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22/03/2017: Conversando con Hugo Scolnik, Parte I

La entrevista fue por Skype y duró como una película, unas dos horas. Una buena película, aclaro. Con un montón de ingredientes para entretenerme a mí y supongo que a muchos.


Yo había preparado unas cuantas preguntas, las básicas y las que sirven para largar cuando se producen los silencios. ¿Silencios? No hubo silencios. La pregunta fue en la práctica una sola:

HH: ¿Cómo llegaste a dedicarte a los temas claves de tu vida?
HS: Bueno, brevemente…

(HH: Lo de "Brevemente" es un decir algo relativo, como los lectores ya apreciarán.)

Me interesé por la química cuando era chico. Fui a un colegio industrial espantoso,  me recibí de técnico químico en el 58, trabaje en algunas empresas Ducilo, Ferrum y en el predecesor del INTI. 

Mi destino era seguir Ingeniería Química. Yo trataba de entrar a la Facultad de Ingeniería pero mi nota máxima en Matemática en el Ingreso era un 1. No sabía nada de Matemática. En el colegio espantoso lo único que hacían era enseñar cosas de memoria y nunca razonar. Llegue a la conclusión de que tenía que empezar de cero, me conseguí libros a ver que era una hipótesis, que era una tesis, todo eso. Con enorme dificultad pude entrar en la facultad, raspando.

Pero ya en primer año, con Análisis I me empezó a ir mal de vuelta. La Facultad de Ingeniería era muy represiva, para mi gusto. Lo que más les interesaba era demostrar que los alumnos eran unos burros y nunca estaban interesados en enseñar en serio.

Alguien me dijo que en Exactas explicaban bien. Me fui al curso de Ingreso de Exactas con la idea de aprender un poco de Matemática para que me fuera mejor en Ingeniería.  Ahí encontré a (Héctor) Pirosky, hijo del médico del Malbrán (Ignacio Pirosky). El joven era un matemático, un tipo encantador. En vez de demostrarme que era un burro me enseñó, desde las cosas muy básicas. Me gustó tanto que decidí cambiar a Exactas.

Por supuesto, mi decisión significó una pelea pelea con la familia: "Nene, como vas a dejar de ser ingeniero, algo prometedor para el futuro". Terminé estudiando Física como una solución de compromiso. Igual, la Física me gustaba.

Ahí me enganché mucho con la Matemática. Como consideraba que me faltaba bastante por aprender logré ganar un concurso de ayudante; no hay método mejor  para aprender una materia.  Entonces, ayudante de Análisis I, de Álgebra, empecé a arrancar. Me empezó a ir muy bien en Física. Resolvía los problemas, todo. Hice tres años de la carrera. En ese momento, 1962, era el boom de la Física teórica, por un montón de razones. 
En formato de diploma van los personajes famosos
que marcaron rumbos en la vida de Hugo Scolnik

Hablando con un gran físico argentino, que era Roederer, que venía de Estados Unidos donde había trabajado muy brillantemente, me dijo: "Si a usted le interesa la Física Teórica la verdad que tiene que aprender bastante más Matemática que la que sabemos los físicos porque con esta carrera no alcanza". 

Decidí meterme en la carrera de Matemática para aprender  y volver a la Física.

HH: Es decir que ¿te metiste en Exactas para aprender Matemática y volver a Ingeniería. Y después te metiste en Matemática para volver a Física?

HS: Exactamente. 

Yo necesitaba trabajar, tenía que vivir de algo. A fines del 59 lo conocí a Sadosky. En el 60 me comentó su plan de traer una computadora. Cuando le dije que necesitaba trabajar me ofreció un cargo -se ríe-, Secretario de la Sociedad Argentina de Cálculo (1961). Era una especie de pinche. Yo editaba una revista que casi todo eran traducciones de revistas extranjeras. Andan por la web todavía ejemplares de esa revista.

HH: Con Sadosky ¿fue amor a primera vista que le pediste algo y te lo dio en seguida?
HS: Realmente tuvimos una empatía. 

Un día me dicen que va a venir una inglesa para enseñarnos a programar. No había máquina todavía. Fuimos compañeros de curso con Juan Carlos Angió, entre otros. Cicely Popplewell fue quien nos enseñó a programar. Fue la programadora del sistema operativo de la Ferrranti. Hicimos buenas migas, la llevamos a Miramar. Lástima que en ese momento no sabía que había trabajado con Alan Turing.

Yo era muy amigo de Jonás Paiuk y de Oscar Matiussi, los dos ingenieros de la máquina.
Me acuerdo que en esa época me empecé a dedicar a Inteligencia Artificial, a Machine Learning. Tenía programas que duraban toda la noche. Lo que hoy con la PC se resuelve en un minuto.

HH: Ya te habías recibido? 
HS: No. En 1962 comenzó a dictarse la carrera de Computador Científico. Yo seguí en Matemática y me recibí en 1964 como Licenciado en Matemática.

Me pasaba toda la noche en la facultad. Dormía en un sofá en la oficina de Sadosky. A veces en medio de la noche venía Paiuk, que dormía en un catre cerca de la computadora, y me avisaba, "se descompuso la Clementina". A arreglarla y empezar de vuelta. Esa era la vida de la computación en ese momento.

Cuando me recibí estaba interesado en Teoría de Autómatas. Sadosky me lo recomendó a Antonio Monteiro, un lógico matemático muy famoso, que dirigía el Instituto de Matemática en la Universidad Nacional del Sur. “Encantado de que venga”, me dijo. En 1965 gané un concurso para ser Investigador recontra Junior en la UNS. Me fui allá (Bahía Blanca). Cada 15 días me venía a Buenos Aires a correr los programas en la Clementina.

HH: ¿Como era tu vida personal?
HS: Yo tenía una novia en Buenos Aires, otra razón para venir. 

En Bahía Blanca vivía en condiciones muy miserables. Compartía pieza con un colectivero en una pensión, en una calle de barro. No tenía ni para cenar, comía galletitas. Todo por la ciencia -se ríe.

Apareció un concurso de Jefe de Trabajos Prácticos con dedicación exclusiva. Me presenté y lo gané, aunque a Monteiro le disgustó mucho, quería que siguiera como investigador sin obligaciones docentes. “Mire, con el sueldo de investigador no puedo vivir”. Me asignó como materia Análisis III.

-¿Por qué esta materia tan avanzada? ¡Soy un jovencito!
-Los alumnos están ya bastante fogueados como para aguantar un joven que se quiera mandar la parte - contestó Monteiro-. Los viejos como yo nos dedicamos a los chicos jóvenes, somos más pacientes. 


Me rompí el alma dando Análisis III.

A fines del 65 recibí una invitación de la Facultad de Ingeniería de la UBA para ser Jefe de Trabajos Prácticos y crear un Departamento de Matemática Aplicada con Eduardo Ortiz. Era un matemático que hizo mucho en la Facultad de Ingeniería de la UBA, tenía unos apuntes maravillosos, que los ingenieros usaban.

En esos años vino Ernesto García Camarero a enseñarnos más profundamente los temas de programación. Nos hicimos muy amigos, incluso publicamos juntos un paper sobre inteligencia artificial. Cada tantos días le escribo. Gané el concurso y me vine a Buenos Aires… porque además estaba mi novia. Cometimos el error de casarnos en marzo de 1966.

HH: ¿Seguís con ella?
HS: No, no, duró un año ese matrimonio...

... porque la cosa empezó a complicarse, porque vino la noche de los bastones largos. Junio del 66. Yo renuncio como todo el mundo, heroicamente, y después me encontré con un problema. Que ya no tenía nada para vivir el mes siguiente, no tenía sueldo, no tenía nada.

Entonces apareció un programa de ayuda de la Fundación Bariloche para que los científicos no se fueran del país. Tenía fondos de la fundación Ford. Me contactaron. Yo acababa de ganar un concurso para hacer un Doctorado en la Universidad de Wisconsin. Mi mujer, hija única, no quería irse. En septiembre de 1966 acepté la oferta de la Fundación, enseñar Matemática Aplicada en el Balseiro.
Nos fuimos y vivíamos en el Centro Atómico Bariloche. La vida empezó a cambiar, lo que había en la Fundación Bariloche era un grupo de sociólogos, y la Camerata Bariloche. No había más.

Los sociólogos querían hacer modelos. Empecé a ayudarlos. 

Vino un profesor de Suiza, Peter Heintz, sociólogo y economista. Necesitaba un modelo para su teoría de las tensiones estructurales. Quería explicar los movimientos relativos de los países en el sistema internacional. En Suiza no había encontrado quién le hiciera un modelo que funcionase. 

Le hice un modelo que funcionó, año 1967. En el Centro Atómico también me enganchaban los físicos para hacer modelos.

A fines de 1968 me llega un comunicado del gobierno suizo diciéndome que me habían otorgado un subsidio. Lo había pedido Peter Heintz, sin mi permiso, sin mi conocimiento. El subsidio era para mí, de investigación. Mi matrimonio andaba para el demonio. De común acuerdo acepté ir a Suiza.

 Junté mis pocos pesos para ir y llegué a Zurich con us$200. Peter me instaló en el departamento con su madrastra, con quien hablábamos distintos idiomas pero nos entendíamos. Una semana después no tenía un mango y pregunté cómo se cobraba.

-¿Usted no entiende cómo es el sistema? –preguntó la secretaria. 
-No entiendo absolutamente nada. 
-Mire vaya a tal lugar… - y me dio una dirección en la ciudad vieja de Zurich.

Cuando llegué había un señor mayor.
-Lo estaba esperando, está su subsidio – dijo, y abrió una caja fuerte, llena de guita-. Este es su subsidio.

Me quedé pálido. No me imaginaba que fuera toda esa plata.

-Soy un extranjero, llegué hace pocos días, ¿usted me puede explicar por qué me va a dar todo ese dinero?
-Eso es una decisión del gobierno suizo, yo no tengo nada que opinar, sólo tengo que ejecutar.


HH: ¿Estás hablando de algo como cincuenta mil dólares?
HS: O más, no me acuerdo. Era mucha plata. 

A fin de ese mes yo había alquilado una casa a orillas del lago, me compré un auto, empilchaba, viajaba todos los fines de semana por Europa, y además me compré una lancha con motor fuera de borda.

Allí conocí a una chica suiza, que es la madre de mi hijo mayor.

Yo trabajaba en Sociología y empecé a recibir mucha demanda de modelos. Todo el mundo quería modelos.

Pasó una cosa curiosa: por esos años la NASA estaba preocupada por hacer modelos de órbitas de satélites. Habían listado 150 variables que influyen en una órbita. Eso no era manejable por las computadoras de ninguna manera efectiva así que habían contratado a la Universidad de Stanford para que les inventara un método matemático para trabajar con el tema de órbitas. Uno de los que trabajaba allí era un argentino conocido mío del Instituto de cálculo Víctor Pereyra. Me mandaron el software y lo empecé a estudiar y comencé a basar mis modelos de Economía y Sociología en ese software, y de paso lo mejoré.



Estaba interesado en hacer un Doctorado. Pedí hablar con Peter Henrici, profesor del Politécnico Federal, una especie de ídolo en Suiza, que había escrito el primer libro en serio de Análisis Numérico que todo el mundo utilizaba y que revolucionó el mundo. Me recibió en seguida y me explicó que tenía tapados los Doctorandos por 10 años. 


Lo fui a ver al vicerrector del Politécnico, que curiosamente hablaba bien el español. Revisó mis antecedentes y dijo:

-Mire, según el reglamento usted debería aprobar un examen de Mecánica Cuántica para entrar, y me parece un desperdicio de tiempo porque sus intereses van por otro lado.
-Sí, van por otro lado.
-Pero bueno, usted es Investigador de la Universidad de Zurich y tiene derecho a ser admitido al Doctorado sin ese examen.
-¿Y con quién hago el Doctorado? ¿Qué me sugiere?
-El matemático vivo más famoso del mundo está aquí, se llama Van der Waerden. 


Van der Waerden es el tipo que hizo el primer libro de álgebra moderna y el primer libro de estadística, un pope nacido en Holanda. Me atreví a pedirle una entrevista, que para mi sorpresa me dio en seguida. Absolutamente autoritario, como buen profesor germánico.

-¿Usted que quiere hacer? –preguntó.
-Tengo una idea para hacer el Doctorado.
-Allí tiene el pizarrón. 

Se la expliqué.

-Yo lo admito. 
-¿Y? 
-Lo eximo de hacer materias. 
-¿Y? 
-Empieza a trabajar y me trae informes.

Así hice el Doctorado. Yo escribía, escribía, pero Van del Waerden nunca me prestó la más mínima atención, jamás me ayudó. Muy decorativo, el asunto. 

Llegando al final, en 1968, un día me dice: 

-Va a tener que dar el examen final del Doctorado. 
-¿Y eso qué es? ¿En qué consiste?
-En toda la matemática.
-¿Cómo? ¿Y si no apruebo?
-Se tiene que ir. El examen no se puede dar dos veces.
-¿Quién más va a estar en la banca? –cometí el error de preguntarle.
-¿Usted cree que yo, Van del Waerden, necesito otro profesor? –contestó a los gritos.
Pero después hubo otro profesor, nada menos que Strassen, otro famoso. Fue quien inventó la manera de multiplicar matrices más rápido, está en los libros.

-Usted publicó en Teoría de Autómatas, le puedo preguntar sobre eso –dijo Strassen, justo antes del examen.
-Sí, pero hasta el año 65, porque después cambié de tema.

Entramos y el único que preguntó fue Van der Waerden. Me hizo preguntas sobre mi tesis que antes no se me habían ocurrido. Más o menos me iluminé y pude contestar.


-Lo felicito, tiene un seis. 

Viejo h. de p., me felicita y me pone un seis. Sólo cuando me llegó el certificado días después aclarando que había sacado la “Beste Leitung”  supe que era la nota máxima en Suiza.

En el interín, la Fundación Bariloche había empezado a tomar mucho auge. Me empezaron a consultar porque querían construir un centro de cómputos. Me mandaban los planos, los proyectos de los arquitectos, etc. etc. Las cartas en aquella época tardaban 20 días para ir y venir. Finalmente se concretó todo el asunto ese y decidimos venirnos a la Argentina, en julio de 1970. En vez de quedarnos en Suiza. ¡Qué locura, no!

Construimos el primer centro de cómputos en Bariloche, pusimos la primer computadora. Era una Bull, se complementaba con la IBM que puso el Centro Atómico. Trabajábamos muy en común con ellos.


Llegamos a tener 50 personas entre el Departamento de Matemática y la Fundación Bariloche. Ahí empezamos a trabajar en muchísimos modelos de todo tipo. Por ejemplo para Hidronor, los modelos hidrológicos que sirvieron para el Chocón, trabajamos mucho en economía de la energía, siempre con los sociólogos además. 

En ese momento aparece el libro Los Límites del Crecimiento, que publicaron Dennis Meadows y compañía en Estados Unidos. Ese que pronosticaba el fin del mundo. Se armó toda la revolución que llevó al modelo mundial latinoamericano. Tanto el Club de Roma como el International Development Centre de Canadá decían de financiar el proyecto de un modelo mundial distinto. Yo era medio el candidato porque era el que había hecho modelos. 


En marzo del 72 me mandaron al MIT para estudiar el complejo modelo de los yanquis y ver qué especialistas había que mover para allá para estudiar algo de tal complejidad. 

El primer día que llegué al MIT Meadows me dice que a la tarde iba a haber una conferencia de Paul Samuelson (Premio Nobel de Economía 1970). Fui a la conferencia.


El conferencista pidió públicamente que echaran a toda la gente que había hecho ese modelo absurdo, que era una vergüenza para la institución. El modelo era catastrófico, ni siquiera valía la pena discutirlo.

Le comuniqué a la Fundación que no valía la pena mover gente, que el modelo era de una simplicidad espantosa y estaba plagado de errores conceptuales y técnicos. Tanto, que el último día que estuve en el MIT, Meadows me pidió una lista de libros para estudiar Matemática.  


Me fui a California a trabajar un tiempo con Graciela Chichilnisky, una matemática argentina y economista que trabajó en modelos, hoy profesora desde hace años en Columbia, y luego me volví a Bariloche. Allí armamos el equipo de modelo y nos pusimos a trabajar.


Se desarrolló el Modelo Mundial Latinoamericano. Yo viajaba mucho. El director del proyecto era Amílcar Herrera y yo el Subdirector. Hicimos un libro, Catástrofe o Nueva Sociedad. Cuando Amílcar se fue uno o dos años a Inglaterra yo quedé a cargo de todo el proyecto.

Empecé a trabajar mucho para organismos de Naciones Unidas, todos querían modelos. Nos fuimos a Ginebra, trabajé en la OIT, también en París para la UNESCO.

HH: Para vos ese libro ¿fue un hito muy importante en toda tu trayectoria? ¿Un momento culminante? 
HS: Sí, fue realmente importante.



Hubo años de paz entre el 72 y el 76. Por supuesto había muchos ataques políticos, porque plantear un modelo que diga que hay que redistribuir el ingreso para lograr el equilibrio entre recursos naturales, población, alimentación y demás yuyos, no es un mensaje muy simpático para los factores de poder.

En el 76, con el golpe militar, le cortaron todos los fondos a la Fundación Bariloche y esencialmente quedó destruida. Todo el mundo empezó a emigrar. La Fundación Bariloche fue el lugar más interesante que hubo en la Argentina de proyectos interdisciplinarios. No hay nada como vivir en conjunto y compartir la vida cotidiana con gente de distintas disciplinas. De ahí salen tres millones de ideas.

Entonces sucedió una cosa bastante curiosa. Estábamos haciendo un proyecto de modelo con Canadá y Brasil. En julio del 76 estábamos en Llao Llao, la sede de la Fundación, cuando recibo un llamado de Cândido Mendes de Almeida, un famoso personaje brasilero. Su bisabuelo manejaba las finanzas del imperio portugués. Heredó unas cuantas cosas, hay isla, hay calle, tiene universidad propia en un edificio medieval con la heráldica afuera, etc. Un personaje de García Márquez. “Viendo como están las cosas creo que el proyecto conjunto deberíamos hacerlo acá en Brasil”, me decía por teléfono. 


Me voy a Río, me ponen en un excelente hotel. Lo voy a ver a su universidad medieval. 

-¿Hasta cuando te quedás? –me pregunta.
-Yo entendí que vos querías que yo venga –y le explico. 
-¿Cuántos son?
-El núcleo del modelo son 8 personas. 
-Dame los nombres.

Y empezó a emitir pasajes de avión para todos. Así empezó el grupo en la Cândido Mendes.

Por esa época yo había hecho algunos inventos matemáticos que presenté en Stanford y allí conocí mucho a Dantzig, creador de la programación lineal. 

En Río, Cândido nos había puesto a los ocho en un hotel. Un día le digo:

-Muy agradecido, pero no puedo vivir en un hotel.
-Ah, yo tengo un departamento que quedó vacío.

Pasé a vivir en un departamento en Río frente al mar, bárbaro. Unos meses después lo convencí de que el alquiler lo debía pagar yo.

HH: En ese momento ¿vivías con tu mujer y tu hijo?
HS: No, yo me había separado de mi mujer suiza. Tenía otra mujer. Mi hijo se quedó en Buenos Aires, yo viajaba, él viajaba, una vida muy complicada.

Un día en Brasil suena el teléfono en mi departamento, me llamaban de la Universidad Federal de Brasil. “Llegó una carta del profesor Dantzig que lo recomienda muchísimo a usted y queríamos verlo y ofrecerle un cargo de Profesor Titular”.

Continúa en Parte 2

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