lo curioso es que mucho después habría de sufrir el mismo ciclo cada vez que nos encontrásemos, tal como los embriones cumplen en el breve lapso del crecimiento las mismas etapas seguidas por sus antecesores en milenios de evolución.

Muy pronto hubo de advertir que por fuera las obscenidades me disgustaban, en tanto el niño diablo bullente dentro de mí saltaba de gozo con cada exabrupto. He dicho que podía contar el resto de la historia, pero sin embargo no suministraré ejemplos de su vocabulario más rudo para salvar estas páginas de las iras de la censura. Puedo garantizar que el desprecio por los eufemismos y la asombrosa facilidad para articular palabrotas en medio de la frase más inocente me resultaron en verdad únicos.

Claro, lo singular era la palabrería porque, con la libertad de costumbres actual y lo que se aprende leyendo, su comportamiento en la intimidad no tenía —y no podía tener— nada de insólito, si se descuenta la permanente disposición para admitir, proponer y ensayar cualquier novedad. Pero, como todo el mundo sabe o debería saber, hoy sólo las más mojigatas no hacen lo mismo.

Fue a partir del momento en que cándidamente se me entregó cuando comencé a auscultar mi corazón en busca de sospechas. Porque todo estaba demasiado bien; demasiado bien calculado. Debía regresar ese viernes a las siete de la mañana en uno de aquellos aviones tan poco dignos de confianza. Y acababa de hacer el amor con Cristina —yo sí soy propenso a los eufemismos, ¿cierto?— por primera vez ese mismo día a eso de las cuatro de la madrugada, poco después de haberla conocido, tras una noche de idas y venidas por diversos boliches, gratamente sorprendido por los cambiantes giros de nuestra relación y disfrutando por anticipado del previsible éxtasis con que culminaría.

Había sido conducido como de la mano para que todo ocurriese así con precisión, antes de que no pudiera consumarse pero no demasiado antes, para evitar una saciedad prematura. Para ella carecía de sentido la vieja artimaña de hacerse desear negándose, y la había sustituido por este manejo más refinado. Y las historias que me había contado ¡olían tanto a invenciones! Así era yo víctima de mis cavilaciones, ya en vuelo y sin haber dormido, con placer masoquista. Habría sido capaz de abandonar esposa e hijos —en caso de haberlos tenido— por esta loca, y ya dudaba de ella. ¡Desdichada condición la del introspectivo! “Conócete a ti mismo”: es tarea que dura toda la vida. Ahí estaba desdoblado, en lucha sorda y sin miras de decisión, tal vez gozando del espectáculo deportivo.

Como me “conocía a mí mismo” sabía que, por más enloquecido que ella me tuviese, triunfarían las prosaicas razones de trabajo y no volvería a Concordia más de dos o tres veces al año, conocimiento que no impedía la consideración del tema al infinito. Bien, ¿y cuál era el problema de Cristina? Pues... ella sí era casada o por lo menos eso decía, ¡maldita duda!

Nos veíamos poco, pero nos escribíamos sin descanso. ¡Y las cartas! Con mi “flema inglesa” —decía Cristina— yo me limitaba a frases largas, cuidadosamente pesadas —ustedes ya me conocen—, donde entre líneas se insinuaba lo que quería decir, no mucho, con el pretexto de la prudencia, por si cayeran las cartas en manos del marido. La verdad era por supuesto otra y ya se habrá adivinado: me avergonzaba volcar mis sentimientos en negro sobre blanco. Cristina no tenía ese problema: escribía con tinta verde sobre papel lila muy perfumado. Con cada una de las cartas recibía de mi madre una mirada penetrante, inquisidora, tras la cual sin pronunciar palabra dejaba la esquela sobre el escritorio. Yo hacía como si no viese nada o como si de un folleto de propaganda se tratara; es decir, quería hacerlo, porque en realidad la sangre se me agolpaba en el rostro. No bien quedaba solo, rasgaba el sobre con pueril apresuramiento y comenzaba a leer. Eso era mucho peor, porque si las obscenidades se toleran al hablar, por escrito se tornan demasiado conspicuas. Y Cristina no perdía oportunidad de insertarlas en cualquier lugar y combinarlas en frases que describían pasiones, deseos y actos de los cuales la reconocía capaz. El rubor, cuyo origen era más excitación contenida que vergüenza, subía hasta hacerme arder las orejas. Terminada la lectura, rompía la carta en pedacitos pequeñísimos y —antes de arrojarla por el inodoro, lugar que le correspondía con pleno derecho— me extasiaba aspirando el perfume a bocanadas.

Nuestra relación duró varios años, la mayor parte en forma epistolar; pero tan inocuo discurrir era interrumpido por estallidos pasionales cuando nos reuníamos. Y conste que, si bien lo físico participaba mucho de estos arrebatos, un ingrediente importante lo constituían nuestras cambiantes actitudes mentales. Nunca un encuentro se asemejaba al anterior: la monotonía que se ensaña con tantos amores parecía no tener cabida en el nuestro. Pero esto no favorecía el vínculo, porque las alternativas derivaban de un singular tira y afloja.

Creo que, pese a nuestras mutuas protestas de sinceridad, nunca nos hablamos con franqueza y, si lo hicimos, cada uno pensó en un engaño oculto tras las palabras inútilmente verdaderas. Confieso haberla juzgado una estafadora moral con rostro de ángel. Sin duda todos sus actos, aun los más espontáneos en apariencia, eran originados por intenciones encubiertas, y no me preocupaban tanto las intenciones como el encubrimiento. Sólo ahora caigo en la cuenta de que quizás ella pensara lo mismo de mí pues, para no entregarme, yo también —¿o sólo yo?— disimulaba mis verdaderos pensamientos. Pero no: tengo pruebas de que por lo menos sobre ciertos temas Cristina no era veraz. Tal vez yo, con mi apariencia puritana que las vehementes declaraciones de liberalidad no conseguían contrarrestar, haya tenido la culpa de sus falacias.

Y si se duda, para juzgar bastará un ejemplo. En una de sus espaciadas visitas a Buenos Aires habíamos acordado reunirnos cierta noche. Cuando llegué al lugar convenido, ella no estaba y me fue imposible encontrarla en el hotel ni en parte alguna. Intranquilo, recorrí primero los bares de la zona para después lanzarme a la deriva, en ómnibus y a pie, por los barrios más alejados, a cada instante con la insensata esperanza de verla aparecer tras un recodo; esa noche me costó dormir. Por la mañana siguiente la llamé a primera hora al hotel, pero tampoco estaba. Cerca del mediodía me telefoneó, respondiendo con “después te explico” a mis insistentes preguntas. Cuando minutos más tarde nos encontramos, noté unas sospechosas marcas en su cuello. Adujo haberse desmayado en plena calle, atribuyendo las marcas a no sé qué absurdas inyecciones que un (¿cariñoso?) enfermero-médico le aplicó para reanimarla. Por cierto la reanimación había ocurrido, pero de forma harto distinta. Mientras le dirigía hirientes sarcasmos, me estrujaba los sesos tratando de justificarla. Tal vez ella misma estuviese convencida de su historia. Podría sufrir estados semicatalépticos o qué sé yo. Hasta hubiese admitido que, a la vista de un muchacho atractivo, sintiese una necesidad irresistible negada luego por vergüenza.

La habría perdonado, ¡qué digo!, ni me habría importado en caso de explayarse conmigo; pero en tales condiciones era imposible tomar decisión alguna, y yo era demasiado joven para comprender que a veces no hace falta tomarlas. Ella por su parte no fue lo bastante astuta como para sincerarse esa vez. Sea como fuere, nos separamos enojados en el primer episodio de una serie de peleas y reconciliaciones. Y entonces como ahora, para mí la principal tortura era la duda. ¿Duda de qué? ¿Acaso no era notorio...? Sí, lo era; pero saber falsas las historias no ayudaba a penetrar la verdad: ¡había tantas verdades posibles!

Seguimos viéndonos pese a todo. Las cartas ya no eran tan frecuentes. Solían transcurrir varios meses entre cada uno de nuestros encuentros. Por entonces a Cristina le encantaba viajar, y aprovechábamos esas ocasiones para reunirnos, libres del medio habitual y de la vigilancia familiar. Una vez nos encontramos en Paysandú, otra en Mendoza. Viendo sin futuro la relación, había intentado reemplazar a Cristina por otra mujer con menos problemas, pero los ensayos fracasaron. Seguía teniéndome tan loco como siempre, a pesar de las dudas y hasta a favor de ellas.

Un día de marzo, cuando hacía bastante que no nos veíamos, debí ir a Córdoba por negocios. Llegué ya anochecido, me alojé en un hotelito del centro y, sin nada para hacer hasta el día siguiente, salí a dar una vuelta.

Caminaba sin rumbo cuando, mirando a una pareja que iba adelante, reconocí en la mujer a Cristina. Retuve el paso para permitir que se distanciaran y luego los seguí con cautela. A poco andar entraron en un café con el anacrónico anuncio del “salón para familias” y se sentaron a una mesita contigua a una mampara. Aparentando indiferencia, entré por otra puerta y me instalé al otro lado de la mampara, lo más cerca de ellos que pude. No los veía pero alcanzaba a oírlos. Todos pedimos café, yo con voz apagada por temor de que Cristina la reconociera.

La conversación me llegaba en ráfagas deshilvanadas. Casi todo el gasto lo hacía el hombre; me asombré de no odiarlo a muerte. Hablaba de cine:

—... también la dirigió Kawalerowicz... formas austeras, blanco y negro y uno o dos tonos de gris (—¡Idiota! —mascullé)... a mediados del siglo pasado... campesinos húngaros (¡qué me importan los campesinos húngaros!)... lucha de clases... impresionante... realismo barroco... escenas alucinantes... una meticulosidad increíble... contraposiciones de color... —intercaló algunas toses y carraspeos.

Me sentí mal. Me hacía acordar de mí mismo, el imbécil, tratando de intimar oculto tras frases rebuscadas, incapaces de evocar los sentimientos que lo agitaron cuando protegido por cómodas butacas vio las películas, pobre. Y además ¡qué importaba!; aquéllos eran fósiles exquisitamente conservados; ¿sentías acaso algo en ese preciso momento? Y, si lo sentías, no eras capaz de expresarlo, ¿eh? Todas tus bellas frases, tus cultivadas emociones, no valían lo que una palabra de Cristina: “—¡Hola!” y no era sólo la palabra, sino su sonrisa, sus ojos...

—Te quiero mucho, ¿sabés?

¡Ah! y esta vez no era yo el destinatario de la sin par declaración.

Él siguió hablando. Me perdí en un bosque de conflictos. Cuando retorné, advertí que se habían ido. Me apresuré a pagar; desde la esquina pude avistarlos alejándose. Los seguí, manteniendo la distancia.

Poco después los vi trasponer la puerta de un hotel, ella con naturalidad, él mirando receloso a ambos lados. Temí no poderlos vigilar, pero pronto se encendió la luz en una habitación de altos que daba a la calle y pude distinguir las siluetas de Cristina y el hombre, enlazados por el talle en largo y para mis celos apasionado beso. La lámpara se apagó, con seguridad a requerimiento de él pues como yo bien sabía ella no titubeaba en exhibirse, y esperé lo que me pareció un tiempo interminable. Por fin el muchacho, a quien vi feo y flacucho, salió con sigilo por la puerta principal; un momento después yo entraba como al descuido por la misma puerta. Es notable cómo, tan nervioso por lo común, en los instantes cruciales una súbita serenidad se apodera de mí y actúo como en una bien ensayada representación.

El instinto me guió hacia las escaleras y elegí la puerta justa de entre las varias que daban al pasillo; mis nudillos la golpearon suavemente. Sin preguntar nada, Cristina la abrió. El asombro de verme se manifestó con unos grititos:

—¿Qué hacés aquí? ¡Qué sorpresa, puta! —ésta era una de las palabras menos gruesas que sin motivo suficiente solía introducir en la conversación. Para ahorrarme problemas suprimiré las restantes.

—Me dijo tu tía que estabas aquí —contesté.

—¿Mi tía? Pero si nadie sabe adónde estoy, ni siquiera que vine a Córdoba.

—Y sin embargo... —comencé a replicar sin convicción, cosa de no discutir. Porque, si no lo he dicho, debiera resultar claro que nuestras peleas eran más vale decisiones mías de no volver a verla.

—Bueno, qué sé yo. Pasá, qué hacés en la puerta. ¡Cariño! Con las ganas que tenía de verte...

Su aplomo era increíble; y el mío también. Pero había visto y oído lo suficiente; esta vez no me engatusaría. A medida que seguía la plática, mi decisión iba debilitándose y comencé a divagar. Al rato estábamos de lo más entretenidos. En un momento de lucidez pude reflexionar sobre lo inagotable de sus energías: recién el otro y ahora yo; pero deseché el pensamiento por molesto.

Ya vestidos, hablamos de tonterías. Alguien en el fondo de mí quería decirlo todo y pasar la crisis; pero alguien más sensato se resistía porque lo sabía de antemano: la disputa me resultaría desfavorable, ella sin reconocer su culpa y acusándome en cambio, y terminaríamos enojados para reconciliarnos tiempo después.

Mientras discutía conmigo mismo, jugueteaba como siempre con lo que tenía cerca. Esta vez le tocó al cable del velador, que vino a quedar en contacto con mi mano izquierda en un lugar donde asomaba el cobre. La sacudida eléctrica fue violentísima, pero peor la recibió Cristina, cuya mano derecha tomaba mi antebrazo izquierdo en tanto su otra mano descansaba sobre el marco de hierro de la ventana.

¿Cómo recuerdo todos estos detalles? No puedo dejar de pensar que el accidente no fue tan involuntario como creí al principio. Buceando en la evocación de los instantes previos, el brillo del cobre en el lugar desgastado vuelve a mi conciencia como anterior a la descarga. ¿Y si mis recuerdos fueran falsos? ¿Si los hubiese inventado en un estéril deseo de culparme? Nunca se dirá la última palabra al respecto.

Sin embargo, tengo buenas razones para desconfiar de mi inocencia. Preferí no mencionarlo antes pero sucede que, con un socio, soy dueño y principal profesional de un laboratorio de medicina del trabajo especializado en el tratamiento y sobre todo en la prevención de accidentes. Y sé a la perfección cuándo una descarga eléctrica puede ser mortal y cuándo no, y qué se debe hacer para evitarla, y muchas cosas más que alcanzan a formar en mí una segunda naturaleza. Y también sé que muchos accidentes no son involuntarios sino originados en deseos preconscientes de destrucción, en su mayoría de autodestrucción, y perdóneseme el estilo pedante engendrado por la deformación profesional amén.

Cristina murió. Yo permanecí inconsciente un tiempo, lo bastante como para que mis intentos de practicarle respiración artificial fracasaran. El velador se había desprendido del tomacorrientes. De no haber sucedido así, mi deseo inconfeso de un suicidio con ella se habría cumplido. ¿Inconfeso? ¿Pero no es esto acaso una confesión?

Nadie se había enterado, al parecer. Pasé a premeditar el crimen: acerqué el cable a su mano inerte; borré lo mejor que pude mis rastros: las colillas de cigarrillo, las huellas de mis dedos... y me largué del hotel con tanta discreción como había entrado. Mi socio no se había enterado del viaje a Córdoba; el industrial a quien iba a asesorar habrá pensado en un caso más del “mañana sin falta”.

No hubo problemas. En ningún momento el suceso pasó de ser caratulado como “muerte dudosa”.

Así terminó aquel período de mi vida. Nada queda de entonces. Nada, salvo el recuerdo y la duda, más profunda y aterradora que nunca. Y ahora ya no hay esperanza.

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25/12/2015
Régine Crespin canta Tosca de Puccini, Aria "Vissi d'arte". Un favorito de Raúl Saroka.





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25/12/2015
Vivo, por Pepe López de Lagar

Voy nostalgioso en esta tarde mía
ausente, sin mirar hacia el camino,
dejando atrás la dulce lejanía
y hacia allá combatiendo el "no me animo".

Vago, y en el andar de mi destino
voy cuidando que la nada no me atrape,
procurando evitar que el desatino
no me extinga, en el ansiado escape.

Buscando en cada paso caminado
encontrar el porqué de lo que siento;
que sirva cada grito de mi aliento

con la sangre que mi amor ha derramado.
Saberme por los hechos prolongado
en un mañana que no veré y presiento. 


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22/12/2015
Una primavera sin rosas rojas, por Hernán Huergo

Hoy es domingo día de la primavera, el sexto aniversario de aquel otro domingo, el de la primavera sin rosas rojas, recuerda José, con nostalgia que le llena el corazón. Preferiría que Julián no gateara por allí, es un embrollo que interrumpe a cada rato el torrente de delicias y penurias que le traen los recuerdos de años.

– ¡Cuidado, Julián, no te acerques a ese enchufe! –grita desde el sillón.
Julián tiene ocho meses y ya es capaz de entender el sentido de las palabras. Se frena de inmediato, lo mira a José y da media vuelta en su gateo hacia la pared opuesta. José vuelve con los ojos al libro que está leyendo, quizás por centésima vez: Rayuela, de Julio Cortázar. Es el mismo libro amado que su abuelo materno le diera en mano diez años antes, el día que le dijo:
–Esta biblioteca es tuya, querido José. Si sos capaz de disfrutar de la lectura tendrás el privilegio de vivir muchas vidas.
José tenía entonces 13 años y sabía que tanto su hermana Agustina, cuatro años mayor, como Gustavo, justo en el medio, habían pasado en su momento por la misma ceremonia. Sin ningún resultado, le constaba. Pero él, que no quería defraudar al abuelo, comenzó ese mismo día a leer Rayuela, y en esa primera lectura no entendió nada. Sin embargo, cuando comenzó a deleitarse con Salgari, con Julio Verne, con Dickens, con muchos otros, descubrió con enorme sorpresa que la lectura le fascinaba. Su vida cambió de golpe, los deportes dejaron de interesarle, la Play Station a la que le dedicaba todos sus tiempos libres fue borrada del mapa, los amigos se hicieron más y más escasos. Sus conversaciones en el colegio le hicieron ganar el título de “raro” para los chicos, o de “distinto” para las chicas. Antes de la Navidad de su primer año de adicto a la lectura, retomó Rayuela y esta vez le encantó. Lo estuvo leyendo y releyendo por días y días. Y leyó todo lo que había de Cortázar en la biblioteca del abuelo, y luego Borges y Bioy Casares y Saer, y todo lo que encontraba. En el caso de Borges decidió releer varias veces Ficciones, pero fue con la intención de confirmar lo que se imaginaba. No había obra en el mundo que fuera capaz de superar a Rayuela.
Los padres de José, que al principio habían tomado el tema como una curiosidad divertida,  se preocuparon.
– ¿No deberíamos mandarlo al psicólogo? –escuchó que su padre le decía a su madre­– No hay ninguna cosa en este mundo que le interese a este chico fuera de la lectura.
Era el mes de abril, él había cumplido ya 14, y su padre se equivocaba. Porque apenas unos días antes él la había descubierto a Eliana, la pelirroja, la mejor amiga de Agustina. Y le había ocurrido una revelación que comparaba con lo que le había pasado con Rayuela. Eliana siempre andaba por su casa, y ese pelo rojizo, como incendio, era absolutamente imposible no percibirlo. Pero sólo pocos días antes él la había mirado a los ojos, y ella devuelto la mirada, seguramente intrigada por el chico que la miraba. Y José descubrió que esos ojos verdes eran capaces de atravesarlo, de leerlo, de adivinarlo, y sintió el rubor de su cara como un incendio parecido a ese pelo y desvió sus ojos, porque sintió que ella sabría de inmediato lo que le estaba pasando, lo que ya le había pasado, se había enamorado en forma brutal y total de la mejor amiga de su hermana. Amor imposible, razonó, y repasó en su memoria otros amores imposibles sobre los que había leído, y no le sirvió de nada. Ella tenía 18 y él 14, un abismo. No logró escuchar lo que dijo ese día Eliana, sí la respuesta de Agustina:
–Sí, ya lo creo que es distinto. Se la pasa leyendo a Cortázar, cuando no a Borges.
Mientras escuchaba a su hermana, José seguía leyendo sin leer El jardín de los senderos que se bifurcan, y sin necesidad de mirarla a Eliana, sintió que los ojos verdes se posaban otra vez en él, y el incendio ya le quemaba las orejas. «Seguro que piensa de mí que soy un bicho raro», concluyó en ese momento, «Ella 18, yo 14, un abismo».
Los siguientes días, semanas y meses José arrastró su nuevo problema y de pronto comenzó a prestarle más atención a Laurita, una de las chicas de su clase, quizás la única que nunca lo había hecho sentir un bicho raro, siempre pendiente de él, preguntándole como al pasar por su vida, a veces pidiéndole estudiar juntos alguna materia, él casi siempre con alguna excusa para esquivarla, por más que la chica era agradable, y ahora que lo pensaba bien, bastante bonita. Unos días antes del día de la primavera, que ese año cayó en miércoles, Laurita le dijo:
–Nos vamos a encontrar en Plaza Francia, allí donde está el monumento a Braille. A las cinco de la tarde. ¿No querés venir?
–Bueno –contestó José, auténticamente intrigado por la existencia de un monumento a Braille–. No sé dónde está el monumento pero lo voy a encontrar.
Cuando llegó al lugar, a las cinco de la tarde y pocos minutos, descubrió que el significado de “nos vamos a encontrar” incluía nada más que a dos personas, él y Laurita. Ella traía un ramo de rosas en su mano. Bien rojas. A José le gustó mucho la sonrisa, tanto como los dientes tan blancos y perfectos. Le divirtió haber caído en la trampa de Laurita. Por un momento bien corto pensó que esta chica de su misma edad, linda y pispireta, era para él mucho más lógica que su amor imposible, Eliana.
–Hola, Laurita, llego un poco tarde, disculpame. Pero decime, ¿para quién son esas flores?
–Para mí, por supuesto, son tu regalo por el día de la primavera –dijo ella, con sonrisa que también asomaba por los ojos–, yo solo hice el mandado de comprarlas de parte tuya. Muchas gracias, José, son divinas.
El beso de ella fue bien breve, muy cerca de la boca. Casi casi José se olvidó de Eliana.
Los siguientes años hasta que cumplió los 17, José siguió siendo el mismo, un lector insaciable de Cortázar, Borges y los otros, un enamorado de Eliana, a la que trataba de no ver para no sufrir, y un amigo de Laurita, que hubiera querido enseñarle las cosas de la vida. Pero él, según pensaba, «era tan bicho raro que le era fiel a un amor imposible».
– ¡Cuidado con esa lámpara, Julián! –grita justo a tiempo.
Pero Laurita era constante y fiel, quizás él era el amor imposible para ella. Más allá de todos los acercamientos y distanciamientos que alternaban los dos, los siguientes dos años José y Laurita repitieron el rito de la primavera, el encuentro a las cinco de la tarde en Plaza Francia, en el monumento a Braille, ella con las rosas bien rojas, el agradecimiento a él con el beso breve, o no tan breve, cerca de la boca, o en la boca.
Mientras tanto José tomaba nota de los amigos de su amor imposible. Parecía que el último, el tal Javier, sería el que conquistaría a la dama esquiva, como supo que llamaban a Eliana. Pero no, tampoco parecía tan fácil para él.
– ¿Qué pasa con tu amiga?, Agustina, ¿no hay novio que calce con ella? –por fin se decidió a preguntarle.
–No me preguntes a mí. No tengo idea cómo puede ser que nadie le caiga bien. Que son todos unos aburridos. Que son elementales. Qué sólo piensan en la idea fija. Ella se parece en algo a vos. Le gusta leer. Dice que no cambiaría ninguno de los ratos que pasó con Javier por esas tardes de domingo cuando lee Cien años de soledad en la plaza.
José sintió los latidos de su corazón. A su amor imposible le gustaba la lectura. ¿Sería otro “bicho raro”, como él? ¿Una persona “distinta”? No quiso preguntar qué plaza ni nada más, pero a partir de ese domingo tuvo una ocupación nueva, tratar de encontrarla.
La búsqueda dio resultado apenas tres domingos después, recién comenzaba mayo y el sol hacía la tarde temprana muy agradable. La encontró en un banco de la plaza Libertad. Ella estaba sentada, leyendo, cuando le dijo, haciéndose el sorprendido:
– ¿Sos vos, Eliana? ¡Qué raro encontrarte aquí!
– ¡¿José?! Lo raro es encontrarte a vos, verte fuera de tu casa. ¿Qué pasó con Cortázar? ¿Lo abandonaste?
– ¡Eso jamás! Aunque en estos días estoy dedicado a Hemingway. Contame de tu García Márquez.
–Se ve que estuviste hablando con Agustina, que le encanta decir que Cien años de soledad es no sólo lo que leo sino también lo que busco. Pero no, en este momento estoy leyendo Moby Dick.
Y de pronto José se encontró hablando con Eliana de si era mejor Cortázar que Borges, o qué opinaba de los distintos escritores que había en Vargas Llosa. No sólo él la pasaba muy bien, tenía la impresión de que ella se estaba divirtiendo. Ella 21, él 17. ¿Sería posible que el abismo no fuera tan abismo? Pasaron como dos horas como nada, y él hubiera seguido, pero de pronto ella miró la hora.
– ¡Seis menos cinco! Me tengo que ir, me esperan –dijo.
José sintió que se caía de su cielo. ¿Sería una cita con Javier?
–Sí, claro, no quiero que por mi culpa dejes plantado a nadie –dijo, e inmediatamente se arrepintió del papel de estúpido que estaba haciendo.
–No, idiota. Quedamos en ir al cine con tu hermana.
José sintió algo extraño, le encantó que ella lo hubiera llamado idiota, pero mucho más le gustó lo que siguió:
–Bueno, José, la seguimos el domingo que viene, a las cuatro de la tarde, en este mismo banco. Si Cortázar te da permiso.
Así empezaron los domingos literarios con Eliana, una fanática de Borges y admiradora, aunque no tanto, de Cortázar y de otros. José siempre se las arreglaba para provocarla, que Cortázar era más vital que Borges, que en Rayuela y en otras obras uno podía encontrarse con el amor, algo imposible de encontrar en Borges.
– ¡Qué bueno entre nosotros tener un experto en el amor! –decía ella, divertida, y los ojos verdes lo escudriñaban por dentro.
Nadie sabía de sus encuentros dominicales. Como si se hubieran puesto de acuerdo los dos en mantenerlo en secreto, en especial con Agustina. Algo que le encantaba, compartir un secreto con su amor imposible. Mientras tanto, Laurita seguía siendo su amiga, incondicional y paciente. José empezó a sentirse mal. ¿Decirle que se había enamorado de una mujer de 21 años? ¿No decirle nada? Las dos ideas lo torturaban.
Lo peor de todo era que la fecha se acercaba. El día de la primavera. Por qué diablos Dios había querido que justo ese año cayera en domingo.
Dos días antes, el viernes por la tarde, Laurita le dijo lo mismo que le había dicho los tres años anteriores:
–Nos vamos a encontrar en Plaza Francia, allí donde está el monumento a Braille. A las cinco de la tarde. ¿No querés venir?
–Bueno, Laurita, esperemos que no llueva –contestó él, con vergüenza de no ser sincero con lo que sentía; deseaba la lluvia.
Llegó el domingo 21 de septiembre y, cosa del diablo, de Dios, o de los dos, vino con lluvia, cada hora que pasaba más intensa. Al comenzar la tarde ya no era lluvia, era diluvio, y José respiró, aliviado: sería una primavera sin Laurita, sin las rosas rojas. ¿Y Eliana? Imposible pensar que ella estuviera en el banco de la plaza Libertad, bajo tamaño diluvio. Pero no sería él el que fallara, al domingo siguiente le diría, “Yo vine”, y ella sabría que así había sido. Tomó el paraguas más enorme y arrancó para la plaza. Llegó a las cuatro en punto y ella estaba allí, en el banco, bajo un pequeño paraguas que luchaba infructuosamente con el agua y el viento. José sintió que el corazón se le salía por la garganta.
– ¡Viniste! –dijo él, y se sentó pegado a ella, y pasaron a estar los dos bajo el gran paraguas de José.
– ¡Cómo iba a faltar hoy, que por fin me vas a explicar cómo es Cortázar hablando del amor! Aunque creo que me quedaré con la intriga. Me parece que Rayuela se quedó en tu casa. Te entiendo, sería imposible leer nada bajo este diluvio.
El pelo rojo parecía iluminarlo todo bajo el paraguas.
–No, no traje Rayuela.
–Bueno, se nos aguó la tarde en serio.
–No necesito traerlo, lo sé de memoria.
A ella le brillaron un poco más los ojos. ¿Se equivocaba él o esos ojos verdes lo estaban mirando como una mujer mira a un hombre?
–Bueno, estoy lista para escucharlo.
–Te pido una cosa: hacé de cuenta que soy Cortázar, no José, y que estoy actuando mi propia letra.
–Por supuesto –autorizó Eliana, que parecía olvidada de la lluvia y de todo, sólo quería escuchar y ver a Cortázar.
Rayuela, Capítulo 7 –comenzó José–. Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca –y con el índice de su mano libre comenzó a seguir lo que el texto dictaba–, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
– ¿Quién es el que siento en mis labios, Cortázar o José? –interrumpió ella, trémula como nunca la había visto.
–Somos los dos –dijo él–, y si todavía no estás convencida de que Cortázar no es capaz de hablar de amor te pido permiso para seguir.
–Creo que todavía no estoy del todo convencida –dijo Eliana, con voz casi inaudible, como si hablara consigo misma.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente–y en seguida José la besó muy suavemente y ella al principio alejó los labios, para luego lentamente volver a acercarlos y aceptar el beso–, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, –y ahora fue ella la que siguió el dictado de la letra jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio José volvió a besarla bastante más allá de la letra de Cortázar, y ella no se quedó atrás.
–Perdoname, Eliana, ahora soy José. ¿Puedo seguir?
Ella no contestó nada, las gotas que resbalaban por sus mejillas podían ser lágrimas o lluvia. Él dejó caer el inmenso paraguas sobre sus cabezas, dejando el mango apretado con sus rodillas. Por fin tenía las manos libres.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo–y José hundió su mano por primera vez en ese pelo color incendio tan presente en sus noches–mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua –y ella de pronto tomó la mano libre de él para llevarla a los lugares más soñados y las caricias arrancaron primero los suspiros, luego los temblores, los de ella, los de él..
José vuelve al presente, otra vez Julián, que llora mientras se abraza a sus piernas. «Soy una bestia, podría haberle pasado algo y yo como un imbécil pensando en mundos lejanos».

– ¡Dale de una buena vez de comer a ese chico! ¡Hoy te toca a vos! –se escucha un grito impaciente, desde el dormitorio.
El grito ha sido bien fuerte y Julián piensa que es para él, e intensifica su llanto, ahora lleno de lágrimas.

–Tranquilo, hijo, tranquilo. El grito de tu mamá fue para mí, no para vos.
Y con toda la dulzura del mundo acaricia la cabeza de Julián, revolviendo con cariño ese pelo, tan rojizo como un incendio.



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14/12/2015
A toda vela, por Enrique Draier


Amanecía, cuando solté amarras

bajo una suave brisa que me acariciaba,
y el extenso peltre de mi río,
era iluminado desde Oriente
por un delicado carmesí.


Tan pronto la vela buscó el cielo
apunté hacia la boca del puerto,
vislumbrando el inmenso lago
donde retozaría la proa de mi bote.



Un suave golpe de timón

tensó y llenó mi vela

de energía y eólico poder,

acelerando mi huida.



Hacia dónde navegar

qué rumbo elegir y para qué,

no cabe duda alguna,

hacia la libertad, a toda vela.

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9/12/2015
Correo Sentimental, por Ricardo Forno

Zaighorn, Poldavia, 8 de octubre.

Rogelio queridísimo:
Muy afectada, casi trastornada, he quedado con tu última carta. Créeme, me resulta muy difícil entenderlo. Cierto es que, en estos siete años de correspondencia, nuestro amor ha tropezado con enormes obstáculos para concretar el ansiado primero y definitivo encuentro. El amor necesita de la unión física y, no lo dudes ni por un instante, yo me siento tan ansiosa por ella como tú, con rubor una vez más te lo confieso.
Comprendo que no puedas venir acá para realizar nuestro matrimonio. Tú sabes mejor que yo cuáles son tus posibilidades y las obligaciones contraídas con tu patria. Aquí te esperaba la casa de mis mayores, donde cómodamente habríamos podido morar y, si bien nuestras rentas no son grandes, nada nos habría faltado, y hasta habría sido posible para ti elegir empleo. Pero las circunstancias han dicho que no y me resigno.
Sin embargo, creo que exageras cuando te despides definitivamente de mí, pues resta otra solución. Aun manteniendo mis padres su oposición, yo ya soy mayor de edad y, renunciando a mi herencia, podría reunirme contigo a la brevedad. Eso es lo que tengo firmemente decidido, y quedo a la espera de tu conformidad a vuelta de correo para comprar el pasaje y viajar. Ya tengo el pasaporte y la visa, y por lo tanto no pasará mucho antes de que nos unamos. Más te digo, si no recibo carta tuya en dos semanas, descontaré por afirmativa la respuesta y emprenderé viaje de inmediato.
He demorado en decírtelo e incluso he vacilado en hacerlo, pero ahora no puedo callar más. Hace casi seis meses, una amiga, quien no sabe de nuestros amores, me contó que un extranjero le escribía a una compatriota. La curiosidad femenina y mi simpatía por un caso similar al mío me llevaron a pedir más datos. Grande fue mi sorpresa cuando supe que tú eras el corresponsal. La chica se llama Irina y vive muy cerca, cosa nada difícil en nuestro minúsculo país. No soy celosa, pero la curiosidad me picó y quise conocerla. La visito ahora asiduamente, aunque no puedo considerarla amiga, no por nuestra presunta rivalidad en el amor, sino porque no sería honesto titularme su amiga al no ser yo sincera con Irina, pues no le he revelado que tú me escribes y en cambio ella ha confiado en mí mostrándome las cartas que ha intercambiado contigo. Tan prolija es, que conserva copia de sus propias cartas.
Quizás no debiera vanagloriarme, pero es claro que yo te quiero más que Irina. He aprendido español a la perfección, aunque ya sabía mucho hace siete años, para poder entenderme mejor contigo, lo cual demuestra mi devoción hacia ti.
En cambio, Irina te escribe en poldavo, pues jamás se esforzó en aprender tu idioma, aunque entiende la mitad de lo que le escribes, gracias a que nosotros los poldavos debemos forzosamente estudiar idiomas extranjeros a causa de la muy limitada difusión del nuestro. ¿Cómo sé yo que eso más bien no probaría tu mayor inclinación por ella, pues deberías haber estudiado poldavo para entender sus misivas? Permíteme dudar de tus conocimientos de nuestro idioma, pues comparando tus cartas con las suyas, muchas veces no se encuentra mayor relación. Y tampoco parece muy positivo de tu parte que, por cada breve carta tuya, ella te haya escrito casi cinco extensas aunque, fuerza es admitirlo, yo no he merecido mejor suerte.
Te pido que me creas, tu relación epistolar con Irina no me ha afectado demasiado, pues bien sé cuán volubles son los hombres. Estoy segura de que, al fin, seré tu preferida. Te confieso que este tema de Irina ha sido un aliciente más para proyectar el viaje que te propongo.
Querido mío, una vez más te lo ruego, reconsidera tu extemporánea decisión y contéstame cuanto antes con respecto al viaje. No es preciso que realices preparativos especiales para recibirme. Con tal de vivir contigo, “pan y cebolla”, como dicen ustedes.
Tuya en cuerpo y alma,

Alina
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Zaragoza, España, 14 de octubre.

Estimada Alina:
He recibido tu carta. No cometas la locura de venir. Públicamente no se lo dice, pero desde hace un mes nuestro gobierno impide el ingreso en España de cualquier persona con pasaporte poldavo. Además, por si fuera poco, ante las dificultades para nuestro encuentro acabo de casarme con una española. No se lo ocultes a tu amiga Irina, pues también debe saberlo.
Si bien en el caso personal de ambas y especialmente en el tuyo opino que la medida del gobierno es injusta, sin embargo en términos generales y políticos, es decir, entre autoridades de ambos países, pienso que a España la asiste razón, pues el gobierno poldavo ha tomado últimamente medidas desfavorables para el turismo y el intercambio comercial y cultural, medidas ridículamente tontas, pues van en detrimento de sus mayores fuentes de ingreso. A solo título de ejemplo: ¿cómo han tenido la peregrina idea de introducir esos horrendos impresos que traducidos al español rezan “franqueo pago” en reemplazo de los raros y valiosos sellos postales?
Un saludo y adiós.

Rogelio




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05/12/2015
Recordando canciones… época de la radio (40’s a inicios de los 60’s), por Luis Pees Labory

La radio de mi casa era “dominada” por mi viejo. Así que solía escuchar, música variada, sobre todo los fines de semana, supongo que según su estado de ánimo.

Música clásica por radio Nacional, hecho que le agradecí siempre.

Tangos, por radio El Mundo, donde escuchábamos El Glostora Tango Club, donde primaba Alfredo De Angelis con sus cantantes Carlos Dante y Julio Martel, justo antes de Los Pérez García (radioteatro diario). Y  a veces en el horario central, a Carlos Di Sarli con Oscar Serpa y Mario Pomar… O también a Edmundo Rivero con su conjunto de guitarristas. Y por qué no a Héctor Varela con Argentino Ledesma y con Rodolfo Lezica, y ya al final Raúl Lavié… Creo que fue al final de los 50 que apareció, en los bailables de radio El Mundo, después del fútbol, un cantor con un timbre de voz y un modo personal de interpretar los tangos, luego conocido como el ‘yorugua’ Julio Sosa.

Como excepción, algún domingo al mediodía, podía el dial ir a parar a radio Belgrano, donde descollaba Alberto Castillo con su particular estilo. Alguna vez me contaron mis tíos paternos que la mamá del cantor de los cien barrios porteños iba a lavar ropa, a la casa familiar, en Hidalgo 1025.

En los 50s, también se cambiaba el dial para escuchar a don Antonio Tormo, cantar temas del litoral o camperos. Y solamente y medio de contrabando podíamos escuchar a don Atahualpa Yupanqui, perseguido en  la época peronista, y luego también, por sus ideas comunistas. Y por qué no, a don Julio Elías Musimessi, el arquero-cantor (primero en Newells y luego en B…a) quien interpretaba chamamés.

Pero el que reventó todo fue el tano Nicola Paone, con ”La cafetera” y otros éxitos (“Signora maestra” medio atrevida…), artista exclusivo de Radio Belgrano.

A comienzos de los 50’s  escuchaba a un cantante llamado Andy Rusell, norteamericano hijo de padres mexicanos, quien interpretaba canciones melódicas en nuestro idioma. Al que luego suplanté por mi aún admirado Roberto Yanés, al que fui a ver a radio El Mundo, con la orquesta de Lucio Milena. Cabe mencionar que a fines de los 50 y mediados de los 60, tenía entrada libre y privilegiada para ver a las orquestas y a los cantantes que eran contratados por radio El Mundo, porque un primo-hermano materno, apodado “Chiquín” era el portero de noche (como el film de Dick Bogarde).

Así fue que simulaba ver televisión, imagen y sonido en directo, pero en carne y hueso… Johnny Ray, Hot Club de París, Edmundo Rivero, Héctor Varela, etc. y hasta un programa de comedia radial donde quedé fascinado por la belleza de María Concepción Cesar… ¡my God! qué mujer…

También fui a ver/escuchar a la orquesta de don Osvaldo Pugliese, glorioso vecino de Villa Crespo, junto con sus dos monstruos: Miguel Montero y Jorge Maciel (“Remembranzas”). Esa inolvidable noche el programa radial se emitió desde un salón de actos del Club Atlanta (mi segundo amor en futbol), y la locutora-animadora era la hermosa niña del lunarcito Nelly Trenti. Don Osvaldo tenía una barra de muchachos que lo seguía donde tocara, era como una hinchada propia, siempre lista para pelear por su ídolo.


Pero, juegos de mi memoria “r.a.m.”, dejo para lo último a mi ídolo de fines de mi primer adolescencia: Billy Caffaro, quien además de la popular “Pity, Pity”, cantaba “Personalidad”, mi canción preferida.




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28/11/2015
El ingeniero sólo se viste de verde, por Hernán Huergo

Cuando me lo dijo me estremecí. Era el primer día de mi primer trabajo como ingeniero, apenas recibido unos días antes, tenía 23 años. Lo único que yo sabía era el escritorio asignado en el que ya estaba ubicado, y el nombre del departamento en el que estaba, Presupuestos y Control de Costos. Nadie me había dicho una sola palabra de qué se esperaba de mí.

“Buen día, ingeniero”, me dijo de pronto el hombre que estaba sentado en el escritorio más cercano, y se me acercó con sonrisa relajada y amistosa, puso la silla en frente de mí y el diálogo comenzó. Lo vi pelado y eterno, aunque debía de tener no mucho más de cuarenta años. “Soy Lamas el arquitecto”, arrancó, como si eso fuera explicación suficiente. Y más que diálogo fue monólogo, porque no se me ocurría qué decir, o las preguntas no se animaban a salir de mi boca. Comenzó a contarme, en forma locuaz e imparable, montones de cosas del trabajo mezcladas con las cosas de su vida. Yo no estaba preparado para las frases que dijo, aunque con el tiempo supe que la primera que me chocó era una muletilla, un lugar común en todos lados: “Mire, ingeniero, en esta empresa el que sabe, sabe y el que no es jefe”.

¿Dónde me había metido? Poco a poco creí darme cuenta de que Lamas era un empleado sin un presente brillante y que su futuro sería no más que una imitación de tal presente, o se volvería aún más opaco. Sentí que se me aflojaban un poco los nervios, que quien me hablaba y me hablaba no sería mi jefe.

Lamas el arquitecto no paraba de instruirme sobre el trabajo y la vida, y se daba cuenta del impacto que causaban sus palabras en mí, a medida que mi cara se ablandaba y mis ojos y mi boca, aún sin palabras, reaccionaban. “Mire, ingeniero, cuando voy por la calle yo me tiro el lance con todas las minas, me les acerco, les digo algo al oído, mientras les toco el culo, despacio y suavecito. Nueve de cada diez me insultan, algunas me pegan una cachetada, pero siempre alguna agarra viaje”.

¿Dónde estoy? ¿En qué empresa me he metido? “Mire, ingeniero, si quiere progresar, lo primero es que aprenda italiano. Recuerde lo que le digo, el que sabe, sabe y el que no es jefe, siempre que sepa italiano”.

¿Para qué me habrán tomado, si este hombre, Lamas el arquitecto, está aquí perdiendo el tiempo, sin hacer absolutamente nada? ¿No será que me está probando, en nombre del jefe, el que todavía no llegó? ¿No será que estoy haciendo un mal papel, sin decir nada ni preguntar nada?

–Discúlpeme, Lamas –no me salió tratarlo de arquitecto-, ¿me puede decir quién es mi jefe? ¿A qué hora suele llegar? –ya eran casi las once.

“Su jefe es el ingeniero Isidro Liotta, y tiene algo que estoy seguro que usted no ha visto ni verá nunca en ningún otro hombre de este mundo”. A la sentencia siguió el silencio y la sonrisa en la cara, disfrutando de la intriga reflejada en la mía. Pero yo empezaba a sentir que el hombre que tenía enfrente, o era un espía o era un mediocre, y no debía darle el gusto de preguntar nada. Fue entonces cuando lo dijo, fue una frase corta y única.

–El ingeniero sólo se viste de verde.

Sentí que el frío me recorría el cuerpo, de los pies hasta la punta de los pelos, la cara se me endureció, volviendo a ser la del principio. ¿Cómo era posible que Lamas el arquitecto lo supiera? Si nadie, o casi nadie lo sabía. Si en el colegio no se dieron cuenta hasta mi tercer grado. Si ni siquiera mis padres lo descubrieron antes de ser denunciado por mi maestro. ¿Cómo podía ser que supiera que yo era daltónico? Que justamente el verde era el color que nunca reconocía, que no tenía ni idea de cómo diferenciarlo del marrón. Qué sabía que el pasto era verde porque era pasto. Qué la madera no lo era porque toda madera es marrón. Qué la luz de abajo del semáforo es verde por estar debajo. ¿Quién era Lamas, un mediocre o un espía? ¿No sería que él era mi jefe?, otra vez lo pensé.

Él no dijo nada más, miró su reloj y en seguida se levantó como un resorte, se fue con silla y todo a su escritorio y pareció sumergirse en papeles y planillas que de golpe requerían su total atención.

La puerta principal del departamento de Presupuesto y Control de Costos se abrió a las once en punto y un señor alto, seguro y elegante, entró con paso firme. “Buenos días, ingeniero”, dijo la secretaria rubia, joven y abundosa al hombre, que la saludó con un murmullo que no alcancé a comprender y de inmediato entró en el único lugar cerrado dentro del piso, que para mí era evidente que se trataba de la oficina del jefe. Sin embargo, algo andaba mal, porque si hay un color que siempre o casi siempre reconocí sin problemas es el azul, como ser el azul del cielo, o el azul de las medias –no las uso de otro color, por las dudas.

El tema es que el ingeniero seguro y elegante vestía un blazer, y es un dogma de fe para mí que los blazers son azules. ¿Quién era Lamas, un mediocre, un espía, un mentiroso, o todas esas cosas juntas? Lo volví a mirar, tratando de entender sin suerte de qué color era la camisa que llevaba puesta, que no era ni blanca ni celeste, y no me cerraba que fuera verde. Lamas el arquitecto movía las planillas con energía, las escrutaba una por una, cada tanto anotaba cosas en ellas, parecía que el mundo exterior ya no existía para él, tan concentrado estaba y urgido por la tarea. No, no era el jefe.

“El ingeniero lo va a recibir ahora”, me dijo la rubia abundosa que apareció frente a mi escritorio, con sonrisa mecánica y universal, no la misma con la que había recibido al jefe. Le seguí los pasos y segundos después entré en la oficina del ingeniero Isidro Liotta. La conversación comenzó, formal y de manual, sonrisas de bienvenida, palabras de aliento, explicación telegráfica de mis responsabilidades, felicitaciones por haber sido elegido entre muchos para trabajar en la mejor empresa, preguntas rutinarias del jefe sin prestar atención a las respuestas. Mientras tanto, yo no podía evitarlo, seguía torturado, más acomplejado que nunca, mis ojos se desviaban una y otra vez al blazer que el jefe había colocado en una percha que colgaba sobre la pared a mi izquierda. ¿Existían los blazers de color verde? Tenía sí aprendido que algo verde que puede llamarse blazer se da como prenda triunfal al ganador del torneo de golf más importante del planeta, el Augusta o como se llame. Pero esa era la única excepción en mis códigos, el blazer para trabajar era azul, no podía ser de otro color.

Entonces pasé por el momento de mayor angustia de la mañana, porque el jefe de pronto cortó el ceremonial, no hizo más preguntas ni comentarios, y me miró fijo por un largo instante, luego miró por largo instante el blazer motivo de mi tortura, luego otra vez a mí. “¿Cómo pude haber sido tan imbécil de no haberlo mirado todo el tiempo?”, pensé desahuciado, “se dio cuenta de que el maldito blazer merecía para mí más atención que él”. Buscaba algunas palabras para salir del embrollo, pero era inútil, no las encontraba.

Con sorpresa y alivio vi florecer una sonrisa en la cara del jefe, que fue creciendo más y más mientras iba brotando una sonrisa en la mía, más forzada que honesta, porque no sabía qué pasaba. La sonrisa que en él crecía llegó a la risa y la frase que siguió, que llenó el piso, estentórea, venía mezclada con carcajadas aún más estruendosas.

–Lamas, Lamas, otra vez lo hiciste. ¡El ingeniero se viste de verde! –y el último parlamento era repetido y repetido, cada vez seguido por carcajadas, más y más sonoras.

Y la secretaria abundosa, Lamas el arquitecto y todos los demás que estaban en el piso, acompañaban las carcajadas como en un coro. Y al final pude lograrlo, también fui parte del coro.




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24/11/2015
Odile, por Luis Pees Labory



Hace diez años, cuando llegué al Bolsón, sentí que estaba inmerso en una pintura de una prolija ciudad ubicada en un valle rodeado de cerros y vegetación.



Luego de la huida del que fuera mi hogar durante casi treinta y siete años, había decidido ir a la montaña, para cambiar mis habituales vacaciones familiares en el mar. 



Me sentía muy libre, pero muy solo. Iba con la idea de un sitio más agreste, con calles de tierra, y lleno de añosas arboledas. Con más artesanos y hippies paseando por el pueblo. A través de Internet, sabía qué lugares visitar en dicha zona, qué excursiones hacer, dónde dormir o donde comer, y uno de esos lugares me habían generado una particular curiosidad.



Poco a poco, fui entrando en clima. La cercanía de los grupos de mochileros que surcaban la ciudad le iba poniendo color a mi experiencia. Eran muy jóvenes y se veían felices por la aventura que estaban viviendo.



Compartir con un grupo de ellos un remise que nos llevó al Lago Puelo, porque habíamos perdido el colectivo que pasa cada hora, fue lo que me hizo sentir como un aventurero más.



En el lago, me gustó la idea de hacer un viaje en un antiguo barquichuelo para navegarlo, y poder llegar hasta el límite con Chile. Compartí el viaje con una pareja de docentes de Bahía Blanca, y con una pareja de españoles, muy particular, él un serio estudioso de la política de su país y ella, una fervorosa amante del tango, que estaba esperando regresar a Buenos Aires por unos días, para ir a bailar a una auténtica milonga.



Durante el regreso, nos ubicamos todos en la popa, para disfrutar el paisaje, conversar, y luego vino el Capitán a convidarnos café y algunas masitas dulces. Ahí fue que comenté que no quería volver a Buenos Aires sin conocer a Odile.



Uno de mis compañero de viaje me preguntó: “¿y quién es esa tal Odile?".



La casona de Odile
Les dije que en Internet había aparecido un lugar para dormir y para tomar el té o cenar: “La casona de Odile”, lugar atendido por su dueña, una francesa, que había transformado un páramo en un lugar de ensueño; pintora, escritora, “chef” especializada en comida francesa, que acordaba el menú con sus huéspedes, que tenía su propio criadero de truchas y que cultivaba frutos finos para hacer sus dulces, y también lavanda para elaborar esencias. 



Les confesé que toda esa descripción había despertado mi imaginación y me llevaba a pensarla como una mujer con mucha historia de vida, alta, de físico exuberante, con rasgos aún muy bellos. Se me ocurrió describirla con la imagen de una Madame que podría haber regenteado el mejor restaurante, o el más fino burdel de París. Y terminé confesándoles que, en mi imaginario, la francesa, luego de compartir la sobremesa con los comensales, algunas noches, elegía a alguien para compartir la noche…



“¡Vale!”, casi gritó la "gallega", “¡qué imaginación la tuya!”.



Ahí fue cuando le pregunté al joven capitán de la nave, si conocía a Odile.



“Todos en Bolsón la conocemos", dijo.



"¿Y cuantos años tiene?", pregunté.



“Ah, no, éso mejor que lo averigüe usted”.



Cuando llegamos al muelle, la pareja de docentes, que tenía automóvil, nos ofreció llevarnos de vuelta al Bolsón. Al llegar, los españoles nos invitaron a compartir una pizza junto a la Feria artesanal, y seguimos conociéndonos.



Al despedirnos, el “gallego” me dijo: “Suerte con Odile, me gustaría saber cómo termina la historia”.



Esa tarde, le dije a la administradora del hotel, que quería ir a conocer la casona de Odile. Me miró de una forma, que yo interpreté como “usted no sabe donde se mete…”. Lo que acrecentó mi curiosidad. Me dijo que llegar era fácil, se llamaba a un taxi y todos conocían la hostería. Era un viaje de diez minutos. ¿Le pido un taxi? "No", le contesté, "no estoy seguro de ir".



Descansé un rato en mi cuarto. Cuando desperté eran las siete de la tarde. En Bolsón, en enero, la noche llega alrededor de las nueve de la noche. Me duché, y bajé a pedir un taxi. La administradora me preguntó: “¿Así que se decidió?”.



El taxi recorrió un trecho de la ruta de entrada al Bolsón y se metió en un atajo de ripio que conducía a una zona de chacras. Llegamos a la bonita entrada donde el cartel nos daba la bienvenida a la hostería. El paisaje del camino de entrada era bonito, y muy cuidado.



Parada, al frente de la casa había una mujer de mediana edad, de baja estatura, rostro algo ajado, vestida de una forma poco atractiva. Por su acento francés desconté que era Odile (me hizo acordar a Edith Piaf, “el gorrión de París”, por su voz, su triste mirada y por su diminuto físico). Nada que ver con lo que había imaginado, pensé.



Me recibió muy calidamente diciéndome: “Luis, por fin llegaste”. 



Sonamos, pensé.



Llamó a una de sus asistentes, una joven mujer, para que me mostrara el parque, el río, las truchas, las lavandas, en fin, todo. Mientras, ella seguía preparando la cena.



Cuando terminamos la recorrida, entramos al “house” de la hostería, realmente acogedor, muy bien decorado, con planos de París, sillones, alfombras, pinturas, libros, en una armonía de colores sorprendente. Luego pasé a la amplia cocina, donde los colores de las frutas y de los vegetales daban otra sinfonía de buen gusto.



¡Cómo debe cocinar esta mujer!, pensé.



Fueron llegando los comensales, una pareja de alemanes que se albergaban en los altos del house, a quien ubicó solitos en un costado. Un grupo de personas que solo venían a cenar, en otra mesa. Y a mí me ubicó en una mesa grande, con otras personas que se hospedaban en las cabañas de la hostería.



Odile presentó el menú de esa noche, y su asistenta nos sirvió la exquisita comida.



Luego, durante los postres y la posterior sobremesa, Odile se dedicó a atender los halagadores comentarios de los comensales.



El grupo que no se hospedaba en la hostería se retiró. También lo hizo la pareja de alemanes. Comenzaron a retirarse, poco a poco, los que compartían mi mesa.



Cuando sentí que quedaba solo. Me levanté y le pedí a Odile que, por favor, me llamara un taxi.



“Luis, no quieres tomar un té de las hierbas que yo cultivo?”, me preguntó.



No pude decirle que no...



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23/11/2015
Espacio vital, por Ricardo Forno



El otro día vino a casa mi vecino y me dijo:



—Ayer su hijo estuvo por acá y corrió la medianera de mampostería treinta centímetros para mi lado.



—¿Cuál hijo? ¿El que estudia Filosofía y Letras? Sí, le han enseñado mucho del tema. ¿Treinta centímetros? ¿A ver? Y sí, puede ser. Discúlpeme, voy al fondo y traigo una cinta métrica profesional.



Medimos el desplazamiento y eran veintinueve centímetros y medio.



—Me quedó el pasillo muy estrecho. ¿Qué se puede hacer?



Golpeé la medianera con los nudillos y dije:



—Está muy firme. Mejor no volver atrás las cosas. ¿No le convendría, en cambio, ampliar el comedor? Su hijo, que está estudiando Medicina, lo puede hacer muy fácil.



—Sí, creo que lo voy a llamar.



Al día siguiente, la medianera del lado opuesto había sido desplazada veintinueve centímetros y medio, con lo que mi vecino había recuperado su espacio. Pero, como era de esperar, el próximo vecino se lamentó de la disminución del suyo. Tras algún conciliábulo, llamó a una hija que estudiaba Abogacía para realizar la compensación del otro lado.



Así, día tras día, fueron moviéndose las medianeras. Mientras tanto, yo disfrutaba del espacio adicional en la sala de estar y en un baño.



Pero un mes y medio después, las reformas habían circunvalado la manzana, y el hijo de mi vecino del otro lado, que estudiaba Diplomacia, movió la correspondiente medianera por la noche, de modo que me desperté con espacio reducido en la cocina y el comedor. Sic transit gloria mundi.




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22/11/2015
Cuentos del Abuelo Pepe, por José Javier de la Cuesta Avila
El abuelo Pepe según sus nietos,
por María Rita, la nieta mayor
(clic en imagen para leer)



MI AMIGO RUPERTO



Ruperto es mi amigo. Ruperto no existe, sólo está en mi imaginación y quiero que también esté en la imaginación de los chicos. Los chicos, cuando van a dormir, saben que, junto a ellos, está “su ángel de la guarda” que, mágicamente, puede llamarse, quizás, Ruperto.



Ruperto, ahora nuestro amigo, es valiente, chiquitito, soñador permanente y travieso imposible de dominar... En fin... es un chico cualquiera que, en la lógica infantil, se hace un héroe, se convierte en un campeón, es capaz de vencer montañas, nadar en mares embravecidos o ser estrella en un cielo azul.

Pepe y sus ocho nietos (tres
son Ingenieros de Sistemas)

Cuando llega la noche, los chicos se van a dormir. Es el momento en el que la luz desaparece. Es la despedida, hasta el día siguiente. Es el tiempo en el que las sombras son personajes y la mente se llena de recuerdos y aventuras. Por eso, junto con la “bendición”, el chico espera el “cuento”. Sera un algo que se lee o imagina Es la forma para que, quizás, sin saberlo, se deje una ventana abierta. En ella penetra Ruperto y, por más que no existe, de pronto, se materializa en un relato. Es algo que todo abuelo escribe para que sus hijos, padres de sus nietos, Ies lean, antes de que se apaguen las luces. Llega junto al beso que no dice adiós, sino que es espera al mañana.



Ruperto nació en las noches en que, como abuelo, arropaba a mis nietos. Era el compartir con sus padres, ese casi “sagrado” momento. Una tarde, en la soledad de los viejos, pensé en escribirlos, como un “regalo” a todos los papás, a los que sus hijos, les piden un cuento....



RUPERTO Y EL ELEFANTE



En un país muy lejano había un chiquito quería ir a África a buscar, nada menos, que un elefante. No uno de juguete, quería uno de verdad, con una trompa larga, con colmillos blancos y una cola cortita.



Ruperto -pues así se llamaba el chiquito- había visto un elefante en la televisión y otro en el circo, cuando lo habían llevado a una fiesta, con otros compañeritos y amigos. A él le gustaba ver cómo el elefante se paraba en sus patas de atrás, cómo levantaba su trompa alto, cómo movía la cabeza al compás de la música y cómo se sentaba, como un señor, de verdad, en un barril.



Ruperto, quería tener el elefante desde chiquito, para enseñarle todo eso. Además, quería que el elefante contara, no mucho, por lo menos hasta tres. Bailara, no demasiado, pero, por lo menos, algo. En especial, quería que el elefante comiera manzanas, porque sabía que a los elefantes les gustaba comer manzanas.




El problema que tenía Ruperto era dónde iba a guardar al elefante. Primero, pensó en su cuarto, debajo de la cama, pero se dio cuenta de que no había lugar para aquel grandote. Luego, se le ocurrió que podía ponerlo en la cocina, pero se dio cuenta, de que no dejaría a la gente entrar con su tamaño. Al fin, pensó en ponerlo en el comedor, pero, cuando se lo explicó a su mamá, ella puso cara de malos amigos.



La verdad, no es fácil tener un elefante de verdad, pero Ruperto quería tenerlo. Cuando Ruperto quiere algo, es muy difícil pararlo. Entonces, decidió preguntarle a la señorita del colegio, dónde podría guardar el elefante. La maestra le dio la idea de llevarlo al jardín zoológico. Ruperto, quedó encantado con la idea y se fue al zoológico para ver dónde pondría al elefante. Su gran sorpresa, fue que ya alguien había ido antes que él y había dejado uno en el lugar para los elefantes, por lo que, Ruperto decidió que ése era su elefante y que alguien se lo había regalado.



Ruperto, no tenía ya más problemas, porque tenía su elefante, guardado en el zoológico. Podía verlo cuando quisiera, sin tener problemas de sacarlo de debajo de su cama o de la cocina de su casa.



Colorín... Colorado... Este cuento se ha acabado...



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18/11/2015
Tommy, por Hernán Huergo

El día que mi viejo me lo regaló yo estaba viendo televisión, Discovery Channel. Tenía diecisiete años y era lo único que hacía entonces, Discovery Channel a toda hora, excepto los tránsitos vacuos al colegio –repetía cuarto año– y a la psicóloga. Ni amigos, libros o deportes, sólo devorar sin pausa todos los contenidos de ese canal, sin importarme que ya hubiera visto lo que veía una o más veces y que supiera palabra por palabra e imagen por imagen cada escena. Mi “forma de escapar del mundo”, eso decía la psicóloga en cada sesión, mientras yo sólo pensaba en cuántos minutos faltaban para que sonara la chicharra.



–Yo cuando tenía tu edad, Tito, pasé la misma cosa que estás pasando –me dijo el viejo, como si carajo entendiera–, y un perro me cambió la vida.

Seguí mirando Discovery como si nada, sin desviar los ojos ni para el lado del viejo ni para el lado del perro, un Golden Retriever de tamaño importante, que decidió sentarse al lado mío y se puso a ver mi canal.

–Deberías sacarlo a pasear unas tres veces por día. ¡Ah!, otra cosa: todavía no tiene nombre, será el que decidas ponerle vos.

Tampoco estas frases tuvieron respuestas, ni en palabras ni en acciones. A los pocos días, podía escuchar clarito la voz de la vieja:

–Por supuesto que tenés que sacarlo vos, fue tu idea –le decía al viejo–. A mí siempre me pareció un disparate. La comida que se traga, los desastres en el jardín, el trabajo que nos trae. Encima, yo soy la pelotuda que debe bañarlo.

Pasaron semanas y empecé a sospechar que el perro, siempre a mi lado, comprendía los videos de Discovery. Levantaba las orejas en coincidencia con las escenas que a mí me interesaban. En la siguiente sesión con la psicóloga la mujer casi se desmaya de la sorpresa cuando hablé. No sólo porque era la primera vez que decía alguna cosa por cuenta propia, sino por el tema: el perro que comprendía Discovery Channel.

–Con seguridad el can no entiende nada de las imágenes que le llegan del televisor –sentenció–. Lo que cabe interpretar en este caso es que el instinto animal que lo habita está sintonizado con vos, Tito. Sabe de inmediato las cosas que te gustan, las que te hacen feliz, las que te disgustan.

Esa tarde, volviendo a casa, los ladridos del perro comenzaron, como siempre, cuando aún faltaba una cuadra para llegar a mi casa. Me parecieron más fuertes que otras veces. Cuando llegué fue el turno de mi vieja para casi desmayarse, al escucharme decir:

–Vamos, Tommy, es hora de pasear conmigo.

Mi perro se irguió de un salto, las patas delanteras rodearon mi cuello, y me fue imposible evitar que los lengüetazos me barrieran la cara.

Así, de pronto, el perro tuvo nombre, Discovery Channel dejó de ser mi único mundo, papá dejó de sacar la “bestia” a pasear y la vida dejó de parecerme tan negra.

Dorita es mi amiga de toda la vida, tiene un año menos que yo. Desde bien chicos jugábamos por igual con los soldaditos y las muñecas. Cuando empezaron mis sábados de fútbol, cumplidos mis catorce, se ofendió a muerte y dejamos de vernos. Ya las últimas veces que nos veíamos empezábamos a animarnos a jugar al médico. Bueno, para ser sincero, la más decidida para el juego era ella, debo reconocer que yo era un poco cobarde entonces, por no decir un cagón. Cuando dos años después, a mis dieciséis, abandoné a mis compañeros de fútbol, todos pensaron que tenía una buena razón:

–Con un minón como Dorita esperándote te comprendemos, Tito –dijeron.

Cuando se enteraron de que mi amor no era otro que Discovery Channel, quedé catalogado como el máximo boludo de la tierra.

A los pocos días de haberlo bautizado a Tommy, eran las seis de la tarde de un viernes y yo lo estaba paseando, cuando apareció Dorita frente a mí, poniendo su mejor cara de sorprendida.

– ¡No lo puedo creer, Tito! ¿Sos vos? ¡No me digas que te peleaste con Discovery! ¿O te aburriste porque ya lo sabés todo de memoria?

Mi reacción fue por dentro. Poco menos que me derretí al verla, los ojos negros y pícaros, la boca carnosa y ligeramente encendida, los rulos castaños bien rebeldes, las curvas que luchaban con la remera y el pantalón. A Tommy no pude atajarlo a tiempo. Casi la derriba a Dorita con el abrazo, y los lengüetazos le desparramaron el brillo del rouge por toda la cara. La reacción de Dorita, cuando pudo librarse con mi ayuda del abrazo perruno, no fue de enojo, ni siquiera de molestia. Sonreía, con pañuelo en mano que pasaba por su cara para componer el zafarrancho.

–Podrías enseñarle a tu perro que no es de varones bien educados liberar sus instintos con las damas. Lo correcto es apenas insinuarlos.

Yo hacía dos años largos que no había hablado una palabra con Dorita.

–Perdonálo a Tommy. Es el instinto animal que lo habita –dije fácil.

–Por supuesto que lo perdono. Hay casos peores. Conozco gente con cero instinto de nada. Quizás entre ustedes dos hacen un buen promedio.

Provocativa como siempre, pero mucho más mujer. Se me hizo patente mi fama de ser el mayor boludo del planeta.

–Me gustaría que me acompañaras a casa. Quiero mostrarte algo.

Mi voz sonó solemne y determinada. Mantenía seria la mirada.

–Un programa nuevo de Discovery, ¿es eso?

No contesté nada y arrancamos con Tommy hacia mi casa, el perro tirando de la correa, como urgido en llegar lo antes posible. Dorita no las tenía todas consigo, pero la curiosidad –y quizás alguna cosa más– venció cualquier recelo y nos siguió. La sonrisa continuaba en su cara, aunque menos segura.

La vieja estaba sola. Mi viejo nunca aparecía antes de las ocho de la noche.

–Hola, mamá, comienza en dos minutos un programa fabuloso en Discovery Channel. No nos interrumpas aunque se caiga el mundo.

Mamá la miraba a ella, embelesada.

– ¡Dorita!, hace siglos que no te veía, estás divina. No sabés cuánto me alegro de volver a verte.

Entramos a mi cuarto, encendí el televisor, apareció Discovery Channel, subí algo el volumen y até a Tommy a la pata de la cómoda.
–Dorita, por favor, hacé memoria. ¿A quién le toca hoy hacer de médico?



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17/11/2015
La vida sexual de la mosca doméstica, por Ricardo Forno 


La idea de esta investigación surgió a consecuencia de haberme enterado de que, aparte de los seres humanos, hay otra especie que usa el sexo como diversión: el delfín (cf. John McClure and Deborah Roost, “Ambivalence of Dolphins towards Sex and Joy”, Scientific American, Sept. 1964). Me pregunté en ese momento: ¿no sucederá lo mismo a través de todo el Reino Animal, por lo menos en las especies sexuadas? Recordé entonces algunos hechos observados a través de mi vida: dos perros intentando realizar el acto sexual, pero la hembra sobre el macho. Y también, en un gallinero que poseía mi familia donde, por motivos económicos, habíamos suprimido el gallo: una gallina solía montar a otra. Esos actos se realizaban evidentemente por mera diversión.

Fue así como me propuse investigar el tema en algún animal considerado muy inferior para, en caso de verificarlo, extender a fortiori los resultados al resto de los animales sexuados.

Existía en principio un obstáculo aparentemente insalvable: dado que la diversión, tal como la entendemos, es subjetiva y por lo tanto inobservable, ¿cómo determinar si determinada actividad era el correlato de la diversión o no? En tales condiciones, sólo cabía recurrir al arma más potente disponible para el ser humano: la presunción. Si algo puede presumirse divertido, entonces lo es.

El animal elegido como paradigma fue, como ya se ha hecho público, la humilde mosca doméstica (Musca domestica).

Sabido es que el ser humano suele realizar la actividad sexual a oscuras y en privado, mientras que su actividad alimenticia la efectúa sin tapujos y muchas veces en forma comunitaria. En el Reino Animal suele darse el caso opuesto: ¿quién no ha visto en público a una pareja de perros teniendo sexo, y por lo contrario, el rechazo al que quiera compartir su pitanza? En este aspecto, la mosca se asemeja más al ser humano, lo cual nos da el primer indicio favorable a nuestra tesis. En efecto, desde su más tierna infancia, los gusanillos de la mosca se congregan sobre los excrementos (cf. C. Zippenhoff, “La importancia de la nariz en el Imperio Romano” trad. Enrique Laffont, Ed. Antorcha, 1965) que constituyen la base de su alimentación.

En cuanto a la actividad sexual propiamente dicha, ¿quién no ha visto dos moscas, presumiblemente macho y hembra, copulando? Esta elegante unión se realiza en público, a la vista y paciencia de cualquiera, y puede durar hasta una hora, tiempo desproporcionado en relación con el tamaño del insecto. Eso, obviamente, debe presumirse diversión.

También es conocida otra actividad sexual de la mosca aunque, como en los humanos, mucho menos frecuente que la unión en pareja. Me refiero a los racimos de moscas observables en circunstancias especiales (cf. G. Schmauss, “Sexualität von Fliege und Stechmücke”, Revue Française d’Aliénation, #45), que deben presumirse orgías. Nuestra presunción relativa a las parejas de que se trate de macho y hembra es en este caso de difícil constatación, así como asegurar que el macho cubra a la hembra y no a la inversa. Es innegable la diversión en estos casos de orgías moscunas, pues no se vislumbra el propósito simplemente reproductivo que podría guiarlas.

Es de notar que tanto el periodismo como los medios en general y la comunidad científica mantienen un significativo silencio sobre el tema de este ensayo. Basta con constatar que una serie televisiva tal como “Sex and the City” omite cuidadosamente cualquier referencia a este importantísimo tema. Incluso debe sospecharse que, en el supuesto e improbable caso de que en el argumento de un capítulo llegara a filtrarse alguna referencia, sería automáticamente censurada (cf. “Lo que se ve y lo que no se puede ver en los medios”, emisión del 14/10/2009, canal “Cultura y más Cultura”). Compárese esta actitud con la del escritor satírico Luciano de Samosata y su libro “Elogio de la mosca”, donde nada se oculta.



Con lo que antecede estimo haber presentado suficientes argumentos en favor de mi tesis. Lamento no haber podido completar el estudio como habría deseado, recogiendo mayores evidencias, pero he llegado a agotar los modestos fondos magnánimamente asignados a esta investigación por el Fondo Universitario Nacional De Identificación De Oportunidades (F.U.N.D.I.D.O.).



Don Ricardo Forno, mito creado por IBM en los inicios de los dorados 60s... adorado por los progamadores 1401, reaparece en mi vida con una investigación sobre la actividad sexual de la mosca. Qué puedo agregar sino un par de frases hurtadas de la Red: "EL AMOR ES COMO LA MOSCA TSE TSE, si te pica...SUEÑAS...". (autor anónimo). Y "CADA VEZ QUE TENGO QUE ESPANTAR UNA MOSCA CON LA MANO, ECHO DE MENOS EL RABO" Baldomero Fernández Moreno.


87 comentarios:

  1. Hernán, ha asomado tu faceta de vidente. En el mail, decís que inaugurás la sección "Clemente, un cacho de cultura" con un cuento mío y prometés para una próxima entrega uno de los tuyos. Tu premonición se cumple antes, pues el prometido cuento tuyo aparece antes...

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  2. Ricardo: Tu cuento, que inauguró Clemente, fue subido en el día de ayer. El cuento mío, siguiente al tuyo, fue subido hoy. Los aportes se añaden, ahora con fecha, de abajo hacia arriba.

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  3. ¡Ah! No sabía. Así que no sos tan vidente como parecía, ja ja.

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  4. Henán, me gustó la historia-cuento, aunque ese tipo de literatura debería llamarse cuento-interruptus...

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  5. Muy bueno ESPACIO VITAL de Ricardo Forno. Y muy tierno el de RUPERTO y el ELEFANTE del Abuelo PEPE. Con lo que vamos desmintiendo que los CYBERSAURIOS se hayan converdido en hombres-máquinas...

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  6. Gracias. Este cuento, aunque parezca increíble, está inspirado en un hecho real. Tenía un vecino, Mario Ponce, compositor de música folklórica muy poco conocido, que se mantenía gracias a los aportes de SADAIC y dando clases de música. Cuando me mudé allí, ya Ponce estaba medio rayado; fue desmejorando con el tiempo. Y un día, en efecto, en la puerta de su casa me explicó lo que cuento: mi hijo, durante la noche, ayudándose con unas herramientas, había corrido la medianera... Pobre Ponce, falleció hace unos cuantos años.

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  7. Hernán, muy bueno el relato de tu primer día de laburo. El próximo encuentro iré totalmente vestido de azul... y silbando Rapsodia en blue.

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  8. Muy bueno el Correo Sentimental de Ricardo. Y tiene mucho valor su confesión, dado que conocí - en uno de mis tantos viajes por el Mundo - a una tal Alina, quien enamorada de un argentino que la desechó, terminó casándose con Irina.

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  9. ¿Aahh? ¿Qué confesión? ¿Así que Alina terminó casándose con Irina, o Irina con Rogelio? Vamos, hombre, hay que aclarar las cosas...

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  10. A toda vela (poema), me gustó mucho. Alguna vez participé de un taller de poesía, y me sorprendí de la creatividad de mis compañeras (mayoría femenina) y, inmodestia aparte, de la mía para crear poemas a partir de palabras tiradas al azar.

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  11. Muy buenos los cuentos y las poesías que he leído detenidamente.
    Realmente buenos en serio.
    La diferentes facetas de la vida de cada uno, son notables.
    Yo, en mi juventud, me debatí entre el teatro, la música y la técnica. La familia de mi padre, actores, escritores y gente de teatro. De mi madre, músicos. Yo, para no ser menos, incursionó en el canto y en alguna aventura artística más para, finalmente recalar en el área técnica. Pero en mi escritorio de casa tengo siempre a mano la guitarra, el teclado y últimamente una buena cantidad de pistas para cantar cuando siento que me hace falta.
    Es algo bueno, como escribir, pintar o hacer cualquier actividad artística que nos deja salir algo diferente de nuestro interior.
    Un abrazo a todos, con mucho afecto

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  12. ¡Qué sorpresa! ¡Nada menos que un soneto, por Pepe López de Lagar!

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  13. Estimado Hernan, acabo de leer tu bellísima proza en : "Una primavera sin rozas rojas". Me encantó.Muy muy buena. Esta destaca tus dotes y moviliza el espíritu de quien la lee.
    Un abrazo

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  14. Fe de errata: Rosas flores no el rozar que el amor produjo en ella.

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  15. Muchas gracias por tu aliento, Carlos!! Muy importante para mí.
    Un abrazo.

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  16. Quise responderle a Carlos Florentino por su Fe de Erratas. Pero mi comentario salió al final, en vez del lugar deseado (después del comentario de Carlos). ¿Error del blog?
    Y ya que estamos, aprovecho para destacar el simbolismo en el cuento de Hernán: el color rojo es un protagonista importante.

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  17. mirá vos como me vengo a enterar de la verdadera causa de la muerte de Cristina... Mi primera novia cuando yo era todavía un adolescente... mi maestra en el difícil arte del amor... la musa inspiradora de mis primeros versos de amor... Bueno, ya pasó, no importa... La vida te da sorpresas, dice la canción.

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  18. Luiggi, ¿es broma o en serio que tu primera novia se llama (o llamaba, por favor aclará) Cristina?
    La Cristina de mi cuento es real. Por si le interesa a alguien, explicaré el origen de algunas partes del cuento. En primer lugar, una idea tomada de Joseph Conrad, en "Freya la de las siete islas". El párrafo en cuestión dice: "Vaciló —cubierta toda por un velo— fantasmal y tímida. Avancé hacia ella, y a nadie le importan las emociones que me embargaban en aquellos momentos." Conrad se dirige intempestivamente al lector, cuestionándole su interés. Tomé la idea y escribí: "Poco importa cómo y no diré la verdad, y las razones para no decirla tampoco le interesan a nadie."
    Algunos de los sucesos y la forma de ser de mi Cristina son reales. La conversación sobre cine la escuché en un colectivo; yo iba sentado detrás de una pareja, y me pareció imperdible. El resto es pura imaginación, como se darán cuenta.
    Aprovecho para aconsejar las novelas de Joseph Conrad. De una de ellas, "El corazón de las tinieblas", surgió la famosa película "Apocalipsis Now".

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  19. En mis recuerdos de niño, figura una Cristina real con la que llegué a cruzar unas pocas palabras (las primeras que cruzaba con una niña que me gustaba) en un festejo barrial por un 25 de mayo, que se celebraba allá por los 50's en mi barrio - Villa Crespo -. Por éso mi recuerdo a esa inolvidable Cristina, que vino a mi memoria gracias a tu relato. Sorry.

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  20. ¿Sorry? ¿Por qué? Acá estamos intercambiando vivencias. Como dice Hernán, todo comentario es bienvenido.
    Me queda una duda: Cristinas hay muchas, pero puede darse la increíble casualidad de que la tuya y la mía sean la misma persona. El dato que te voy a dar es que era uruguaya (cuando ni por asomo pensé que unos 40 años después me mudaría a Uruguay. Sus iniciales eran M.C.U.R. Espero que no coincidan, porque eso me obligaría a escribir otro cuento...

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  21. Son muy buenos tus relatos. Nunca llegué a conocer nada más que su nombre de pila, así que la pelota queda girando sobre la red ... como en Match Point.
    Algo similar me ocurrió en la vida real, con un amigo y una ex-novia. A veces la realidad supera la fantasía.

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  22. Gracias, Luiggi.
    Lo malo de esta sección es que casi sólo Hernán y yo publicamos cuentos... Va a parecer una antología de ambos, ja ja.
    Estoy seguro de que algún otro de los nuestros tiene por ahí escondido un diario íntimo, o relatos interesantes que no se ha animado a publicar por timidez. ¡Anímense, muchachos (y muchachas)!
    Le creo a Hernán cuando dice que el magnífico "cuento" que publica hoy ha sido tomado de algunas realidades argentinas. Por suerte para mí, en los pocos geriátricos que visité (en ellos estuvieron dos tíos y la madre de mi esposa) no ocurría eso. Pero justamente mi señora, abogada jubilada, hace poco tuvo un par de casos similares, aunque no se llegaba a esos extremos.
    Muy bueno que haya reaparecido Hermán para inyectar un poco más de vida al blog. Ya estaba pensando yo si no lo habrían internado y aplicado la "cautiva"...

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  23. Cuando llueve somos menos felices, por Hernán Huergo
    Hoy leí este cuento. Te felicito Hernán. Realmente creo que la imagen de lo patético se torna trágico en un relato cuyo final, de excelente remate, no oculta lo sombrío de tanta tristeza que seguramente existe y nos duele, aunque lo ocultemos.
    Un abrazo, Pepe

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  24. Muy bueno to microcuento, Hernán. Supongo que debe de haber ocurrido alguna vez.
    Un abrazo.

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  25. Se me ocurre algo: una especie de concurso para lograr el microrrelato más corto. Ya sabemos que el microrrelato más corto publicado tiene siete palabras:
    "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí."
    Sería cuestión de escribir uno con 6, 5, 4, 3, 2 o incluso 1 palabra... Tengo uno con 0 palabras, que reza así:
    "...".
    Je, je...

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  26. ¡Muy bueno tu relato, Carlos! ¡Al fin se dio y otro más publicó algo! No sean tímidos... Los esperamos.

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  27. luiggi pees labory25 de enero de 2016, 13:07

    Muy bueno tu cuento corto, Carlos T. "Lo bueno, si breve, dos veces bueno" (Gracian)... Máxima que adopte en mi larga vida...

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  28. ¡Muy bien, Carlos! Me deja anonadado tu habilidad para la rima. No me siento capaz de escribir un poema con rima. Aunque en este momento tengo presentados a un concurso cuatro poemas de cuatro líneas cada uno; como la poesía me es esquiva, lo que hice fue redactar textos incomprensibles y de por lo menos dudosa interpretación, separándolos en cuatro líneas; creo que no son ni mejores ni peores que la típica poesía actual. Disculpen que no los comparta acá, pero están en concurso...
    ¿Cómo fue que se me ocurrió presentarme a ese concurso? Extracto acá parte de las bases del mismo:

    6. Los micropoemas tendrán una extensión mínima de 2 versos y máxima de 8 versos
    9. Se valorará en la evaluación de los micropoemas la creatividad, la originalidad, el dominio en el uso de las técnicas y procedimientos empleados, la calidad literaria y el contenido del poema, ajustado al objeto de esta convocatoria.
    ¿Alguien me puede explicar cómo en un tema libre de 2 a 8 versos sería posible evaluar todo eso? Cosas veredes, Sancho...

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  29. ¡Ah! Faltaba algo importante. El sitio paga 300 euros al ganador... Por eso me presenté.

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  30. luiggi pees labory26 de enero de 2016, 13:35

    Genial payada la de Carlos Tomassino. K personaje !!!. Kiero másssssssssss.. PARA EL PRÓXIMO ALMUERZO DEDICAR UNOS MINUTOS PARA ESCUCHAR A LOS VERSEADORES.

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  31. Me gustó mucho UN VIAJE ACCIDENTADO. Pero me atrevo a decirle al autor, don Ricardo F., que debería revisar la medicación que está tomando pues este tipo de cuasi delirios son signos preocupantes... propio de genios juveniles cuando se acercan a la senectud. Don Ricardo espero verlo en la próxima reunión de DINOS Y DINAS.

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  32. Gracias por tu comentario, Luiggi. Lamentablemente, como le escribí a Hernán, no podré concurrir a la próxima reunión, pues me encontraré el 11 de marzo, junto con mi esposa, mi hermana, y amigos, en el medio del Océano Atlántico, en un crucero que contraté de Buenos Aires a Savona (Italia), con diversas escalas.

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  33. "Ej tigre y el cervatillo", de Luiggi.
    Para mí, es una fábula, y bien extraña, por cierto, susceptible de múltiples interpretaciones.
    Se me ocurre alguna, referida a la política, pero como la política y la religión están vedadas acá, me abstengo de exponerla.

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  34. PROCESS... PROCESS... apretar PULL... escrito/a en el '87, tenía que ver con una situación romántica vivida, con un cervatillo... Eso sí, intentando imitar el estilo del gran Augusto Monterroso.

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  35. luiggi pees labory7 de abril de 2016, 9:26

    TORNILLOS... me hiciste acordar que en mi escuela primaria, cuando faltaba un maestro distribuían a los alumnos en otras aulas. Estaba yo en otra aula y la maestra me había prestado unas revistas. Como era un lector fanático, leí todo lo que pude, pero sonó la campana de salida justo cuando leía algo muy interesante. Tenía que terminar de leerlo, y traté de escabullir la revista dentro de mi cartera. La maestra se dió cuenta y me retó. Me sirvió de lección. Ahora cuando me encuentro en una situación similar, en salas de espera o en la confitería del barrio, soy más cuidadoso...

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  36. "Tornillos" se lo envié a Hernán en reemplazo de otro que él censuró por considerarlo erótico, con lo que estoy en desacuerdo, pues no es más erótico que algunos del propio Hernán. Se titula "Lugares comunes" y, sobre una historia mínima, acumula precisamente eso, Lugares Comunes en cantidad repugnante. Lo veo más como ejercicio de estilo que como cuento. Así que solicito que juntemos firmas para que Hernán cambie de criterio y lo publique, ¡caramba!

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  37. Sí, Ricardo, es cierto que a veces no publico algo que me mandan. Puede ser por distintas razones. Alguna cosa que me choca. No sólo el erotismo en este caso. Quizás ayudó al rechazo eso de "Lugares Comunes en cantidad repugnante". Sugerencia: subilo a la nube, pasame el link y le mando el link a Dinas y Dinos.

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  38. luiggi pees labory14 de abril de 2016, 17:59

    por favor, Ricardo, hacele caso a Hernán. Todo lo prohibido me interesa, y más habiendo leído cosas tuyas. Si no enviamelo a mi mail.

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  39. OK, LUIGGI. decime a cuál servidor te (les) vendría bien. No suelo usar ninguno.

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  40. Muy bueno tu cuento, "París---".
    Si no me equivoco, creo haberlo leído antes. Probablemente me lo mostraste hace un tiempo.

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  41. luiggi pees labory6 de mayo de 2016, 20:47

    El cuento EL ESCRIBANO, me resultó muy interesante y escrito en la forma que me gusta, con diálogos fluídos. Mañana volveré a releerlo porque a esta altura de la noche mi (s) neurona(s) estan seriamente dañadas.

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  42. ¡Tanto tiempo, Ballarino! No sabía que te gustara escribir cuentos. "El Escribano" es excelente, sobre todo por esa duda que queda flotando al final.
    Me alegro mucho de haberte vuelto a encontrar a través del blog. A ver si nos seguís deleitando con más cuentos.
    Un gran abrazo.

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  43. Para Luiggi en particular y para todos:
    a pedido, y bastante tarde, subo el link para mi cuento "Lugares comunes".
    Avísenme por cualquier inconveniente que tengan.
    https://www.dropbox.com/s/2hqpmidvfivtrzm/Lugares%20comunes.doc?dl=0
    Saludos.

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  44. Excelente tu cuento, Alfredo. Seguro que tenés otros. Vale la pena que los compartas.
    Un abrazo.
    Hernán

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  45. Muy bueno tu segundo cuento, Ballarino. Sin embargo, se me escapa algo en la situación. ¿O es adrede esa ambigüedad entre los narradores?
    Un abrazo.

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  46. Muy interesante "Encuentro en Buenos Aires", por Eduardo Vila Echagüe. Un estilo límpido, cuidado, terso, sin sorpresas, donde se dice lo necesario para la comprensión y no se dispersa en palabras y frases accesorias. ¡Felicitaciones!
    ¿Así que va para libro? Aguardemos los próximos capítulos.

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  47. luiggi pees labory19 de junio de 2016, 12:30

    EL MUNDO... me gustó mucho el estilo (cinematográfico o teatral). El final me decepcionó.

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  48. luiggi pees labory22 de junio de 2016, 10:33

    BRUJAS... excelente por no decir ME GUSTÓ MUCHISIMO... Como dice el refrán: "No existen, pero que las hay, las hay".

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  49. ¿Qué esperabas, Luiggi? ¿Que llegara la policía? Hum... La realidad puede ser decepcionante.

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  50. Estimado Eduardo Vila Echagüe:
    Confieso estar totalmente en contra del llamado "principio antrópico".
    Dejando de lado consideraciones complejas, como la probabilidad de vida en un planeta, restrinjámonos a tus consideraciones al principio del tema. O sea: la improbabilidad de que uno entre miles de espermatozoides se uniera a un óvulo para generar un Eduardo Vila Echagüe:
    Es obvio que, antes de que se produjera el evento, la probabilidad era muy pequeña. En cambio, una vez ocurridos los hechos, la probabilidad es 1.
    Y así como hay un Eduardo y un Ricardo, hay muchos millones reales y muchísimos más millones virtuales. Sumando todas estas probabilidades, obtenemos 1 ANTES de los hechos. Después de los hechos, la mayoría de la probabilidades se reduce a 0, excepto las que dieron origen a nuevos seres humanos.
    Es lo mismo que pasa con la lotería. Para simplificar, sean 100.000 los números distintos a los que se puede apostar. Yo compro un billete para el 46.305. ANTES del sorteo, mi probabilidad de ganar es 1/100000. DESPUÉS del sorteo, mi probabilidad será 1 o 0 según el resultado.
    Este "principio antrópico" es fundamentalmente idéntico al de las "causas finales". Considero que ninguno de ellos tiene un sustento serio.
    ¿Que por qué existe la gravedad y una constante gravitatoria, o la carga eléctrica y el spin del electrón, o el espacio tridimensional, etc. etc.?
    Admito no saberlo. La ciencia nos muestra los "cómo", no los "por qués". Y sinceramente creo que nunca se llegará a encontrarlos. Se irá avanzando en los "cómo", pero los "por qués" quedarán por siempre ocultos.
    He dicho :-)

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  51. Ampliando lo dicho: pienso que el "principio antrópico" es apenas un berrinche del hombre para volver a ser el centro del Universo.

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  52. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  53. Algo más. Por favor, corríjanme si me equivoco, pero creo que fue Santo Tomás de Aquino quien emitió: "Profecías ciertas son las que se cumplen, falsas las que no se cumplen".

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  54. luiggi pees labory24 de julio de 2016, 9:23

    Rodolfo Naveiro, estupenda tu obra. Tal vez deberíamos representarla apelando a las cualidades ocultas o no tanto de los DINOS/DINAS que nos atreviésemos...

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  55. CUANDO LOS HOLANDESES LLEGARON A VENECIA.
    Excelente pieza teatral de género breve de don Rodolfo Naveiro. Me encantó.
    Desopilante y divertida, es una pieza entretenida que pude disfrutar.
    Un abrazo, Rodolfo.

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  56. luiggi pees labory3 de agosto de 2016, 11:35

    Informe Preliminar: muy bueno Hernan !!! Faltaría saber si en tu estadía en dicho planeta tuviste algún acercamiento a alguno de los seres que ríen...

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  57. La verdad es que la lectura de tantos cuentos maravillosos que se han publicado en este sitio, se ha convertido para mi, en un lugar de visita obligatoria.
    Gracias a los autores por tantas cosas bien escritas, con mucho ingenio y maestría.
    No quiero juzgar, nunca lo hago, si no simplemente expresar mi gusto por leer estos escritos tan bien hechos.
    Gracias a todos.
    Pepe

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  58. Excelente "Informe Preliminar", de Hernán.

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  59. Muy buena investigación y, sobre todo, imaginación bien dirigida, en las "Memorias imaginarias de Dalí", de Hernán. Parece que te estás especializando en este tipo de cuentos que combinan lo real, lo inventado que parece real, y una buena dosis de imaginación.

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  60. Muy buena las Memorias imaginarias de Salvador Dalí: Mis desencuentros con Sigmund Freud que escribiera Hernán Huergo.
    Muy bien llevado y notable el convencimiento de Dalí, de que era un genio.
    Hace unos cuantos años hubo una muestra de las obras de Dalí en el Museo de Bellas Artes y, entre las cosas expuestas, había un video sobre su vida.
    Me impactó muchísimo una parte, casi tan desagradable como dolorosa, en que Dalí, ya viejo y enfermo, casi llorando, pregunta por qué se tiene que morir. "Los genios no deberíamos morir", dice ya agobiado.
    Me impactó muchísimo y ahora, al leer esta crónica imaginaria, me vuelve a aparecer aquella imagen impresionante. Muy bueno, Hernán.

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  61. Gracias Ricardo, Gracias Pepe, y Gracias Eduardo por tu comentario vía mail:

    Hernán:
    Encontré muy buenas tus memorias imaginarias de Dalí. Interesante de punta a punta, bien escrito y seguramente capta a la perfección lo que pensaba Dalí
    Eduardo Vila Echagüe

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  62. Excelente la tuyo ("Así son las mujeres"), Hernán. Imagino que debe de tener un alto componente de realidad. Hay muchos y extraños "modus vivendi".
    Me tentaste a enviarte uno o dos cuentos cortos, referidos a otros "modus", por desgracia de mucha actualidad.

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  63. Mí no entender último cuento Sr. Huergo. Por favor, preguntar clon.

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  64. Aprovecho este espàcio para recomendar un programa de TV interesante. Se puede ver los miércoles a eso de las 16, hora argentina (no recuerdo el horario exacto) en TNP (Televisión Nacional del Perú). Se llama Lucha - Libro, y para ahorrarme su descripción, les paso una URL:
    http://www.andina.com.pe/agencia/noticia-lucha-libro-3-palabras-5-minutos-solo-una-historia-ganara-el-ring-605861.aspx

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  65. Ballarino: muy bueno y muy preciso tu cuento "No puede ser". Felicitaciones.

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  66. luiggi pees labory30 de junio de 2017, 12:44

    ANTES DE LA ULTIMA HORA: Muy bien escrito, y muy interesante el tema. Parecería escrito por Tomás Martínez.

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  67. Muy bueno y entretenido POR QUÉ NO SOY PSICÓLOGO SOCIAL…, de Luis Pees Labory.
    Normalmente, no digo todos los días, pero dos veces por semana, suelo ingresar al Blog y disfrutar de cuentos, poemas gauchescos y reportajes de historia y vida.
    Es algo muy lindo que nos une y nos permite conocernos más. Muchas gracias.

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  68. Hernan: deberíamos pensar en la posibilidad de editar una selección de los aportes a CLEMENTE, tal vez en forma electrónica, para que la posteridad conozca el costado literario que practicaban los Dinosaurios Informáticos...

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  69. "El Misterio, por Juan López"
    No ubico a Juan López entre los Dinos. ¿Quién es?
    En cuanto al texto, por no sé qué rara asociación, trajo a mi memoria la película "Brazil", que probablemente todos hayan visto.

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    Respuestas
    1. Juan López era el System Programmer de los equipos de Ministerio de Marina e principios de los 70. Imagino que debe haber seguido con su carrera, pero en los últimos tiempos ha hecho un comentario sobre Gregory Chaitin en este blog.

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  70. Muy bueno tu cuento sobre el "marinovio". En efecto, la palabra existe, reconocida por la RAE para algunos países.
    Ésta es la Versión de Eduardo. ¿Habrá otras?
    Es interesante cómo has captado la manera femenina de pensar sobre estos temas (o mejor dicho, cómo el Eduardo virtual la ha captado), aunque el relato esté escrito en primera persona del singular, de sexo (me resisto a usar "género") masculino.
    Me hiciste acordar que también he escrito un par de relatos en primera persona asumiendo personalidad femenina. En unos días te los mando.
    Un abrazo.

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  71. Sí, Ricardo, hay una segunda versión. Gracias por tu comentario.
    Hernán

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  72. ¡Qué bueno descubrir una palabra nueva con un cuento tan entretenido! Pero me intriga saber cómo sería la versión femenina de 'marinovio'. No creo que sirva 'marinovia' porque el 'mar' inicial obviamente viene de 'marido'. ¿Les gusta 'mujinovia'? Suena bien horrible pero siempre sería mejor que 'concubina'.

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  73. Respondiendo a Luis:
    Yo dudaba de la aceptación académica de la palabrita, así que la busqué y encontré. La RAE dice:

    marinovio, via
    1. m. y f. coloq. Cuba. Persona con quien se mantiene una relación amorosa y sexual estable sin casarse. En Ven., u. solo el m.

    2. m. pl. El Salv. Novios que viven como marido y mujer.

    O sea que en Venezuela sólo se usa el masculino para la primera acepción, y en El Salvador, sólo como plural. En Cuba, la primera acepción admite los dos géneros (en este caso, es razonable igualar género con sexo).
    Bueno, a ver si los de la RAE se dejan de complicar las cosas. ¿Y en Argentina, cómo se usará? ¿Y en Uruguay?...

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  74. Curiosamente, la segunda versión de este relato, habla de la palabra marinovio y cómo la descubrió Marina. Sale mañana.

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  75. Excelente el cuento, el humor que flota desde el inicio y atraviesa la lectura, la sutil expresión de la difference (coincido con Ricardo lo cual me hace reticente a los ámbitos de "género", ya que no soy la ONU). Así como es fiel al reflejo del peso de costumbres que nadie parece haber establecido. Por algo será que todos lo entendemos :-)).
    Lo de marinovio fue nuevo. Eso es bueno para el lector. Destaco la agudeza de la oración sobre la maldad, del relator virtual Eduardo, a más de la liberación que supongo provoca en mujeres a las que les cuesta ejercerla.
    Imprescindible la reservada independencia de Vero ....junto a la enorme suerte de encontrar el ambiente preparado, para su noticia :-)). Felicitaciones, Hernán, y gracias por entrenar tu destreza con nosotros!!!

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  76. luiggi pees labory22 de junio de 2018, 9:37

    Don Ricardo F.: muy bueno su HOLA y ADIÓS. Interesante ejercicio ponerse en el rol de mujer solitaria inmersa en un mar de hombres.

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  77. Creo haberles dicho que hasta el 2014 intervenía en la parte literaria de un foro, donde se planteaban unos "concursitos" con consignas. En este caso, la consigna era escribir una parodia. Y en vez de elegir un escritor conocido, digamos Cortázar, parodié a otra integrante del foro (que vive en las Islas Canarias), imitando su estilo, con frases inusuales y algo complejas, e introduciendo cantidad de términos marinos como solía hacer ella.

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  78. Hernán: Muy interesante tu pieza teatral, y bien adaptada a las costumbres de antes, quizá muy anteriores a la fecha en que la escribiste. ¿Se representó en alguna oportunidad? Las relaciones y la psicología de Jaime están claras, pero las de Toribio me han dejado algo intrigado, tanto como el comportamiento de ambas mujeres. Será que no estoy adaptado a esos tejemanejes...

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  79. Con respecto a "Milagros y Demonios", de Vila Echagüe, los remito a mi cuento "Hechos Inquietantes", en esta misma secció. Que cada cual saque us prias conclusiones.

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  80. Yo quiero una canción... Estremecedor evocación de una guerra que algunos hemos vivido en su momento, y otros viven por el recuerdo de sus padres o camaradas, y por este cuento -que no es tan cuento- de Berdiales. Testimonio de una de las múltiples guerras intraespecíficas que asolan a la humanidad desde hace tantos siglos. Esperemos que eso termine para siempre; una esperanza casi utópica, pero esperanza al fin.

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  81. "El último vuelo del abuelo", de Luis Alberto Carelli.
    No logro ubicar a Carelli entre los Dinos. Me gustaría conocer en qué empresas trabajó, y cuál era su especialidad en Informática.
    En relación al cuento, es evidentemente del género fantástico, contado como relator externo pero no omnisciente, porque no entra en los pensamientos y sentimientos de los personajes, sino que se limita a relatar lo que ocurre. Tampoco revela qué es lo que sucede con el abuelo, y nos deja tan desconcertados a los lectores como a los (ficticios) espectadores.
    Al contraponer sucesos inexplicables con excelentes diálogos normales entre los personajes secundarios, genera un efecto humorístico muy particular, que le da un relieve especial al relato. Son también de destacar las incursiones en lo religioso y lo social.
    En resumen, un muy buen cuento fantástico de un tipo poco visto, que se presta a diversas interpretaciones, y soslaya cualquier posible moraleja.

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  82. Ricardo, tal como no logras conocerme a mí. yo no te identifico por tu Nickname. Comencé en IBM en 1963, como técnico UR, en 1968 pase a ser técnico de la IBM /360 y en 1970, cuando IBM decidió que el software básico era un menester del Depto Técnico, viaje a Endicott USA y estuve seis meses estudiando el DOS, otros compañeros como Horacio silvestroni. Amor Murad, Jorge Lasbats y Alñfonso Paz, fueron los que se dedicaron al OS. Desde allí actué cuatro años como técnico de software y luego me converti en el Gerente de la oficina de Programming de IBM. Desde allí a estos días pasaron muchas cosas en mi vida en la industria informática, incluida una experiencia fantástica al volver a las fuentes con el bug del año 2000. En Ibm trabaje de 1963 a 1994, de allí pase a SSA, de allí al Banco Río/Santander, de allí a una empresa española que se llamaba Centrisa y luego pasó a llamarse Azertia y por ultimo, estuve cinco años en la Unidad de Información Financiera, UIF. Ahora me dedico a escribir ficción y ya publiqué mi primer novela "Semana Grotesca" y buscó editor para mi segunda novela "Identidad Irrevocable".

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  83. "Ricardo" no es un nickname, sino mi (primer nombre) real. Soy Ricardo Manuel Forno (Corradi, segundo apellido que me adjuntaron en la Cédula uruguaya), y trabajé en IBM Argentina desde 1961 hasta 1978 como Ingeniero de Sistemas, avanzando desde "junior" hasta "senior", y también como Gerente del Centro de Pruebas. Desde el 2009 vivo en Uruguay.
    ¿Así que también escribís? En Buenos Aires, a través de Editorial Dunken, publiqué "20 cuentos eróticos y otros cuentos", "Mitos Actuales", y "Los crímenes pasionales del barrio de Caballito", todos hoy inencontrables, excepto los ejemplares que tengo en casa, y alguno en Mercado Libre.
    Ahora he re-publicado esos libros, con cuentos reagrupados y ligeramente retocados, más una novela, y otro libro de 100 cuentos de menos de 1000 palabras cada uno. Están en Amazon, que te lo recomiendo. No te cobran nada, te ayudan a armarlos y publicitarlos, y hasta es posible que te paguen algunos mangos si unas cuantas personas los compran, ya sea en formato e-book o en papel. Entrando ahí, podés leer las primeras páginas de cada libro.
    Saludos y suerte.

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  84. Hace solo unas semanas vi un comentario sobre el Dr. Azaka Solution Temple, alguien hablando sobre cómo la ha ayudado en su relación también lo contacté porque estaba enfrentando el mismo problema en mi relación, hoy puedo recomendar con valentía la solución del Dr. Azaka Templo para alguien que también enfrenta una ruptura en su relación para contactarlo hoy para obtener ayuda porque me ha ayudado a restablecer mi relación a la normalidad, aquí están sus datos de contacto: Azakaspelltemple4@gmail.com o whatsapp +1(315)316-1521, gracias señor Dios lo bendiga.

    ResponderEliminar
  85. (la lucha contra la pobreza) Buenos días Señor/Señora Le han rechazado en el banco porque su crédito no cumple

    sus normas?

    Sueñas con ser dueño de tu propia casa, pero te han negado una hipoteca debido a una tasa alta

    o crédito insuficiente?¿Su

    negocio está abajo?¿Necesita dinero para impulsar su negocio?

    pagos atrasados ??explicables, sobreendeudamiento, divorcio o

    pérdida de empleo u otros, puede tener un

    segunda oportunidad de credito entre particulares te enteraste de la gran campaña

    de prestamos ofrecida por don Remis Canales de Trans-

    ¿CIC-Banks?, te lo cuento porque ofrece préstamos de hasta $150,000 a

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